La persecución y el ensañamiento del régimen marroquí no han logrado amilanar al luchador saharaui Alí Salem Tamek, amante de la libertad y la revolución
JUVENTUD REBELDE Jorge L. Rodríguez González
29 de Octubre del 2011
Tranquilo, impasible… Pareciera que nunca ha conocido el dolor. Sin embargo, en su cuerpo palpitan las venas abiertas del Sahara Occidental. A pesar de las tantas veces que ha estado en las terroríficas mazmorras marroquíes por denunciar las violaciones de los derechos humanos de su pueblo; de las presiones y los intentos de quebrar su entereza atacando a su familia, Alí Salem Tamek sigue fuerte. Así se devela mientras conversa con nuestro diario.
Nació en Assa, una ciudad del sur de Marruecos, pero en el seno de una familia saharaui. Por tanto, siempre ha defendido la patria de sus padres, que es también la suya. Actualmente es el Vicepresidente del Colectivo Saharaui de los Defensores de los Derechos Humanos en el Sahara Occidental (CODESA).
Las horrendas condiciones de detención, las torturas y las huelgas de hambre que ha realizado para hacer valer el derecho a la autodeterminación de su Sahara, usurpado hace 36 años por la criminal ocupación de Marruecos, han dejado en Alí las huellas de la crueldad más feroz del régimen totalitario de la monarquía alauita. Hoy este hombre, con solo 38 años, presenta un cuadro de salud precario: asma aguda, reumatismo, desequilibrios nerviosos, alergias, hemorroides y problemas del estómago y de la piel.
Los activistas de derechos humanos del Sahara Occidental sufren tortura, acoso y años de cárcel solo por defender la independencia y denunciar los abusos. En 1975 España abandonó esa nación del norte de África en manos de Marruecos y Mauritania, interrumpiendo el proceso de descolonización ordenado por la ONU. Desde entonces, el pueblo saharaui, disperso, espera a que Rabat tenga la voluntad política de solucionar el conflicto, pero este se aferra a la idea de conceder una autonomía a su vecino como única salida, mientras el Sahara, con total justeza, defiende la celebración de un referéndum en el que sus hijos tengan al menos la opción de votar por la independencia.
Impotentes en el propósito de silenciar su voz, las autoridades marroquíes llegaron al extremo de tomar contra Alí una decisión judicial que les permitiera «recluirlo» en el hospital psiquiátrico de Inzegane-Agadir, alegando que era un enfermo mental.
La violación de sus derechos conforma una lista interminable que llega a las prohibiciones de que le dieran empleo. Y como para que no se cerrara el círculo de tormentos, su esposa, Aicha Chafia, fue violada por cinco agentes de los servicios secretos marroquíes, la DST, en 2003, cuando regresaba de visitar a Alí, preso en la cárcel de Agadir. Luego de desnudarla, uno tras otro ultrajaron su cuerpo intentando, delante de su hija, que solo tenía tres años, obtener información sobre las actividades de su marido. Pero Aicha estaba cortada por las mismas tijeras que su esposo: no dio ni la más mínima pista a los verdugos.
Después de ese pavoroso episodio, Aicha vive en España como refugiada política, con Thawra, aquella niña que ya tiene 12 años. Su nombre significa en árabe ‘revolución’.
«Por eso las autoridades marroquíes no me dejaron inscribirla así… Tengo mucha fe en la revolución, en su más amplia concepción universal», me dice Alí para explicar el significado que tiene para ellos el nombre de la hija. Y Thawra es esa simiente que crece y resiste con la misma fuerza con que los saharauis se mantienen aferrados al proyecto de una patria libre y unificada, como les asiste en virtud del Derecho Internacional.
La última vez que estuvo en prisión fue desde octubre de 2009 hasta abril de 2011. Su delito: visitar los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf, Argelia. Por eso, él y los seis compañeros que le acompañaron en esa empresa fueron llevados ante la Corte Militar. Con ellos, Alí también fue protagonista de 41 días de huelga de hambre en la cárcel de Salé (Marruecos), para exigir un proceso justo o la liberación incondicional.
«Lo extraño es que nosotros somos civiles y trabajamos en organizaciones civiles; sin embargo, nos llevan ante cortes militares. La justicia es un instrumento de sojuzgamiento en manos del régimen marroquí, que la explota para frenar, sancionar y castigar a los opositores políticos, ya sean saharauis o marroquíes», explica el Vicepresidente de CODESA.
Muchos saharauis, como él, han estado en una situación muy delicada, pues en las prisiones de Marruecos no se les respeta el derecho a la salud, como a cualquier ser humano. «A pesar de ello y de las duras condenas impuestas por las cortes, además de las presiones y las acometidas contra nuestros familiares, que son el punto más sensible, nos mantenemos fieles a nuestras convicciones. Los penales constituyen un bloque de vanguardia en la resistencia y la lucha.
«Tanto en los campamentos de refugiados como en las zonas ocupadas se mantiene activo un movimiento de solidaridad con los prisioneros. Es difícil encontrar a un preso político saharaui que renuncie a sus principios o acepte la amnistía del Rey marroquí», asegura.
El 14 de abril de 2011, después de un año y siete meses en la cárcel, Alí Salem Tamek fue puesto en libertad condicional. «Es una forma amañada que tiene el régimen de Marruecos para dejar la causa abierta; es decir, nos pueden perseguir, nos pueden detener en cualquier momento en que quieran hacerlo. Eso es lo que está detrás de esa decisión».
Los dominios del rey
En esta represión sistemática contra todos los hombres y mujeres que como Tamek alzan su voz para reclamar lo que ha reconocido la ONU —el derecho a la autodeterminación de su país—, muchos han sido los cómplices de la ocupación de gran parte del Sahara Occidental por Marruecos, tanto a nivel internacional como dentro de la metrópoli.
Alí no puede contener la indignación cuando comenta los secuestros y detenciones arbitrarias contra los activistas que denuncian los crímenes de lesa humanidad cometidos por Rabat contra civiles saharauis durante estos 36 años de ocupación. Para ello las autoridades marroquíes han contado con la complicidad de algunos partidos políticos e instancias que se autoproclaman defensoras de los derechos humanos, pero «realmente tienen posiciones comunes con el régimen.
«El pueblo marroquí es el vecino con el cual deberíamos tener buenas relaciones. Tratamos de que la situación política impuesta por su régimen no las afecte, a pesar de que este trata de movilizar a muchos elementos de su sociedad en función del conflicto, para enfrentarnos. Así lo hizo en la Intifada de 1999 y en la de 2005».
Recuerda cómo el Rey Mohamed VI utilizó a colonos marroquíes que residen en los territorios ocupados para formar las milicias que reprimieron, a la par de los agentes militares de su ejército, el movimiento de protesta pacífica desatado en los campamentos de Gdaim Izik (a unos 30 kilómetros de El Aiuún, la capital de los territorios ocupados), en octubre de 2010. En ese entonces la gendarmería marroquí impidió que el agua, los alimentos y las medicinas llegaran a los campamentos; ametralló a muchos que querían sumarse a la manifestación, e impidió que los medios de comunicación llegaran hasta allí para reportar lo que sucedía.
Sin embargo, cuenta, algunas fuerzas políticas dentro de Marruecos «defienden nuestro derecho a la expresión y a emprender el proyecto soberano del Sahara Occidental. Por ejemplo, Vía Democrática y muchos militantes marroquíes de organizaciones de derechos humanos.
«Esta solidaridad ha comenzado a ampliarse; hay interacción con la prensa marroquí y contactos con militantes de ese país que han contribuido a madurar y cristalizar esta posición de defensa de los derechos del pueblo saharaui. Pero no podemos olvidar que el régimen es totalitario; el Rey es quien gobierna y tiene aliados a nivel internacional como Francia e Israel; de manera que siempre encuentra la cobertura y la justificación para cometer sus barbaridades contra nuestro pueblo».
Ante los ojos de la ONU
Desde 1975 el Ejército marroquí ha ejercido una permanente violencia contra el pueblo saharaui. Las fuerzas invasoras de Rabat obligaron a gran parte de la población saharaui a huir al desierto; los persiguieron e incluso bombardearon con napalm, fósforo blanco y bombas de fragmentación.
En los territorios ocupados, Marruecos lleva a cabo detenciones arbitrarias, torturas y juicios sumarios, mientras gendarmes saquean las casas de quienes defienden los derechos del pueblo saharaui a la independencia.
Aún se desconoce el paradero de al menos 526 saharauis desaparecidos hace 36 años. Sus familiares no tienen noticias de ellos, pues el Estado marroquí les prohíbe ese derecho.
De todos los atropellos y violaciones sistemáticas del derecho a la vida que lleva a cabo Rabat sobre el pueblo saharaui está consciente Naciones Unidas, que desde septiembre de 1991 tiene desplegados en el territorio sus cascos azules. Pero a esta misión, conocida por las siglas MINURSO, solo se le asignó como tarea principal velar por el cumplimiento del cese el fuego acordado entonces. Lo demás, los crímenes del ocupante, quedan fuera de su competencia.
«Marruecos comete muchas de sus atrocidades teniendo como testigos a las fuerzas de la MINURSO, pero esto no repercute en los debates de Naciones Unidas», denuncia Alí, consciente de las manipulaciones políticas e ideológicas que hacen las grandes potencias y sus aliados para manejar el tema de los derechos humanos en la organización internacional.
«El Alto Comisionado de la ONU encargado de derechos humanos visitó los territorios ocupados en mayo de 2006. Allí encontraron a muchas víctimas y fueron testigos de manifestaciones reprimidas por la ocupación; sin embargo, lo más que hizo fue un informe que resultó silenciado porque se mantuvo secreto.
Varios juristas y abogados del Parlamento Europeo también han sido testigos de la situación. Diversas instituciones jurídicas han descrito como catastrófica la violación de los derechos humanos en esos lugares; pero todo sigue igual».
Alí asegura que diversas organizaciones jurídicas e instituciones no gubernamentales, así como el Frente Polisario, están exigiendo la implementación de mecanismos para controlar el cumplimiento de los derechos humanos en la región, pero ello no se ha logrado porque a nivel internacional «algunas potencias no trabajan para que se cumpla esa exigencia.
«En el mundo prevalece la fuerza, y estos países emplean el pretexto de proteger a los civiles para llevar a cabo la interferencia y la intervención, como ocurrió en Libia hace poco, y en Iraq en su momento».
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