martes, 25 de febrero de 2020

Y van 44 años de república saharaui...

Por Larosi Haidar, 25 de febrero de 2020
Parece mentira pero son ya 44 años los que cumple nuestra joven república, esa jaima grande saharaui en la que hay cabida para todo el mundo. Contra todo pronóstico, continúa en la brecha y con la cabeza bien erguida. Sigue luchando por la libertad e independencia de todo su territorio, y ello a pesar del irredento Marruecos, de la vileza de cierta clase política española y de la traición de muchos saharauis cegados por la vanidad y las ansias de poder.
Su espíritu emana de las aguas del Draa para fundirse con los manantiales de Aaiún; cobra vida en esa pequeña gran colina de la esperanza, Lagüera, nuestra Numancia, para entrar en trance respirando los sanos aires de nuestra santa ciudad del junco, Esmara. Boga valientemente y sin descanso por las encantadoras aguas del cabo del miedo, Bojador. Acaricia con sutileza nuestra joya impenetrable que penetra en el mar seductoramente, Dajla, la traicionada Villa Cisneros. Le susurra zéjeles a Tarfaya, ese árbol del taraje enamorado de la luna y enfrascado en un eterno flirteo con el insondable mar y su sirena de piedra conejera, Casamar de Mackenzie, que se yergue cual leviatán de la pérfida Albión.
Por aquel entonces, fuimos no más que el precio pagado para garantizar la corona de quien se moría por verse coronado y le importaba un rábano que ello significara el desastre y aniquilación de todo un pueblo. Al fin y al cabo, no eran más que una tribu de beduinos hambrientos y apestosos..., y lucir la corona bien valía una misa y alguna que otra hecatombe en el altar de la piel de toro. Aunque bien contado, más que cien, eran unos cuantos cientos de miles; y en vez de bóvidos, se trataba de humanos, bípedos inteligentes con conciencia y sentido de la dignidad. Bueno, tampoco hay que exagerar, pues como mucho podrían considerarse en nuestra real jerga como humanoides pseudosemitas perfectamente prescindibles. ¡Ay! Si repasáramos más a menudo nuestras suras coránicas, recordaríamos que “cuando los reyes entran en un país, causan la destrucción y la corrupción en el mismo, y humillan a los más nobles de sus habitantes. Esto es lo que ellos realmente llevan a cabo”.
Nuestro destino estaba en las manos de un par de reyezuelos en apuros que no dudaron en sacrificarnos para asegurar sus ensangrentadas coronas. Sin embargo, cuarenta y cinco años después, somos una joven república que lucha dignamente por su libertad, mientras que el fruto de las dos coronas manchadas con nuestra sangre ha sido un vergonzoso tándem reconocido internacionalmente. Por un lado, el Estado Canalla por antonomasia de política enfermiza y barriobajera; y por otro, un Estado Cobarde de primera fila, de política acomplejada y parasitaria y especializado en seguidismos y posicionamientos pasivos.
No obstante, no hay que perder de vista a los nuestros, entre los que hay de todo. Los hubo quienes traicionaron a la república incluso antes de que naciera y siguieron haciéndolo hasta el día de hoy. Se inventaron redes de espionaje y conspiraciones y convirtieron la revolución saharaui en una revolución saturnina que devoraba a sus propios hijos. Y a pesar de ellos, el pueblo saharaui triunfó y siguió adelante. También, los hubo de traición tardía y trasnochada basada en un oportunismo inoportuno y mal calculado que, en menos que canta un gallo, se quedaron con el culete al aire. Y aun así, dieron rienda suelta a sus delirios autojustificantes y convirtieron la hipocresía y el cinismo en su principal credo. De la noche a la mañana y para su deshonra, se reciclaron convirtiéndose en mercenarios de pluma y lengua bien pagados y retribuidos por el majzén y sus colaboradores. Dejaron muy atrás al obsoleto Bob Denard.
Por lo demás, no hay nada nuevo bajo el sol. Hoy por hoy, seguimos amenazados por una ocupación salvaje y feroz cuyo objetivo estratégico es hacernos desaparecer como pueblo y como saharauidad. España, que debería ser nuestro principal valedor, se ha convertido en nuestro peor enemigo en la escena internacional. Y la escoria, esa estirpe ubicua de la que no se salva ni el infierno, está erigiendo su particular emirato de Vichy en los territorios ocupados del Sáhara Occidental. Pero que nadie se equivoque ni se haga ilusiones, la justicia está de nuestra parte y estamos dispuestos a hacer lo necesario para liberar todo el suelo patrio de nuestra república. Y como reza el dicho, la muerte es inevitable, sin embargo, vivir en la humillación no lo es.
Larosi Haidar
24/02/2020

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