“Silenciar la barbarie significa ser
cómplice de la misma”. Con este texto de la activista Aminetu Haidar comienza
Skeikima, un corto documental que nos actualiza el conflicto saharaui y que se
ha hecho con el Premio Raüsch Café otorgado al segundo mejor documental de la
14ª edición de Feciso.
Pese a las dificultades para grabar en
Marruecos, las autoras de esta película – Raquel Larrosa, María Alonso, Lucía
Callén – consiguieron adentrarse en un círculo de estudiantes activistas,
mujeres y hombres saharauis, que luchan pacíficamente por sus derechos y
libertades con valor desde las universidades marroquís. Como resultado, se
obtiene un breve relato de vidas atravesadas por dudas tan existenciales como
distinguir el sentimiento de libertad.
Raquel Larrosa y María Alonso asistieron a
la Gala de Clausura, quienes incluyeron en su discurso una emotiva dedicatoria
dirigida a los activistas universitarios saharauis, y se refirieron al
conflicto manifestando que “está olvidado, y por la parte que le toca a España
hay un bloqueo informativo por parte de los medios corporativos”. También hubo
palabras para el Gobierno afirmando que está apoyando a un dictador que está
exterminando al pueblo saharaui: “Tienen una responsabilidad con el pueblo
saharaui y con la vulneración de los Derechos Humanos, pues a diario se están
violando derechos fundamentales en el Sáhara Occidental”.
Hablamos con Raquel Larrosa, realizadora
del documental, quien tiene la certeza de que la imagen, de que el cine, pueden
ganar guerras sin destruir vidas.
¿Qué hizo que se prendiera la mecha de
tu interés por el conflicto del Sáhara Occidental?
Conocí el conflicto saharaui a través de un
seminario de la universidad en el que coincidí con las otras dos autoras del
documental, Lucía Callén y María Alonso, que ya habían estado en los
campamentos de refugiados. La idea inicial fue entrar en el territorio ocupado
del Sáhara Occidental para contar una historia de Derechos Humanos, pero
sabíamos que era muy complicado porque hubo gente que intentó entrar con el
mismo propósito y fueron expulsados.
Y así nos ocurrió a nosotras, pues nos
expulsaron a la ciudad de Agadir, que es ciudad marroquí, y una vez allí
conocimos una realidad que nunca antes nos habían contado y que nos pareció muy
sorprendente: no había universidad en el Sáhara Occidental. Entonces nos
pareció muy interesante contar una historia desde la perspectiva de esos
estudiantes que vivían en el mismo pueblo que les había ocupado desde hacía 42
años. Indagamos un poco y descubrimos que no había nada sobre este tema.
¿Encontraste mucha información en tu
investigación de los medios españoles sobre el conflicto?
De la historia del conflicto sí, pero no de
lo que estaba sucediendo cuando me interesé por este tema. Yo inicié mi trabajo
de investigación sobre el conflicto a partir del material audiovisual que
encontré de videoactivistas que denunciaban la vulneración de Derechos Humanos
en el Sáhara Occidental. Entonces empecé a buscar información sobre esto en la
red y me di cuenta que en España había un bloqueo informativo acerca de esta
cuestión, ya que los medios oficiales no informaban sobre lo que ocurría, tan solo
puntualmente, cuando sucedían episodios de dimensión mayor como alguna muerte
violenta o el encarcelamiento de presos políticos. Así que, comencé a tirar del
hilo de las piezas de videoactivistas y tras mucho trabajo de investigación
llegó a mi conocimiento lo que estaba ocurriendo y quise viajar hasta el
terreno para conocer in situ a los estudiantes y que nos contaran de primera
mano cómo lo estaban viviendo allí realmente.
¿Cómo se consigue viajar como
observadora internacional de DD.HH?
Cuando viajamos las tres como observadoras
no pertenecíamos a ninguna asociación. No bajamos en nombre de nadie, solo como
ciudadanas políticas, pues en Marruecos no dejan entrar a nadie que sea
periodista, observador de derechos internacionales o, por supuesto, a cualquier
activista relacionado con la causa saharaui. En el mismo aeropuerto cuando
llegas te hacen rellenar un formulario donde ellos pueden concluir si eres
amiga o no, y desde ese momento ya debes saber jugar tus cartas. A nosotras la
primera vez nos cogió de nuevas y no nos salió bien, pero ya la segunda bajamos
con más seguridad y lo conseguimos.
¿Y qué medidas tuvisteis que tomar para
ello?
Nosotras contactamos con Bachir, que es uno
de los estudiantes que da testimonio en el docu, y convivimos con él y más
compañeros durante el rodaje. Estábamos en uno de los barrios más pobres de
Agadir, el de los estudiantes, y no podíamos salir con una cámara a grabar
donde y cuando quisiéramos, es decir, no podíamos movernos a nuestras anchas
sino que dependíamos de ellos para contactar y entrevistarnos con la gente.
Además, al ser mujeres blancas y europeas llamábamos mucho la atención, y
encima íbamos con cámaras. Había que tener cuidado, ya no solo por ti, sino por
la historia en sí, pues los estudiantes que prestan testimonio son activistas
de DD.HH que antes de participar en el documental ya habían sido capturados y
torturados, por tanto había que ser consciente de que eran gente que se estaban
jugando la vida.
¿Fue complicado el rodaje a nivel de
producción?
Pues la primera bajamos solo con una cámara
y en condiciones más precarias, pero la segunda vez ya fuimos más preparadas,
con más material y mayor seguridad para todo. A nivel de realización también
fue todo más fácil al ser tres personas.
El documental te deja un regusto de
desolación e impotencia por un lado, pero a la vez cierta sensación de
esperanza, que se recoge bien con el texto: ellos y ellas son Skeikima, un río
que devuelve la esperanza a su pueblo.
Es una sensación, la de luchar por sus
próximas generaciones para que sean libres, que cuando tengan niños y estos
vayan al colegio puedan decir que son del Sáhara Occidental sin temer que se
puedan llevar a los padres para matarlos. Se trata de una gran hostilidad en la
que naces diferente y no sabes por qué hasta que vas siendo mayor. Skeikima es la calle principal de El Aauín
ocupado y significa río en el desierto. Allí es donde acontece todo, la mayoría
de las protestas, etc., y la nombraron así como metáfora para sentirse más
cerca de casa. A nosotras nos transmitieron que siguen teniendo esperanza y que
van a seguir luchando para vivir en paz.
Uno de los aspectos más interesantes que
plasma el documental es la revelación de un grupo secreto de mujeres
organizadas por la causa, tan jóvenes y activistas, que exponen su vida a diario.
La mujer saharaui no se corresponde para
nada con la imagen que se da de ellas en los medios, de que no pueden hablar ni
decir nada. Son activistas que salen a la calle a pintar graffitis de “Sáhara
libre” vestidas de hombres en un país en el que no hay libertad de expresión.
Nazha, una de las chicas que sale en el documental, justo cuando íbamos a
cerrar la edición, se fue a una manifestación a grabar imágenes con su cámara.
La policía se la confiscó y ella fue a recuperarla a la comisaría con el riesgo
que ello conllevaba. Son mujeres muy libres, fuertes, preparadas, y muy seguras
de lo que quieren y de lo que hacen. Es un placer escucharlas y para las
realizadoras de este documental significan una de las esperanzas del pueblo
saharaui.
Llama la atención que la mujer del
Sáhara Occidental tenga ese papel tan activo en política perteneciendo a una
sociedad musulmana.
Es curioso porque cuando les preguntábamos
qué era para ellas la libertad nos contestaban con convicción que cuando
escuchaban la palabra libertad pensaban en su pueblo y Estado libre, pero
cuando les planteábamos su libertad individual, tenían que hacer como un
ejercicio y tomarse su tiempo para responder. Es cierto que entre los
estudiantes hay una relación muy de igual a igual y tanto en España como en
campamentos, a través de asociaciones, se trabaja mucho el tema del género y se
ve que todos ellos forman un colectivo, una entidad.
Conmociona leer el título de crédito del
final donde manifiestas que todos los que han dado su testimonio en el
documental arriesgan su vida, esto te hace pensar en el peaje que se puede
llegar a pagar.
Nosotras les preguntábamos constantemente
si querían aparecer, y siempre nos decían que ellos eran activistas y querían
que eso saliera para que llegara al resto del mundo y se entendiera lo que les
está pasando. Yo siempre digo que hay dos tipos de personas que no apoyan esta
causa: unas son las que desconocen el conflicto y otras las que reciben un
trato de favor del gobierno marroquí. En el pueblo español en concreto, hay
mucha gente que apoya la causa saharaui, pero nuestro gobierno no, porque
recibe un trato de favor de Marruecos. Por otro lado, existe una gran cantidad
de gente que está desinformada y no se posiciona.
Organizaciones internacionales del peso
de AI y Human Rights Watch llevan informado durante mucho tiempo de violaciones
flagrantes de los Derechos Humanos, tales como torturas, encarcelamientos,
desapariciones. ¿Por qué crees que no interesa buscar una solución a este
conflicto?
Hay intereses económicos. Al gobierno
español le conviene llevarse bien con el gobierno marroquí por el tema del
control de la inmigración y lo del muro de Melilla, a pesar de que su
gobernante sea un tirano. En el caso de EE.UU y Francia, le han apoyado desde
siempre y le van a apoyar por estrategia política. Siguen asesinando gente en
el Sáhara Occidental, pero parece que hay vidas que valen menos y esto no les
importa. Se pasan por el forro todos los informes de las organizaciones
internacionales de DD.HH. Mientras estos tres países hagan este triángulo a
favor de Marruecos no hay nada que hacer, porque tienen muy claros sus
intereses.
Cuando estuve investigando el
desmantelamiento del genocidio sobre la población saharaui en 2010, hubo
grabaciones en video de activistas españoles que filmaron y denunciaron cómo la
policía marroquí entra en el campamento y lo desmantela violentamente. Entonces
estaba el PSOE en el gobierno y recuerdo que dijeron que cuando tuvieran
pruebas de que esto había ocurrido de forma violenta, ya verían qué medidas aplicarían.
Era una cortina de humo total, porque hay imágenes que no se pueden manipular,
además el video ya empieza a ser válido como elemento jurídico. Casualmente, el
mismo año, Zapatero acude a un foro de Derechos Humanos en Dajla, ciudad
ocupada del Sáhara Occidental, un hecho sarcástico y surrealista a partes
iguales . Pueden hacer lo que quieran impunemente.
¿Hacen buena labor las ONG´s que
trabajan en favor de la causa del pueblo saharaui?
No conozco todas, pero sí admiro a los
activistas que llevan trabajando tanto tiempo en el terreno. Nosotras en
concreto conocimos a la asociación de víctimas de minas del Sáhara Occidental,
que hacen un tremendo trabajo de rehabilitación con las personas que han
sufrido ataques de minas y sabemos que ellos están salvando vidas. Si comparas
esto con Naciones Unidas, que manejan millones y a lo que se dedican es a
repartir una cesta entre los refugiados que no les llega ni para mantenerse
dignamente, pues no me vale. Ya sabemos que ni el cine, ni el periodismo, ni las
ONG´S pueden cambiar el mundo, y aunque tampoco pongo la mano en el fuego por
todas las ongs, sé que la cooperación unida a la comunicación son los motores
del cambio y se están dando cuenta, a través de todo lo que puede abarcar el
video o fotoperiodismo. En todo esto junto sí que confío.
A veces da la sensación de que las
pequeñas ONG’s consiguen más cosas que las de mayor tamaño. ¿No resulta esto un
poco paradójico?
Depende. Hay muchas ONG’s grandes que hacen
cosas enormes, como Médicos del Mundo por ejemplo. Para mí la labor de las
pequeñas son muy importantes, porque hacen pequeñas grandes cosas que son
fundamentales y ayudan mucho, como por ejemplo la ONG James Moiben, con la que
yo estuve colaborando para un proyecto en Kenia, que consistía en construir un
pozo para abastecer de agua a los estudiantes de un colegio y los habitantes de
la zona, con la finalidad básica de que estos no tuvieran que sacarla de la
tierra.
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