miércoles, 19 de octubre de 2011

Un nuevo escenario en el Mediterráneo

Con la caída de Gadafi cae uno de los últimos refugios de una ideología que defendía los intereses de África y el tercer mundo desde una visión socialista en la que prevalecía una idea personal sobre el funcionamiento de una sociedad en la que el pueblo estaba llamado a ser el protagonista para construir un nuevo modelo que sirviera a otros países de la región.

Hemos visto un Gadafi a lo largo de sus cuarenta y dos años enfrentado a Estados Unidos y Europa y defensor de muchos movimientos de liberación nacional a los que apoyó con dinero y armas para más tarde convertirse en un aliado de occidente facilitando la compra del petróleo libio y acampando con su jaima en muchas cancillerías en las que fue recibido como socio importante e imprescindible en la lucha contra el terrorismo internacional.

Sus encuentros con muchos líderes europeos  demuestran hoy  lo contradictorio que resulta el panorama actual, cuando hemos visto las bombas de la OTAN caer sobre Trípoli, pidiendo el fin de su régimen buscando la eliminación total de la anterior Libia para sustituirla por el actual Consejo Nacional de Transición que no tiene el apoyo total de la población y ni siquiera ofreció la posibilidad de una negociación pacífica, sabiendo que los bombardeos inclinarían la balanza a su favor.

Libia no es Túnez ni Egipto en las que las revueltas nacieron pacíficas y terminaron de forma cívica pidiendo la instauración de una democracia que sigue bloqueada y una transición que muestra signos de agotamiento. En Libia los rebeldes llegaron con las armas con el único objetivo de derrocar a Muamar Gadafi con el apoyo claro y contundente de Nicolás Sarkozy y David Cameron que desde un primer momento se esforzaron junto con Catar de dar apoyo a los rebeldes y propiciar las condiciones necesarias para un cambio que ha llevado a la destrucción total de Libia y la inestabilidad que ha generado para toda la región. 

La democracia es necesaria, como es necesario el respeto de los derechos humanos y eso se consigue apostando por medios pacíficos en los que la reconciliación de las dos libias es la clave del éxito y eso se facilita dándole un papel a la Unión Africana y a los países de la región para solucionar un problema que tiene origen en miembros del anterior régimen que de la noche a la mañana, quieren construir una democracia plural en la que debe imperar la ley y el orden, sabiendo lo difícil que resulta este objetivo con un mapa tribal que puede llevar al país a un duro enfrentamiento.  

Los rebeldes no pueden pedir la derrota militar del otro bando y su desaparición definitiva, están obligados a negociar con la otra parte para buscar un acuerdo que sirva para reflotar Libia y devolverla a los libios para que puedan construir su país sin ninguna injerencia.

Francia se siente satisfecha en este nuevo escenario y habla de los derechos humanos que ha vetado a los saharauis en el Sáhara Occidental, alaba los esfuerzos del rey de Marruecos y la nueva constitución, pero se olvida de su apoyo hasta el último día al derrocado dictador de Túnez Zein El Abidin Bin Ali. El actual Gobierno francés quiere  recuperar su influencia en el norte de África y controlar el Mediterráneo.


El fin de Gadafi en Libia no responde a un instinto democrático de Sarkozy, sino a los intereses estratégicos de Francia en la región que a fecha de hoy sigue bloqueando a la ONU la posibilidad de vigilar los derechos humanos en el Sáhara Occidental.

La contundencia con la que se actuó en Libia por parte de Europa y Estados Unidos es un silencio total cuando se trata de Marruecos y las monarquías de Oriente Medio. Esos regimenes que reprimen con mucha dureza y castigan cualquier disidencia, cuando ven amenazado su poder absoluto.

Ojala la revolución árabe consiga los objetivos de la libertad que vimos en la plaza Tharir y no sufra una manipulación desde el exterior que la convierta en un sueño inalcanzable para una generación que necesita dibujar su propio camino hacia la esperanza, los derechos humanos y la paz.   
                                                                                 
                                                                                                              Ali Salem Iselmu.

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