GUINGUINBALI LAURA GALLEGO
Enviada Especial a El Aaiún | 30/10/2010
“Es el único hijo soltero que tengo, él cuidaba de mí”. Aisha Gharbalha habla en pasado. No sólo porque las heridas de bala de las que se recupera Ahmed Doudhi le vayan a impedir volver a caminar, que así parece, y por tanto cuidar de su madre. También porque aguarda esposado en la cama de un hopital para, cuando se mejore, seguir probablemente el mismo rumbo siniestro que sus compañeros.
A Doudhi le hirió el ejército marroquí en el ametrallamiento en el que murió el niño de 14 años Nayem Elghari. A tres de los heridos se los llevaron los gendarmes el miércoles y no han vuelto a tener noticias. Aunque todos creen que van camino de Rabat, directos a un juicio de sentencia anunciada.
A Aisha, de 74 años, y a su hija Fatma, se les vino el mundo encima cuando después de unas horas de rumores e incluso confirmaciones sin nombre, incluida la de GuinGuinBali, un canal francés dio la noticia sobre la muerte de su hijo con su nombre y apellidos, y empezaron a recibir condolencias. El llanto desconsolado de las mujeres, que se arrancaban los pelos con desesperación, se tornó en rabia, y sólo así lograron doblegar a los soldados que desde el domingo custodiaban el hospital militar.
Estaban ahí para impidir la entrada a los familiares de cualquiera de los seis heridos en el ametrallamiento del ejército a un vehículo cuando intentaba acceder al campamento de Gdeim Izik, pero las dejaron pasar a ellas.
Descubrieron entonces que Ahmed no había fallecido, y que tres compañeros habían desaparecido. Ahmed se recuperaba de una grave operación en la que aparentemente le han extraído dos balas del cuerpo. Aparentemente sólo, porque su hermana ha pedido el informe médico y según dice, se lo han negado, “por órdenes de los responsables”.
Ella sospecha que le han dejado una tercera dentro. Aunque es sólo una sospecha. Lo que es una certeza es que las que le han sacado entraron por la espalda “prueba de que trataba de huir”, apunta ella. Prueba, insisten, de la versión que el propio Ahmed ha podido darles, con apenas un hilo de voz. “Estábamos todos en el campamento y mi hijo fue con un grupo a buscar comida a la ciudad; dice que cuando intentaban entrar, los soldados les persiguieron y les dispararon en marcha; después, cuando pararon, se bajaron del coche y siguieron golpeándoles con las armas”.
A esta madre de 74 años se le ensombrece el rostro al recordarlo. Eso, y todo lo que tiene que ver con el grupo que viajaba en ese vehículo. “Siento la muerte de Elghari como si fuera la de un hijo mio”. Y le quita el sueño saber qué ha sido de los tres heridos a los que la gendarmería sacó del hospital sin que hayan vuelto a tener noticias de ellos.
Al menos nada por la vía oficial, porque en la comisaria niegan que hayan pasado por allí. Los familiares, sin embargo, están convencidos de que han sido torturados estos días. “Cuentan que esta mañana pasaron por los juzgados, sin abogados ni testigos, y que ahora están de nuevo en el cuartel a la espera de ser trasladados a un tribunal militar en Rabat. Pero no sabemos nada”. Marruecos tampoco habla de su paradero. Sí lo hace sobre los antecedentes penales de alguno de los ocupantes del vehículo. “Un asunto de borrachera”, según confirma el tio de Ahmed, que en la prensa marroquí se convierte en terrorismo, en mafia.
“No paran de inventarse cosas, dicen que eran criminales, que los buscaba la justicia, pero entonces ¿cómo entraban y salían todos los días del campamento? ¿cómo paseaban hasta ese día por la ciudad sin ser detenidos?”, se pregunta esta madre.
Con la misma suspicacia, rebate las acusaciones de que llevaban cócteles molotov con la intención de prender Gdeim Izik. “¿Cómo no ardió el coche cuando lo ametrallaron?”. “Mi hijo se va a morir cuando sepa de qué le acusan”, algo que todavía no han querido contarle. “Es militante de la causa saharaui, sí, pero pacífico, trabajaba en la seguridad del campamento porque creía en ello”. Ahora, la familia tiene miedo de regresar. Allí están sus jaimas abandonadas. “Y temo por los demás, claro, no nos podemos fiar de Marruecos”.
El campamento era una oportunidad de cambiar una situación de “marginación” que en su caso se traduce, cuenta Aisha, en un único ingreso, el de la pensión de su marido, para demasiados miembros de la familia. “Aquí todo el trabajo es para otros, nunca para nosotros”.
Aunque no regresa al campamento también porque visita a diario a su hijo, quien permanece esposado a la cama de ese hospital militar. Para cuando salga -su madre y su hermana no tienen dudas- ser encarcelado igual que sus compañeros. “Nosotros lucharemos hasta donde haga falta, por probar que todo lo que dicen sobre ellos son mentiras”. De momento su hermana ha conseguido poner una denuncia sobre el ametrallamiento este mismo viernes, después de que le negaran ese derecho el pasado lunes. Puede no ser gran cosa. Pero prueba su determinación. La misma que se respira en el desierto, a pesar de la preocupación que también comparten, todos los habitantes de ese campamento “de la Dignidad”.
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