Fotos: El Confidencial.com
Semlali Mohamed Fadel lideró el movimiento de
2004 que impidió que el ejército marroquí derribara el recinto religioso. Hoy,
la iglesia ha revivido gracias a los inmigrantes subsaharianos.
El periódico
El Confidencial en su edición del jueves
21/03/2019 resalta hoy la gesta heroica de un activista saharaui que cuando
Marruecos ocupó la ciudad de Dajla, antiguo Villa Cisneros e intentó destruir
la iglesia Nuestra Sra del Carmen Bouh Uld Semlali se encadenó dentro y la
salvo de la destrucción que planeaba el régimen marroquí.
“Unas tapas de alcantarilla y una iglesia.
Entradas hacia las alturas y el subsuelo. Eso es lo que queda hoy de Villa
Cisneros, primer y último enclave español en el Sáhara. Las tapas son pocas y
casi nadie sabe dónde están, herrumbrosas y diseminadas por donde una vez
estuvo el antiguo barrio español. Muchas aún conservan, aunque casi ilegible,
el nombre original de la ciudad. La iglesia está aún en pie, vigilada día y
noche por la presencia intimidante de un furgón policial marroquí. La iglesia
está aún en pie, gracias, principalmente, al hombre en silla de ruedas que espera
en la puerta.
Semlali Mohamed Fadel, al que todos aquí
conocen como “Bouh”, el hombre que salvó la Iglesia del Carmen, es saharaui,
musulmán, minusválido y activista, pero por encima de todo es un hombre
obstinado. Seis filas de bancos, la talla de la Virgen, la Anunciación dibujada
en el ábside… Bouh repasa el templo mientras rueda por él con los ojos
chispeantes de malicia, y en un español acelerado habla de él y de la huella
española en la ciudad con el orgullo con el que lo haría un guía, un
conservador de un museo o un padre.
Bouh nació en 1965, en la época de la colonia.
Hijo de militar ligado, como muchos saharauis, al ejército español, tuvo el
tiempo justo de conocer la importancia de la iglesia para la ciudad a través de
algunas tradiciones como La Navidad o los Reyes Magos. Con cuatro años contrajo
la polio, y poco después su familia lo envió a Las Palmas junto a los Hermanos
de San Juan de Dios. Allí pasaría seis años. “La muerte de Franco, el Golpe de
Tejero, la llegada al poder de Felipe González… todo eso lo viví en España”,
rememora. Cuando volvió, en 1982, le bastó bajar del avión para saber que la
ciudad que conoció ya no existía.
Cómo Villa Cisneros se convirtió en “Dakhla”
Tras la Marcha Verde en 1975, el acuerdo
Tripartito de Madrid y la ocupación de Mauritania, en primer lugar, y Marruecos
a partir de 1979, Villa Cisneros pasó a llamarse Dakhla y el pueblo saharaui
vio cómo se alejaban sus sueños de independencia. Los comienzos para Bouh
fueron duros, como sólo pueden serlo para un musulmán que se ha criado entre
monjas católicas, que se siente saharaui-español y que vuelve a un país que ya
no es el suyo.
“Yo no sabía mucho del Islam, se me había
olvidado hablar árabe… En Las Palmas iba a misa pero no comulgaba, estaba en la
Iglesia pero sabían que era musulmán y todo el mundo me respetaba. Al volver,
de repente, me había convertido en un extraño. Mi familia me escondía cuando
venían visitas por miedo a que dijese algo inconveniente en un idioma que ya no
era el mío”. Bouh, recuerda que en aquella época llegó a pensar en el suicidio,
“De repente tomé consciencia de que yo era diferente, y empezó a preocuparme mi
invalidez como nunca antes. No paraba de pensar: ¿Por qué a mí? ¿Por qué yo?”.
A su regreso Bouh trató de buscar refugio en
un lugar conocido pero se encontró la iglesia cerrada y llena de soldados.
Nuestra Señora del Carmen estaba ocupada por el ejército marroquí, que la
utilizó durante años como cuartel. “Al marcharse los españoles, la comunidad
cristiana de la ciudad desapareció con ellos. Los años siguientes a la
ocupación quedaron aquí no más de 5 o 6 españoles. Los marroquíes no dejaron
aquí nada que oliese a España, hasta las prostitutas que estaban muertas fueron
desenterradas y llevadas a Fuerteventura”. Los únicos que se quedaron como presencia
oficial fueron los curas, pero se vieron obligados a exiliarse a la vecina El
Aaiún, separada por 550 kilómetros de la antigua Villa Cisneros.
Luis Ignacio Ruíz, “Chicho”, es sacerdote y
lleva 2 años en Dakhla aunque visita el Sáhara desde los 80, y coincide con
Bouh al rememorar la historia de la comunidad católica en la ciudad. “En el 75
todo el mundo se va y sólo quedan los padres, se quedan por amistad con los
saharauis y porque el Vaticano nos pide que nos quedemos. Los marroquíes ocupan
la Iglesia durante varios años para hacer presión, porque el único testimonio
extranjero que quedaba tras la ocupación éramos nosotros. Así se evitaban
testigos. En esa época aquí salías a caminar y tenías un agente secreto detrás
de ti para que supieses que estabas vigilado. Venía un padre cada mes dos meses
a dar una vuelta, pero sin abrir la iglesia ni celebrar misa salvo que
coincidiese con pescadores, empleados de la ONU o algún turista que lo
pidiese”.
Durante las décadas siguientes Villa Cisneros
se iría disolviendo progresivamente entre los nuevos edificios de una Dakhla
cada vez más extensa gracias a decenas de asentamientos marroquíes promovidos
por Rabat. Las esporádicas protestas saharauis fueron sofocadas por las
autoridades y el propio Bouh tuvo que pasar un año “exiliado” en El Aaiún a
instancias de la policía de Marruecos por encabezar varias manifestaciones. A
su vuelta, trabajó en la telefónica de la ciudad y años más tarde,
sorprendentemente, logró integrarse en el departamento de asuntos sociales del
Ayuntamiento. “Supongo que aplicaron eso de 'al enemigo hay que tenerlo
cerca'”, se ríe.
La destrucción del pasado español
Más de cuarenta años después, la ciudad que
encontró Bouh permanece acorralada entre el océano y el desierto pero ha
crecido por encima de los cien mil habitantes gracias a una fuerte inversión
del gobierno marroquí, y es conocida por ser uno de los mayores caladeros de
pesca del planeta, además de meca mundial del kite-surf. Los edificios
españoles son hoy ruinas, pero entre mercados abiertos hasta la madrugada, las
fábricas conserveras y los nuevos hoteles que brotan sin pausa, se perciben aún
los restos de Villa Cisneros, como dejados al azar por un invitado que se
hubiese marchado demasiado deprisa.
No sería hasta 2004 cuando las autoridades
marroquíes se propusieron acabar definitivamente con los vestigios que quedaban
de la presencia española en la ciudad. Pese a las recomendaciones de la UNESCO
comenzaron la destrucción del fuerte español creado en el siglo XIX, el
edificio más antiguo del Sáhara Occidental, con el argumento de que su
deterioro podía suponer un peligro para la seguridad pública. Meses después le
llegaría el turno a la Iglesia.
“Un día un vecino vino corriendo a verme,
““¡Bouh, Bouh, los militares están destruyendo la Iglesia!””. Llegué y una
excavadora había derribado ya la parte trasera, como habían hecho meses antes
con el fuerte, los militares me dijeron: Esto no sirve, se va a caer, está
abandonado… Además es un lugar cristiano, nosotros somos musulmanes. Yo les
dije: ““No, esto es nuestro, es patrimonio del pueblo saharaui y nadie lo puede
tocar””. Corrí a llamar a vecinos saharauis y nos concentramos frente a la
Iglesia. Ahí estuvimos hasta que llamaron al Gobernador”.
Bouh inició entonces una ronda de contactos
con el prefecto de la cercana El Aaiún, el Vaticano y las autoridades de la
ciudad además de una intensa campaña de agitación social. “El Gobernador
accedió y ante la presión saharaui respetó la Iglesia, aunque a cambio pidió
silencio sobre la parte trasera que ya habían destrozado. Perdimos un dedo en
lugar de perder toda la mano y empezamos a reconstruir el edificio poco a
poco”. De esta forma y mientras la ciudad terminaba de mudar su piel, resistió
durante años Nuestra Señora del Carmen, como símbolo de rebeldía y vestigio
inservible de otra época, una iglesia sin cristianos.
Resurrección gracias a las rutas migratorias
Hoy es domingo y los bancos de la iglesia
están llenos. Donde un día estuvieron los militares españoles y sus familias,
unos 40 feligreses cantan y escuchan la misa en francés. Son de Camerún, de
Costa de Marfil, de Senegal… Grupos así vienen todos los domingos. Algunos
repiten una semana, un mes, dos meses… durante el tiempo que dure su estancia
en Dakhla, puesto que la mayoría sólo están de paso. Comenzaron a llegar hace
cinco años, con el cambio de rutas migratorias que llevan al norte. Están por
toda la ciudad, esperando en algunas avenidas con impermeables y botas
katiuskas, en los hoteles como camareros o limpiadoras o extendiendo top mantas
en el mercado. En Dakhla hay unos 4.000 migrantes subsaharianos, la mayoría
trabajan en las fábricas de pescado y conservas del puerto. La floreciente
industria pesquera de la ciudad les permite ahorrar un poco de dinero y
continuar su viaje hacia Tánger o Nador para intentar cruzar el Estrecho.
Pierre André Sené es senegalés y cristiano y
está en Dakhla desde 2011. Cuando llegó a la ciudad una de las primeras cosas
que hizo fue buscar una Iglesia, pero no la encontró. Estuvo un año allí sin
saber que había una. Su cruz colgada del cuello llamó la atención de un anciano
saharaui que le dijo que en realidad aquel templo cerrado funcionaba de vez en
cuando. “La primera vez que vine sólo había dos turistas franceses en la
ceremonia. Entonces empecé a venir los domingos y a contactar a los migrantes
para que acudiesen”. Hoy Pierre es el responsable de varios de los proyectos
que la Misión Católica de Dakhla desarrolla junto a Cáritas destinados a los
migrantes. “El migrante que llega no conoce a nadie, no tiene alojamiento, ni
dinero tras meses de viaje. Aquí les acompañamos y les ayudamos con la
asistencia médica. La mayoría están obsesionados con cruzar a Europa. Llegan
miles y el número no para de subir”. Sin embargo, pese a este renacimiento, hoy
como en los setenta, la nueva feligresía de Nuestra Señora del Carmen parece
destinada a no quedarse mucho tiempo y a marcharse en dirección a España.
Jean es de Costa de Marfil, tiene 28 años y el
último lo ha pasado en Dakhla. Cuando estaba a punto de cruzar a España de
Tánger la policía marroquí entró al piso en el que esperaba, lo detuvo y lo
envió en un autobús hacia el sur del país. Dentro del acuerdo sobre migración
suscrito entre Marruecos y la Unión Europea, la policía desplaza cada día a
cientos de migrantes desde el norte hasta los límites del desierto. En cuanto
consiguen un poco de dinero, suben de nuevo vuelven a intentarlo. Jean es uno
más, hoy espera en la ciudad una ocasión propicia. Mientras, intenta ahorrar un
poco. Cuando lo llaman trabaja en las fábricas llenando camiones frigoríficos,
limpiando pescado, ayudando a elaborar el aceite para las conservas… Trabaja
unas 12 horas al día por 10 euros. Para él los domingos son un gran día, dice
que viene a Nuestra Señora del Carmen todos los que no trabaja, que venir a
misa le sirve de ayuda y que le ayuda a no desanimarse. Dice también que se fía
más de la comunidad de la Iglesia que de la de los propios migrantes marfileños
de la ciudad, que aquí le escuchan y que en su situación sobre todo necesita
hablar con alguien.
“Chicho” asegura que la migración ha
revitalizado Comunidad Católica de Dakhla y a la Iglesia del Carmen, aunque es
una feligresía itinerante, muchos se van para cruzar y no vuelven, pero no
pueden decirlo antes. El sacerdote se da cuenta porque antes de irse van a
verle y le dicen: "Padre, deme la bendición".
En un descampado a las afueras de Dakhla hay
un lugar lleno de sepulturas, que la población local llama "el cementerio
de las letras". Varias iniciales pintadas en los muros delimitan los hoyos
cubiertos de piedras y escombros. Es un camposanto destinado a los migrantes
que devuelve el mar tras intentar llegar a las Islas Canarias. “Aparecen a
menudo en la playa, la mayoría destrozados y comidos por los peces. Una
asociación de aquí los recoge, los conservan, les toman las huellas y, si no
hay nadie que los reclame, luego los entierran ahí, en el único cementerio no
musulmán de la ciudad”, explica Bouh. En este cementerio no hay rastros de
flores, visitantes o recuerdos, sólo algunos agujeros abiertos anuncian que ya
se ha adelantado el trabajo para los próximos meses.
La Asociación de discapacitados de Dakhla
Años después, y pese a las dificultades, Bouh
parece haber encontrado su lugar en el mundo. Además de trabajar en el
Ayuntamiento, hace unos años ha creado la Asociación de Discapacitados de
Dakhla que con ayuda de la Parroquia y de asociaciones españolas atiende a 70
niños con diversos tipos de minusvalía. Van a rehabilitación, hacen terapia…
“Aquí toda vía se ve la minusvalía como una condena. Fuimos casa por casa a
buscarlos, a muchos de ellos las familias los tienen escondidos como si fuesen
un motivo de vergüenza”. De vez en cuando sigue acudiendo a la iglesia, en
especial durante a las misas, por si a algún desaprensivo se le ocurre atentar
contra el templo. “Ni aún ahora puede uno estar seguro”.
“Mucha gente aquí se cree que soy cristiano,
las autoridades de la ciudad de vez en cuando esparcen rumores sobre mí, a mis
hijos les han dicho en el colegio que soy un infiel”. Lo cuenta con
socarronería, en realidad él parece no importarle mucho, está acostumbrado a
que lo señalen y mantiene una buena relación con sus compañeros de trabajo en
el Municipio. “En la asociación atendemos a muchos hijos de marroquíes y los
poderes aquí se han dado cuenta de que por las presiones de los periodistas y
los vecinos, por muchas cosas que diga no pueden hacerme nada”. ¿Por qué lo
hizo? “Supongo que por agradecimiento a mi pasado y a mi estancia en España
pero también para demostrar a las autoridades marroquíes que no podían hacer
todo lo que quisieran. Si se destruía la Iglesia se borraba parte, no solo de
la historia española, sino del pueblo saharaui”. Y tras decir esto Bouh, dirige
su silla de ruedas hacia una iglesia que, revivida, acogerá el domingo que
viene como hizo siempre a gente de paso. Gente que va y que viene en un
territorio cambiante y siempre en disputa. Pese a todo siempre hay algo que
permanece: el mar, el desierto o el recuerdo de las ciudades que ya no existen”.