jueves, 18 de julio de 2019

Las Acacias del éxodo, de Conchi Moya. Bebiendo de los pozos de la memoria

*Por María López, investigadora.
Cualquier persona que me conozca bien, sabe que me da mucho miedo volar. Esta temporada, por motivos de trabajo, me está tocando pasar mucho rato en las alturas, y este relato maravilloso de Conchi, me ha ayudado a seguir con los pies en el suelo, sabiendo que aún nos queda mucho por hacer. El libro se lee muy fácilmente, de hecho, creo que tardé en leerlo las dos horas que duró el vuelo Bilbao-South London. Sin embargo, es un libro que te invita a volver a sus relatos, a sus historias, sobre todo, a algunas de sus frases. Soy amante de los libros, los cuido como un tesoro, y aunque cada cierto tiempo algunos los tengo que ceder o regalar por razones de espacio, aquellos que realmente me gustan, me emocionan, los conservo y los proceso con detalle. Me gusta subrayarlos, poner notas, releerlos, y dejarlos en mi estantería para volver a ellos de vez en cuando. “Las acacias del éxodo” son relatos cortos, sin relación aparente entre ellos, pero que comparten historias muy importantes de distintas personas y protagonistas de la lucha del pueblo saharaui. Algunas de sus frases encierran a la vez ternura y desgarro, fiel reflejo del pueblo saharaui, que a pesar del hastío, mantiene la esperanza 43 años después (“la paz es nuestro candil en la oscuridad”). Conchi consigue como nadie reflejar el carácter de los saharauis, su generosidad, su desprendimiento (“no pudimos traer nada, salvo nuestros principios”) y su capacidad de resistir al paso del tiempo, y a la hostilidad de la hamada (“la resistencia es la llave de la esperanza”). Hay uno de los relatos que me emociona especialmente: “Tengo, tengo, tengo”. Yo estaba aquel día entre el público en aquellas jornadas organizadas por las universidades públicas madrileñas. Recuerdo perfectamente la voz de Rahmuni, la emoción contenida de los que estábamos allí, y cómo entendimos perfectamente lo que quería transmitir. Creo que fue mucho más efectivo para que algunos de los políticos en la sala se sintieran responsables que cualquiera de los debates sobre el papel de los partidos en el conflicto del Sahara.
Pero si hay algo que realmente me ha llegado al corazón, es la representación de la mujer saharaui (“no hay más mujeres que nuestras abuelas”). Todas hemos aprendido de nuestras abuelas, y somos muchas las que hemos aprendido de las mujeres saharauis (“mujer saharaui, tú me ensenaste a luchar”). Además de resaltar importantes figuras femeninas, Conchi consigue recordarnos la importancia de la interseccionalidad del feminismo: “tendrá que llegar un día en que seáis aliadas, espero que ese día no sea tarde”. Efectivamente, qué importante es ser aliadas, ser “sororas” y luchar juntas en pro de lo que todas queremos: un Sahara libre en el que las mujeres sean protagonistas de su destino. No puedo terminar estas líneas sin mencionar una de las partes más importantes del libro, el retrato que Conchi hace, de la mano de Mueina Chejatu, de la visita de Felipe González a los campamentos, con elegancia, casi sin rencor, pero poniendo negro sobre blanco que el pueblo saharaui no olvida su traición, porque “los hechos son tozudos, la historia, Felipe, jamás te absolverá”.
Así que, a pesar de que me lo acabé en sólo una de las etapas de estos viajes, Las acacias de éxodo se han convertido en un compañero de viaje inmejorable, para no olvidar, mientras vuelo, que es necesario seguir en el lodo, luchar cada día y en nuestra medida por acercar un poquito aunque sea, el sueño de la libertad del pueblo saharaui. Cada página, cada relato nos ayuda a “beber de los pozos de la memoria, necesaria como el agua más dulce”, esa que alimenta los Oasis de la memoria que no podemos olvidar, la de las violaciones de derechos humanos, el abandono, la tortura, el exilio. Como dijo Dag Hammarsjold y recoge Conchi en las primeras líneas de “Sueño robado”, este libro me ayuda a viajar hacia el “interior de mi misma” para reforzarme en mi compromiso con el pueblo saharaui.
Rahmuni Daha

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