domingo, 5 de diciembre de 2010

El español torturado en El Aaiún visita Badajoz para relatar su experiencia: «Volveré a El Aaiún, ya no tengo miedo»



Visitó Extremadura para contar lo que está sucediendo en el Sáhara y dijo que se querellará contra los servicios diplomáticos españoles que no le auxiliaron
El español Ahmed Yeddou Salem fue torturado durante cinco días por la gendarmería marroquí

«Nos pegaban sin motivo y nos 'duchamos' con nuestra propia orina varias veces al día»

Las secuelas físicas de su infierno son apenas imperceptibles a primera vista. Pero el pecho le sigue doliendo tres semanas después y apenas puede levantar el brazo izquierdo. Ha perdido fuerza en los dedos y en sus muñecas se ven claramente las señales de las esposas. Las consecuencias psíquicas son mucho más profundas y todavía no ha pasado una noche en la que no se despierte más de diez veces cubierto en sudor debido a las pesadillas.

El español Ahmed Yeddou Salem Lecuara fue detenido y torturado en una comisaría de la gendarmería marroquí en El Aaiún. Durante cinco días sufrió maltratos físicos, insultos y vejaciones sólo por encontrarse en el campamento protesta Gdeim Izik en el momento de su asalto.

Esta semana ha pasado por Badajoz arropado por la Fundación Sáhara Occidental, una de las responsables de su vuelta a casa. Decidido a contar lo que está pasando en su país ofreció una conferencia en San Vicente de Alcántara y le contó a HOY que presentará una querella ante la Justicia española por el delito de genocidio y crímenes de lesa humanidad contra los responsables de las torturas infligidas y por denegación de auxilio contra los servicios diplomáticos españoles en Marruecos.

El joven rememora con escalofriante serenidad todas sus vicisitudes. Quiere hacerlo para que todo el mundo sepa lo que está pasando en el Sáhara Occidental y para impedir con su testimonio que el Gobierno español y Europa continúen mirando hacia otro lado.
No tiene residencia fija. Se mueve entre Canarias y Estepona, pero su mujer, su hijo y el resto de su familia vivían en El Aaiún, en el campamento Gdeim Izik. Es su punto de referencia en el mundo y el lugar al que siempre volvía. El día 7 llegó allí y se alojó en la jaima que sirve de cobijo a todos los suyos. Pasó la noche con ellos. Al amanecer, comenzó la tragedia.

«A las seis, seis y media de la mañana nos atacaron. Nadie lo esperaba. Yo estaba dormido cuando entraron militares, gendarmes e inspectores vestidos de civiles. Intenté proteger a las mujeres, los niños y los más ancianos, pero no pude. Me redujeron, me ataron las manos a la espalda y uno de ellos me puso el pie en la cara...», recuerda el joven, en un tono neutro y pausado, desprovisto de cualquier emoción, pese a la dureza de lo que relata.

Después de los primeros minutos de confusión, cuenta Ahmed que todo se volvió violento y precipitado. «Me pegaban patadas y me golpeaban con los puños, con porras y con tubos... Recuerdo que mi madre les pidió que pararan y les explicó que yo sólo estaba de visita. Lo único que consiguió fue que le pegaran también a ella», señala.

Nadie llegó nunca a informarle del por qué de su detención. Tan sólo le repetían una y otra vez la misma pregunta: ¿Por qué estás en el campamento? «La tortura comenzó allí mismo, delante de todo el mundo. Quemaron las jaimas y me robaron todas mis pertenencias. En algún momento perdí el conocimiento y lo siguiente que recuerdo es que estaba en la parte trasera de un camión, junto a otras dos o tres personas. Luego fueron trayendo cada vez a más gente. Más tarde nos llevaron hasta la gendarmería marroquí en El Aaiún. Nos trasladaron a una celda de unos seis metros cuadrados. Allí estuvimos hacinadas 72 personas» lamenta Ahmed.

El trato que recibió durante los cinco días que pasó recluido en aquella celda fue «violento y agotador» para los prisioneros. «No teníamos cuarto de baño, así que hacíamos nuestras cosas en algunas botellas que teníamos a mano. Nos duchamos varias veces con nuestra propia orina, porque nos la arrojaban», dice. Recuerda que no les dejaban dormir, les maltrataban y les sometían a interrogatorios sin sentido en los que todo giraba en torno a su presencia en el campamento y a su 'función' en él.

Cuando se le pregunta por qué no solicitó el asesoramiento de un abogado o la presencia de alguna autoridad consular, Ahmed esboza una sonrisa irónica. «Eso es algo imposible. Te dejan bien claro que no estás allí para hacer preguntas ni peticiones, sino para responder», asegura.

De hecho, subraya que le obligaron a firmar cuatro páginas en blanco que después rellenaron con su supuesta declaración en la que afirmaba que las autoridades marroquíes, al parecer, le habían salvado de las mafias saharauis, que le habían robado y pegado, además de quemar su coche.

En el cuartel de la gendarmería permaneció retenido durante cinco días (del 8 al 12 de noviembre). El quinto día salió igual que entró: sin saber por qué. Aunque después supo que fue gracias a esa declaración que supuestamente él había firmado.

Ocho días después de su liberación recibió la visita de Mariano Collado, el depositario de los Bienes Culturales españoles en El Aaiún, que le acompañó al médico y le ayudó a desenvolverse en el laberinto burocrático necesario para abandonar el país.

Ahmed se muestra muy agradecido por su intervención, pero lamenta que sólo se produjese después de que su padre hubiera denunciado a las asociaciones de derechos humanos saharauis y españolas lo que había sufrido su hijo. No fue hasta que empezaron a difundirse las imágenes en la que aparece brutalmente golpeado cuando empezaron a reaccionar, según él. «Eso apretó al Gobierno español», opina.

Denuncia que hay muchos ciudadanos saharauis que están pasando por el mismo calvario que él sufrió y que no tienen la suerte de tener un pasaporte español. Él visitará en los próximos días Ginebra para contar ante Naciones Unidas lo que está sucediendo. Luego tiene muy claro que regresará a El Aaiún. «Ya no tengo miedo, después de todo lo que he visto y vivido, hay pocas cosas que me asusten», garantiza sereno.

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