*Juan Carlos I en El Aaiun, Sahara Occidental; 1975 |
Empiezo este escrito sin poder evitar
una gran sensación de tristeza y
vergüenza; el Rey va a viajar a Marruecos. Ya lo anunciaron para el mes de marzo pasado. Entonces escribí
una especie de carta abierta para pedirle que no lo hiciera. Acababan de
pronunciarse las brutales sentencias por los sucesos ocurridos durante el
desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik, y su viaje en ese momento era
como una burla a las familias de los
presos y a las de los miles de saharauis que sufren constantemente la represión
de ese régimen.
Ahora, cuando el Rey decide realizar su
aplazado viaje, se encuentran en España unos cinco mil niños saharauis
repartidos por todo el territorio. Vienen desde lo profundo del desierto, de
los campamentos de refugiados donde malviven desde que el Gobierno de Arias
Navarro con Juan Carlos de Jefe de Estado los abandonó a su suerte. Apenas ha
empezado la estancia de estos niños entre nosotros y el Rey decide emprender su viaje a Marruecos.
Ahora la burla es a estas cinco mil familias que han acogido a estos niños.
Tampoco cuando se fue a Bostwana a cazar
elefantes estuvo bien elegido el momento, en plena crisis social y económica
del país. La prueba es que se vio obligado a pedir excusas. Ni la imagen de
aquel hermoso animal espachurrado como
un higo porque una pandilla de bonvivant fueron a divertirse unos días, habla
bien de la sensibilidad de nuestro Rey. Ni cuando le pegó dos tiros al osito
Mitrofan; aunque fuera un borracho.
No acierta el Rey en esto de los viajes
ni en las fechas. Además cabe preguntarse: ¿por qué tanto viaje a Marruecos?
¿Será porque allí la poca libertad de prensa le garantiza impunidad en sus
correrías y le pone a salvo de preguntas
indiscretas?
Juan Carlos empezó mal su reinado
cediendo al chantaje que supuso la Marcha Verde; veremos cómo termina. De
aquella experiencia Marruecos sacó conclusiones
y desde entonces no ha parado.
Desde hace treinta años empezaron las
familias españolas a acoger niños saharauis por diversos motivos; enfermedad u
otros. En todos esos años, el Rey
no se ha dignado mencionarlos ni
una sola vez aunque solo fuera para desearles una feliz estancia. Tampoco lo ha
hecho nunca en estos veintisiete años
que hace que vienen en la operación “Vacaciones en Paz”. Nunca ha tenido un
pensamiento para ellos, nunca les ha tenido presentes ni aún tratándose de los
hijos o nietos de aquellos que un día fueron ciudadanos españoles y a los que
prometió defender sus legítimos derechos.
La operación “Vacaciones en Paz” es la
mejor muestra de la voluntad de dos pueblos de entenderse por encima de
políticas en contrario y de prejuicios, muchas veces alentados artificialmente
por el poder. No hay en el mundo una
operación como ésta en que miles de familias musulmanas envían a sus hijos a
pasar unas vacaciones entre familias cristianas. Creo que puede ser un modelo
de convivencia a mostrar por todo el mundo, pero por razones que no entiendo
esta magnífica operación cristiano/musulmana pasa casi desapercibida. Son cinco
mil (otros años han venido hasta diez mil), pequeños embajadores de buena
voluntad que un día cuando sean mayores recordarán con afecto su estancia entre
nosotros. Algunos de los que vinieron en las primeras expediciones tienen más
de treinta años, y bastantes de ellos ya ocupan puestos de importancia en la
administración saharaui. Muchos de ellos hablan con fluidez el español. Pero no
lo aprendieron en España; fue Cuba la que acogió a miles de ellos y, a pesar de
sus carencias, durante bastantes años, puso en marcha una formidable operación
de ayuda al pueblo saharaui cuando estaban casi olvidados por todo el mundo.
Los futuros dirigentes de la Republica
serán algunos de estos niños que pasaron algún verano con familias
españolas. No pasará mucho tiempo antes
de que el Sáhara sea independiente, y a cualquiera se le puede ocurrir que
cuando esto suceda, lo mejor para España
sería que al frente de la
República Saharaui estuvieran algunos de estos niños que hablen español y que
mantengan vínculos afectivos con las familias con las que convivieron, los
vecinos que conocieron en los pueblos donde estuvieron y los niños con los que
jugaron. Pero al Rey, y a esa corte de políticos y gente importante que le
acompañan, estos argumentos no los comparten; ellos están a lo suyo.
Javier Perote- julio 2013