Durante su cautiverio, fue torturada y obligada a permanecer día y noche con los ojos vendados
Activista por los derechos humanos y por la autodeterminación del pueblo saharaui. Detenida por primera vez por las autoridades marroquíes en 1987, permaneció cuatro años desaparecida. Durante ese tiempo fue sometida a torturas que le dejaron graves secuelas para su salud. En 1991 fue liberada. En 2005, fue encarcelada de nuevo, tras participar en una manifestación pacífica a favor del reconocimiento a los derechos nacionales de su pueblo. Tras cumplir una pena de siete meses, fue liberada en enero de 2006. Durante su cautiverio fue candidata al Premio Sajarov. En mayo de ese año fue galardonada con el V Premio Juan María Bandrés que otorga la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Su trabajo de denuncia de la vulneración de los derechos humanos de los saharauis que viven bajo la ocupación marroquí le ha valido también el Premio Silver Rose 2007 con el que la organización austriaca Solidar reconoce a los defensores de las libertades del hombre y el Robert Kennedy 2008 de Derechos Humanos. A finales de 2009, tras recibir el premio Coraje Civil 2009 en EEUU, fue expulsada de El Aaiún por las autoridades marroquíes e inició una huelga de hambre de 32 días que la devolvió a su tierra y volvió a poner en el mapa la causa saharaui.
La figura frágil y menuda de Aminetu Haidar esconde entre su melhfa (la túnica tradicional de las mujeres saharauis) de colores una mujer fuerte que se ha convertido en uno de los símbolos de la lucha del pueblo saharaui. Ella sola ha desafiado a la maquinaria de un régimen y ha resistido a las peores torturas en nombre del derecho a la autodeterminación de los saharauis. Nacida en 1967 en la ciudad de El Aaiún (la capital a orillas del Atlántico del Sáhara Occidental) cuando el territorio era aún una provincia de la España de Franco, Haidar ha consagrado su vida a luchar por la libertad.
Con apenas ocho años, vivió un hecho histórico que marcaría para siempre la historia de su pueblo. España se retiró del Sáhara Occidental en 1975, dejando vía libre a Marruecos para anexionarse el territorio. Naciones Unidas decretó la “descolonización” del Sáhara y aconsejó a España celebrar un referéndum de autodeterminación que nunca llegó a tener lugar. La ocupación marroquí desató una guerra con los proindependentistas del Frente Polisario y un éxodo de civiles que intentaban ponerse a salvo de la contienda mientras se adentraban en la nada del desierto.
La guerra entre Marruecos y el Polisario acabó en alto el fuego en 1991. Se firmaron los Acuerdos de Houston y el rey Hassan II aceptó celebrar un referéndum en el que los saharauis podrían elegir entre su independencia o su integración dentro del reino alauí. Sin embargo, el acuerdo abrió la puerta a una nueva disputa, esta vez por el censo electoral, que parece prolongarse eternamente. Hoy, la vía del referéndum ha sido enterrada por la comunidad internacional, que se inclina por una negociación entre las partes.
Más de tres décadas después, unas 200.000 personas continúan sin poder volver a su tierra, refugiadas en los campamentos de Tinduf (en el desierto argelino) y totalmente dependientes de la ayuda internacional. Y más de tres décadas después, el Sáhara Occidental continúa ocupado por Marruecos, que sigue reprimiendo el derecho de los saharauis a decidir su futuro. Si los saharauis refugiados viven grandes penurias en el desierto, los saharauis en los territorios ocupados se enfrentan día a día a la brutalidad de la ocupación.
Aminetu Haidar tenía 20 años cuando fue detenida por primera vez por defender este derecho. Corría el año 1987 cuando fue raptada en medio de la noche y se perdió su rastro: se convirtió por la fuerza en desaparecida. Durante su cautiverio, fue torturada y obligada a permanecer día y noche con los ojos vendados. Fue sometida a un régimen carcelario inhumano hasta su liberación, en 1991.
Ella misma relató su calvario en la prensa española: “Pasé encarcelada, sin juicio, cuatro años, con los ojos vendados, día y noche. La comida no valía ni para los animales. Fui torturada durante tres semanas. Me aplicaron corriente eléctrica, me amarraron a una silla con cuerdas, me pegaron seguidamente. En pleno invierno nos sacaban fuera y nos echaban agua helada. Los insectos vivían en mi cuerpo. Desconocíamos lo que pasaba fuera, y nuestros familiares desconocían si seguíamos vivos o no. Cada dos o tres meses traían perros salvajes. Hay dos personas que estuvieron conmigo que aún siguen con las marcas de los perros. Nosotras tuvimos suerte de no ser violadas aunque los guardas lo intentaron. Hay otras que sí lo han sufrido, y de forma brutal”.
Pero la prisión y la horrible experiencia vivida no doblegó la voluntad de Haidar. Continuó luchando con más fuerza si cabe por la defensa de los derechos humanos, denunciando los crímenes y exacciones cometidas por Rabat. En 1994, se unió al Comité de Coordinación de las Víctimas de Desapariciones Forzadas y de Detenidos del Sáhara. Las asociaciones de Derechos Humanos saharauis estiman que existen más de 500 saharauis desaparecidos, de los que no se sabe su paradero en algunos casos desde hace más de 30 años. “Me tortura la conciencia no conseguir conocer el destino de esos desaparecidos”, ha dicho.
En mayo de 2005, recibió una brutal paliza junto a otros activistas, por participar en una manifestación pacífica a favor de los derechos de su pueblo. Ingresó de urgencias en el hospital de El Aaiún, desde donde fue trasladada a prisión e interrogada. Poco después fue sometida a un juicio irregular. “El juez principal de El Aaiún cocinó mi dossier”, puntualiza. Fue condenada a siete meses de prisión en la Cárcel Negra, uno de los centros de detención más crueles del régimen marroquí. Allí revivió la brutalidad. “Fui afortunada porque así pude conocer la realidad interior de esta cárcel, después de años trabajando por la liberación de los detenidos saharauis”, dice.
Haidar difundió después fotografías que pudieron documentar las dificilísimas condiciones de vida de los reos. En prisión, ella y sus compañeros también protestaron por las condiciones infrahumanas a las que fueron sometidos emprendiendo una huelga de hambre de 51 días. Mientras cumplía condena, la opinión pública internacional se movilizó para denunciar su detención y el Parlamento Europeo la propuso como candidata al Premio Sajarov.
Pocos meses después de ser liberada, en mayo de 2006, pudo viajar a España –hasta entonces, Marruecos le había negado el derecho a tener un pasaporte- para recibir el V Premio Juan María Bandrés a la Defensa del Derecho de Asilo y la Solidaridad con los Refugiados que otorga la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Haidar pronunció entonces un discurso en el que agradeció la solidaridad de la sociedad española con la causa saharaui, pero en el que criticaba con dureza la posición del Gobierno español, que no defendía claramente el derecho a la autodeterminación de su antigua colonia. “El Gobierno español tiene una responsabilidad histórica, jurídica y moral”, dice. En su mente está el caso de Timor Oriental, que pudo liberarse de la ocupación de Indonesia en 1999 gracias a la voluntad de Portugal, la antigua potencia colonial.
Ha sido dura con la posición oficial de España, pero también desde la sociedad española Aminetu ha recibido uno de sus mayores apoyos. En noviembre de 2009 protagonizó un nuevo pulso que dejó en evidencia la intransigencia de Marruecos. Tras recibir en Nueva York el premio al Coraje Civil 2009, de manos de una fundación estadounidense, se disponía a regresar a El Aaiun –donde reside- cuando Haidar fue rechazada en el aeropuerto. Se negó –como siempre ha hecho- a identificarse como marroquí en la ficha de entrada. Retenida durante 24 horas, la policía le confiscó su pasaporte y, el 14 de noviembre, la expulsó a Lanzarote.
Ella inició una huelga de hambre para protestar por su expulsión ilegal de El Aaiún y la complicidad de las autoridades españolas. Tras 32 días de protesta e intensas negociaciones que movilizaron a EEUU, España y Marruecos, la activista pudo volver a casa, el 17 de diciembre.
En un mensaje de agradecimiento a todos los que la apoyaron durante su protesta, Haidar escribió: “Una mujer como yo, agotada por la tortura de las mazmorras secretas, por el sadismo de los verdugos y la insolencia de personas desagradecidas, no ha tenido otra vía para enfrentarse a la venganza ciega que no sea la de empujar con sus fuerzas reunidas, o más bien con lo que queda de ellas, para decir no; no a la continuidad de la represión de los inocentes, no a la confabulación contra los defensores de derechos humanos saharauis y su enjuiciamiento por un tribunal militar; no a que se les endose la acusación de ‘inteligencia con el enemigo’, no a que sean arrojados entre las paredes de una cárcel y que sufran un letal aislamiento del resto del mundo; no al abandono de presos políticos saharauis que mueren en silencio en las cárceles marroquíes a causa de graves enfermedades crónicas ¡No y basta ya! Son más de treinta años de una tragedia que convirtió los sueños de mi pueblo en pesadillas, pesadillas entre la diáspora y el paradero desconocido de cientos de desaparecidos”.
Pero su calvario no terminó ahí. La prolongada huelga de hambre ha hecho mella en su salud y afronta una larga recuperación. Además, semanas después de su vuelta a casa, apenas podía moverse de su domicilio del barrio de Zemla. Marruecos la ha confinado a un arresto domiciliario ‘de facto’. No puede salir –la policía la hostiga cuando lo ha intentado y vigila los alrededores de su domicilio- y tampoco puede recibir visitas. Varias personas que se han atrevido a ir a visitarla a su casa han recibido palizas o han sido detenidas.
En su última demostración de fuerza, Haidar ha seguido enarbolando la resistencia pacífica para reclamar justicia. Una mujer de aspecto frágil ha puesto en evidencia al poder y ha vuelto a situar en el mapa el olvidado drama del Sáhara Occidental. Por eso la llaman ‘la Gandhi saharaui’ o ‘la Pasionaria saharaui’. Su trabajo de denuncia de la represión constante a la que son sometidos los saharauis que se atreven a reclamar su identidad continúa pese a las dificultades.
Aminetu Haidar se ha convertido en un emblema para su pueblo pero también para todos aquellos que defienden la libertad a secas. Ha recibido varios galardones en reconocimiento a su labor, entre ellos el Silver Rose en 2007, concedido por la organización austriaca Solidar, y el Robert Kennedy para los Derechos Humanos en 2008. Pero para ella son bocanadas de aliento que denuncian la injusticia que viven los saharauis y que reconocen que su causa es legítima. Son ‘melhfas’ de colores flotando contra el viento para reclamar el derecho de los saharauis a tener su lugar en el mundo.
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