miércoles, 17 de junio de 2020

Mohamed Sidi Brahim Basir BASIRI: Cincuenta años de una barbaridad


Por Larosi Haidar
Ha pasado ya medio siglo de la ignominiosa acción llevada a cabo por el Estado español y, a día de hoy, ni mu sobre la desaparición del líder saharaui que tuvo la imperdonable osadía de pedir, pacíficamente, la libertad de su pueblo. Y decimos desaparición aun cuando todos sabemos que fue una cobarde liquidación a sangre fría de cuya nocturnidad y alevosía fueron testigos impávidos las dunas cercanas al Aaiún.
Cuántas veces tomamos esa carretera que va de la ciudad a la playa sin sospechar siquiera de la existencia del terrible secreto bajo las omnipresentes dunas. Con la cabeza asomando por la ventanilla del coche y la fresca brisa marina dándonos en la cara, soñábamos con guerreros meharistas que se batían en retirada entre las sinuosas mamas de arena para volver al ataque en la siguiente curva. Otras veces, era "laqheua", el cafetín, lo que llamaba nuestra atención más allá de la primera línea de dunas. Se trataba de una pequeña construcción a la que llevaba, desde la carretera principal, una especie de camino curiosamente recto y despejado y que, desde siempre, nos había parecido de una naturaleza siniestra y sobrenatural. En alguna ocasión, incluso podían distinguirse reclutas peninsulares de esos con ojos de gato merodeando por los alrededores de "laqheua" haciendo no se qué entre tanta duna y duna. Hasta se oían voces y gritos extraños mezclados con el roce del viento cuando el coche alcanzaba el punto más cercano al cafetín. Entre los niños, nos decíamos barbaridades sobre su origen y seguíamos oyéndolos varios kilómetros después. Seguíamos viviendo en ese nuestro mundo de las barbaridades de la imaginación y la fantasía que, con el tiempo, se fueron disipando para dar paso a realidades y experiencias más concretas y palpables.
En otras ocasiones, era el pedaleo de nuestras maltratadas bicis lo que amortiguaba esos gritos que parecían surgir del más allá. Entonces, las dunas parecían cobrar vida persiguiéndonos implacablemente y haciéndose eco de las aterradoras voces convertidas ya en susurros una vez que entrábamos, felices de seguir vivos, en nuestro alegre y gratificante Fuem Eluad. Atrás, quedaban las barbaridades de nuestro mundo mágico con sus escalofriantes dunas movedizas que, cual Gog y Magog, salían del abismo de la Saguia arrastrándose por su ribera siniestra para acabar sitiando al estremecedor cafetín.
Sin embargo, hasta el día de hoy y cincuenta años después, una barbaridad que no era de las nuestras sino que pertenecía al real y cruel mundo de los mayores, sigue allí con su bárbara terquedad y su insufrible silencio. Ese silencio estridente de la bala traicionera que te atraviesa la nuca, seguida de otra que te rompe el cráneo en pedazos, de otra que te atraviesa el corazón, de otra... y de otra, por si acaso.
Medio siglo después, España se empecina en no dar la cara y continúa actualizando su palmarés de traiciones y puñaladas al pueblo saharaui. Continúa ocultando una barbaridad sangrienta que todo el mundo conoce. Una barbaridad inolvidable que tiene nombre: Basiri.

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