Por Jorge Molinero
El día 21 de abril de 2019 amaneció tranquilo
en la hamada. La tormenta de arena que nos azotó durante los últimos días se
desvaneció con el misterio de una noche de luna llena. Tras la puerta principal
del “Protocolo” me esperaba Salek Larosi, un bravo guerrillero polisario con
quien compartí innumerables aventuras durante los trabajos de prospección
geológica y perforación de pozos hace ya más de una década. Sentí en mi espalda
la calurosa intensidad de los abrazos sinceros de un amigo eterno.
– ¿Dónde vamos? – me preguntó sonriendo.
– Al Ministerio de Cultura – respondí.
Escuché el rugido del motor del todoterreno
al tiempo que su exclamación:
– ¡Djala!
*
Han pasado más de 7 años desde aquella
noche en Santiago de Chile. Fue la noche en la que decidí escribir sobre la
vida del gran héroe de la Revolución Saharaui. En mi cabeza se amontonaban
decenas -tal vez centenares- de historias que mis amigos saharauis me habían
regalado durante los más de 4 años que duró el proyecto AQUA SAHARA, con cuya
financiación prospectamos el terreno de los campamentos de refugiados y de los
Territorios Liberados para, posteriormente, perforar diversos pozos profundos
en busca del agua subterránea que se esconde bajo el desierto. Eran historias
de guerra, de penurias, de sufrimiento y tristeza por familiares y amigos
caídos en combate; pero también de acciones heroicas, de victorias emblemáticas
y de esperanza en la justicia y la libertad para un pueblo milenario.
Año y medio después me encontré con el
texto en mis manos. Lo leí varias veces, pero no me satisfizo. Se trataba, sin
duda, de una obra fallida. Sentí algo parecido a una ligera depresión y decidí
olvidarme del proyecto. Me convencí de que era muy difícil escribir sobre una
guerra que no había vivido y sobre un héroe del que apenas quedó registro
alguno por escrito, más allá de un discurso y un par de cartas manuscritas.
*
Salek aparcó su todoterreno y me acompaño
hasta la entrada. El Ministerio de Cultura de la RASD es un complejo de
edificios anexos que conforman un patio interior en forma de L. Las paredes
están adornadas por hermosos murales, y su interior es elegante y armonioso,
ofreciendo al recién llegado un impactante contraste con el caos y el desorden
de los montones de chatarra y escombros que dominan el paisaje urbano de
Rabuni, capital administrativa del Estado Saharaui en el exilio.
Dos hombres salieron a mi encuentro. Me
estaban esperando. Uno de ellos lucía un turbante negro y vestía a la moda
occidental: pantalón vaquero, camisa de franela a cuadros y una cazadora sport
oscura. Me tendió la mano exhibiendo una generosa sonrisa.
– Salam aleikum. Me llamo Lahsen Selki
Después supe que era traductor del
ministerio.
– Aleikum salam – correspondí.
– Te presento a Mohamed Ali -me dijo
mientras señalaba a su acompañante.
Era un hombre canoso de mediana estatura
que tenía una piel morena y radiante. Vestía un inmaculado darráa blanco
ribeteado por tiras marrones en las mangas y en la pechera. Un turbante negro
desenrollado reposaba sobre su cuello a modo de foulard. El hombre componía una
estampa tan majestuosa como intimidatoria. Me saludó con actitud distante.
– Mohamed Ali es el director del
departamento de Recuperación de la Memoria Oral – dijo Lahsen-. No habla
español, pero yo haré de traductor.
Entramos en el despacho del director y
tomamos asiento alrededor de su escritorio. A los pocos minutos comprobé que se
trataba de un hombre erudito y gran conocedor de la cultura tradicional
saharaui. Y un prolífico escritor.
*
Me gusta correr. Me relaja. Es el único
momento del día en el que puedo dedicarme a poner orden en mis pensamientos.
Una mañana de junio 2014, mientras avanzaba
concentrado en mi respiración contemplando el despertar del sol sobre el Mar
Mediterráneo, tuve la idea. Fue a la altura del Puerto Olímpico. Se me ocurrió
escribir la historia del mártir El Uali en formato de ficción histórica. Más
aún: en primera persona. Imaginé que podría suplantar su identidad, fabular su
personalidad y experimentar sus sensaciones, sus miedos, sus inseguridades.
Pero también saborear su carisma, su fuerza y su enorme determinación. Aquel
mismo día, por la noche, comencé de nuevo.
*
El salón de actos del ministerio se fue
llenando poco a poco. Me presentaron a la ministra de cultura, la señora Jadiya
Hamdi, conocida escritora e intelectual saharaui y viuda del presidente Mohamed
Abdelaziz, a quien Al-lah acoja en su gloria. También estaba Jira Bulahi,
delegada del Frente Polisario en España, que tuvo la amabilidad de venir para
acompañarme y dedicar unas palabras elogiosas a la novela. Quedé atónito al ver
aparecer a Suelma Beiruk, actual vicepresidenta del Parlamento Africano en
Johannesburgo, cuya frenética actividad política sigo regularmente a través de
los medios de comunicación y las redes sociales. No podía creer estar
estrechando su mano mientras se interesaba por mí y por mi novela. Y así, uno
tras otro, fue apareciendo todo un repertorio de lo más granado de la
intelectualidad saharaui. “Te presento al director de Cinematografía, y al de
Teatro, y al de la Unión de Escritores y Periodistas, y al Secretario General
del ministerio…”. Fueron tantos, que no podría terminar esta crónica si me
empeñara en nombrarlos a todos.
En la mesa me acompañaron el señor Mohamed
Ali, de quien ya hablé, y el señor Mahmud Jatri Hamdi, director de la
Biblioteca Nacional. Y a sabiendas de que es un tópico mil veces escrito, lo
volveré a utilizar: me siento incapaz de describir con palabras las sensaciones
que experimenté durante el evento. Sólo se me ocurre remarcar que pensé en que
escribir la novela mereció la pena, aunque sólo fuera por esas dos horas.
Tras las intervenciones y el debate llegó
el momento de la clausura. Todo lo bueno se acaba -me dije-. Sin embargo, aún
quedaba una sorpresa. El secretario general de la Unión de Escritores y
Periodistas Saharauis me hizo entrega de un diploma en el que me nombraban
“miembro de honor”. Un reconocimiento que luciré con orgullo el resto de mi
vida.
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