Tres hombres, en uno de los campos de refugiados de saharauis, Dajla (Argelia). GTRES |
Para Mahmud Selma Daf, su padre murió
cuatro veces. El día que desapareció, el día que le dijeron que su progenitor
había perdido la vida en un combate entre el Ejército marroquí y el Polisario,
el día en que le comunicaron que había sido secuestrado y que había fallecido
en un cuartel militar y el día en que, por fin, pudo conocer y demostrar la
verdad.
El recorrido emocional de Mahmud es el
camino de incertidumbre por el que pasan muchos familiares de desaparecidos.
Vidas enteras dedicadas a encontrar el rastro perdido de sus parientes,
existencias completas destinadas a aportar luz a algo que nadie quiere aclarar,
luchas titánicas en busca de lograr un poco de justicia y el fin de la
impunidad.
Ayer, algunos de ellos se reencontraron en
una jaima perdida en un lugar remoto del planeta: los campos de refugiados de
saharauis en Dajla (Argelia). "La desaparición de una persona es el crimen
de los crímenes. La persona pierde todos sus derechos", afirma tajante
Nora de Cortiñas, miembro de la plaza de las Madres de la Plaza de Mayo.
Cortiñas ha venido a solidarizarse con el
pueblo saharaui durante el Festival de cine del Fishara, que este año está
dedicado a la Justicia Universal. Aunque los jueces argentinos han condenado a
algunos de los responsables de las torturas de la dictadura, Cortiñas sigue sin
saber qué pasó con su hijo. "No perdonamos no olvidamos y no nos
reconciliamos con los genocidas", afirma tajante.
Como hizo en su día el pueblo argentino,
los saharauis también quieren sentar en el banquillo a los miembros del
Ejército marroquí responsables de las torturas, las muertes y la represión que
relatan haber sufrido. De momento, han conseguido un espaldarazo con el auto
del juez de la Audiencia Nacional, Pablo Ruz, que ha procesado a 11 marroquíes
por 50 asesinatos, 202 secuestros y 23 casos de tortura en el Sáhara desde la
retirada española hasta el año 92.
Un testigo vio los hechos
Uno de estos casos que relata el juez Ruz
en su auto es del padre de Mahmud. "Salimos huyendo del Ejército marroquí
que venía por el norte y del de Mauritania, que llegaba por el Sur. Nos faltaba
agua y mi padre fue a por ella, pero nunca más le volvimos a ver. Mi madre
entró en shock y nunca lo superó", asegura Mahmud en un pupitre
improvisado en la sala de prensa del FiSahara.
Sin embargo, hubo un testigo, Abba Ali Said
que vio cómo los soldados marroquíes disparaban en el pecho al padre de Mahmud
y a su tío. Su testimonio no fue tenido en cuenta y, durante muchos años, este
saharaui de 42 años, que ahora vive en Ciudad Real, tuvo que hacer frente a las
diferentes versiones que le proporcionó el Reino alauí sobre la muerte de su
progenitor, todas ellas falsas.
Hasta que en febrero de 2013, un pastor se
encontró con unos restos humanos y se descubrieron la existencia de dos fosas.
"Había DNI, carteras, firmas... Los informes forenses demostraron que allí
estaban los cuerpos de mi padre y mi tío". Mahmud pudo al fin respirar y
enterrar a su padre.
Muchos no han tenido esa suerte. A la jaima
de Dajla también han acudido víctimas y familiares de desaparecidos de los
bombardeos con napalm que el Ejército marroquí realizó en el año 76 en campos
de desplazados saharauis que huían de la guerra.
A sus 70 años, Abubekren Ben-Nani todavía
recuerda con viveza la tragedia: "Vinieron cuatro aviones y soltaron dos
bombas de napalm. Todo resultó calcinado. Había mujeres, niños y el feto de una
mujer embarazada salió despedido. Intentamos salvar a los supervivientes, pero
volvieron a bombardear. Todo se llenó de carne y huesos repartidos por el
suelo", rememora con tristeza.
Durante muchos años, estos supervivientes
sólo han recibido una terapia: el cariño y la solidaridad de la gente. Ahora,
tras muchos años de silencio, el juez Ruz les ha devuelto la esperanza.
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