Julián Fuentes Reta dirige un comprometido texto de Lola Blasco
El viaje de Lola Blasco es largo, porque, como ella misma apunta, caminar por las arenas del desierto es permanecer en el mismo lugar. De esta manera, con el tiempo marcado por medio de un metrónomo, la dramaturga y actriz alicantina ha conseguido ver en pie su montaje Los Hijos de las Nubes, donde traslada en un formato muy interesante, las profundas impresiones que han dejado en ella el viaje realizado a los campamentos de refugiados saharauis en la región argelina de Tindouf hace más de un año.
Un teatro de texto, cargado de simbolismo en las imágenes y los pocos elementos que utiliza para ubicar a los personajes que una actriz y dos actores diseñan en escena. Un actor y una actriz dan vida a su persona, ella (Delia Vime) en los campamentos o al regreso, es decir, el discurso en primera persona, él (Borja Maestre) en la faceta de una Lola Blasco narradora que describe al personaje de sí misma, el análisis de sus sentimientos, de sus aciertos y sus errores, de sus preguntas sin respuesta.
El tercero (Miquel Insúa) pivota entre la voz de un saharaui que trae a la protagonista por un extraño camino que le cuesta comprender, esa realidad desconocida que no podemos captar “hasta que llega el final”, ese final que “se entiende cuando se termina”.
El final no llega, porque la protagonista y su guía caminan por las arenas del desierto, en un campo de minas, y no hay diferencia del paisaje, así que, por muy rápido que avancen no se mueven del sitio. Entre tanto, las historias de su saharaui le hacen pensar en cosas que desconoce, como el momento de la muerte de Franco, agonizante con un único colmillo en su boca pudriéndose y apuntando hacia el cielo. Esa tumba en el “Valle de los Caídos”, que es inútil porque, con el coste de vidas y esfuerzos de los prisioneros republicanos de la dictadura española, no sirve para crucificar a nadie. Y ella investiga en el pasado y en el presente de su corazón, pero nadie le da respuestas.
Parece que en alguna función a alguien le molesta que se recuerden las fosas y los muertos y desaparecidos, o que se pregunte sobre “los cimientos la democracia” y señale hacia donde cada un@ vemos, y sabemos lo que vino detrás, y los acuerdos tripartitos para repartirse un territorio robado, y luego regalado a Marruecos y luego “¡Viva el Rey!”, el de aquí, el de allí, y las minas fabricadas por el país de un rey, que el otro rey coloca para que niñ@s saharauis mueran o pierdan sus piernas… y el apaleamiento de un saharaui de nacionalidad española, atropellado varias veces por la sanguinaria policía marroquí para dar ejemplo…
La función, cargada de emotividad, no deja de recoger los formatos de la joven dramaturga, que en sus anteriores trabajos, como Pieza paisaje en un prólogo y un acto, ya acusaban de esa motilidad en escena, frente a un estatismo pausado o inane, frente a un discurso al público, o un discurso entre personajes que permiten que el público vea por el ojo de esa cerradura de arena.
No se limita la autora al análisis de una situación y su evolución, sino que trata de profundizar en sí misma, en su sentimiento y el de su entorno, y le pregunta a su madre por lo que sintió cuando murió el dictador, y parece que aún no tenemos claro que haya muerto, o tal vez eso lo pienso yo. Pero ese cuerpo que dice que siente de una talla menor a la que debería ser, aquí está recogido en Delia Vime y nuestra María de los Dolores arrastra esa cruz que el director de la obra Julián Fuentes Reta ha ido dibujando poco a poco en escena, con la iluminación primero, con los tablones después. Y, si nos fijamos, también con el cruce de posiciones en escena, que acaban en una linealidad que hace que recuerda a la hégira que hicieron miles de víctimas, huyendo del bombardeo con fósforo blanco que Estados Unidos proporcionó a Marruecos, hace más de 35 años, hasta ser acogidos como parias en la nada de un desierto de piedras.
Lola Blasco no calla ni callará nunca, no sé si es polémica, la realidad que denuncia ahora y las que ha denunciado antes, no son ajenas a nosot@s ciudadan@s, son ejemplo de la miseria e indiferencia a la que nos conducen las dictaduras de militares, reyes, banqueros o poderosos magnates, tanto da quienes sean, porque agachamos la cabeza como las cabras del relato del saharaui, o como las ovejas del relato de la autora.
La función es lo que es, habrá a quienes les moleste, pero las verdades, o se dicen enteras o, mejor, no se tocan.
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