Fuente: 20 minutos. Por JORGE LUIS BAIL
DIPUTADO DEL GPC UNIDOS PODEMOS – EN COMÚ – EN MAREA. 19.03.2018
Recuerdo que en las clases de Historia del
instituto presentaban la descolonización africana en el siglo xx como un
proceso en el que, bien por la evolución democrática de las potencias europeas
o forzadas por los procesos armados de independencia de los colonizados,
existía un compromiso en cerrar las heridas sembradas en África, lo que constituye
parte de nuestra deuda histórica con esos pueblos. Esa era la idea general.
Sin embargo, recorriendo esta semana los
campos de refugiados del Sáhara Occidental junto otros siete diputados y
diputadas del Congreso, hablando en perfecto castellano con sus gentes,
releyendo sentencias internacionales como las del Tribunal de Justicia de la UE
(TJUE) sobre la soberanía de sus recursos naturales, o nacionales como el auto
del juez Ruz de la Audiencia Nacional en el que procesando a 11 altos cargos
marroquíes señala indicios de genocidio, incluidos ataques con napalm a
campamentos, me he sentido impotente ante el descuido, cuando no connivencia,
de los sucesivos gobiernos españoles con su propia herida histórica. Y digo
herida y no cicatriz, porque según la Ley 40/1975, publicada el 20 de noviembre
del mismo año (recordarán la fecha), deberíamos haber llevado a cabo un proceso
de descolonización y no unas negociaciones (Acuerdos de Madrid) para la venta
de sus recursos, que permitieron la ocupación y posterior guerra en el Sáhara
Occidental. Como sugerencia para ponerse al día del desarrollo de estos
acontecimientos, el CDAN de Huesca acaba de inaugurar la exposición La
provincia 53, que señala la categoría de provincia que llegó a tener el Sáhara
y repasa lo que ocurrió y sigue ocurriendo con la complicidad de nuestro
gobierno.
Frente a ello surge la solidaridad de los
pueblos. Vivimos en una sociedad que se solidariza a través de proyectos como
los que me encontré allí: contenedores de ayuda humanitaria con mensajes de
ánimo de comunidades autónomas; escuelas y dispensarios levantados con el
presupuesto de nuestros pueblos; autobuses de segunda mano de cualquiera de
nuestras ciudades... El pueblo saharaui sabe que no lo olvidamos, pero tampoco
entiende la amnesia del Gobierno de España, algo que también nos pasa al
conjunto de la ciudadanía.
Esta semana he visto una sociedad vulnerable y
sin sostén ecológico. Un pueblo apartado de la costa y relegado al desierto en
el que ha conseguido aguantar 42 años esperando que se cumpla la ley. He
escuchado a la Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sáhara
Occidental (Minurso) relatar los vetos del Consejo de Seguridad y las trabas
del Gobierno marroquí para la protección de los derechos humanos en la zona. Me
he encontrado con un muro con siete millones de minas antipersona de las que
Marruecos se desentiende y de las que se ocupan de localizar y desactivar
varias ONG en solitario, pese al armisticio. He visto una justicia que nadie ha
querido aplicar por miedo a que los recursos del Sáhara (los fosfatos de
nuestros fertilizantes y otras) interrumpan su camino hacia Europa. Y todo
ello, en un entorno de dimensiones tan grandes como escasas las oportunidades
de desarrollo que ofrece.
Pero, sin embargo e increíblemente, lo que más
he visto ha sido esperanza. Porque esa justicia no puede terminar sino
haciéndose efectiva, reconociendo al Polisario como interlocutor tras el fallo
del TJUE. Y en ello va a estar acompañada por las alianzas con la mayoría
social que ya ha comenzado a cumplir y exigir el cumplimiento de la legalidad
internacional (estibadores, cofradías de pescadores y empresas). Porque es un
pueblo que sabe que puede confiar en la solidaridad internacional, y ha sido
capaz de mantener la esperanza en que no olvidaremos nuestra deuda y
mantendremos nuestro compromiso con su libertad.
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