Fuente: Reportajes prensa, La Vanguardia
Tras 28 años esperando el referéndum prometido
por la ONU, el Frente Polisario, bajo presión de los jóvenes, amaga con retomar
las armas contra Marruecos
La guerra tienta a los saharauis
Sin guerra ni paz. Soldados saharauis
descansan en Tifariti, en el denominado “Sáhara Liberado”, durante la
celebración la semana pasada del XV Congreso del Frente Polisario (C.
Rodríguez)
GEMMA SAURA | TIFARITI, SAHARA OCCIDENTAL, el periódico La Vanguardia en su edición 29/12/2019. No ha llovido en el desierto, como no
lo hizo el pasado otoño. Pero Gbenaha Fadel, de 24 años, se encoge de hombros.
“Por mucho que esté seca, es nuestra tierra. Me gusta. Me siento en mi país. Y
algún día llegará la lluvia”, dice. Vive con sus padres, hermana y sobrinos en
una jaima en medio de la nada. Tienen un saco de agua suministrado por
organizaciones humanitarias, un rebaño de cabras y algunos camellos. Poco más.
La vida nómada es dura, pero la familia la
prefiere al hacinamiento de los campos de Tinduf, en Argelia, donde unos
170.000 saharauis viven refugiados desde que en 1975 Marruecos invadió la
provincia española número 53. El pedregal polvoriento donde vive Gbenaha es lo
más parecido que tienen los saharauis a una tierra propia. Lo llaman “Sáhara
Liberado” y es la franja que quedó bajo administración de la ONU en 1991 cuando
Marruecos y el Frente Polisario acordaron un alto el fuego tras 15 años de
guerra. El resto –el 70%, que incluye toda la costa, con su pesca, y las minas
de fosfatos– lo controla Rabat.
No hay guerra desde 1991 pero tampoco puede
decirse que haya paz
“Necesitamos muchas cosas. Pero sobre todo lo
que necesitamos es volver a nuestra tierra, porque la tenemos. Y es rica en
recursos. Es triste tener que vivir esta vida comparado con la que podríamos
haber tenido o la que tuvieron nuestros padres”, dice Gbenaha con un castellano
con acento vasco que aprendió estudiando en Bilbao, “para poder aportar algo el
día que recuperemos nuestra tierra”, cuenta.
Entre Gbenaha y su tierra prometida se cruza
el muro marroquí. No acapara titulares como el muro de Trump, aunque con sus
2.700 km es la barrera defensiva más larga del mundo después de la Gran Muralla
china. Es más gruesa de lo que aparenta. Es peligroso acercarse a menos de tres
kilómetros porque el terreno está minado: se calcula que hay nueve millones de
artefactos.
“Sigan el camino pisado y observen el terreno.
Las minas no suelen estar en montículos sino en zonas bajas donde uno puede
agazaparse para atacar”, instruye un escolta de la Agencia de Protección
Saharaui en una visita con periodistas extranjeros. A lo lejos, en un puesto
militar sobre el muro, se mueve una mancha negra. Es el soldado marroquí que
vigila al grupo del lado saharaui. Todos se observan.
No hay guerra desde 1991 pero tampoco puede
decirse que haya paz. Bajo la sombra del muro, los saharauis ven pasar los años
sin que nada se mueva. En 1991 les prometieron un referéndum de independencia
que Rabat bloquea, con el apoyo incondicional de Francia, EE.UU. y también
España, pese a que sobre el papel es aún la potencia administradora.
“Marruecos es un gran corruptor. No sabe tener
una política de acuerdos y negociación, sino sólo corromper y chantajear, y
conoce a la perfección la mentalidad de los europeos. Amenaza con dejar pasar
las drogas, con la inmigración, con el terrorismo y consigue que todos hagan lo
que quiere”, lanza Omar Mansur, miembro de la cúpula del Frente Polisario.
El conflicto en Catalunya aleja aún más la
posibilidad de ver a España defendiendo el referéndum, aunque los saharauis
subrayan que son casos distintos y que, de todos modos, hace años que Madrid se
desentiende. “El Gobierno español no ha sabido cumplir con su deber con el
Sáhara Occidental ni reaccionar al chantaje de Marruecos”, dice Mansur.
Los saharauis acusan a Rabat de congelar el
conflicto para que la situación de facto –la ocupación– se solidifique en una
situación de iure. “Marruecos cree que si mantiene el status quo y bloquea toda
solución, con el tiempo destruirá al Polisario. Que la juventud perderá las
ganas de luchar. Es un cálculo tonto que ya cometieron en 1975 y demuestra que
conocen muy mal a los saharauis. Nuestros jóvenes aprovechan las oportunidades
y van fuera a estudiar y trabajar, pero luego vuelven. No abandonan la lucha”,
sostiene Mansur
Son las generaciones nacidas en el territorio
ocupado o Tinduf las que presionan a la dirección del Polisario. “Aquí no hay
nada, sólo desierto. No hay ningún futuro. Vamos a seguir igual años y años a
menos que vayamos a la guerra”, dice Najma, nacida en los campos de refugiados
de Tinduf y residente en España.
En los últimos años las condiciones en los
campos (ya son seis) ha mejorado, con casas de adobe que sustituyen a las
jaimas, tendido eléctrico y cisternas de agua. Pero es también una evidencia de
que la situación se eterniza. Los campos hace mucho que dejaron de ser
provisionales.
La vuelta a las armas ha sido el gran tema del
XV Congreso del Frente Polisario la semana pasada en Tifariti. La declaración
final advierte que los saharauis revisarán su participación en el proceso de
paz y exige a la ONU que designe a un enviado especial, tras la renuncia en
mayo del expresidente alemán Horst Köhler.
“Aunque espero que todo se solucione sin ir a
la guerra, haré lo que diga el Polisario”, afirma Salah Lebsir
En una entrevista con La Vanguardia y otros
medios españoles, el secretario general del Polisario, Brahim Ghali, no
responde si es partidario de retomar las armas. “El pueblo saharaui está al
límite de su paciencia. No está cansado de la resistencia, sino de una
comunidad internacional que no cumple sus compromisos y se burla de nuestra
paciencia. Hemos cooperado con la ONU todos estos años para lograr una solución
justa, definitiva y pacífica. Pero no seguiremos igual. Si la ONU no cambia de
actitud, nos empujará a elegir otros medios que hasta ahora hemos evitado”.
Ghali es un veterano líder militar del
Polisario y pertenece a la rama dura, de los que en 1991 consideraron un error
el alto el fuego. Ahora, sin embargo, se niega a comentar su posición de
entonces: “No es justo juzgar lo que ocurrió hace 28 años con los ojos de hoy”,
zanja.
Omar Mansur, miembro del equipo que negoció la
tregua, sí admite que pecaron de inocentes. “Éramos jóvenes y creíamos
fervientemente en el derecho internacional, creíamos que la ONU no se
comprometería a nada que no pudiese cumplir. Nos dijeron que en seis meses
votaríamos. Se veía muy bonito y nuestra ilusión era muy grande”, recuerda
Mansur. Hoy lo ve distinto: “Si no hay posibilidad de solución política no
puede ser otra que militar”.
Hace años que el Polisario agita el fantasma
de la guerra pero hasta ahora parecía más un discurso para satisfacer a las
bases que una amenaza creíble. En un conflicto abierto, los saharauis, con su
pobre armamento y sin aviación, tendrían las de perder. Pero ellos aseguran que
no van de farol y que pueden infligir mucho daño con la misma estrategia de
guerra de guerrillas que usaron en 1975-91 y que acabó con Mauritania rendida y
Marruecos acatando la mediación de la ONU.
“Las guerras no se ganan con material sino con
hombres con convicción. Si el ejército marroquí fuera tan fuerte no necesitaría
esconderse detrás de un muro. Son chicos llegados de todo Marruecos que no
saben qué hacen aquí”, afirma Mansur.
Magli Mohamed Chej, que fundó la primera
escuela militar femenina en la guerra, tampoco teme el choque: “Todo el mundo
tiene miedo a morir. Nosotros y los marroquíes. La diferencia es que nosotros
luchamos por una causa justa, mientras que ellos luchan por una tierra que no
les pertenece”. A sus 67 años, se declara lista para combatir. “Si muero,
moriré feliz porque moriré con dignidad”, dice.
Las nuevas generaciones, a menudo formadas en
el extranjero –Cuba y España, sobre todo–, presionan para un relevo en la
cúpula del movimiento, copada por la vieja guardia. Han logrado que seis
jóvenes entren en el órgano directivo de 29 miembros, pero no es fácil mover
las estructuras.
Marruecos acusa al Polisario de tener oprimida
a la población y perseguir a los disidentes. Ironías aparte de que sea Rabat
quien lo critique, lo cierto es que la República Árabe Saharaui Democrática es
un sistema de partido único, aunque en el Congreso de Tifariti participen 2.335
delegados de los campos, el territorio ocupado y el exilio, en una simulación
de democracia participativa. Los dirigentes argumentan que dentro del
movimiento se integran todas las tendencias –izquierda y derecha,laicos e islamistas–,
que la democracia llegará con la independencia y el único interesado en que
surjan más partidos es Marruecos. “Nuestra fuerza está en la unión. No nos
conviene entrar en luchas de partidos, ya hemos visto lo mal que les ha ido a
los palestinos”, defiende Mansur.
El Polisario también debe hacer frente a los
cantos de sirena del yihadismo, que se expande en el Sáhara desde la caída en
el caos de Libia y Mali, y quiere pescar en el caladero de la frustrada
juventud saharaui. Precisamente el Estado Islámico del Gran Sáhara está
liderado por Adnan Abu Walid al Saharaui, nacido en El Aaiún y que estuvo en el
Polisario antes de pasarse a la yihad. “Un muchacho reclutado por los servicios
secretos marroquíes en los territorios ocupados para manchar al Polisario”,
según Mansur. Ha irritado mucho que el Gobierno español emitiera hace unas
semanas una alerta terrorista en los campamentos de Tinduf, lo que ahuyentó a
muchos españoles. Según los saharauis, Madrid se dejó manipular por Rabat.
Otra cuestión que inquieta en el Polisario es
Argel. La caída del régimen de Buteflika, su gran valedor durante todos estos
años, arroja una sombra de incertidumbre, sobre todo cuando algunas voces en
Argelia comienzan a defender que ya es hora de pasar página y acercarse a Marruecos.
Desde el umbral de la jaima, Gbenaha se
despide con su acento vasco: “¡Que volváis cuando seamos libres!”. El sol
brilla en el cielo sin nubes. Tampoco hoy llegará la lluvia al Sáhara.
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