*Por María López, investigadora.
Cualquier persona que me conozca bien, sabe
que me da mucho miedo volar. Esta temporada, por motivos de trabajo, me está
tocando pasar mucho rato en las alturas, y este relato maravilloso de Conchi,
me ha ayudado a seguir con los pies en el suelo, sabiendo que aún nos queda
mucho por hacer. El libro se lee muy fácilmente, de hecho, creo que tardé en
leerlo las dos horas que duró el vuelo Bilbao-South London. Sin embargo, es un
libro que te invita a volver a sus relatos, a sus historias, sobre todo, a
algunas de sus frases. Soy amante de los libros, los cuido como un tesoro, y
aunque cada cierto tiempo algunos los tengo que ceder o regalar por razones de
espacio, aquellos que realmente me gustan, me emocionan, los conservo y los
proceso con detalle. Me gusta subrayarlos, poner notas, releerlos, y dejarlos
en mi estantería para volver a ellos de vez en cuando. “Las acacias del éxodo”
son relatos cortos, sin relación aparente entre ellos, pero que comparten historias
muy importantes de distintas personas y protagonistas de la lucha del pueblo
saharaui. Algunas de sus frases encierran a la vez ternura y desgarro, fiel
reflejo del pueblo saharaui, que a pesar del hastío, mantiene la esperanza 43
años después (“la paz es nuestro candil en la oscuridad”). Conchi consigue como
nadie reflejar el carácter de los saharauis, su generosidad, su desprendimiento
(“no pudimos traer nada, salvo nuestros principios”) y su capacidad de resistir
al paso del tiempo, y a la hostilidad de la hamada (“la resistencia es la llave
de la esperanza”). Hay uno de los relatos que me emociona especialmente:
“Tengo, tengo, tengo”. Yo estaba aquel día entre el público en aquellas
jornadas organizadas por las universidades públicas madrileñas. Recuerdo
perfectamente la voz de Rahmuni, la emoción contenida de los que estábamos allí,
y cómo entendimos perfectamente lo que quería transmitir. Creo que fue mucho más
efectivo para que algunos de los políticos en la sala se sintieran responsables
que cualquiera de los debates sobre el papel de los partidos en el conflicto
del Sahara.
Pero si hay algo que realmente me ha
llegado al corazón, es la representación de la mujer saharaui (“no hay más
mujeres que nuestras abuelas”). Todas hemos aprendido de nuestras abuelas, y
somos muchas las que hemos aprendido de las mujeres saharauis (“mujer saharaui,
tú me ensenaste a luchar”). Además de resaltar importantes figuras femeninas,
Conchi consigue recordarnos la importancia de la interseccionalidad del feminismo:
“tendrá que llegar un día en que seáis aliadas, espero que ese día no sea
tarde”. Efectivamente, qué importante es ser aliadas, ser “sororas” y luchar
juntas en pro de lo que todas queremos: un Sahara libre en el que las mujeres
sean protagonistas de su destino. No puedo terminar estas líneas sin mencionar
una de las partes más importantes del libro, el retrato que Conchi hace, de la
mano de Mueina Chejatu, de la visita de Felipe González a los campamentos, con
elegancia, casi sin rencor, pero poniendo negro sobre blanco que el pueblo
saharaui no olvida su traición, porque “los hechos son tozudos, la historia,
Felipe, jamás te absolverá”.
Así que, a pesar de que me lo acabé en sólo
una de las etapas de estos viajes, Las acacias de éxodo se han convertido en un
compañero de viaje inmejorable, para no olvidar, mientras vuelo, que es
necesario seguir en el lodo, luchar cada día y en nuestra medida por acercar un
poquito aunque sea, el sueño de la libertad del pueblo saharaui. Cada página,
cada relato nos ayuda a “beber de los pozos de la memoria, necesaria como el
agua más dulce”, esa que alimenta los Oasis de la memoria que no podemos
olvidar, la de las violaciones de derechos humanos, el abandono, la tortura, el
exilio. Como dijo Dag Hammarsjold y recoge Conchi en las primeras líneas de
“Sueño robado”, este libro me ayuda a viajar hacia el “interior de mi misma”
para reforzarme en mi compromiso con el pueblo saharaui.
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Rahmuni Daha |
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