Vetusta Morla actúa en el FiSáhara para dar
visibilidad al conflicto saharaui a través de la cultura
Entrevistamos a Guille Galván, guitarrista
de la banda, que reivindica que el pueblo saharaui tiene que ser escuchado
Vuelven para cantar en medio del desierto
que ya es suficiente. Vuelven a esa "chispa de luz" donde, dice su
canción Saharabbey Road, "ya es hora de volver a empezar". Vetusta
Morla tocará este sábado para los refugiados saharauis en el campamento más
aislado de la hamada argelina, donde viven en una espera constante desde hace
más de 40 años. Es la segunda vez que participan en el Festival de Cine del
Sáhara Occidental (FiSáhara), pero desde entonces poco ha cambiado.
Guille Galván, guitarrista de la banda,
toma la palabra para responder a las preguntas de eldiario.es. Tras haber
visitado los campamentos de refugiados en siete ocasiones y trabajar durante
cuatro años en la organización del FiSáhara, habla con la empatía de quien
conoce al pueblo saharaui desde hace tiempo y se esfuerza en no manchar su
discurso con una mirada occidental. Porque, insiste, "a un pueblo que ha
hecho lo posible con lo imposible hay que escucharlo".
Defiende la cultura como medio para llegar
a una parte de la sociedad que puede desconocer la causa del pueblo saharaui y
las responsabilidades ligadas a su exilio. Por eso vienen hasta aquí, con el
objetivo de convertirse en altavoz pero también con la intención de compartir
su vida con los refugiados durante unos días. "Como siempre, nuestra
familia saharaui nos ha acogido muy bien. El otro día sacamos la guitarra en la
jaima, cantamos, las niñas nos enseñaron a bailar... Intentas meterte todo lo
que puedes, vivir una experiencia emocional además de política".
Hablamos siempre del carácter
provisional del campo pero son ya 41 años. ¿Qué responsabilidad tiene España en
este exilio que parece no acabar?
El Estado español no hizo los deberes con
el proceso de descolonización africano en el Sáhara Occidental. No ha habido
ningún gobierno en estos años de democracia que haya presionado realmente para
que el conflicto saharaui tenga una salida justa. En España algunos partidos
políticos han apoyado su lucha, pero en el momento que han llegado a La Moncloa
el tema se ha quedado un poco aparcado. Y en general, no ha habido ningún
gobierno que haya presionado lo suficiente por una cuestión de acuerdos
internacionales.
¿Qué intereses cree que hay detrás?
España no se atreve a plantar cara a Marruecos
porque tiene la sartén por el mango. Por los acuerdos económicos de pesca y,
sobre todo, por la inmigración. Marruecos utiliza la valla de Melilla para
presionar y chantajear a España para que el tema del Sáhara quede en un segundo
plano o se olvide de la agenda diaria.
Por eso es tan importante que existan eventos como el Fisáhara, que a
través de la cultura visibiliza el tema internacionalmente, con lo que podemos
presionar a la política.
La otra responsabilidad viene de la ONU y
de los estados. Tienen que obligar a Marruecos a que cumplan las resoluciones
para que el pueblo saharaui elija libremente.
La espera se eterniza y los jóvenes
llevan años defendiendo el abandono de la resistencia pacífica y volver a las
armas.
Te vienes aquí para ser altavoz, poner la
oreja, escuchar y el juicio ético es complejo viniendo del mundo occidental,
donde vives en una supuesta democracia, donde hay ciertas cosas que se dan por
hecho. Los saharauis llevan desde 1991 con un alto el fuego que no ha tenido
una correspondencia a nivel diplomático y administrativo.
En ese sentido, defiendo y creo que es un
ejemplo que el pueblo saharaui haya mantenido la paz y tenga la paciencia que
tiene pero, aunque no lo justifique, cuando te lo han quitado todo te están
engañando y las resoluciones no avanzan, puedo entender que pienses en la lucha
armada porque estás desesperado. Porque no te queda mucho que perder. No creo
que sea la mejor solución, pero quien soy yo para decir qué está mal y qué está
bien.
Te pone un poco los pies en la tierra. La
solidaridad es un medio, no es un fin. No puedes convertir una situación
solidaria en algo permanente.
En 2015, con la llegada de cientos de
miles de refugiados -la mayoría sirios- a Europa, parece que hay una
sensibilidad social especial con los refugiados sirios. ¿Cree que se olvidan
otros que llevan años en el exilio, como los saharauis?
Los refugiados saharauis siempre han tenido
la solidaridad y la ayuda de distintas asociaciones en España, aunque existan
otro tipo de refugiados. Todas estas personas no pueden volver a su tierra y
necesitan recuperar su identidad o no perderla. Aunque la crisis ha afectado
mucho al pueblo saharaui a nivel de recursos. Por eso es fundamental enfocar el
tema desde todos los puntos de vista que se pueda: político, cultura,
educación... Para forzar que entre en la agenda diaria. Tenemos que hacerlos
presentes.
Una de las pocas cosas que ha cambiado
en los campamentos es la llegada de la electricidad e internet en las jaimas.
Aunque puede parecer una simple mejora, algunos temen que pueda simbolizar la
perpetuación del exilio. ¿Qué opina?
Hay un debate interno interesante con
respecto a esto. Tengo la sensación de que no somos nadie para meternos en ese
juicio. Comprendo a las dos partes. Esto es un campo de refugiados pero, claro,
si lleva 40 años ha tomado un cariz más estable, y quizá el debate tiene más
que ver con lo psicológico que con otra cosa. Igual que montas una casa de
adobe, puedes construirla de cemento con la misma intención de volverte a tu
país. Lo mismo pasa con tener internet.
¿Harán algo especial en su actuación en
medio del desierto?
Tendremos un formato más reducido de lo que
solemos hacer, porque nos tenemos que adaptar a las condiciones técnicas. Va a
sonar seguro Saharaui Road. Pero, en realidad, las canciones son como las
transparencias, parece que están ligadas a un momento y lugar concreto y, de
repente, toman diferentes significados. Creemos que esto es lo que pasará y se
adaptarán al contexto.
El otro día preparábamos La marea y
hablamos de cómo se adaptaba a los campamentos: una canción que habla del paso
del tiempo, con el imaginario de las playas y de las mareas, ante un pueblo que
venía de un país con mar y ahora está en el desierto... Va a ser muy bonito.
¿Recuerda con especial cariño alguna
conversación con una persona saharaui que le marcase especialmente?
Sí, la primera vez que vinimos. Estábamos
tomando el té. El ritual es muy largo, puedes estar tres horas entre té y té y,
mientras tanto, pasa poco... Hablas.
Me acuerdo de que, una vez, le pregunté a
la niña de la familia, que tenía 10 años, que si hacían eso todas las mañanas
aunque fuesen al colegio. Me dijo que sí y le dije que si no era mucho tiempo
dedicado a ello.
Ella me respondió: "Si no hacemos
esto, no podemos hablar ni saber quienes somos ni conocernos". Y, claro,
me hizo pensar que la pregunta que había hecho era la más tonta del mundo. Lo
hacía desde el prisma occidental de la cantidad de tiempo que dedican a lo que
nosotros dedicamos unos minutos y hacemos con un microondas. Para ellos es la
base de toda su identidad.
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