Kaziza Lafkir es un saharaui que nació en el año 1990. Sus escasos 22 años, sin embargo, no equivalen a los de cualquier joven europeo. En su aún corta vida ha sufrido ya los rigores de la cárcel y las torturas con las que la monarquía alauita trata de doblegar, sin éxito, las ansias de libertad de su pueblo.
Lafkir comenzó su activismo político en 2005, cuando cuando todavía estudiaba en el colegio, reclamando el derecho a la autodeterminación del Sáhara durante las manifestaciones de la Intifada pacífica que comenzó aquel año. Estas manifestaciones fueron brutalmente reprimidas por la policía, que ocasionó numerosas víctimas.
Kaziza Lafkir fue expulsado del instituto por sus actividades y finalmente se le negó el derecho a proseguir sus estudios, al impedírsele matricularse en cualquier otro instituto de la ciudad. Lafkir continuó dedicado hasta la organización del campamento de Gdeim Izik, y formó parte del primer grupo que instaló las jaimas en el mismo.
Según sus propias palabras “en el campamento vivíamos de una manera digna, sólo hablábamos hasania, no había marroquíes, respirábamos la completa libertad y estábamos muy felices”. El 8 de noviembre de 2010 comenzó el asalto marroquí contra el campamento, Kaziza volvía de su trabajo en el campamento. Sobre las 6 de la mañana comenzó el asalto. Les atacaron con helicópteros, militares armados, cisternas de agua a presión, coches….
"Había gran confusión, mujeres y niños gritando y corriendo, con los militares pegando a todo el mundo" - relata Kaziza Lafkir. El joven activista cuenta también como vio camiones y coches pasar por encima de las jaimas sin poder averiguar si había personas dentro.
Él se encontraba en el control, a la entrada del campamento y fue rodeado por militares en todoterreno que le goleparon brutalmente. Casi inconsciente, Lafkir fue trasladado en un coche fuera del campamento. Con la culata de un Kalashnikov le golpearon en la clavícula brutalmente, hasta hacerle perder definitivamente el conocimiento.
Despertó en la cárcel, en una celda donde había más de 40 personas. Durante el encierro - relata el joven - les atacaron con perros, les orinaron y escupieron, les desnudaron... Los presos dormían en el suelo, les echaban agua fría, en la comida les metían cristales triturados y astillas, la comida era escasa y les daban pan de varios días atrás. Les pegaban todos los que entraban en la celda, incluidos los médicos que iban a controlar su estado de salud. Kaziza se encontraba tan mal que le concedieron la libertad provisional.
Cuando llegó a su casa la encontró asediada por los militares. Necesitaba atención médica, pero cuando fue al hospital se encontró con que se había dado orden al médico de que no le operara, si no que le amputaran el brazo. Volvió a su casa y su familia le aplicó tratamientos de medicina verde tradicional, hemera y grasas. El hueso finalmente soldó mal, quedando su brazo derecho inutilizado y paralizado.
Durante una manifestación con motivo de la liberación del defensor saharaui de derechos humanos Luali Ameidan entró en un instituto y cambió la bandera marroquí por la de la RASD. Le detuvieron de madrugada en su casa. Cuando le llevaron a comisaría un policía le preguntó que qué podían darle para que dejara sus actividades. Kaziza respondió que él “sólo quería que el pueblo saharaui ejerciera su derecho a la autodeterminación”. Entraron siete policías, le desnudaron, le pegaron y torturaron y le volvieron a romper el brazo. Lo liberaron tras veinte días y pusieron dos coches de policía en la puerta de su casa era hostigada e interrogada. La casa de su familia es vigilada constantemente.
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