El joven ha sido juzgado dos veces por su
participación en el Campamento Dignidad en el Sahara occidental
Hassana Aalia es un joven de 25 años. Ayer
estaba sentado desde primera hora y en primera fila en la Casa del Cordón para
participar en la presentación del libro República Saharaui. Un 12 de octubre:
El nacimiento de una nación. Su testimonio es real, directo y desgarrador.
Narra el día a día de una opresión que ha vivido desde niño en el Sahara
ocupado. Al otro lado está el campamento de refugiados de Tinduf. «Nos separa
el muro más largo y desde pequeños no entendemos porqué no podemos cruzarlo
para ver a nuestra familia». Una fuerte represión a cualquier movimiento de la
población saharaui mientras las delegaciones de Naciones Unidas «miran para
otro lado». «Marruecos lleva a cabo muchas políticas como la explotación de los
recursos naturales del Sahara, incluso se sabe que promueven salidas de pateras
con jóvenes saharauis que buscan un futuro mejor porque allí el trabajo es para
los colonos», resume. Hay 500 desaparecidos y desaparecidas, desde 2005 contabilizan
al menos 15 desparecidos y otros tantos asesinados. La cárcel es testigo de
torturas. La población ha realizado manifestaciones pacíficas duramente
reprimidas. Aalia recuerda los apenas diez días de mantenimiento del conocido
como Campamento de la Dignidad en Gdeim Izik. «20.000 saharauis nos fuimos del
Aiun a una zona rural, organizamos un campamento donde pudimos vivir en
libertad durante unos días». El que se conoce como germen de los movimientos de
la Primavera Árabe terminó 28 días después a las seis de la mañana. Aalia
dormía en su haima y el llanto y gritos de niños, mujeres y hombres le
despertó. Las tropas marroquíes «entraron con armas, con todo, mataron a un
niño de 14 años y a más personas y apenas unas imágenes pudieron salir al exterior»,
recuerda.
Tras la disolución por la fuerza del
campamento Hassana Aalia fue a prisión, sufrió tortura. Había cumplido su
condena y después pudo salir hasta en cuatro ocasiones del país. Hoy ha pedido
asilo político en España. No puede volver. Un juicio militar, celebrado en
febrero, le condenó, sin pruebas, a él a cadena perpetua y a más de veinte años
de cárcel a otros veinte compañeros. Todos ellos acusados de la muerte de 11
policías en el brutal desmantelamiento de Gdeim Izik. Activistas, observadores
internacionales y eurodiputados ha denunciado la ilegalidad del proceso.
«Porque Marruecos no tiene jurisdicción sobre población saharaui y porque si es
un juicio militar no pueden impartir justicia civiles». Afirma que la condena a
cadena perpetua «es dura la palabra, lo que significa» pero duele más «estar en
un país que no es el tuyo, no poder ver a tu familia». Reconoce que aquí en
España hace una lucha por sus compañeros que no pueden defenderse y por su
país. Vive en el País Vasco. Llegó a España para estudiar español. No pudo
volver al ser declarado en rebeldía y posteriormente condenado a cadena
perpetua. Ahora está en España como refugiado y ha solicitado asilo político
pero España tiene un convenio de extradición con Marruecos. «No tengo miedo. Me
tocó esto. Hasta hoy no he tenido ningún problema, estoy en trámites de asilo
político y estoy esperando. Estoy tranquilo» asegura. Su objetivo es dar a
conocer la realidad que se vive en los territorios ocupados del Sahara y la
violación constante de los derechos humanos que se producen en la zona. «Estoy
haciendo una serie de conferencias por España para explicar cuál es la
situación que estamos viviendo, para defender la verdad algo que mis compañeros
no pueden hacer», asegura. Es uno de los testimonios más realistas con el que
arrancaron ayer las III Jornadas sobre derechos humanos en el Sáhara
occidental.
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