Blanca Enfedaque. Artículo
publicado en la revista Números Rojos
El 6 de noviembre de 1975
Marruecos inició una maniobra demográfico-militar que impresionó a la opinión
pública internacional: La Marcha Verde. Más de 300.000 civiles y alrededor de
25.000 militares marroquíes se situaron a las puertas de la provincia española
número 53 dispuestos a emprender su ocupación. Durante unos días, el paralelo
27º 40’
centró las miradas de todo el mundo, bullía con cientos de miles de civiles
lanzados a ocupar un territorio que nunca fue suyo. Hoy, la Marcha de los
colonos marroquíes es Gris. Gris de cemento, gris de bloque de hormigón, gris
de polvo y pobreza.
Dajla, antigua Villa Cisneros,
8 de septiembre de 2012.- En ajedrez, una apertura sólida puede consolidar una
posición ventajosa para toda la partida. Así sucede con la variante Winawer de
la Defensa Francesa: mientras las negras ejercen gran presión en los peones
centrales, las blancas intentan un prematuro ataque que, en ocasiones, es
rechazado por el monarca negro enrocándose. Esto es, quizá, la simplificación
extrema de lo que sucedió en 1975 en el Sahara Occidental.
Hassan II, rey absoluto de
Marruecos, emprendió la Marcha Verde sobre el Sahara Occidental para, colocando
estratégicamente sus peones, lograr mediante una ocupación civil, el control de
dos negocios altamente lucrativos: la minería y la pesca.
Su artificial justificación
jurídica ha obligado durante estos 37 años a sostener la ocupación con otras
estrategias, como el miedo y la represión en el interior del territorio, o el
chantaje político y económico en el escenario internacional. Una de las más
perversas se puede ver con claridad en Dajla, la antigua Villa Cisneros: miles
de casas de hormigón gris construidas por el Majzén (así es llamado el Estado
Marroquí) para alojar a decenas de miles de colonos, que son trasladados allí y
animados a reproducirse en un grado exponencial. Un maquiavélico ‘plan B’ para
minimizar el peso saharaui si el Frente Polisario, al final, logra que se
convoque un Referéndum.
Carlos Ruiz Miguel,
catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de
Compostela, recuerda que “aunque Hassan dijo que la idea se le ocurrió en un
sueño tres semanas antes, lo cierto es que la Marcha Verde fue ideada por el
realista Kissinger y financiada por la wahabita monarquía saudí”. Cabe recordar
que la Marcha Verde arranca exactamente el mismo día que el Tribunal
Internacional de Justicia rechazó las pretensiones de Rabat y negó que el
Sahara tuviera que ser devuelto a Marruecos, porque “nunca ejerció soberanía,
ni cosoberanía, ni ningún otro derecho de tipo territorial".
En realidad, sólo fue una
maniobra mediática, puesto que únicamente permanecieron un 10% de los
integrantes de la Marcha Verde en los edificios vacíos que habían dejado atrás
los españoles al emprender la Operación Golondrina. Pero esa pantalla fue un
éxito. Aprovechando la confusión política en España por la agonía del dictador
Francisco Franco, se rubricaron los Acuerdos Tripartitos de Madrid. Según
éstos, España, Marruecos y Mauritania compartirían la administración (que no la
soberanía) del Sahara Occidental. Esta declaración, cuya validez jurídica está
muy cuestionada por la ONU, es la Pica de Flandes que Marruecos consiguió clavar
en un territorio apetecible por su abundancia en recursos naturales.
La invasión de Villa Cisneros
La ciudad de Dajla, que la
mayoría de españoles recuerdan como Villa Cisneros, se asienta sobre la
estrecha península de Wad Ad-Dahab o Río de Oro.
Los primeros colonos
marroquíes hicieron asentamientos chabolistas, con condiciones de vida muy
precarias. Las explanadas de la ciudad se llenaron de construcciones hechas con
mantas y cartón. Sin embargo, el gobierno marroquí, siguiendo una de las
indicaciones del Plan Baker II, por la cual cualquier persona, tras 5 años
viviendo en el Sahara podría votar en el referéndum, ha apostado por construir
asentamientos más estables. El periodista español Tomás Bárbulo explica en su
libro “La historia prohibida del Sahara español” que “durante la última década
(años 90) Rabat ha inyectado en el territorio un contingente de 400.000 colonos
procedentes de las zonas más deprimidas de Marruecos”.
En el barrio de Vakala, el de
los colonos más radicales, se puede comprender con facilidad el plan de
Marruecos. “Es caro mantener una estructura así, pero los colonos tienen una
misión: traer una nueva generación”, comenta un saharaui residente en Dajla.
“Van a hacer lo imposible para bloquear el referéndum, pero si se hace, los marroquíes
tendrán fuerza demográfica suficiente para influir en el resultado”, denuncia.
Es una mañana de reparto. Los
militares, encaramados a camiones repletos de sacos, distribuyen todo lo que
necesita una familia de colonos para sobrevivir: agua, gas, fruta, carne,
harina, azúcar… La ayuda en especie se completa con un subsidio económico por
parte del estado marroquí. Cuantos más miembros tenga la familia, mayor es la
cantidad.
Lo que no se consume se vende
por la tarde en el mercado negro, con precios más bajos que los de las tiendas
del centro de la ciudad como reclamo. De este modo, las familias de colonos
obtienen un ingreso extra para su exigua economía familiar. La altísima
natalidad se puede comprobar con el número de colegios. Por cada manzana gris
emerge una isla de colores vivos: el colegio.
“La primera impresión, cuando
te vas acercando, es como si te dirigieses a una colmena: montones de casitas
una junto a otra, sin embargo, visitado el perímetro te das cuenta de que hay
muchas, pero no tantas como para la gran cantidad de colegios nuevos que están
construyendo”. Así describe este barrio Magdalena Such, que ha visitado la
ciudad este mes de septiembre. Esta abogada alicantina viajó delegada por el
Consejo General de la Abogacía, junto con su colega zaragozano Luis Mangrané,
como observadores para el juicio de dieciséis jóvenes detenidos tras los
sucesos de Dajla, que tuvieron lugar en septiembre de 2011.
Mangrané destaca la
continuidad de núcleos chabolistas, en este caso de pescadores marroquíes: “Las
chabolas de los pescadores del poblado de Lassarga (al sur de la península de
Dajla) recuerdan a las que había en El Aaiun hace unos años, en ellas se
hacinaron durante años cientos de familias en condiciones miserables y un día
desaparecieron al ser trasladadas a uno de los nuevos barrios construidos por
Marruecos para ser entregados a los colonos”.
“Marruecos intentará integrar
a todos los colonos en un futuro censo que pueda hacerse para así asegurar el
resultado del referéndum –alerta Such-, pero eso, de momento, no es lo peor,
viven aparte, en un gueto sin integrar y, en cualquier momento, como ya hemos
visto, salen en bloque a aniquilar a los saharauis. Y son tantos que pueden
conseguirlo”.
Los sucesos de Dajla
Un español y saharaui de
nacimiento, cuya nacionalidad se perdió en medio de la guerra como la de muchos
de sus compatriotas, explica lo sucedido hace justo un año, aunque es
preferible mantener su identidad en el anonimato, por su propia seguridad: “Se
estaba jugando un partido entre el Mouloudia (equipo saharaui local) y el
Chabab de Mohamedia, de la zona de Casablanca, en un campo en el barrio de los
colonos. Éstos atacaban verbalmente a los jugadores, hasta que, de repente, el
comisario se llevó a uno de los futbolistas saharauis. Llamaron a la policía,
pero esta se puso de parte de los colonos. De puertas afuera se vendió como una
riña entre hinchas, pero aquí sabemos bien que ese enfrentamiento inició tres
días de terror. Murieron siete personas, unos marroquíes en un accidente de coche,
tras robarlo a un saharaui, y dos militares. Uno de ellos por una bala de fuego
amigo y otro, simplemente se suicidó, no podía soportar lo que estaba viendo..
Los colonos atraparon a Maichan Mohamed Lamin Lhabib, de 28 años, lo
asesinaron, pero primero lo torturaron. Iban a sus casas a por cuchillos de
cocina y lo apuñalaban en los ojos, fue horrible. Otro saharaui continúa
desaparecido desde entonces”.
En esas tres noches de batalla
campal, el teléfono de este saharaui no paró de sonar. “Quemaron un colegio,
negocios y casas, muchas en el barrio de Selam, con gente saharaui dentro, me
llamaban para que fuera a buscar a las familias y las llevara a un lugar
seguro”. En su viejo automóvil recorrió frenéticamente arriba y abajo toda la
ciudad, alejando a muchas personas del núcleo del conflicto. “Si el coche se
hubiera estropeado, sería hombre muerto”, confiesa hoy. “Nunca imaginé tanto
odio, esos días se demostró que marroquíes y saharauis no pueden vivir juntos”.
“Muchas veces tenemos que
venir aquí a buscar a los jóvenes”, comenta este saharaui señalando al
vertedero junto al barrio de Vakala. Mientras un puñado de cabras y burros
rumian basura, entre fogatas malolientes, él explica cómo “es una práctica
habitual que la policía, tras detener y apalear a jóvenes saharauis o
activistas, los lance al vertedero”. En otras ciudades como El Aaiún tienen
otras costumbres, como partirles las piernas y dejarlos en medio del desierto,
a 20 kilómetros
de la ciudad o incluso inyectarles alguna sustancia que los deja inconscientes.
Magdalena Such evoca los
sucesos de Dajla con un escalofrío: “Los colonos se han acostumbrado a vivir de
la sopa boba que le ofrece todas las mañanas el ejército, por lo que nunca
morderán la mano que les da de comer y que se sienten respaldados por el
sistema, y, por lo tanto, inmunes. Es aterrador”.
Sin embargo, no son pocas las
voces que recuerdan que las maniobras de colonización están prohibidas desde el
12 de agosto de 1949. En un contexto descolonizador, el último párrafo del IV
Convenio de Ginebra, relativo a la protección de vida a las personas civiles en
tiempo de guerra prevenía acerca de estas agresiones: “La Potencia ocupante no
podrá efectuar la evacuación o el traslado de una parte de la propia población
civil al territorio por ella ocupado”. “El Sahara –señala Magda Such- es un
territorio con una doble naturaleza jurídica internacional: territorio no
autónomo y ocupado militarmente, por lo que está sometido a los parámetros
jurídicos del Derecho Internacional Humanitario”.
La mayor parte de los nuevos
colonos no tiene empleo. Fueron traídos del norte de Maruecos, del campo, de la
región del Atlas, con la promesa de una vida mejor. Los que si trabajan, lo
hacen cuidando jardines o recogiendo basura, pero sobre todo en la pesca. Es un
oficio cada día más vetado a los saharauis. Mohammed El Beickham pertenece a
una Asociación de Pescadores saharauis y desde que denunció capturas excesivas
cuando trabajaba en el barco ruso Balandis no le han permitido volver a
trabajar. “Los trabajadores saharauis representan tan sólo un 3% del total que
faenan en esta aguas, es parte de la estrategia de ocupación para que el
saharaui no sea útil, no pueda producir o encontrar empleo más que en el
entorno familiar. A veces te obligan, indirectamente, al destierro”.
En cuanto a los invernaderos,
se reservan a las mujeres marroquíes. Ellas trabajan y viven en las
plantaciones y apenas pisan la ciudad, en su día libre son trasladadas en buses
y camiones. Los autobuses blancos se cruzan con los camiones cisterna llenos de
sardinas. Pese a que muchos llevan el rótulo “British Sugar”, el apestoso olor
que desprenden al ir liberando agua sucia los delata.
Difuminando la identidad
cultural saharaui
Algo desconcertante es la
abundancia de melfas en los Territorios Ocupados del Sahara Occidental, incluso
en los barrios de los colonos, puesto que se trata de la túnica que visten las
mujeres saharauis mayoritariamente. Una prenda de una pieza, bastante práctica
para vivir en el desierto y de colores muy vistosos. Sin embargo, esta ropa
cargada de simbolismo cada vez es más utilizada por las marroquíes de Dajla.
“Sirve para ocultar la identidad –explica un saharaui-, pero nosotros las
distinguimos perfectamente, puesto que ellas la llevan sin estilo, con vaqueros
o pantalón de pijama debajo”.
Dajla es una ciudad portuaria
en la que la proporción de población femenina respecto a la masculina es muy
pequeña. El fenómeno de la prostitución está muy extendido ahora, al igual que
lo estuvo durante la época en la que fue colonia española, así lo recoge el
periodista Tomás Bárbulo en uno de sus libros.
Cabe destacar un comentario
anecdótico, pero muy representativo de la importancia de la cuestión
identitaria para este pueblo. El activista de derechos humanos Hmad Hmad estaba
reprendiendo a un compañero por vestir una chilaba marroquí, en lugar de ropa
occidental o la típica darrah saharaui (túnica blanca o azul con bordados
marrones): “Y ahora qué vas a hacer ¿vas a montar en burro en lugar de en
camello?”.
También se atacan las
costumbres: tras el campamento de Gdeim Izik, primera acampada indignada y
germen de la Primavera Árabe, tal y como defiende Noam Chomsky, las autoridades
marroquíes prohibieron cualquier tipo de jaima saharaui. Esto ha afectado a la
celebración de las bodas. Antes, los matrimonios se celebraban en grandes
carpas instaladas en un cruce de calles durante tres días. Ahora, la fiesta no
puede durar más de unas horas y debe ser, exclusivamente, durante el día.
La herencia española es muy
importante para el pueblo saharaui, porque es la prueba palpable de un proceso
de descolonización incompleto. Recuerda que España nunca renunció a la
administración y la soberanía sobre el Sahara Occidental y que debería cederla
al organismo de las Naciones Unidas responsable de las descolonizaciones
pendientes para la celebración de un referéndum de autodeterminación. Muchos de
ellos pueden recitar de memoria su número de DNI español. Este es el caso del
llamado Nelson Mandela saharaui, Mohammed Siddi Dadach, preso de conciencia
durante 25 años. “A-1742743” ,
dice de carrerilla.
Mientras, en la antigua Villa
Cisneros, quedan para el recuerdo alcantarillas ‘made in Spain’ o ascensores
fabricados en Barcelona, pero hay una silueta que es la mayor prueba visible de
la presencia española: la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. El encargado de
cuidarla es una persona que se ha autoimpuesto como misión atesorar las huellas
del patrimonio español: Mohammed Fadel, alias Bouh. Es saharaui y también
musulmán, pero para él la importancia de la Iglesia de Nuestra Señora del
Carmen va más allá de la fe.
“Cuando Marruecos derruyó el
Fuerte, intentaron hacer lo mismo con la iglesia, pero los saharauis nos
opusimos rodeándola y conseguimos evitarlo”. Desde partituras con canciones
españolas hasta antiguos mapas que recogen toda la toponimia del Sahara
español, Bouh protege con pasión todas estas huellas de la historia viva de su
pueblo.
Aunque va en silla de ruedas,
es un auténtico centauro del desierto, mitad hombre, mitad coche. Con su querido
Mercedes 250 automático (“son mis pies”, asegura) va y viene hasta la sede de
su asociación, una entidad que ayuda a niños con discapacidad motora “ya sean
saharauis o marroquíes”, recalca.
Recientemente, Bouh fue
víctima de la violencia ejercida por la policía marroquí, que lo arrojó al
suelo en la puerta de la iglesia cuando acudió a protegerla.
El estado Marroquí amenaza al
pueblo saharaui con todo el espectro del miedo. Aunque Bouh asegura que “desde
la llegada de Internet ya no tenemos miedo, ya no estamos aislados”. La
violencia brutal genera miedo, un terror explosivo, pero existen otros temores,
menos inmediatos, pero que pueden cambiar el curso de la historia
silenciosamente. Es el caso de la estrategia de colonización, el intento de
eliminar la identidad del Pueblo Saharaui.
En ajedrez hay una regla
llamada “La coronación del peón”, por la cual, cuando una de estas fichas
alcanza la octava casilla, es decir, el corazón del territorio enemigo,
automáticamente se convierte en una dama, la pieza más versátil y, por ende,
adquiere un rango superior.
Por suerte, en el caso del
Sahara Occidental, las normas no reconocen ese privilegio. El Majzén ha
trasladado a sus colonos, ha movido sus fichas y se ha adueñado de gran parte
del tablero. Pero, por el momento, las reglas del juego, es decir, la legalidad
internacional, no está de su parte. Eso sí, han logrado lo imposible: mutar el
color de las piezas y que, desde arriba, no se vea un damero de blancas y
negras, sólo gris.