*Texto: Santiago Jiménez; foto: Guinguinbali
Hace unos días, el pasado 10
de octubre, se cumplía el segundo aniversario de la creación del campamento de
Gdeim Izik que un poco menos de un mes después, el 6 de noviembre, era arrasado
por la acción combinada del ejército y la gendarmería marroquíes que
pretendían, con ello, acallar el grito silencioso que había prendido en los
corazones de la población saharaui sometida bajo el dominio y la ocupación de
Marruecos.
A los largos años de plomo
vividos durante la guerra entre Marruecos y el Ejército de Liberación Popular
Saharaui, promovido por el independentista Frente Polisario, el terror y la
persecución brutal habían silenciado a una población civil castigada y
masacrada por sus ocupantes. Las desapariciones, las torturas y la muerte se
cebaron en hombres, mujeres y niños y niñas indefensos, culpables de
identificarse con sus hermanos “enemigos”. Una situación que se prolongó más
allá del alto el fuego propiciado por las Naciones Unidas y que dio paso a un
segundo período en el que la brutalidad de las fuerzas de seguridad sustituyó
al fuerte control militar y que pretendió judicializar la represión
convirtiendo a los meramente desaparecidos y desaparecidas en presos comunes
por delitos políticos. Una situación que, en los últimos tiempos, y a la vez
que se propugna una estrategia de aparente reconocimiento de la identidad
saharaui, se ha convertido en un sofisticado sistema represivo basado en el control constante de la
población autóctona por parte de la policía secreta, sin insignias ni
distintivos que, cuando lo precisa, acude a la violencia ejercida por toda la
población ocupante. En primer término, la gendarmería pero también, cuando se
decide, el ejército y hasta los mismos colonos convertidos en fuerza opresora
por la decisión de las autoridades políticas y militares en base a respuestas
incontroladas claramente planificadas. Los informes realizados en las últimas
semanas por la Fundación Robert Kennedy y el relator de la ONU sobre la tortura
y los malos tratos, el jurista argentino Juan Méndez insisten en la
persistencia continuada de esa represión y de un mal trato generalizado que ha
buscado hasta la intimidación de los observadores y de sus informantes. Una
situación harto conocida que tan solo parece ignorar oficialmente el gobierno
español cuando alaba los notorios avances del estado marroquí hacia la
democracia. Una perversión del lenguaje inadmisible sino asistiésemos a una
generalizada mistificación política en la que lo que se dice mantiene una
escasa relación con lo que se piensa y se hace que si deteriora profundamente
la implicación de la sociedad en la política democrática.
En ese proceso, la población
saharaui ha tratado de defender su identidad y su dignidad construyendo
espacios de afirmación en cualquier resquicio que le han dejado sus
conquistadores de forma tan heroica como individualizada. Desde el año 2002, la
protesta pública de la población saharaui en base a reivindicaciones sociales y
acciones de contenido político se ha hecho más patente con las llamadas
intifadas. Una dinámica que ha coincidido con la constitución de asociaciones
de defensa de los derechos humanos cuya persistente y continuada actividad ha conseguido reconocimiento internacional a
pesar de no haber obtenido su legalización por parte de las autoridades
marroquíes.
La constitución del campamento
de Gdeim Izik, el campamento dignidad como lo llamaban los propios saharauis,
constituyó un punto y aparte en el proceso que no todos los observadores
políticos han sabido apreciar de forma adecuada. El resultado de una acción
colectiva reflexiva y madura se quiso ver como una protesta sin excesivo
contenido y centrada en exigencias reivindicativas de tipo laboral. Quienes
como yo vivimos en El Aaiún ocupado los días previos a ese acto de afirmación
colectiva podemos dar fe del clima de hermandad ilusionada, de entusiasmo
cívico, que se percibía entre una población saharaui concienciada de ser un
pueblo con pleno derecho a ejercer como tal.
Y esa conciencia fue la que promovió
campamentos en Smara, Bujdur, Dajla y Marsa desmantelados violentamente en su
génesis, una estrategia policial que no pudo llevarse a cabo en Gdeim Izik
donde, en pocas horas, el número de tiendas levantadas hacia ineficaz y
delicado cualquier intento de abortar la experiencia. Tan solo un mes de
tensión, de reencuentro colectivo y de recuperación de la mutua confianza y de
la esperanza en el porvenir han servido para cambiar la dinámica política de
las llamadas provincias del Sur que nunca lo habían sido sino en el monótono
discurso de sus ilegítimos ocupantes. Ese clima y la cuota de sangre injusta e
infelizmente derramada en la persona de un niño de catorce años Nayem El Garhi,
muerto al ser tiroteado el vehículo en el que viajaba por militares marroquíes
que montaban guardia en el entorno del campamento, y sus acompañantes heridos
en el mismo tiroteo. Un acto de prepotencia y violencia gratuita que se trató
de justificar con la mentira de que quienes viajaban en el coche eran
delincuentes armados y que cosechó el más absoluto silencio e indiferencia de
la opinión pública internacional nada sensible ante esta tragedia.
La violenta destrucción del
campamento, la inmediata y colérica reacción de la población saharaui y la
brutal represión ejercida por parte de las autoridades marroquíes si llegaron a
calar en la opinión pública aunque no tanto como para que la ONU asumiese la
necesidad de que la MINURSO, su misión destacada en la zona, se hiciese cargo
de la defensa de los derechos humanos de la población autóctona del Sáhara
Occidental, de ese pueblo saharaui que volvía a mostrarse solidariamente vivo y
activo. Nadie pareció intuir la ruptura que se gestaba entre la colectividad
saharaui, minoría en su propia tierra, y los colonos marroquíes instalados en
el territorio con posterioridad a la ocupación militar quienes, de forma muy
directa y al servicio de la represión, participaron en el ataque contra las
propiedades y los domicilios de los saharauis en un acto de prepotente
intimidación que pudo haber degenerado en una verdadera tragedia. Se abría una
profunda brecha entre una y otra población que incidía también en la minoría de
saharauis que se habían manifestado partidarios de los marroquíes y que se
veían obligados a escoger entre la solidaridad con sus familiares o la sumisión
a la violencia de sus aceptados dominadores.
Esta misma semana, para el día
26, está convocado el juicio contra los veintitrés detenidos en relación con
los sucesos de Gdeim Izik. Una convocatoria que podría ser pospuesta como lo ha
sido en anteriores ocasiones y que pretende responsabilizar ante un tribunal
militar a quienes se ha retenido ilegalmente durante dos años en prisión
preventiva, y sometido a vejaciones y torturas notorias y recogidas en informas
públicos. Los dos Abdulahi, Ahmed, Babeit, Brahim, Cheij, Deich y el resto de
sus compañeros no son sino los rehenes en quienes castigar la osadía de
intentar llevar cabo una protesta pacífica contra el poder ocupante de su país.
Ese es su delito y el que recae de forma permanente sobre todos los y las
saharauis siempre bajo sospecha de sedición. Una consecuencia del fracaso
silenciado, pero clamoroso, de la proclamada anexión.
¿Por qué creemos que es
probable la nueva suspensión del juicio?... Porque el día 27 se inicia una
visita a los países implicados en el conflicto por parte de Cristopher Ross,
enviado especial del secretario de la ONU para el Sáhara Occidental. Una visita
que incluirá su primera estancia en los territorios ocupados militarmente por
Marruecos y que, cabe recordar, fue denegada hace meses por las autoridades
marroquíes que, además, le retiraron su confianza sin conseguir otra cosa que
la reafirmación de su mandato. Un indicativo más del cambio que generó la
protesta de Gdeim Izik.
Conciencia de la propia dignidad,
sometimiento de los intereses personales a las necesidades colectivas, carencia
de personalismos, capacidad de sacrificio, asunción cívica de la propia
identidad como aglutinante y no como factor de diferenciación son caracteres
que Gdeim Izik ha resaltado y puesto de relieve y de los que quizá deberíamos
de aprender en este viejo y baqueteado rincón de Europa. Deberíamos de
reflexionarlo.