Muro de la Vergüenza, construido por Marruecos tras su ocupación a los territorios del Sahara Occidental en 1976, con mas de 10 Millones de minas. |
Colaborador de Público (excorresponsal oficioso en Londres.
Veo estos días con cierta desazón los festejos de la caída del Muro de Berlín. En los actos celebrados en la capital alemana, en el homenaje que durante toda la semana nuestra televisión gubernamental lleva volcándose en sus ediciones de los informativos… en todos lados veo motivos de alegría y, al mismo tiempo, detecto una dosis de hipocresía y cinismo de tal medida que agria el júbilo inicial.
La caída del Muro de Berlín representa el triunfo de la libertad y la democracia; ese es el argumento en el que los políticos que más aplauden el hito histórico se apoyan para etiquetarse como demócratas. Sin embargo, ser demócrata no es algo que uno pueda limitar a un país o un continente, y mucho menos a cuestiones específicas: o se es demócrata siempre y en todos lados o no se es. En este sentido, a todos los políticos que he visto celebrar la caída de aquel muro hace 25 años, sobre todo aquí en España, no los puedo llamar demócratas porque, como digo, no es algo que se pueda ser a tiempo parcial. Y ellos pretenden serlo.
Mientras aplauden la caída del Muro de Berlín, en Europa consienten y en España son parte activa del Muro de la Vergüenza que divide el Sáhara Occidentala lo largo de 2.700 kilómetros. Si estos días la televisión gubernamental nos ha contado cómo hace 25 años aquella barrera dividía familias entre las dos Alemanias, si han remarcado cómo eran abatidos todos los que intentaban cruzarlo, imaginen que estará pasando en el Sáhara Occidental, donde el muro levantado por Marruecos es 20 veces más largo que el de Berlín. Piensen cuántos saharauis, despojados de sus tierras y separados de sus familias, han sido abatidos por alguno de lo más de 100.000 soldados marroquíes que hay repartidos por todo su trazado… o cómo han sido mutilados o literalmente reventados por alguna de los cientos de miles de minas antipersona que Europa (incluida España) ha vendido al sultán Mohamed VI.
Los cantos de democracia y libertad de todos esos políticos que posan sus ojos en Berlín se tornan en silbidos de disimulo cuando toca mirar al Sáhara Occidental. Silban los políticos europeos, capaces de saludar al pueblo con una mano, vanagloriándose de ser demócratas, mientras con la otra suscriben unos acuerdos de pesca con Marruecos que es en sí una violación del Derecho Internacional y, en última instancia, es un adoquín más en el Muro del Sáhara Occidental.
La hipocresía y cinismo son mucho mayores en el caso de los políticos españoles, pues son parte activa en el levantamiento del Muro de la Vergüenza. A punto de cumplirse 39 años de la firma de los Acuerdos Tripartitos con los que España violaba el artículo 73 de la Carta de Naciones Unidas -prohíbe expresamente desprenderse unilateralmente de un territorio, incluso, transferir su administación a otros Estados-, todavía hay quien se llama hoy demócrata. Ayer mismo, sin ir más lejos y con motivo del 9N catalán, escuché a Esteban González Pons criticar que “mientras celebramos la caída de un muro hace 25 años, algunos pretenden levantar otros nuevos [en referencia al independentismo catalán]“. Se olvida el eurodiputado popular que su propio gobierno no sólo ha tolerado sino que ha impulsado el que se levanta en el Sáhara Occidental.
SaharaNo es el único político español, por supuesto, dado que absolutamente todos los Gobiernos democráticos lo han sido a tiempo parcial o, dicho de otro modo, no lo han sido. Una desvergüenza que salpica -por no decir que casi emana- de la mismísima Casa Real, pues el todavía Rey de consolación Juan Carlos I vivió en primera línea aquella Operación Golondrina en la que, justo despúes de que él mismo prometiera al pueblo saharaui que jamás lo abandonaría, procedió a evacuar a toda la población y ejército español de las ciudades saharauis, al tiempo que las alambraban para que no escapasen los saharauis y quedaran a merced de Hassan II, al que ‘se los regalaba’.
Casi 40 años después de miles de saharaius asesinados, torturados, divididos por un muro y despojados de sus tierras por una ocupación ilegal, España no sólo no ha sido castigada sino que, en una prueba más de la decrepitud moral y legal de la ONU, ésta le premia con un asiento en el Consejo de Seguridad. Vaya con los demócratas, con esos adalides de la libertad para los que no todas las vidas tienen el mismo valor y para los que los Derechos Humanos son un bien más que se puede canjear por capital. Qué asco. Y qué pena. El pueblo español, unido al saharaui se lo recordará el próximo domingo a todos nuestros gobernantes, incluido al recien estrenado Felipe VI, que igual que heredó la corona de su padre, también lo hizo con su ruindad y deshumanidad. En su mano está cambiarlo.
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