jueves, 8 de noviembre de 2012

6.000 kilómetros en 42 horas para mantener vivo el recuerdo


Entre aviones, autobuses y taxis Carmelo Ramírez y Josefa Milán recorrieron 6.000 kilómetros en menos de dos días para -aparentemente- tomarse un té con el activista Hassana Duhi en El Aaiún. Como ellos, otros 15 miembros de diversas asociaciones de apoyo a la causa saharaui fueron expulsados de la ciudad ocupada en las últimas 24 horas, y en su caso, antes incluso de saludar siquiera a sus anfitriones. Pero el gesto les permite volver a denunciar el cerco de represión y silencio que las autoridades marroquíes mantienen sobre El Aaiún. Y en el segundo aniversario del desmantelamiento de Gdeim Izik, “bien vale la pena, para que no se pierda en el olvido”, aseguran.
Porque eso ha quedado claro, Marruecos no quiere testigos. Y la tensión -elijan el tópico que más les guste, se masca, se palpa, se respira- es totalmente real en El Aaíún, una ciudad tomada estos días por patrullas de la policía y del ejército, visibles a la vuelta de casi cada esquina. La escalada de nerviosismo se debe a las visitas consecutivas del relator de Naciones Unidas sobre la Tortura, Juan Méndez, y del enviado especial de secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, para el Sáhara Occidental, CHristopher Ross, cargo que por primera vez no se doblega ante la repulsa expresada por Marruecos y pisa el Sahara Occidental.
Para los saharauis que defienden la independencia fue un hecho alentador; el enviado especial se reunió con numerosos activistas de las asociaciones en defensa de los derechos humanos como miembros de la sociedad civil, la MINURSO, que hasta ahora no ha tenido contacto con ellos, facilitó la logística; Ross vio la presión de los saharauis por expresarse en las calles y la represión marroquí para impedirlo. “Fue un auténtico día de independencia” resume Duhi. Y ahora están a la espera de que anuncie sus conclusiones. Así que la conmemoración del desmantelamiento de Gdeim Izik hoy, 8 de noviembre -la protesta de mayor envergadura y repercusión social efectuada nunca por el pueblo saharaui- debía ser la guinda de su estrategia por conseguir visibilizar su situación y ponerla en el tablero internacional. La veintena de activistas llegados en los días previos desde distintos puntos de España y de Noruega esperaban ser testigos de lo que aconteciera. Pero para Marruecos ya son muchas visitas. A todos ellos, a pesar de haber usado vías alternativas al propio aeropuerto de El Aaiún, les estaba esperando la policía para, nada más poner un pie en la ciudad, mandarlos de regreso a Agadir.
Ramírez y Milán, especialmente conocidos entre las autoridades locales, pudieron llegar hasta la vivienda de Duhi porque el autobús en el que viajaron -después de tomar dos aviones y realizar un largo trayecto en taxi- desde Agadir era una línea ocasional que opera solo estos días para devolver a muchos de los estudiantes que estaban de vacaciones a sus escuelas. Abrigados por la oscuridad de la noche también, ningún agente de los que inspeccionaron el autobús en los diversos controles de carretera detectó su presencia. No obstante, apenas 20 minutos después de haber entrado en casa del activista saharaui, la policía golpeaba la puerta exigiendo los pasaportes de los extranjeros. Un chivatazo, un teléfono pinchado, las posibilidades son muchas y debemos dejarlas a la imaginación, porque ninguno de los más de 30 agentes vestidos de paisano que esperaban en la puerta dio explicación alguna. Solo les comunicaron que debían montarse en un taxi, que sus pasaportes les serían devueltos en el primer control posterior a la salida de la ciudad, y que les llevaría a Agadir.
Mucho más rápido hubiera sido dejarles regresar desde el Aaiún en vuelo directo a Gran Canaria. Pero al respecto solo dijeron: “Han venido a hacer turismo y se van a hacer turismo, aquí no hay nada que ver”. De turismo a Agadir. O a Marrakech, desde donde finalmente regresaron. Los mismos 1000 kilómetros que acababan de recorrer, pero en sentido inverso, apenas media hora después. Aún así, les queda, dicen, la satisfacción de haber podido llegar y expresar en persona su solidaridad, y sobre todo, de poder denunciar la impunidad con la que actúa Marruecos, que veta testigos a su antojo.
Hoy se cumplen dos años de ese día aciago en el que las columnas de humo anunciaron la desaparición inminente de ese sueño que acampaba en el desierto desde hacía más de un mes. Dos años desde que columnas de soldados entraron en ese campamento reivindicativo dispuestos a borrarlo del mapa de arena en el que se asentaba. Y los activistas, estos días, consideran que han logrado que los medios vuelvan a hablar de ello, que recuerden a las decenas de detenidos relacionados con Gdeim Izik que siguen en la cárcel a la espera de juicio. Y eso, en una 'guerra' a largo plazo como la que mantiene el Gobierno marroquí y el pueblo saharaui por el territorio, bien vale 6.000 kilómetros.
En el aeropuerto de Marruecos el trato vuelve a ser el de que conceden a un turista cualquiera. Todo está bien, siempre y cuando no se acerquen a El Aaiún. Allí “no hay nada que ver”. ¿Seguro?