Entre aviones, autobuses y
taxis Carmelo Ramírez y Josefa Milán recorrieron 6.000 kilómetros
en menos de dos días para -aparentemente- tomarse un té con el activista
Hassana Duhi en El Aaiún. Como ellos, otros 15 miembros de diversas
asociaciones de apoyo a la causa saharaui fueron expulsados de la ciudad
ocupada en las últimas 24 horas, y en su caso, antes incluso de saludar
siquiera a sus anfitriones. Pero el gesto les permite volver a denunciar el
cerco de represión y silencio que las autoridades marroquíes mantienen sobre El
Aaiún. Y en el segundo aniversario del desmantelamiento de Gdeim Izik, “bien
vale la pena, para que no se pierda en el olvido”, aseguran.
Porque eso ha quedado claro,
Marruecos no quiere testigos. Y la tensión -elijan el tópico que más les guste,
se masca, se palpa, se respira- es totalmente real en El Aaíún, una ciudad
tomada estos días por patrullas de la policía y del ejército, visibles a la
vuelta de casi cada esquina. La escalada de nerviosismo se debe a las visitas
consecutivas del relator de Naciones Unidas sobre la Tortura, Juan Méndez, y
del enviado especial de secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para el
Sáhara Occidental, CHristopher Ross, cargo que por primera vez no se doblega
ante la repulsa expresada por Marruecos y pisa el Sahara Occidental.
Para los saharauis que
defienden la independencia fue un hecho alentador; el enviado especial se
reunió con numerosos activistas de las asociaciones en defensa de los derechos
humanos como miembros de la sociedad civil, la MINURSO, que hasta ahora no ha
tenido contacto con ellos, facilitó la logística; Ross vio la presión de los
saharauis por expresarse en las calles y la represión marroquí para impedirlo.
“Fue un auténtico día de independencia” resume Duhi. Y ahora están a la espera
de que anuncie sus conclusiones. Así que la conmemoración del desmantelamiento
de Gdeim Izik hoy, 8 de noviembre -la protesta de mayor envergadura y
repercusión social efectuada nunca por el pueblo saharaui- debía ser la guinda
de su estrategia por conseguir visibilizar su situación y ponerla en el tablero
internacional. La veintena de activistas llegados en los días previos desde
distintos puntos de España y de Noruega esperaban ser testigos de lo que
aconteciera. Pero para Marruecos ya son muchas visitas. A todos ellos, a pesar
de haber usado vías alternativas al propio aeropuerto de El Aaiún, les estaba
esperando la policía para, nada más poner un pie en la ciudad, mandarlos de
regreso a Agadir.
Ramírez y Milán, especialmente
conocidos entre las autoridades locales, pudieron llegar hasta la vivienda de
Duhi porque el autobús en el que viajaron -después de tomar dos aviones y
realizar un largo trayecto en taxi- desde Agadir era una línea ocasional que
opera solo estos días para devolver a muchos de los estudiantes que estaban de
vacaciones a sus escuelas. Abrigados por la oscuridad de la noche también,
ningún agente de los que inspeccionaron el autobús en los diversos controles de
carretera detectó su presencia. No obstante, apenas 20 minutos después de haber
entrado en casa del activista saharaui, la policía golpeaba la puerta exigiendo
los pasaportes de los extranjeros. Un chivatazo, un teléfono pinchado, las
posibilidades son muchas y debemos dejarlas a la imaginación, porque ninguno de
los más de 30 agentes vestidos de paisano que esperaban en la puerta dio
explicación alguna. Solo les comunicaron que debían montarse en un taxi, que
sus pasaportes les serían devueltos en el primer control posterior a la salida
de la ciudad, y que les llevaría a Agadir.
Mucho más rápido hubiera sido
dejarles regresar desde el Aaiún en vuelo directo a Gran Canaria. Pero al
respecto solo dijeron: “Han venido a hacer turismo y se van a hacer turismo,
aquí no hay nada que ver”. De turismo a Agadir. O a Marrakech, desde donde
finalmente regresaron. Los mismos 1000 kilómetros que
acababan de recorrer, pero en sentido inverso, apenas media hora después. Aún
así, les queda, dicen, la satisfacción de haber podido llegar y expresar en
persona su solidaridad, y sobre todo, de poder denunciar la impunidad con la
que actúa Marruecos, que veta testigos a su antojo.
Hoy se cumplen dos años de ese
día aciago en el que las columnas de humo anunciaron la desaparición inminente
de ese sueño que acampaba en el desierto desde hacía más de un mes. Dos años
desde que columnas de soldados entraron en ese campamento reivindicativo
dispuestos a borrarlo del mapa de arena en el que se asentaba. Y los
activistas, estos días, consideran que han logrado que los medios vuelvan a
hablar de ello, que recuerden a las decenas de detenidos relacionados con Gdeim
Izik que siguen en la cárcel a la espera de juicio. Y eso, en una 'guerra' a
largo plazo como la que mantiene el Gobierno marroquí y el pueblo saharaui por
el territorio, bien vale 6.000 kilómetros .
En el aeropuerto de Marruecos
el trato vuelve a ser el de que conceden a un turista cualquiera. Todo está
bien, siempre y cuando no se acerquen a El Aaiún. Allí “no hay nada que ver”.
¿Seguro?