Por Ángel Alda. Foto: Joaquín
Tornero.
Nos ha dejado un amigo
Se llamaba Javier Perote Pellón.
Hoy ha llovido en Tiris, región
saharaui que Javier conocía muy bien. Crecerán durante unos días las flores, me
recuerda el poeta Bahia Mahmud Awah al rememorar tantos encuentros con nuestro
coronel. Y esas flores serán el mejor testimonio de agradecimiento y recuerdo
de los saharauis a la figura de uno de sus mejores amigos desde los tiempos
difíciles de la colonia. Un agradecimiento más a añadir a la condición de
ciudadano saharaui que el gobierno de la RASD le concedió en su día.
No fueron muchos los españoles
militares profesionales que rindieron un culto tan emocionado a la amistad con
el pueblo del Sáhara. La mayoría de ellos lo hicieron por vergüenza por el
infeliz final de nuestra aventura africana. Por asco de la traición que sus
ojos contemplaron desde los mismos cuarteles del desierto en los que asistieron
al abandono de unos compromisos históricos a los que no se quiso hacer honor.
Pero Javier iba más allá. Su cariño por el pueblo del Sáhara Occidental estaba
cimentado en el estudio de su historia, en la amistad personal con muchos de
los saharauis a los que su azarosa y compleja vida militar había tenido la
ocasión de conocer. Javier, era desde antes de la transición un oficial
demócrata. Pocos saben de su pertenencia a la Unión Militar Democrática, la
UMD. No era el típico oficial africanista. Su conocimiento del territorio del
Sáhara y de sus gentes estaba basado en el estudio y la observación. A lo largo
de su vida pudo demostrar hasta dónde llegaba su saber. No fue casualidad que
el mejor historiador del Sáhara Occidental, el coronel Diego Aguirre, le
traspasara al morir sus papeles y obra inconclusa.
No fue tampoco casualidad que
desde muy pronto se convirtiese en un colaborador entregado a la causa de la
solidaridad. Le recuerdo muy bien en los años 80 empujando la Asociación de Amigos del Sáhara cuando todo
se hacía cuesta arriba. No le importaba enfrentar todo tipo de tareas hasta las
más humildes. Era exigente y como buen militar le llevaban los demonios la
ineficacia o la pérdida de tiempo.
Nunca se puso por encima de nadie
alegando su condición de conocedor profundo de las particularidades históricas
del territorio y las gentes del Sáhara. Su casa siempre estaba abierta a los
amigos.
A pesar de las difíciles
condiciones de salud que tuvo que enfrentar durante años no faltaba nunca a las
reuniones o a las manifestaciones. Si tenía que acercarse en silla de ruedas lo
hacía con toda la ilusión del mundo.
Sus escritos, sus cartas con las que
inundaba los buzones de sus amigos eran innumerables. Su pluma elegante y
afilada no dejaba títere con cabeza a la hora de analizar los distintos
acontecimientos. No se callaba nunca su opinión aún a riesgo de no coincidir
con la dominante. Sería una bella tarea que alguien pudiese agrupar sus escritos
en un libro recopilatorio.
Evocar su presencia para muchos
de nosotros es un ejercicio obligado ahora que nos ha dejado. Solo nos queda
expresar nuestras condolencias a su familia.
Descanse en paz.
25 de septiembre de 2021
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