El pasado martes, en el renacentista Museo de Santa Cruz de Toledo, fue entregado el Premio Internacional «Don Quijote de la Mancha», concedido por el Gobierno de Castilla-La Mancha y la Fundación Santillana. En esta tercera edición de 2010, los distinguidos fueron el escritor Juan Goytisolo y la Nueva Gramática de la Lengua Española, coordinada, desde la Real Academia Española y el resto de las academias americanas, por el lingüista albaceteño Ignacio Bosque.
Hasta aquí todo correcto. Lo que nos ha llamado la atención son las palabras que el Rey Don Juan Carlos dedicó en ese acto a la trayectoria creadora de Juan Goytisolo, a la que consideró como un «proceso de denuncia ante la injusticia, la barbarie y la arbitrariedad».
Leí esas palabras y se me quedaron golpeando en mi mente, porque fueron pronunciadas durante una semana en la que al sur de donde vive confortablemente el escritor e intelectual Juan Goytisolo se estaban produciendo atropellos inaceptables de ciudadanos y ciudadanos saharauis cuyo único delito ha sido, desde hace treinta y cinco años que estuvo allí el hoy Rey como Príncipe heredero de la monarquía franquista, solicitar la celebración de un referéndum de autodeterminación para su pueblo.
Siempre hemos de recordar esa ridícula visita real efectuada a la antigua provincia española del Sahara el 2 de noviembre de 1975, cuarenta y ocho horas después de Juan Carlos haber asumido las funciones de Jefe de Estado y dieciocho días antes del fallecimiento de Francisco Franco.
En aquella malhadada ocasión, Juan Carlos I prometió a los saharauis de entonces que España no los dejaría nunca abandonados ante la presión marroquí, como sí ocurrió apenas doce días después de tan retórico como falso compromiso en virtud de la firma del "Acuerdo de Madrid" o pacto tripartito de los gobiernos de España, Marruecos y Mauritania.
Y si esas son las cuentas pendientes del Jefe del Estado español con la antigua provincia africana y con sus ciudadanos, otras son las cuentas del tal Goytisolo. Nadie podrá discutirle a nuestro autor sus originales contribuciones al género narrativo y al género ensayístico, en particular, para nosotros resultó muy oxigenante la lectura temprana de Reivindicación del conde don Julián, novela donde la heterodoxia brilla con todo su esplendor y donde se explicita su apego a la cultura árabe. Otra cosa es su militancia como intelectual cosmopolita y defensor de los derechos humanos allá donde fueran pisoteados. Sus testimonios directos sobre los escenarios de Sarajevo, Argelia, Palestina o Chechenia, se han convertido en denuncias que reclamaron la atención del mundo y nos sensibilizaron contra el horror de esas guerras y sus terribles consecuencias.
Pero da la casualidad de que ese mismo intelectual Juan Goytisolo vive desde 1996 en Marrakech, y en el país alauí ha sido nombrado miembro honorario de la Unión de Escritores de Marruecos «en reconocimiento a sus posturas a favor de Marruecos y de su cultura», forma parte del Parlamento Internacional de Escritores y es presidente del jurado de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO.
¿Y cuál ha sido la postura de Goytisolo con respecto al Sahara y sus reclamaciones de un referéndum de autodeterminación avalado por organismos tan respetables como el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que en dictamen de 16 de octubre de 1975 dejó claro que ni Marruecos ni Mauritania tenían derecho a reclamar soberanía sobre el Sahara español descolonizado tras la «Marcha Verde» de 20 de octubre del mismo año setenta y cinco; o avalado también por las incontables resoluciones posteriores de Naciones Unidas?
¿Cuál ha sido la postura del comprometido y cosmopolita intelectual Juan Goytisolo sobre el particular?
El silencio. Un silencio clamoroso ante todo lo que ha ocurrido durante treinta y cinco años de asedio marroquí a los antiguos y modernos pobladores del Sahara Occidental.
Se calla el intelectual y se calla el Rey ante causas que les caen muy cerca, aunque bajo las techumbres mudéjares del Museo de Santa Cruz de Toledo pronuncian discursos recíprocos sobre las necesarias denuncias de la injusticia, la barbarie y la arbitrariedad.
Cuarenta y ocho horas antes de esa entrega fastuosa del Premio Internacional «Don Quijote de la Mancha» en Toledo, era tiroteado por la policía marroquí en las afueras del campamento de protesta Gdeim Izi, a unos quince kilómetros de El Aaiún, un chico de catorce años, Nayem Elgarhi, junto a otra decena de compañeros. Nayem murió, otros están heridos graves y menos graves, pero el hecho está ahí para todos los que hemos querido leer la prensa o ver y escuchar los informativos radiados y televisados.
El campamento de protesta de Gdem Izi es quizá el último símbolo de la resistencia saharaui ante el atropello marroquí. Una última llamada de atención antes de que las armas vuelvan a sonar en el desierto más grande del mundo.
La justicia internacional, que tantas veces se invoca para culpabilizar a Estados Unidos en su aventura bélica iraquí, el mismo Juan Goytisolo ha escrito páginas extensas sobre esa infracción no sólo en Irak, sino en lugares como Palestina o Chechenia; esa sacrosanta justicia internacional lleva dándole la razón a los saharauis desde hace treinta y cinco años, los mismos años que Marruecos lleva ignorando todo lo legislado al respecto. Con la complicidad de muchos países, entre ellos, España, la España del Rey Juan Carlos y del ¿heterodoxo? Juan Goytisolo.
Me siguen rechinando las palabras altezas del Museo de Santa Cruz de Toledo, los silencios cómplices de la alta política española y de la intelectualidad peninsular más elitista con respecto al Sahara Occidental.
Los españoles son charlatanes, demasiado charlatanes, llevan siglos sin querer enterarse de que han perdido su viejo imperio. Nunca supieron irse de territorios que ocuparon y colonizaron a su antojo. Los saharauis de antes de 1975 se presentaban ante el mundo con nuestro mismo carnet de identidad. La traición española los dejó a merced de un país que no era el de ellos y que los obliga a marroquinizarse a la fuerza, en contra de la jurisprudencia internacional.
Entre tanto, los reyes y los intelectuales peninsulares miran para otro lado. Juan Carlos no quiere saber nada de aquel desembarco suyo en el Sahara el 2 de noviembre de 1975. Goytisolo no se molesta en mirar hacia el sur inmediato y contemplar las vergonzosas actuaciones de su nuevo país de acogida contra la antigua 53º provincia de España.
La injusticia, la barbarie y la arbitrariedad, de las que hablaron Juan Carlos I y Juan Goytisolo en Toledo nada parecen tener que ver con lo que ha venido sucediendo esta semana en ese Sahara abandonado a la buena de Dios.
¿Nos sobran los reyes, nos sobran los intelectuales tan mimados como indiferentes a injusticias cometidas delante de sus propias narices?
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