Ciento cincuenta
desaparecidos, 10 muertos, entre ellos un menor de 14 años, 700 heridos... Éste
fue el balance del desalojo de la Policía marroquí del campamento saharaui de
Gdeim Izik a finales de 2010
Hace cinco meses se suspendió
el juicio a 22 personas que permanecen presas desde entonces
Reconstruimos lo que ocurrió
con algunos de los que estuvieron presentes y con Lakfir Kaziza, activista con
asilo político en España, que se ha puesto en huelga de hambre en Madrid para
pedir la liberación de sus compañeros
Imagen del campamento Gdeim
Izik a las afueras de El Aaiún ocupado. Octubre 2010. (Foto cedida por
Generación Amistad).
Unas 7.000 jaimas incendiadas,
150 desaparecidos, 10 muertos, entre ellos un menor de 14 años, 700 heridos y
22 jóvenes detenidos acusados de formación de bandas criminales y de asesinato
a agentes de las fuerzas del orden marroquí. Este es el balance sobre lo que
ocurrió en el desalojo del campamento de Gdeim Izik a las afueras de El Aaiún
ocupado (capital administrativa del Sáhara Occidental), un mes más tarde de que
miles de saharauis acamparan allí, el 10 de octubre de 2010, en protesta por la
defensa de sus derechos.
Hace algo más de 5 meses se
suspendió el juicio a los 22 presos políticos de Gdeim Izik que llevan así
desde hace más de un año y medio, y que hasta día de hoy, siguen sin fecha de proceso. Un hecho, tal
como denuncia la Asociación Saharaui de Víctimas de Violaciones Graves de
Derechos Humanos, que es completamente
ilegal.
“La madrugada del 8 de
noviembre (2010) en la que los marroquíes asaltaron el campamento de Gdeim
Izik, yo estaba de guardia ya que era uno de los encargados de la seguridad. Me
golpearon, me metieron en un furgón y me vendaron los ojos. No recuerdo nada
más hasta que aparecí en una celda con 40 personas. Me habían golpeado tanto el
brazo derecho durante el camino, que me hicieron perder el conocimiento”.
“Estuve 20 días en la cárcel sin dejar de ser torturado, tiempo durante el
cual, mi familia no supo nada de mí. Pensaban que había muerto. Me quisieron sobornar con dinero, un trabajo,
pero yo respondí siempre que lo que quería era la libertad del pueblo saharaui,
por lo que me volvían a torturar”. Descargas eléctricas en la cabeza y en
lalengua, y quemaduras de cigarrillos, de las que todavía le quedan algunas
secuelas en los brazos, son parte de las torturas a las que sometieron a Lakfir
Kaziza, un joven activista saharaui de 22 años de edad que fue uno de los
precursores del campamento de Gdeim Izik. “Un día me llevaron a una habitación
en la que había unas cuerdas colgadas del techo. Los soldados me preguntaron
cómo me lesioné el hombro y se lo dije, pensando que me colgarían del otro brazo.
Sin embargo, durante siete horas me colgaron por el brazo lesionado y me
golpearon hasta que se rompió. Los huesos de la clavícula salieron por la piel
y el hueso del brazo se salió del hombro”. Desde entonces Kaziza ha perdido la
sensibilidad por completo de su brazo derecho, que lo lleva sujeto al cuerpo
con un cabestrillo para evitar el dolor. “Cuanto más me torturaban, más decía
Sáhara libre”, pretende dejar claro. Aún así, los ojos se le humedecen al
relatar como tras esos 20 días, lo devolvieron a casa medio moribundo y lo lanzaron a los pies de su madre a
quien amenazaron. “Le dijeron a mi madre
que si contaba algo de lo sucedido volverían a por mí y a por el resto de mi
familia”.
Kaziza lleva algo más de dos
meses viviendo en España con asilo político. Desde hace poco más de una semana
ha fijado su residencia en Madrid, en el centro de Refugiados de Alcobendas,
para los siguientes 6 meses, transcurridos los cuales, sabrá si su petición de
asilo se renueva indefinidamente o no. Su nombre ha salido a la luz en algunos
medios de comunicación españoles y
circula por las redes sociales en estos últimos días, porque el pasado 1 de
junio decidió voluntariamente comenzar una
huelga de hambre indefinida en las inmediaciones de la Embajada de Marruecos en
Madrid, con la que exige la liberación de sus 22 compañeros detenidos en Gdeim
Izik. “Pienso llevar esto hasta el final”. Ya han pasado unos días desde que
decidió dejar de comer y el Samur ya ha pasado para hacerle el primer
reconocimiento médico. “Este chico puede que no aguante mucho más sin comer”,
comenta al salir una de las médicas que le ha hecho el reconocimiento, “es que
pesa 47 kilos solamente”.
“¿Cómo está el chico?”, se
interesa por él una señora del vecindario bastante mayor, “es que lo veo tan
frágil, tan jovencito, con eses ojitos claros tan tristes”, para añadir a
continuación: “No hay derecho a lo que hace Marruecos. Yo estoy muy
sensibilizada con la causa saharaui, pero lo que pasa es que la gente no sabe,
o no quiere saber. Le conté lo que le estaba pasando a este chico a unas
amigas, y ninguna pareció interesarse por ello”. La señora se despide
asegurando que volverá a ver qué tal le va a aquel joven saharaui a quien
apenas conoce, pero que le ha llegado a enternecer. Lo que la señora
probablemente desconozca de Kaziza es
que tras su aparente fragilidad, hay una gran fortaleza física y mental.
Este joven comienza su
activismo político en 2005,
a la temprana edad de 15 años, como muchos jóvenes
saharauis. Formó parte activa en la primera intifada pacífica en los
territorios del Sáhara ocupados por Marruecos, en concreto en El Aaiún, su
ciudad natal. Este hecho le llevó a ser expulsado del colegio, por lo que no
tuvo más remedio que abandonar sus estudios. “El profesor me vio cambiar la bandera
marroquí que presidía la escuela por otra saharaui. Eso me valió la expulsión”.
A partir de entonces comenzará para Kaziza un hostigamiento continuo por parte
de las fuerzas del orden marroquíes, que le llevará a estar preso en dos
ocasiones y a ser duramente torturado según cuenta.
Para algunos analistas
políticos, como es el caso del norteamericano Noam Chomsky, el campamento de
Gdeim Izik fue la llama que prendió la Primavera Árabe. “Al principio éramos
como 5 tiendas más o menos, pero al paso de los días el campamento fue
creciendo hasta alcanzar las 7 mil. Nadie de los que comenzamos aquello pudimos
imaginarnos que iba a ser así”, comenta Kaziza al respecto.
En Gdeim Izik se reclamaba la
autodeterminación del pueblo saharaui, pero no solo eso: “también reclamábamos
unas condiciones de vida dignas: empleo, educación, el respeto de los derechos
humanos en el Sáhara Occidental o el acceso a un reparto justo de sus riquezas
naturales entre la población”, comenta a Periodismo Humano una estudiante saharauia
de sociología, que también participó en Gdeim Izik, y que a diferencia de
Kaziza, prefiere mantener el anonimato por residir en uno de los barrios de El
Aaiún ocupado, sobre el que existe una mayor represión policial y “en el que
prácticamente todos los días hay manifestaciones contra el autoritarismo
marroquí”, como ella misma indica con sus propias palabras. “Aquellos días,
alejados de los marroquíes nos sentíamos libres pudiendo expresar todos
nuestros anhelos y sueños en libertad”, comenta esta joven futura socióloga,
“pero a veces pienso que sirvió de poco”. Esta joven, protegiendo su
identidad trata de evitar correr la
misma suerte que jóvenes como Kaziza, o sus 22 compañeros que hoy siguen siendo
presos políticos por levantar el campamento de Gdeim Izik, sobre lo que Kaziza
reflexiona: “me duele mucho que a nivel
internacional no se tenga en cuenta al Sáhara como se tiene Palestina, Túnez,
Egipto o Siria. Nosotros en El Aaiún ocupado por Marruecos luchamos cada día
contra la vulneración de derechos humanos y civiles a los que se priva el
pueblo saharaui y no hay ni un periodista que hable de eso, a pesar de que todo
el mundo sabe que tenemos razón y que Marruecos está vulnerando los derechos
humanos”. “Para mí la única solución es la guerra. Llevamos 37 años así y cada
reunión del Frente Polisario con los organismos internacionales no sirve de
nada. Estoy privado del derecho a estudiar o trabajar. Me imponen que Marruecos
sea mi país por la fuerza. Prefiero luchar y arriesgarme a morir, en lugar de
no hacer nada”, señala Kaziza.
El sentimiento de Kaziza no es
un sentimiento aislado entre los jóvenes saharauis, vivan en los territorios
ocupados o en los campos de refugiados de Argelia en Tindouf. Por ejemplo, la propia joven estudiante de sociología que
nos da su opinión sobre Gdeim Izik sin ir más lejos, no duda ni un segundo
cuando se le pregunta sobre el hecho de volver a tomar las armas, a lo que
contesta: “iría a la guerra contra Marruecos si tuviera que hacerlo”.
Los hay, como es el caso de Luchaa
Salem y Talebuya Hamadi, presidente y vicepresidente respectivamente de la
asociación UJSARIO (Unión Nacional de Juventud de Saguia Hamra y Río de Oro)
del campamento de refugiados conocido con el nombre de El 27, que a pesar de
que tampoco dudarían en tomar las armas, “si así lo requiere la situación”,
optan por agotar la vía diplomática y se muestran críticos con el propio
sistema político saharaui que continúa vigente y que encabeza el Frente
Polisario. “Creo que en la situación en la que nos encontramos después de 37
años es necesario un cambio de estrategia política por parte del Frente
Polisario”, comenta Talebuya, que continúa: “igual que ha cambiado el sistema
mundial desde que sufrimos la ocupación hasta ahora, también el Polisario se
debe enfrentar a un cambio de rumbo en su política a la hora de ejercer la
presión por los intereses de su pueblo”. Estos jóvenes representantes de una
parte del UJSARIO apuestan por dinamizar a la juventud saharaui tanto de
dentro, como de fuera de los campamentos, con el fin de mantener muy activa la
causa. Ellos apuestan por formar a
jóvenes en política, en idiomas, para que sean capaces de tomar el mando de los
puestos de poder y aporten aire fresco al Frente Polisario. “Porque ahora mismo
el proceso está muy parado”, comenta Luchaa, a lo que Talebuya responde: “y si
tenemos que tomar las armas, lo haremos. A ver si así, la Comunidad
Internacional vuelve de nuevo la cara hacia el Sáhara, como está sucediendo con
Siria”.
“Nosotros creemos que Gdeim
Izik fue el detonante de la primavera árabe. Posibilitó una apertura contra las
dictaduras de los países árabes, como por ejemplo en Túnez. Sin embargo, aquí
no sirvió de nada porque sigue en pie la dictadura del Reino de Marruecos
contra el pueblo saharaui. Esto es totalmente injusto, no debería ser así”.
Hamadadi Selma uno de los parlamentarios de juventud del campamento de
refugiados de El Aaiún, entiende y comparte la frustración de sus jóvenes, ya
que considera que la vía diplomática está totalmente agotada.“Gdeim Izik fue un
hecho puntual, pero casi a diario hay manifestaciones por las calles del Sáhara
ocupado desde el 76 sin que haya ningún tipo de repercusión internacional al
respecto, por la alta censura que impone Marruecos y que es permitida. Gdeim
Izik fue una señal al mundo de que el pueblo saharaui está llegando a su
límite”, sentencia el parlamentario Hamadadi.
El hijo de Emaizina Nayem
Mohamed desapareció a los 27 años de edad en una emboscada del Ejército
marroquí. “Sus compañeros me dijeron”, comenta Emaizina, “que como había sido
herido de gravedad en su pierna derecha, lo que le impedía caminar, les dijo
que continuaran sin él”. Cuando horas más tarde volvieron al lugar de los
hechos, encontraron restos de sangre, pero no su cuerpo.” Por lo tanto, mientras
alguien no me diga lo contrario, para mí, mi hijo sigue vivo”. A ese anhelo se
ha aferrado Emaizina durante estos 25 años en los que su hijo está en paradero
desconocido. “No se me va de los ojos su imagen. Cuando miro su foto pienso que
él también me está mirando”.
“Para ella ese hijo, a pesar
de tener 6 más, es único. No se puede remplazar. Es muy diferente la relación
que tenía mi madre con este hijo, porque vivió en una etapa muy dura y en la
que supo hacer sacrificios por su familia. Ha sabido luchar por su patria, como
no lo hemos hecho ninguno de los demás hermanos”, comenta Nadih Dadai Mohamed,
hijo pequeño de Emaizina, que no llegó a conocer a su hermano, más que a través
del recuerdo de su madre.
Emaizina tiene como único
deseo en lo que le queda de vida, poder ver a su hijo y abrazarlo antes de
morir. “Siempre que alguien viene a visitarme o me invitan algún acto oficial
pienso que es porque me van a decir dónde está mi hijo. No pierdo la esperanza
de un día verlo entrar por esa puerta”.
Durante la Marcha Verde un
grupo de soldados del Ejército marroquí irrumpieron en la jaíma de Naitu
Sidahmed Hena y se llevaron a su esposo, Hamudi Salem Brahim. “Él no era
soldado, ni tenía armas, ni había participado en acción alguna. Se lo llevaron
sin más, sin ninguna otra razón que el hecho de ser saharaui. Eso es lo que más
me duele”.
Tras 5 días desaparecido lo
devolvieron a casa completamente magullado y al poco tiempo se lo volvieron a
llevar. Desde esta segunda vez que lo hicieron desaparecer hasta nuestros días,
han transcurrido 37 años.
“Los primeros años de su
ausencia lo pasamos muy mal. Él era el único que traía sustento a la familia
para que pudiéramos comer. Nos quedamos sin casa y sin la ganadería que
teníamos. Me convertí en la madre y el padre de la familia para sacar a mis 5
hijos pequeños adelante. Por el día
buscaba alimentos para ellos y por las noches los protegía”. Aun así, Naitu,
tuvo que lamentar la muerte de su hija pequeña por desnutrición. “No aguantó, y
es que pasamos 3 años muy duros. A penas teníamos comida para llevarnos a la
boca”. “No puedo olvidar el daño que me han hecho, pero ahora solo pido que me
ayuden a saber qué pasó con mi marido, aunque me temo que esté muerto”.
El hijo de Emaizina y el
marido de Naitu son dos nombres que forman parte de los 526 saharauis que
siguen desaparecidos en la actualidad, según
la Asociación de Familiares de Presos Políticos y Desaparecidos
Saharauis (AFAPREDESA), una asociación que nace en 1989 en los campamentos de
refugiados, “para tratar de dar respuesta a la lamentable situación que vive la
sociedad civil saharaui en referencia a la vulneración de los Derechos
Humanos”, cuenta a Periodismo Humano, Ali Omar Buzaid, Consejero de AFAPREDESA.
“En estos últimos años
seguimos teniendo que lamentar algunas desapariciones forzadas, como el caso de
los 15 jóvenes que se echaron al mar en 2005 huyendo de las fuerzas armadas
marroquíes, por haber participado en una manifestación pacífica por las calles
del Sáhara ocupado, en la que pedían la autodeterminación. Todavía hoy siguen
en paradero desconocido”.
AFAPREDESA trata de ser el
altavoz de las familias de los desaparecidos políticos y velar porque dichas desapariciones no
caigan en el olvido. “Desde el gobierno marroquí se sigue negando que haya desapariciones
forzadas. Mi padre lleva desaparecido desde el año 76 y Marruecos se niega a
dar ninguna notificación al respecto. Dice que estará en los campamentos de
refugiados, en Mauritania o España, y eso es completamente falso”, asegura Ali.
Desde AFAPREDESA además, junto
con otras asociaciones como Human Rights Watch o Amnistía Internacional, se
trata de visibilizar y denunciar la vulneración sistemática de los derechos
humanos que padecen a diario los presos políticos saharauis encarcelados en las
prisiones Marroquíes. “Nos consta que se producen desde descargas eléctricas,
hasta quemaduras de cigarros, gotas constantes en la cabeza y violaciones de
tipo sexual, incluso a hombres, con la porras de los policías. Lo que sucede es
que este último tipo de tortura no se denuncia demasiado por cómo es de
pudorosa nuestra cultura al respecto
aunque en algunos casos, como ha sido el de Mohamed Salem, se ha hecho público”.
Brahim Mohamed Salem, actual
director de la escuela de ciegos del campamento de Dajla y ex preso político que fue torturado,
no tiene ningún problema en dar a conocer la dureza que vivió en la cárcel. Lo
encarcelaron con tan solo 18 años de edad, de lo que hace ya 34 años, pero lo
recuerda como si fuera ayer. “Iba por la calle escuchando una emisora de radio
argelina, cuando un soldado marroquí me dijo que por qué escuchaba esta emisora
de radio, a lo que le contesté que porque Argelia ayudaba al pueblo
saharaui”. Esto fue suficiente para
encarcelarlo.
A pesar de haber sido sometido
a descargas eléctricas en cabeza y lengua, y otro tipo de vejaciones similares,
como perder el ojo derecho – el único con el que veía, ya que había nacido sin
visión en el izquierdo- de un zapatazo, lo que más le dolió no fue nada de lo
que le ocurrió a él. “Lo que más me dolió fue lo que le pasó a otra mujer
saharauia embarazada que estaba en la cárcel conmigo: cuando dio a luz le
quitaron al bebé lo trocearon y nos lo pusieron en la comida. Yo encontré un
dedo del bebé en mi plato. También se me
quedó gravado como a un hombre mayor de más de 70 años, que lo torturaban
continuamente para que dijera viva el Rey de Marruecos, por negarse a decirlo lo taparon con una
manta y le prendieron fuego. No sé si murió, pero salió gravemente herido”.
Y de repente Brahim pregunta:
“¿puedes imaginar como a alguien lo tiran al vacío desde un helicóptero o cómo
entierran a gente que está viva?”. Tras unos segundos continúa: “son cosas que
no creo que hayan sucedido en otro tipo de dictaduras, como la de Libia con
Gadafi”. “La población civil de distintos países nos apoya, pero oficialmente
no hay represión a Marruecos desde los otros gobiernos del mundo y por eso hace
lo que quiere”. “Yo personalmente recibo
muchas visitas de ONG, defensores de los Derechos Humanos, periodistas. Doy las
gracias, sí, pero en realidad no sirve de nada, porque no existe un peso de la
Comunidad Internacional lo sumamente fuerte como para poderle parar los pies a
Marruecos”.
Brahim, como activista
veterano que es, cree que la resistencia saharaui, representada en mayor parte
por la población joven, siempre ha sido igual de sólida desde el 75, año en
el que comenzó la ocupación marroquí,
hasta ahora. Y a pesar de la crueldad de todo lo que ha vivido en primera persona,
se muestra optimista. “Desde el primer día que empecé a luchar estoy seguro de
que vamos a conseguir ser un país libre e independiente. Cuanto más tiempo
pasa, más cerca veo la independencia. La historia la escribirán quienes nos
apoyan, dejando constancia de que la causa por la que luchamos, es una causa
justa”.