“He tenido suerte en parte, pero
también es un honor para mi estar en el mismo sumario que mis compañeros, y no
los voy a olvidar”. Hassana Aalia escuchó la noticia sobre su condena a cadena
perpetua a través de una emisora online. Un miembro de la asociación saharaui
por los derechos humanos leía las penas que han recaído sobre 24 activistas
relacionados con el campamento Gdeim Izik, y lloraba al hacerlo. El
entrevistador, contagiado, preguntaba entre lágrimas. Y Alia, a miles de
kilómetros de ese tribunal que le ha condenado en rebeldía escuchaba lleno de
sorpresa e indignación. Sabe que no puede regresar a su tierra, so pena de ser
detenido para cumplir esa cadena perpetua. Pero lejos de desanimarse, asegura
que este”juicio histórico” servirá para que el mundo vea como se las gasta el
reino alauita, y a él personalmente, le da más fuerzas para luchar por sus
compañeros. Así da sentido a su fortuna. “No, no me quitarán la sonrisa”, insiste.
El nombre de Hassana Aalia
sobresale en la lista de activistas saharauis condenados por un tribunal
militar marroquí a penas de cadena perpetua, 30 y 20 años. Sobresale porque a
su nombre le sigue una aclaración: “juzgado en rebeldía”. Sus compañeros escucharon
la condena en la sala, y regresaron a la cárcel en la que llevan más de dos
años esperando este juicio. Pero Alia lo hizo desde el País Vasco, en España. Su
fortuna parece obvia, aunque su condena, que se traduce en no poder regresar a
su casa, no es poca cosa. Y teniendo en cuenta que él ya fue detenido, juzgado,
y liberado sin cargos por el mismo supuesto delito, su sorpresa y desconcierto
son más que comprensibles. “Después del campamento me detuvieron y juzgaron en
dos ocasiones, salí libre, no había ninguna prueba contra mi, y después de eso
vine a España como parte de un programa para aprender castellano dirigido a
jóvenes saharauis”, explica (demostrando que aprovechó muy bien las clases).
Después, nos cuenta, viajó a
Senegal, al Foro Social Mundial, y estuvo en Argelia. Y regresó a los
territorios ocupados, a su casa en El Aaiún. El pasado mes de octubre partió de
nuevo al País Vasco para una segunda fase del programa lingüístico. “Salí con
visado, todo en orden”, aclara. Y el 13 de noviembre Marruecos dictaba una
orden de búsqueda y captura, acusándolo nuevamente de haber acabado con la vida
de un agente policial marroquí en los días posteriores al desmantelamiento del
campamento. “No sé cómo pude matar a alguien ¿con una cámara?” pregunta Alia, en
referencia a la labor informativa y de documentación a la que se dedicaba antes
de abandonar los territorios ocupados. “No entiendo nada, ¿me juzgan dos veces
por el mismo motivo? ¿dónde pasa eso?” sigue interrogando el joven, para quien
la dura sentencia del tribunal militar ha sido desde luego una sorpresa. “Después
de ver el teatro del juicio, que no había ninguna prueba ni ningún testigo
contra los acusados, los observadores internacionales, los expertos en derecho,
las familias, todos esperábamos condenas leves”.
Si en algún momento se
temieron algo distinto fue, cuenta Aalia, el último día, cuando la acusación
expuso fotografías de los detenidos con el Frente Polisario, en actos
celebrados en Argel para reivindicar la independencia del Sahara. “Empezamos a
preocuparnos porque vimos que no era un juicio por el campamento Gdeim Izik, sino
un juicio político, por nuestro activismo”. Aún así, desde los primeros años 90,
Marruecos no ha vuelto a aplicar condenas tan duras (cadenas perpetuas son las
primeras) y no esperaban que lo hiciera en este momento. “Supongo que quieren
mandar un mensaje a los demás, a todos los activistas que luchan contra el
Gobierno marroquí, quieren asustarnos, desmovilizarnos”, interpreta.
Pero lejos de conseguirlo, Aalia
asegura que se trata de “un juicio histórico para la causa saharaui, nunca se
ha celebrado uno tan largo y es una victoria para nosotros, en el sentido de
que Marruecos se ha retratado ante la comunidad internacional, el mundo sabe
ahora qué hace Marruecos con un pueblo pacífico”. Además, explica, todo lo
vivido en los últimos años, en su caso desde que se sumara a la causa en 2005, “todo
el sufrimiento posterior al desmantelamiento de Gdeim Izik, el miedo que hemos
vivido en las comisarías, las torturas, el aislamiento, de algún modo, han
conseguido hacernos más fuertes, nos hemos acostumbrado a la mala vida que nos
da Marruecos”.
Ha sido una semana muy tensa, el
día de la sentencia, “un día negro” a pesar de esa parte de victoria, y a Aalia
le cuesta mirar hacia el futuro, “porque no sabemos qué va a pasar, vivo así
desde que salió la orden de búsqueda en captura en realidad, y lo único que se
es que hay que luchar día a día, y no, no me van a quitar la sonrisa (afirma en
alusión a un artículo publicado en GuinGuinBali después de su detención), esa
sonrisa seguirá hasta la victoria”.
Y es que lo único que tiene
claro es que seguirá como hasta ahora: “Soy consciente de que yo soy el único
que tiene libertad para luchar, y después de esa sorpresa y esa indignación, lo
primero que sentí es ganas de hacer muchas cosas, de luchar contra este juicio,
de convocar manifestaciones en todas las embajadas, en España y en otros países,
de seguir dando charlas, de llegar a las instituciones internacionales, de
seguir mandando grupos de ciudadanos, de periodistas, a El Aaiún, para que vean
y cuenten la represión que sufren los saharauis, de hacer todo lo que esté en
mi mano por mi pueblo y contra la represión del Gobierno de Marruecos, contra
el robo de nuestros recursos, no vamos a parar”. “¿Que si confío en que
conseguiremos que salgan?, sí, confío, pero no al 100%, porque de Marruecos
siempre hay que esperar lo peor”. Pero aún así, no va a parar.