La salida española de su antigua colonia es
una de las piezas que faltan para completar nuestro puzle histórico más
reciente y acabar con un largo tiempo de abandono y silencio
*Fuente: El Día. Laura Casielles 14.10.2019
|
Cuando llegamos a casa de Chej Uald Chaudi,
lo primero que nos enseñó fue su cartilla de policía español. La casa de Chej
es una jaima en Smara, una de las siete wilayas (divisiones administrativas)
que componen los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf. Su cartilla de
policía está guardada en un sobre junto con otros documentos -como su carné de
identidad, su libro de familia, y los papeles que atestiguan que su padre y su
tío estuvieron en el frente durante la Guerra Civil-, a la espera del día en
que le sirvan para recuperar algunas prestaciones a las que tendría derecho,
como una pensión o un pasaporte.
Cuando llegamos a casa de Chelo Iglesias,
lo primero que nos enseñó fue una bandera saharaui. La casa de Chelo es un
apartamento en la sierra, a las afueras de Madrid. La bandera saharaui está
guardada en un armario junto con otros objetos -collares, fotos, recuerdos- a
la espera del momento en que pueda devolverla a alguna de las personas que la
enarbolaron en su día: cuenta que fue la primera bandera saharaui que se cosió,
y que salió a la calle en la histórica manifestación con la que la ciudad de El
Aaiún recibió en mayo de 1975 a una delegación de la ONU, pocos meses antes de
que el territorio fuera ocupado por Marruecos con la llamada Marcha Verde.
Historias de un tiempo del que hablamos
poco. La cartilla de Chej y la bandera de Chelo son recuerdos de un mismo
tiempo: ese en el que el Sahara Occidental se conocía como Sahara español. La
colonización de ese territorio por parte de España comenzó en 1884 con un
puñado de establecimientos comerciales a lo largo de la línea de costa, y se
desarrolló a lo largo del siglo XX, con un interés que crecía a medida que se
hacían evidentes los beneficios que podían reportar un subsuelo rico en
fosfatos y una situación geográfica útil para defender posiciones como las
Islas Canarias en unas décadas de guerras y tensiones. Se establecieron
ciudades, que se fueron poblando de personas como Chelo, que llegaban allí
desde la Península para ejercer como militares, maestras, funcionarios o
trabajadores de empresas españolas. Pero también las personas originarias del
Sahara, como Chej, se fueron viendo obligadas o tentadas a cambiar su modo de
vida tradicionalmente nómada por las costumbres de los colonos. Como ocurrió en
buena parte de África, reglas y cartabones trazaron fronteras sobre el
desierto, y la gente del Sahara también se hizo militar, maestra, funcionario,
trabajador del fosfato o de la pesca. Bajo la Administración española.
Conocimos a Chej, a Chelo, y a tantas otras
personas, en el marco de un proyecto que trata de rescatar la memoria de aquel
tiempo y de todo lo que ocurrió después. Se trata del documental web
"Provincia 53", que se estrenó el viernes 20 de septiembre y está
disponible íntegramente online en www.provincia53.com. Un proyecto que nació
del asombro personal al ir conociendo diversos retazos de esta historia y
constatar el amplio desconocimiento que las generaciones más jóvenes en España
tenemos de ella, por más que esté trenzada de manera indisoluble con la propia,
y del progresivo convencimiento de que ese desconocimiento, lejos de ser
casual, apuntala una injusticia.
El único territorio pendiente de
descolonización de África. Porque resulta que la historia del Sahara Occidental
iba a desacompasarse de la de otros países vecinos. Desde mediados del siglo
XX, las naciones africanas comenzaron a conseguir su independencia. Fuera a
través de guerras, de negociaciones o de transiciones pactadas con las élites
locales, el caso es que para la década de los sesenta no quedaba apenas ningún
territorio en el continente bajo el dominio de metrópolis europeas. En ese
contexto, la ONU comenzó a presionar a España para que facilitara la
descolonización del Sahara Occidental.
Pero para el régimen franquista, la
posesión de este territorio era importante tanto en términos económicos como
simbólicos, así que ideó un subterfugio para no cumplir este mandato: se
anexionó de hecho el territorio, con un estatus diferente al de colonia. El
Sahara Occidental pasó así a convertirse, en 1960, en una provincia más de
España. La provincia número 53, con el mismo estatus legal que Albacete, Cádiz
o Pontevedra. Sus habitantes tenían los mismos derechos y deberes que cualquier
persona española. Hacían la mili y estudiaban en la escuela la lista de reyes
godos; se formaban en la Sección Femenina y escuchaban a "Los
Brincos".
Pero, en 1975, su vida iba a cambiar
radicalmente, y en un sentido distinto al del resto de provincias. Ese mismo
otoño en que España estaba en vilo por la muerte del dictador y la pregunta
abierta sobre de qué modo se construiría el sistema democrático que el país
estaba pidiendo, entre otros muchos asuntos también se negociaba la cuestión
del Sahara. Viendo la debilidad del régimen franquista, Marruecos, que tenía
aspiraciones de anexionarse el país vecino, aceleró los acontecimientos,
lanzando la llamada Marcha Verde. España, que había prometido y seguía
prometiendo no abandonar el territorio sin garantizar al pueblo saharaui la
consecución de su independencia, no resistió la presión.
El mismo día de la muerte de Franco, el BOE
publicaba la ley de Descolonización del Sahara Occidental. Los militares como
Chej vieron a sus oficiales llevarse las armas de los cuarteles; las maestras
como Chelo se subieron a aviones que las llevarían de vuelta a la Península. Y,
ante la cada vez mayor violencia ejercida por Marruecos, el pueblo saharaui
comenzó su huida: un éxodo a través del desierto que los llevó hasta los
campamentos de refugiados de Tinduf, en el sur de Argelia, donde siguen
viviendo 43 años más tarde.
Durante el rodaje de las entrevistas que
componen "Provincia 53", al relatar ese tiempo, tanto saharauis como
españoles pronunciaban de forma recurrente dos palabras: "abandono" y
"silencio".
Una pieza que falta en el puzle de la
memoria. Lejos de toda nostalgia o voluntad neocolonial, repasar esta historia
es una responsabilidad democrática. A lo largo del siglo XX, la mayor parte de
los países europeos que colonizaron otros territorios en épocas recientes han
tenido que hacerse cargo de su responsabilidad en la descolonización de esas
naciones, a través de políticas de apoyo a sus procesos de soberanía o incluso
de reparación por la violencia y el expolio cometidos durante el tiempo de
ocupación. España, sin embargo, ha logrado esquivar esa tarea. La propia ONU ha
emitido diversas resoluciones que establecen que, mientras no se realice un
referéndum de autodeterminación, España sigue siendo, de facto, la potencia
administradora del Sahara Occidental. Pero los años, las décadas pasan, y ese
referéndum sigue estancado. Lo que se traduce de manera directa en que medio
millón de personas siguen viviendo bajo la ocupación o en el exilio.
En un momento en que la memoria histórica
está muy viva en la opinión pública española, capaz al fin de abrir algunas de
las cajas de Pandora que dejaron selladas los acuerdos fundantes de la llamada
Transición, volver a dejar de lado la historia del Sahara Occidental sería
eludir una de las piezas fundamentales de nuestro propio puzle histórico. En un
contexto de Guerra Fría y de nuevos pactos internacionales, el abandono del
Sahara fue uno de los precios a pagar por la tranquilidad de la España
democrática. Y se pagó. Y luego, se cubrió de silencio.
Un silencio que es, por lo demás, hermano
de tantos otros. Muchos de los temas que recorre el documental web
"Provincia 53" muestran hasta qué punto en la historia del Sahara
Occidental se reflejan temas centrales de la memoria democrática española. Es
clave, por ejemplo, la cuestión de las personas desaparecidas: también en el
desierto sus familiares siguen buscando fosas comunes en las que esperan
encontrar los cuerpos de un padre o un abuelo cuya muerte dataría de tiempos
tan tardíos como los primeros años setenta. El antropólogo Paco Etxeberria nos
contaba, durante el rodaje, lo que supuso encontrar, en una de esas fosas, DNI
españoles perfectamente conservados gracias a las condiciones ambientales
extremas del desierto. "Iguales a los que yo usaba durante la última época
de la dictadura", explicaba.
Hacer memoria cruzada. Recuperar esa
historia, en todo caso, no es un ejercicio que pueda hacerse desde una sola de
las partes implicadas. Muy a menudo, los relatos del tiempo colonial español
-tanto en el caso del Sahara como en otros- giran en torno a la idea de una
convivencia ideal, de un tiempo de armonía en el que ambos pueblos formaban
parte de un mismo mundo. Por más que esta vivencia pueda ser cierta para las
personas concretas que vivían sus ocupaciones cotidianas llevándose lo mejor
que podían con sus vecinos, es necesario abrir el zoom para no eludir que se
trata, también, de una historia en la que una parte ostentaba de manera muy
clara el privilegio y la fuerza.
Por eso, el equipo que hay detrás de
"Provincia 53" tiene un pie en cada uno de los lados de la historia,
en un intento de cruzar las visiones para una perspectiva más completa.
Promovido por el Instituto 25 para la Democracia fue parte de un programa de cooperación
de la Agencia Española de Cooperación al Desarrollo (AECID). Y cooperar fue lo
que hicimos una decena de jóvenes españoles y saharauis durante los ocho meses
que duró el desarrollo de este documental. Cooperar para encontrar un modo
común de contar una historia de la que unos heredamos la responsabilidad y
otros las consecuencias.
De acuerdo con los tiempos, ese modo común
se reveló como digital. "Provincia 53" no es una película, sino un
documental web íntegramente disponible online, en el que distintas piezas de
audio, vídeo, texto, imagen? dialogan para mostrar distintas facetas de esta
misma historia. ¿La idea? Que vuelen a través de las redes, que es como nos
llega la información a quienes pertenecemos a esta generación que, como nos
decía nuestro compañero Brahim Chagaf, "heredó una vergüenza".
Tanto en España como en los campamentos de
refugiados, las noticias y las reflexiones llegan a través de Whatsapp,
Facebook o stories de Instagram. Así que a eso hemos querido jugar. La
provincia 53, un espacio desconocido para nosotras y nosotros más allá de
misteriosas fotos ocres de un pasado remoto, se ha convertido en
"#Provincia53", un espacio online que proponemos explorar en común
para lograr contarlo de nuevo: sin los silencios que nos legaron, llamando por
su nombre a los necesarios matices y responsabilidades. Como herramienta para
avanzar hacia una solución que lleva demasiado tiempo pendiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario