Por Luz
Marina Mateo, para VSOA
Ushuaia
(Argentina), 06-06-13 (VSOA).- Los días 3 y 4 de junio de 2013, se llevó a cabo
el seminario “Transformaciones del orden internacional. Oportunidades y
desafíos: su evaluación desde la Argentina y desde la provincia de Tierra del
Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur”, en el Centro Austral de
Investigaciones Científicas (CADIC-CONICET) de la ciudad de Ushuaia, organizado
conjuntamente entre el CADIC y el Consejo Federal de Estudios Internacionales
(COFEI).
El mismo
contó con la participación de los prestigiosos profesores Norberto Consani* y
Javier Surasky**. Este último habló sobre Cooperación Internacional y
Medioambiente, introduciendo en su ponencia la cuestión de los recursos
naturales del Sahara Occidental.
Cabe
destacar que Ushuaia, sede del encuentro, es la ciudad más austral del mundo
(al sur se halla la Antártida), capital de la provincia de Tierra del Fuego,
Antártida e Islas del Atlántico Sur.
Aquí les
presentamos un tramo de la ponencia del Prof. Surasky:
La
relación de superioridad que el hombre ha establecido con la naturaleza, es lo
que va a permitir primero el colonialismo, luego el neocolonialismo. La
justificación científica de la política colonial está directamente asociada por
un lado, a que el hombre se creía superior a otros animales y, entre esos
animales, se ubicaban los negros y negras, que estaban a medio camino; o, en
nuestras sociedades, se identificaba en ese espacio a los pueblos originarios,
sobre los que hubo que salir a discutir si eran personas o no.
Estas
relaciones, además, van a producir algo que para mí es trascendental para
entender la problemática ambiental, la cual no es provocada por mala gente que
se levanta de mal humor a talar árboles o de alguien que se pelea con su pareja
y sale a contaminar el mundo como venganza.
La
problemática ambiental no empieza en el ambiente sino mucho antes.
Fundamentalmente, está asociada a las prácticas de producción y consumo con las
que nos movemos en el mundo de hoy. Si se lo “sobreconsume” al ambiente y se lo
agrede como está sucediendo, es porque ese ambiente está en condiciones de
producir riquezas. ¿Y por qué se ve así? Porque se considera que la naturaleza
está ahí con un único fin: ser sometida y dominada. Esto significa que el
hombre está para controlar las fuerzas de la naturaleza y ella está para darle
recursos al hombre. Recursos que se transforman en monetarios, no en recursos
para vivir. Para los fisiócratas, es la fuente originaria de las riquezas.
Y hoy,
que nos alejamos de los fisiócratas, conocemos bien cuál es la problemática de
las materias primas y de salir a invadir países por petróleo u otros recursos
naturales. Lo cierto es que hay una ruptura entre el ser humano y la
naturaleza, una dualidad ajenizante: la naturaleza está de un lado y el ser
humano está del otro, no es parte de ella. Me pregunto, sinceramente, qué
somos, entonces. Parece que somos otra cosa y vinimos al mundo para
aprovecharnos de “eso” que es la naturaleza y que ha sido puesto a nuestro servicio.
Junto
con la dualidad ajenizante, hay que destacar la existencia de una diferencia
ajenizante, la cual se expresa de muy distintas maneras pero siempre tiene que
ver con la forma en que me acerco ya no a la naturaleza sino al “otro”. ¿Quién
es el otro? ¿Cuál es el lugar del otro? Ahí talla fuerte la cooperación
internacional. En la cooperación internacional tradicional, fíjense que se
hablaba de “donantes” y “receptores”: donde el primero da y el segundo se
limita a recibir en una relación de actividad y pasividad. En esta relación, el
“otro” es un otro de fracaso. En la perspectiva de los países ricos, el “uno”
es el exitoso porque es rico y el “otro” es la expresión de fracaso porque es
pobre.
Esa
diferencia inicial, desvaloriza y separa. A punto tal ha sido trabajado esto,
que otra vez aparece de por medio la cuestión colonial y neocolonial pero con
el diferente ya no siendo solamente otro: ahora es “otro” y “peligroso”. Lejos
de ser una fiesta y una posibilidad de encuentro, la diferencia se ha convertido
en una fuente de peligro, en una amenaza para el modo de vida del que la
establece en estos términos y, por lo tanto, cree que su principal deber es
destruirla antes de que lo destruya. Esta es una clave en la que muchos leen
las relaciones internacionales.
De este
modo, se cruzan las dos variables. La variable de cómo vemos la naturaleza y
nos relacionamos con ella, con la de quién creemos que es el otro. En
conclusión, si sumamos la dualidad ajenizante -que nos separa de la naturaleza
y nos pone en un lugar diferente- a la diferencia ajenizante -que presenta al
diferente como un riesgo-, la resultante lógica tiene que ser el colonialismo
(llamémoslo tradicional o “neo”, para el caso da exactamente igual) y el saqueo
de recursos naturales.
La lógica
es: “Si el ‘otro’ no importa porque es diferente (es, además, resultado de un
fracaso y ocupa un lugar donde hay recursos naturales que tienen que ver con mi
necesidad y casi con mi obligación de dominar la tierra y aprovechar lo que
ella me da), casi por derivación lógica tengo que terminar, necesariamente, en
el saqueo de sus recursos. Desconozco a los pueblos, la pertenencia, todas las
resoluciones que hablan de la soberanía de los pueblos sobre sus recursos
naturales. Simplemente voy y los tomo”.
Esto no
es una cuestión abstracta: esto es el petróleo de nuestras Islas Malvinas. Esto
es el fosfato de la República Árabe Saharaui Democrática en África, el último
caso colonial del continente. Esto nos está pasando de manera cotidiana.