Javier Perote ESPACIOS EUROPEOS Miércoles, 13 de Enero de 2010 16:15
Ha sido un revulsivo para la sociedad española, y ha servido para abrir los ojos a una de las partes más críticas de esa sociedad, que andaba un poco desorientada.
Una mujer dispuesta a dejarse morir en defensa de su dignidad. España necesitaba de un gesto así, alguien que viniese a hablar de dignidad. Le habían retirado el pasaporte y expulsado de su país, el Sáhara, con la colaboración del Gobierno español; no se imaginaron la que se les venía encima. Motorizada y con pañuelo de colores en la cabeza, no estaba dispuesta a dejarse avasallar. Moratinos sintió el vértigo del vacío, y empezó a llamar a sus socios que le sacaran del atolladero. Marruecos acudió en su auxilio y envió a dos ministros que pusieron las cosas en claro: España y Marruecos, dos países democráticos, eran las víctimas del chantaje de Aminetu que ni siquiera había sido expulsada sino reconducida.
El 10 de diciembre, llevaba 26 días de huelga, sus gafas habían aumentado perceptiblemente de tamaño y la situación era cada vez más preocupante. Era el día de los Derechos Humanos, y la señora Navi Pillay Alta comisionada de Las Naciones Unidas nos invitaba a festejar esa fecha haciendo un gesto. Yo elegí ir a Lanzarote a ver a Aminetu. Podía haber ido a Oslo que ese mismo día era la entrega del premio a Obama pero Noruega cae muy lejos y hace frío. Además, estando Aminetu en Lanzarote luciría más el sol, pensé.
Imaginaba la suntuosidad del acto en Oslo con las personas mas importantes del mundo, los vestidos elegantes, las diademas, las lágrimas de Mete Mary, el desfile de coches, los guardaespaldas, cámaras de TV y muchos periodistas que iban a contar a todo el mundo la ceremonia.
Lo de Aminetu era otra cosa. También allí había gente importante que dormía en el suelo y andaban de un lado para otro en mangas de camisa, despeinados y barba de varios días. Y mujeres, nunca faltan, que aportaron la ternura necesaria para convencer a la audiencia que no se trataba de un comando argelino con sospechosas intenciones, como se quiso hacer ver. Un equipo muy efectivo que con la ayuda de unas cuantas periodistas y una maraña de cables y ordenadores tuvieron a todo el mundo informado de lo que ocurría. También pasaron por allí políticos, y no por la foto, que es gente que viene dando el cayo por el Sáhara en el Parlamento Europeo desde hace tiempo. Y el ciclón Rosa Diez que ha acogido bajo su protección al pueblo saharaui y que días después viajó hasta El Aaiún para ver a los hijos de Aminetu y advertir al mojamez que estamos vigilantes.
Aproveché un ratito que no había visitas y pasé al cuartucho que le cedieron para que no durmiera a la intemperie. Aminetu estaba medio incorporada en su colchoneta con la mirada muerta por el cansancio, pero sin olvidar por ello la elegancia y el recato al colocarse la melfa para recibir a las visitas. Una luz mortecina y una botella de agua; austeridad, pobreza y dignidad. Su imagen contrastaba con la que yo tenía en la memoria de una fotografía que había salido en todos los medios hacia años. Es aquella en la que apenas compuesta, recién salida de la refriega, contenido el jadeo pero aún con el rostro ensangrentado, nos mira como diciendo: vean lo que me han hecho éstos mierdas, me han despeinado.
Me habían advertido que fuera muy breve pues se fatigaba mucho y su salud era muy delicada, así que apenas pude hilvanar unas palabras para darle ánimos y hacerle presente los recuerdos y los buenos deseos que algunos me encargaron trasmitir. Los nervios me traicionaron y me quedé a mitad del discurso. Yo conocía su trayectoria y pensaba que probablemente me encontraba ante una persona a la que no le iban a faltar méritos para figurar al lado de otras figuras cuyos hechos han llegado hasta nosotros envueltos en la leyenda y que hemos elevado a la categoría de mitos. Podía ser una María Pita, o Agustina de Aragón, o Mariana Pineda o cualquier otra heroína como la birmana San Suu Ki o Rosa Park, con quien últimamente se la ha comparado; una mujer negra que en 1955, en Alabama, se negó a ceder el asiento del autobús a un pasajero blanco, no porque estuviera cansada, sino porque estaba cansada de ceder el asiento, como ella misma declaró más tarde. Pensaba que estaba en presencia de una persona que pasaría a la historia, lo cual hacia que la visita tuviera para mi una especial importancia.
No sabía en qué iba a parar todo aquello pero, a pocos días, que estábamos, de la Navidad , pensé que Dios haría bien en pasar de largo y dejar a un lado nuestras calles horteras atiborradas de bombillas y adornos, y se fijara en ella y le echara una mano en el difícil trance en que se encontraba. No podía dejárnosla morir, la necesitábamos.
Aminetu ya está en el Aaiún con su pasaporte en el bolsillo y sin pedir perdón a nadie. La tienen sitiada, quieren que se rinda y no paran de molestarla; señal inequívoca de que el Sultán todavía está escocido del ridículo que ha hecho.
Javier Perote
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