martes, 8 de noviembre de 2011

Primer Aniversario del desmantelamiento de Gdeim Izik





Informe Sahara Thawra sobre Gdeim Izik

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EMBOIRIK AHMED, EMBAJADOR SAHARAUI EN VENEZUELA-ECUADOR Y BOLIVIA
GUINGUINBALI Caracas (Venezuela) 08/11/2011
El rey de Marruecos Mohamed VI, en su ya tradicional discurso anual en el que celebra la agresión y la ocupación del Sahara Occidental, volvió a utilizar los viejos argumentos descalificativos dirigidos al Frente Polisario, que no aportan absolutamente nada al debate político actual ni a la necesaria predisposición a colaborar y contribuir sinceramente en facilitar una solución, respetando los parámetros y las exigencias de la legalidad.
El viejo discurso cansino sobre el Polisario como enemigo de la unidad nacional marroquí, represor del pueblo saharaui, a sueldo de Argelia, que mantienen secuestrados a los compatriotas en el inhóspito desierto de Tinduf y en un vacío jurídico, volvió a ser el eje central de la argumentación con el objetivo de plantear lo que considera la única solución que el gobierno marroquí aceptará para concluir con el problema de descolonización del Sahara Occidental, a saber: la regionalización y la autonomía del territorio.
La persistencia en el bloqueo de la negociaciones, la actitud desleal ante los últimos acontecimientos regionales, el irracional y furibundo intento de manchar la imagen del Polisario, unido a su negativa a dar una oportunidad a los esfuerzos de Naciones Unidas, muestra con claridad la inexistencia de una voluntad de compromiso y convierte los esfuerzos de la comunidad internacional y las concesiones del Polisario en un brindis al sol.
En este contexto se cumple el primer aniversario del brutal desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik por parte de la fuerzas de represión marroquíes, después de que más de veinte mil ciudadanos saharauis se autoexiliaran en su propio país, en protesta por las insoportables condiciones de vida, impuestas por las autoridades marroquíes, desde el inicio de la ocupación de nuestra patria en octubre de 1975.
Esta gesta tiene un significado imperecedero en la historia del pueblo saharaui, no sólo por lo que representa de desafío e imagen de resistencia, sino también por la capacidad que demostraron, sin experiencia previa, en la organización y gestión de la vida cotidiana del campamento, de forma absolutamente democrática, participativa y eficiente.
Bajo el estandarte de la unidad nacional, fueron capaces de crear un liderazgo que condujo de forma magistral las negociaciones con las autoridades de ocupación.
A ningún observador se le escapó que esta protesta, más allá de las reivindicaciones económicas y sociales, se sustentaba sobre unas bases políticas que desmentía, cuestionaba, desenmascaraba y destruía toda la estrategia elaborada y planificada por la administración marroquí para crear una imagen irreal de su política en las zonas ocupadas.
Con el campamento de Gdeim Izik, culminaba una etapa iniciada cinco años antes por la Intifada pacífica. La resistencia de los hombres y mujeres saharauis durante el brutal desmantelamiento del campamento y los posteriores acontecimientos en la ciudad de El Aaiún, nos llenaron de orgullo, y constituyeron, en palabras de Noam Chomsky, el inicio de la primavera árabe.
El asalto llevado a cabo por centenares de policías y soldados contra unos civiles indefensos que aun dormían en la madrugada del día 8 de noviembre, demostró fehacientemente que Marruecos aunque ocupe una parte del territorio no ha logrado implantar sus raíces en el mismo.
La aceptación por parte del Polisario de asistir a las negociaciones en ese contexto, ocasionó un manifiesto descontento en las zonas ocupadas, los campos de refugiados y en la diáspora, causando cierta frustración y desesperanza debido a la cual hemos pagado un coste político desproporcionado. En declaraciones a Tele Sur expresé con claridad que, en mi opinión, no era el momento propicio para negociar.
El centro de gravedad, el denominador común y el punto de apoyo esencial de toda la gesta de liberación nacional lo constituyen las ciudadanas y los ciudadanos saharauis, su nivel de conciencia, la claridad de los objetivos y su predisposición a asumir todo tipo de sacrificios para conseguir la independencia. Afirmar que las decisiones estratégicas no las determina la calle, solo puede ser considerada como una filigrana verbal, pero como ideario político y experiencia propia posee muy poco recorrido y profundidad política y atenta contra la necesaria claridad del mensaje, la realidad de la lucha y el discurso necesario, además de significar una ruptura y una brecha peligrosa entre la acción y el efecto en esa praxis cuasi perfecta que representa la lucha del pueblo saharaui.
Difícilmente se puede encontrar una sola familia saharaui que de alguna forma no haya participado y sufrido los efectos de este mortífero huracán que es la invasión de nuestro país. Todos somos actores activos y consientes en esta histórica gestación de la Nación Saharaui, en un ámbito de la temporalidad simultánea, donde el pasado, el presente, y el futuro tratan de ubicarse, muchas veces de forma turbulenta y traumática. La sabia capacidad de combinar la memoria, la visión presente y la espera, muchas veces sólo apoyada en la intuición, imprime un marco referencial de originalidad al proceso, pero no lo protege necesariamente de la improvisación y el error.
En estas casi cuatro décadas enfrentados a la invasión de nuestra patria y a una injusta y continua agresión a nuestro país, hemos conseguido, a base de sacrificio, privaciones, sufrimientos e inestabilidad, grandes logros históricamente irreversibles y políticamente incongelables. Los miles de muertos, centenares de desaparecidos y encarcelados es el duro precio impuesto a este pueblo pacífico por preservar su orgullo y su dignidad y por haber hecho posible su más importante victoria plasmada en la creación de la República Saharaui.
Nadie, absolutamente nadie, debe tener la potestad individual de tomar decisiones estratégicas que tengan que ver con la soberanía, sin contar con el beneplácito del pueblo saharaui a través de un debate nacional y una consulta general y democrática.
Hace veinte años, después de dieciséis años de guerra, el gobierno marroquí, ante la imposibilidad de destruir militarmente al Frente Polisario, se vio en la obligación de sentarse a la mesa de negociaciones. Está de más mencionar que en un conflicto de las características del que enfrenta al pueblo saharaui y el régimen marroquí, quien está en una situación de fuerza ni se sienta a conversar ni hace concesiones.
La historia de los últimos veinte años es la crónica de los continuos incumplimientos por parte de Marruecos de su compromiso firmado con el Polisario en el marco y con el aval de Naciones Unidas.
Marruecos actúa, ayudado por países como Francia, con total impunidad y arrogancia política, demostrando con demasiada frecuencia que no está dispuesto a respetar ningún acuerdo. Veinte años de negociaciones infructuosas lo acreditan.
La deriva de la diplomacia marroquí desde el año 2003 no deja lugar a duda de cuáles son sus intenciones y sus objetivos.
La diplomacia del Frente Polisario ha sido siempre respetuosa con sus compromisos y defensora a ultranza de utilizar las negociaciones como el método óptimo para lograr una solución definitiva, pese a que las abundantes sombras roban espacio a las escasas luces en este proceso, desdibujando los márgenes de entendimiento.
Todas estas dificultades, incumplimientos y desencuentros hacen necesario un replanteamiento de la cuestión con el objeto de crear un nuevo escenario donde las negociaciones no se sigan planteando en un paradigma de desequilibrio de fuerzas. Para ello, es prioritario comenzar a elaborar toda una serie de mecanismos y actuaciones que posibiliten un nuevo balance de poder.
Esa situación no será posible sino con el replanteamiento de toda una serie de aspectos de la política interna y la búsqueda de un reequilibrio de nuestras relaciones internacionales teniendo como prioridad, no sólo la defensa de las negociaciones, sino haciendo un especial énfasis en el discurso de la independencia y el fortalecimiento y reconocimiento de nuestra República Saharaui, asumiendo el Frente Polisario el papel de vanguardia.
En estos tiempos de incertidumbre política y cierta desubicación ideológica puede proyectarse una imagen de incorrección, insensibilidad y hasta falta de tacto diplomático, pero debemos tener siempre presente que el gobierno y las instituciones marroquíes no son la contraparte aséptica y neutral en unas negociaciones horizontales en el marco de Naciones Unidas, sino el enemigo histórico y brutal que viola los derechos humanos de nuestros compatriotas y pretende ensombrecer nuestro futuro. Como decía Ortega y Gasset: “La historia no se ha tomado el trabajo de pasar para que no la tengamos en consideración”.


PUBLICO  SONIA MORENO RABAT 08/11/2011
"Un año después no olvidamos". Ese es el sentir generalizado de la población saharaui en el primer aniversario del brutal desmantelamiento del campamento Gdaim Izik a las afueras de El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, por parte de las Fuerzas de Seguridad marroquíes.
En la madrugada del 8 de noviembre de 2010, los cuerpos de seguridad entraron por la fuerza al campamento. Con gases lacrimógenos y a disparos, echaron abajo las 7.000 jaimas (tiendas de campaña), que la población saharaui había instalado un mes y medio antes. El objetivo de los ciudadanos de Smara, Dajla, Bojador y El Aaiún era reclamar de forma pacífica mayores medidas sociales y económicas, que nada tenían que ver con la independencia territorial.
Varios de los integrantes del campamento no se cansaron de repetir que sólo pedían "acceso a una vivienda, puestos de trabajo, educación para sus hijos y derechos a los recursos naturales de la zona, como los fosfatos y la pesca", cuyos beneficios, denuncian, todavía les están vedados.
Las reivindicaciones congregaron a 20.000 personas organizadas en comités en una verdadera ciudad, bautizada Campamento de la Dignidad. Su desmantelamiento supuso el conflicto más grave en la excolonia española en los últimos 20 años, con la muerte de 13 personas, entre ellos dos civiles saharauis y 11 agentes marroquíes.
Los enfrentamientos no se limitaron al campamento. Los familiares de los heridos salieron a las calles de El Aaiún, dando comienzo a varios días de revuelta saharaui. "Se produjeron detenciones arbitrarias, torturas, allanamientos de viviendas de la población saharaui por civiles marroquíes incitados por las autoridades", denuncia la Asociación Saharaui de Defensa de Derechos Humanos.
El aniversario coincide con la Fiesta del Sacrificio, por lo que ayer se vivió un día tranquilo en todo el Sáhara. Sin embargo, El Aaiún amaneció con pintadas sobre el campamento y otras que reclaman la independencia.
El activista Ahmed Brahim explicó a Público desde la capital del Sáhara que "ya se observa la presencia de patrullas de militares y policías" y se preven manifestaciones. La primera ya se celebró sin altercados la noche del domingo en una avenida de El Aaiún.
Todos los ciudadanos que paseaban ayer por la ciudad coincidían en que las relaciones entre marroquíes y saharauis "se han deteriorado" después del desmantelamiento del campamento. "La relación es de hermandad y fraternidad, los colonos de los territorios ocupados, como hemos visto últimamente, son un arma que utilizan las fuerzas marroquíes contra los ciudadanos saharauis", agrega Brahim.
El último conflicto se originó en septiembre en la ciudad de Dajla a raíz de un partido de fútbol que desencadenó en una batalla campal entre marroquíes y saharauis. Los enfrentamientos, en los que según activistas participó también la Policía, causaron siete muertos y una veintena de heridos. "La nueva situación es mucho más explosiva, no hay confianza entre la gente, los niños no jugaron juntos nunca más", asegura a este diario un ciudadano de El Aaiún.
En la actualidad, 24 activistas del Campamento de la Dignidad siguen en prisión preventiva esperando todavía a ser juzgados, pese a que la ley impide que el proceso se demore más de un año. Dos de ellos fueron detenidos antes del desmantelamiento y el resto durante los disturbios. Todos comenzaron hace una semana su cuarta huelga de hambre para denunciar que, pese a ser presos civiles, serán juzgados por un tribunal militar y reclamar mejores condiciones de reclusión.



Marruecos entró de madrugada por la fuerza para acabar con el campamento
Aún continúan presos 24 saharauis en la cárcel de Salé
Murieron 13 personas, de las cuales 11 pertenecían a los cuerpos de seguridad
Un año después, aumentan las denuncias de represión hacia los niños
EL MUNDO   Erena Calvo | Salé | Rabat  08/11/2011
"No me gusta el rey de Marruecos". Lo dice Bacha, la hija de Moula Balkhir, mujer de uno de los 24 saharauis presos que siguen en la cárcel de Salé, cerca de Marruecos, a la espera de juicio militar desde el desmantelamiento del campamento de protesta saharaui de 'Gdeim Izik'.
Bacha tiene sólo 24 meses de vida y el año pasado fue una de las miles de saharauis que vivieron en el acantonamiento. Ahora reside temporalmente en Salé con otras familias de El Aaiún, capital administrativa del Sahara Occidental, para poder visitar a su gente en la cárcel dos veces por semana.
El 'campamento de la dignidad', como se le apodó, fue levantado a 15 kilómetros de El Aaiún a mediados de octubre de 2010. Su desmantelamiento, y los posteriores disturbios que se registraron en la ciudad, en los que se enfrentaron ciudadanos saharauis y marroquíes abrieron una brecha aún mayor entre estas dos comunidades y convirtieron este conflicto en el mayor registrado en el Sahara Occidental en los últimos años.
En 'Gdeim Izik' habitaron durante un mes más de 25.000 saharauis en 7.500 jaimas. Sus reivindicaciones eran socioeconómicas aunque muchos de los saharauis del campamento asumían también un discurso político y reclamaban la autodeterminación del Sahara Occidental en la que se ha calificado por muchos analistas como la primera protesta de la primavera árabe.
Violencia
Allí crearon un 'mini estado saharaui' que recordaba a los campamentos de refugiados de Tinduf y organizaron su propia seguridad, servicios de limpieza o de reparto de víveres, relata a este periódico uno de los saharauis que pusieron en marcha 'Gdeim Izik' y que prefiere mantenerse en el anonimato. Antes del desmantelamiento, el comité de negociación del campamento mantuvo conversaciones con las autoridades marroquíes -llegaron a reunirse con el ministro del Interior- para desbloquear la situación.
Conversaciones que -a pesar de las promesas de Marruecos de cumplir con nuestras reivindicaciones sociales y económicas- desembocaron en el desmantelamiento, dijo entonces a ELMUNDO.es Omar El Mumeini, uno de los responsables saharauis de las negociaciones.
Entre las 5.00 y las 6.00 de la madrugada del pasado 8 de noviembre Marruecos entró por la fuerza en el acantonamiento para ponerle punto y final. En esta operación y los disturbios que le siguieron en la ciudad de El Aaiún perdieron la vida, según las autoridades marroquíes, 13 personas de las que 11 formaban parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Cientos de saharauis fueron detenidos.
El 8 de noviembre el reino alauí despertó al campamento con el ruido de helicópteros militares y sirenas de ambulancia y vehículos policiales. Así anunciaron una evacuación en la que, según fuentes saharauis, se utilizaron gases lacrimógenos, piedras, porras, cañones agua caliente y balas de caucho. Marruecos justificó la operación con el argumento de que algunos de los saharauis de 'Gdeim Iizik' estaban ahí en contra de su voluntad y para impedir actos violentos planeados por algunos individuos que habían introducido armas.
Miedo a las protestas
“En las últimas semanas han venido muchos policías y militares para estar preparados si hay manifestaciones", explica a ELMUNDO.es Hassana Duihi, miembro del Comité de Presos Saharauis. "Desde el desmantelamiento, además, ocuparon la zona de 'Gdeim Iizik' con un cuartel militar".
"Todos nos preguntamos si hoy habrá protestas en las calles, sigue habiendo mucho dolor entre los saharauis por todo lo que pasó", continúa. La activista Aminatu Haidar, presidenta de Codesa (Colectivo Saharaui para la Defensa de los Derechos Humanos), tampoco sabe concretar si la gente saldrá a las avenidas de El Aaiún para recordar los sucesos de 'Gdeim Izik'.
En su opinión, la situación ha empeorado y asegura que la represión se está centrando también ahora en los niños. "He puesto una denuncia porque a la salida del colegio la policía amenazó a mi hijo y le dijeron que lo iban a dejar en una silla de ruedas".
Haidar, además, recuerda que de los 24 presos de 'Gdeim Izik' encarcelados en Salé, 22 empezaron en la medianoche del domingo una huelga de hambre abierta para reclamar su liberación o un juicio justo.
La francesa Claude Mangin, mujer de Enamaa Asfari, uno de los elementos más politizados del campamento, ha denunciado recientemente que hasta agosto de 2011 estuvo aislado en una celda y ha criticado la lentitud del proceso y que continúen en detención preventiva un año después de su detención.
Además, se queja de que algunos de ellos están enfermos y no han recibido los cuidados necesarios, de que no pueden recibir correo, ni acceder a la biblioteca o de que tienen restringidas las llamadas telefónicas.
"Al principio no podían ni ducharse, y sólo desde mayo podemos llevarles comidas preparadas, ropa o mantas, antes sólo nos dejaban entregarles agua y fruta", dice Mustapha El Machdoufi, hermano de otro de los presos que se ha desplazado a Salé con otras familias para visitar a su gente. "Esperemos que pronto puedan tener acceso a un juicio justo", reclama.



PUBLICO  Posos de anarquía  David Bollero  08 nov 2011
Hoy es un triste aniversario: el del violento asalto de Gdeim Izik, el Campamento Dignidad, por parte de Marruecos, que conllevó, no sólo el apaleamiento y tortura de decenas de saharauis sino incluso, la muerte de algunos de ellos. Y el aniversario es más triste aún porque el Gobierno español y con él, la Unión Europea (UE) se limitaron a correr un tupido velo. España se desentendió de aquella clara vulneración de los Derechos Humanos y, aún peor, fue cómplice, cediendo al bloqueo informativo impuesto por Marruecos. Bernardino León, entonces secretario de Estado de Exteriores, llamó personalmente a los periódicos que Mohamed VI habia elegido a dedo, con nombres y apellidos de los periodistas que permitirían informar del asunto. Y cuando llegaron a El Aaiún, los mandaron de nuevo a casa.
Así se las gasta Marruecos en la cuestión del Sáhara Occidental. Y así lo podemos leer en el informe que la organización Sahara Thawra ha publicado  con motivo del año de Gdeim Izik. A fin de cuentas, sus cooperantes estuvieron sitiados en El Aaiún y fueron testigos de excepción de la agresión marroquí. Un triste relato con todo lujo de detalles:
- “El desalojo del Campamento fue llevado a cabo por las unidades de intervención militar y las fuerzas de seguridad, que utilizaron cuchillos para romper las cuerdas que sostenían las jaimas haciéndolas caer sobre las personas mayores, mujeres y niños que se refugiaban en ellas”.
- “Un grupo de mujeres y algunos jóvenes buscaron refugio en casas en las afueras del campamento, para escapar de los combates, pero las unidades de seguridad militar marroquíes detectaron su ubicación, fueron brutalmente apaleados antes de permitir a las mujeres salir en medio de insultos y actos degradantes contra su dignidad, mientras arrastraban hacia los camiones y coches a los hombres”.
- “Las armas utilizadas por estos cuerpos policiales y militares fueron gas lacrimógeno, balas de caucho y balas reales, sumado a la presencia de varios cuerpos especiales vestidos de negro y con la cara tapada, que se unieron a la intervención militar”.
- “Me llevaron al cuartel de gendarmería de El Aaiún. Es un cuartel muy antiguo, desde la época española. Me llevaron a un lugar de tortura dentro del cuartel, había todo tipo de material de tortura, palos, porras, espadas, cuerdas, una silla y cables de electricidad. Allí encontré a 68 personas, con las manos atadas, todas estaban heridas, sangrando. Recibimos todo tipo de torturas. Nos pegaron constantemente, nos echaban botellas llenas de orina por encima, además de insultarnos”.
Terrible testimonio. Y ni siquiera hace falta mirar hacia una organización pro-saharaui; bastaría con coger el último informe del Observatorio para la Protección de los Derechos Humanos, organismo conformado por la Federación Internacional de los Derechos Humanos y la Organización Mundial contra la Tortura, titulado ‘La Perseverancia del Testimonio’.  En él, se destaca -además de que los avances democráticos de Marruecos que nos quieren vender en la UE no son tales- que “la situación de los Derechos Humanos en el Sáhara Occidental no ha mejorado en 2010-2011″, y a pesar de ello la renovación del mandato de la MINURSO continúa sin extenderse en lo que respecta a estos derechos. El informe hace mención explícita al asalto del que hoy se cumple un año, calificándolos de “violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y habitantes saharauis”.
Sin duda, dos informes de recomendada lectura para Trinidad Jiménez y su equipo -y para los que vienen-, sobre todo un día como hoy, en este triste aniversario que convocará a las 19:00h una concentración ante la Embajada de Marruecos de Madrid y, ya el sábado 12 de noviembre, la manifestación estatal en Madrid por un Sáhara Libre.


GUINGUINBALI   LAURA GALLEGO   Islas Canarias 08/11/2011
Dejé muchos tes pendientes. ¿Cuántas personas me pararon para invitarme a tomarlo en su jaima? A pesar de todos los que compartí, dejé muchos pendientes. Pensaba regresar. Quienes tuvimos la suerte de pasar el tiempo suficiente dentro del campamento Gdeim Izik como para aclimatarnos a su ritmo, no queríamos imaginar el final que tuvo. Aunque lo esperáramos.
Yo me aclimaté a sus desperezares, cuenco en mano con agua apenas para remover cuatro legañas. A sus tórridas mañanas, en las que siempre había historias que recabar en la enfermería, familias que visitar recién llegadas, reuniones que presenciar. Y sobre todo, a sus atardeceres. Cuando caía el sol, se sentía casi como un pueblo. La mayoría, aletargados hasta entonces bajo la sombra de sus jaimas, salía a pasear, a visitar a otra parte de la familia o a interesarse por algún vecino recién llegado. Se contaban las novedades de la ciudad, hablaban con orgullo de lo vacía que ésta se había quedado sin la presencia de todos los acampados.
Según la intensidad del día, del pulso informativo, tenía mayor o menor urgencia en enviar mi crónica. Aunque poco importaban mis prisas. Dependía de los caprichos de la cobertura, la mayoría de las veces, disponible sólo alrededor del palo central de la jaima. Parecía hacer de antena, aunque desconozco si tiene alguna explicación científica, pero ahí descansaban todos los móviles, atados con la ayuda de pañuelos o bolsas de plástico. Y ahí abrazada, atendía la llamada de mis compañeros.
Me acostumbré, incluso, a ponerme la melfa. Sólo querían que el ejército, tan próximo, no reconociera en el primer golpe de vista a los extranjeros. Pero qué buenos momentos les hice pasar -a las mujeres sobre todo- enredada en esas telas. Hasta que aprendí a ponérmela. Aunque siempre faltaba algún retoque, todo hay que decirlo.
Presente durante todo el día, era sobre todo a partir de la puesta del sol cuando la ceremonia del té se repetía una y otra vez. Compartíamos la cena, todos alrededor de un plato, y hasta bien entrada la madrugada, seguíamos el periplo de una jaima a otra. “¿Vuelta, Laura?”, me preguntaba Hassanna. Sí, ¿porqué no? Vamos a ver que se cuece. Algunos estaban jugando a las damas, otros charlando o con la oreja pegada al transistor. Pero siempre, con el pequeño vaso humeante entre las manos.
Con ayuda de la luz del móvil o de alguna linterna, caminábamos por el campamento moviendo la cabeza de arriba a abajo: mirando al suelo, para no tropezarte con las cuerdas, y levantando-al menos en mi caso- la vista cada diez pasos también, para maravillarme del cielo estrellado. A eso no me acostumbré nunca. Y puede que tampoco a la escasez de alimentos, o a las dificultades de no tener baño o agua para lavarnos. Pero la peor de todas, la que escocía en el fondo, era esa felicidad latente. Palpabas una esperanza que no querías imaginar ver rota.
Los saharauis han demostrado una enorme capacidad de resistencia en las últimas décadas. Pero al desierto llegaron bajo la consigna de “estamos hartos”. Ese pequeño mar de jaimas en medio de la nada era el resoplido de alivio que lanzamos cuando, al borde del límite de nuestras fuerzas, nos liberamos de la carga en cuestión. Quizás era un espejismo. Pero durante un mes, no pareció importarles el cada vez mayor asedio del ejército marroquí, que levantó alambradas, muros y asfixiantes controles alrededor de ellos; los coches que más de una vez llegaban al interior con agujeros de bala o apedreados, con ocupantes también amoratados.
La muerte de Elgarhi Nayem, de 14 años, cuanto el vehículo en el que viajaba junto otros seis ocupantes fue ametrallado por el ejército en una persecución quemando rueda a través de la arena del desierto, lo convirtió en mártir y en una razón más para seguir adelante.
Fue justo después de aquello cuando Gdeim Izik saltó a las primeras páginas de los medios de comunicación, sobre todo españoles. Cuando Marruecos intensificó la vigilancia para impedir la entrada de los periodistas que se desplazaron a El Aaiún. Cuando nosotros conseguimos burlar ese control, con el único ánimo de saber qué estaba pasando en ese pedazo de desierto.
Escondida en la parte trasera de un Land Rover, crucé los tres controles y llegué al campamento justo en la hora de la oración. Ese día, frente a una jaima apartada, sobre la que ondeó desde entonces una bandera negra, en señal de luto por Nayem.
Aunque lo que encontré, básicamente, fueron miles de personas sumidas en el entusiasmo de organizar su pequeña “aldea irreductible”, al modo de la que René Goscinny inventó para Asterix y Obelix, donde vivir en libertad, poder hablar de política sin miedo a la represión y pasear sin la sensación de estar siempre perseguido. Aunque aquí no había pócima mágica.
Gdeim Izik nació al abrigo de reivindicaciones exclusivamente sociales, como el derecho a la vivienda o el empleo. Pero de algún modo, denunciaba sin necesidad de recurrir a ninguna consigna prohibida las desigualdades de las que son víctimas una parte de la población, por ser saharauis. Ponía de manifiesto, sin decirlo, que la solución sólo podía ser política.
El comité de negociación, compuesto por nueve personas (la mayoría hoy encarcelados en la prisión de Sale) visitó varias veces la ciudad para reunirse con las autoridades marroquíes; en una ocasión, convocados por el propio ministro del Interior. Después de varios encuentros, los saharauis se negaron a continuar hasta que el ejército no levantara el bloqueo: a la entrada de periodistas, de material para construir aseos, de alimentos o agua en ocasiones.
Y cuando, lejos de hacerlo, el Gobierno anunció la concesión de un terreno para construir una vivienda a quien abandonara la protesta, el comité se afanó en llegar a todos los rincones del campamento, organizar grandes mítines y llamar a la unidad. “La autodeterminación está en el corazón de todos los saharauis”, recuerdo que me dijo uno de ellos; sabían que jugaban sobre un tablero lleno de minas, pero confiaban en conseguir la atención del mundo para entonces sí, abrir esos corazones. Por eso, me explicaron, no importaba si alguien aceptaba la oferta gubernamental, sólo tenía que dejar la jaima plantada. Otros vendrían a ocuparla. Aquello iba para largo. Por eso, el resto de sus integrantes se organizaba para recoger la basura, ayudar a montar las nuevas jaimas, atender turnos de vigilancia e impedir la entrada de cualquier infiltrado, curar a los enfermos -si la cura estaba al alcance de los pocos medicamentos que cabían en una caja de zapatos- o repartir el pan. Por eso, las organizaciones de apoyo a la causa de este pueblo en el exterior empezaron a trabajar en el envío de delegaciones médicas y de todo tipo, noticias que dentro se celebraban con la fe de que estarían allí, según repetían todos, “hasta el final”.
Cuando los saharauis dicen hasta el final, lo único a lo que se refieren es a “la victoria o la muerte”. Todos lo repetían como un mantra. Y parece que de algún modo, el sentir llegó a Rabat, porque después de pronunciar un discurso reivindicando la marroquinidad del Sahara y de algún otro territorio, ya de paso, con ocasión del aniversario de la Marcha Verde, el rey Mohamed VI y su gobierno decidieron poner fin a la farsa y acabar con una protesta que decían respetar, aunque era difícil de creer con todos esos hombres armados alrededor que ¿para qué otra cosa podían estar?.
Ya me lo dijo una mujer: “Cuando nos vamos a dormir, no sabemos si amaneceremos, con tanto soldado ahí fuera”. Y fue precisamente de madrugada, cuando no había ningún periodista ya, aunque sí activistas extranjeros, cuando ese escuadrón inició el desmantelamiento del sueño colectivo. La victoria desde luego no. Y la muerte, aún hoy -y quizás para siempre- es algo que no sabemos cuántos encontraron. Porque aquel 8 de noviembre los saharauis nos hablaron de una huida masiva, de una columna humana de mujeres y niños caminando a través del desierto hacia a la ciudad. De los jóvenes que se quedaron a resistir el ataque. De los violentos enfrentamientos que siguieron los días posteriores en El Aaiún.
Pero Marruecos impuso un férreo veto a la llegada de informantes, y en ese pedazo de tierra donde se levantaron miles de jaimas, ha quedado enterrada para siempre la auténtica verdad de lo ocurrido, junto a nadie sabe cuántos cadáveres. Si los hubo.
También yace ahí la ilusión por la que muchos no queríamos imaginar ese final; porque no hacerlo, era creer en la libertad de los seres humanos para reivindicar pacíficamente sus derechos. Nada más.
Texto publicado en febrero de 2011, en el Anuario de GuinGuinBali

La versión marroquí sobre el desmantelamiento sostiene que se llevó a cabo para proteger a los propios saharauis de la presencia de terroristas en el interior, que habrían tomado el control de la protesta. En los enfrentamientos posteriores, según sus datos, murieron ocho agentes de policía y un saharaui. Éstos, por su parte, denunciaron el ataque indiscriminado al que se sumaron los propios colonos marroquíes, de lo cual hay imágenes capatadas por los activistas que aún permanecieron unos días en El Aaiún, entrando en las casas y llevándose pertenencias ajenas a su antojo. Los saharuis aseguran que además, repartiendo violencia a diestro y siniestro. Impuesto el veto informativo, los gobiernos español y francés, y hasta la propia ONU, declinaron llevar a cabo una denuncia explícita sobre la conducta marroquí, limitándose a lamentar dichos enfrentamientos. Sólo la condena del parlamento europeo fue algo más tajante, exigiendo a Marruecos que permitiera la entrada de periodistas y organizaciones internacionales para aclarar lo sucedido. Para los saharauis, la actitud pasiva de las fuerzas de la MINURSO, que sigue sin tener competencia en materia de derechos humanos y cuyos integrantes escondieron la cabeza durante los días de mayor revuelo, ha terminado por minar su desconfianza en este organismo, y la mayoría lo considera ya un ocupante más. Semanas después, sí llegaron al Sahara Occidental ONGs como Human Rigth Watch, Amnistía Internacional o el Centro Robert F kennedy, y todas confirmaron en sus informes la existencia de graves abusos a los derechos humanos cometidos por las fuerzas marroquíes contra la población civil saharaui durante y después del ataque al campamento.

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