En la última
entrega de los premios Goya, el actor Javier Bardem recogió el premio por el
documental Hijos de la nubes, diciendo unas palabras en recuerdo a la
injusticia que todavía tiene lugar en el Sáhara Occidental. Ya conocía el
compromiso de Bardem con este pueblo sin tierra, y su documental no fue por lo
tanto ninguna sorpresa. Lo que sí me llamó la atención es que en los apenas setenta
y cinco segundos que tuvo para agradecer el premio consiguiera hacer una
crítica tanto a la política española actual como al abandono del Sáhara hace
casi cuatro décadas, así como a la vergonzosa complicidad de los sucesivos
gobiernos con la represión que lleva a cabo el gobierno marroquí sobre los
saharauis que reivindican conquistar derechos humanos básicos y, por supuesto,
volver a tener dominio de su propia tierra. Javier Bardem decía, en sus
palabras de agradecimiento, que en el Sáhara no se puede recortar ni en salud
ni en educación, pues no hay hospitales ni escuelas, refiriéndose obviamente a
los campos de refugiados de Tinduf, en plena hammada. El momento álgido era la
referencia a los desahucios que ahora están acabando con los restos del estado
de bienestar en España y creando eso que alguien llamó un ejército industrial
en reserva, cuando con ironía Bardem subrayaba sobre los saharauis: “Tampoco se
les puede echar de sus casas, como aquí, porque ya fueron desahuciados hace
treinta y cinco años, más de treinta y cinco años”. De esta forma, en el
discurso del actor se creaba un lazo de empatía[1] necesario, como si los
destinos de los saharauis y de la población española estuvieran
irremediablemente unidos en ese destino de la injusticia social –¿o histórica?
Desde que en
octubre de 2007 Baltasar Garzón abriera una investigación judicial contra
Marruecos con las palabras: “Decido aceptar la competencia de juzgar las quejas
por delitos de genocidio, de torturas y de asesinatos”, el conflicto saharaui
ha comenzado a ocupar un espacio predominante de forma regular en los medios de
comunicación. La huelga de hambre de Aminatou Haidar en 2009 supuso un impulso
mayor a esta presencia mediática y política. Y ya más adelante, a partir de
noviembre de 2010, el Sáhara pasó a convertirse en uno de los espacios de la
memoria más dolorosos, y que un apoyo más afectivo y más variopinto parece
despertar, a raíz del desmantelamiento del campamento Agdaim Izik junto a El
Aaiún. Sin embargo, en la discusión actual y en la crítica cultural sobre las
narrativas de la memoria histórica en España, se ha pasado por alto el
conflicto en la última colonia, el Sáhara Occidental, como si no fuera con
nosotros.[2]
En este
artículo voy a analizar dos novelas españolas sobre el tema, Mira si yo te
querré, de Luis Leante, y El imperio desierto, de Ramón Mayrata, así como el
documental Hijos de las nubes. La última colonia, de Javier Bardem y Álvaro
Longoria. Me interesa destacar cómo se representa la historia de la antigua colonia,
como ejemplo de qué visión se tiene en España sobre un conflicto que aún pesa
tanto, y qué toma de posición política y estética adoptan estas narrativas. Las
reflexiones de Bourdieu (1984) sobre los campos de fuerza política, comercial y
estética que confluyen en la escritura y en la recepción de un texto son en
este sentido relevantes. Según esta teoría, por las mediaciones específicas
donde se publica un libro o se produce una película, se puede observar cómo las
determinaciones externas ejercen una fuerza en la producción literaria. Y yo
iría más allá: pues esa producción cultural influye y forma parte de la
construcción de imaginarios dentro de la misma sociedad, por lo que se inserta
en la discusión sobre el tema y ofrece igualmente una posición política, ética,
estética. No podemos olvidar que en Hijos de las nubes se muestra al actor
Javier Bardem en la ONU defendiendo a los saharauis, lo que entrelaza texturas,
tiempos y espacios en esa reivindicación. Es decir que las manifestaciones
culturales son igualmente actividad política, en el sentido que le da Rancière
(2011), ya que reconfiguran la distribución de lo perceptible al introducir
nuevos sujetos y objetos en el escenario común.
La primera de
las novelas, El imperio desierto, de Ramón Mayrata, por primera vez aparecida
en 1992 en Mondadori, tuvo una muy buena acogida en la crítica, lo que
demuestran las reseñas que aparecieron en numerosos medios de comunicación[3].
Ramón Mayrata es asimismo conocido por haber escrito El Sáhara como unidad
cultural autóctona (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas,
1975), tras su estancia en la Provincia 53, donde fue observador de la supuesta
descolonización y defendió ante el tribunal de La Haya la independencia del
país. Precisamente un año antes de la primera publicación del libro, el Frente
Polisario y el gobierno marroquí habían firmado un alto al fuego, que debía
completarse con un referéndum de autodeterminación auspiciado por la ONU.
Aunque la fecha que se planeó fue febrero de 1992, este referéndum nunca se
llevó a cabo. Es decir que el trabajo de la MINURSO había de resultar tan poco
fructífero como la misión de la ONU que se había anunciado en 1975 para
encargarse de la penosa descolonización española. Me parece interesante que justo
se publicara El imperio desierto en ese momento tan sensible. Y quizás ese
frustrado intento político le debió también cierto abandono editorial, siendo
como era una compleja novela de gran envergadura histórica y política.
Por otra parte,
Mira si yo te querré, de Luis Leante, ganó el Premio Alfaguara de Novela de
2007, con halagadores comentarios de escritores reconocidos y un lanzamiento
mediático apoyado por Almudena Grandes, Mario Vargas Llosa y el mismo editor de
Alfaguara en persona, Juan Rodríguez[4]. Por otra parte, la fecha de
publicación coincide con el auge de la novela de la memoria en España, y de
esta forma encuentra un lugar idóneo para su lanzamiento. Y recordemos que
justo en ese año hubo un intento de acción judicial.
En Mira si yo
te querré se cuenta la historia de una española que viaja a los campamentos de
refugiados para buscar al que fue su primer amor, Santiago, un legionario que
se quedó a vivir con los saharauis tras la invasión marroquí. El encuentro con
el desierto va a significar para Montse algo parecido a un rito iniciático, de
la oscuridad a la luz, como en el mito platónico de la caverna. El contacto con
los saharauis, sus miradas serenas, su constancia en la lucha, su hermetismo y
su maravillosa hospitalidad van a ser un bálsamo después de una vida
materialista en Barcelona rodeada de personas superficiales como su ex marido y
su amante, quienes representan la vida vacía después del enamoramiento con
Santiago San Román.
Los saharauis
de la novela hablan y entienden español, pero el espacio donde hablan hasanía
queda vetado para los personajes españoles. La toma de posición de ambos
protagonistas se debe más bien a estados emocionales, a lealtad hacia sus
nuevos amigos, a hartura de lo ya vivido en la Península y del ambiente en el
cuartel. La figura hermética y amable de los saharauis es central para
entenderlo, pues tanto las amigas de Montse como la familia que acoge a
Santiago parecen incapaces de cometer errores. Ambos españoles van al Sáhara
sin saber prácticamente nada del lugar, como en una suerte de viaje curativo, y
el contacto con sus gentes les devuelve la esperanza en la vida y en el ser
humano. De igual forma la novela está escrita, de una forma muy efectiva,
también para un lector desinformado, pero sensible. Tan sensible como Montse,
que siendo de la alta burguesía catalana se enamoró de un mecánico inculto y
charnego, retomando sin pizca de ironía el motivo de Últimas tardes con Teresa,
de Juan Marsé. Al final de la novela se encuentran por azar, pero Santiago San
Román, deformado y enloquecido por la guerra y por la pérdida de su amada mujer
saharaui, no la puede reconocer, en un final que pretende ser muy dramático,
como lo son los amores imposibles.
Al contrario
que en Mira si yo te querré, la novela de Mayrata se sitúa precisamente entre
los últimos momentos de la colonia y el inicio de la desastrosa invasión
marroquí. Aguirre es un joven antropólogo que vuelve de Londres, y a quien le
encargan que vaya a la Provincia 53 para redactar un manual de historia del
Sáhara Occidental. En esta novela presenciamos las reflexiones políticas de la
generación saharaui que inició la lucha por la independencia, y que se pueden
entender en el contexto de las discusiones de los años setenta entre los grupos
de izquierda en Europa. Animado por sus compañeros saharauis, el protagonista
no sólo investiga el pasado del país, sino el paradero de Basiri, quien es el
saharaui que más tiempo lleva desaparecido desde la colonia[5]. Involucrarse en
la causa saharaui hace que Aguirre sea encarcelado ilegalmente en las Canarias
por el comandante español García Ramos, quien lo interroga y tortura.
De esta forma,
se ve cómo algunas cuestiones importantes se tematizan en la novela, siguiendo
el recorrido de Ignacio: el sentido de pertenencia, el uso de la violencia como
arma política en las discusiones con los miembros del Frente Polisario, la
violación de los derechos humanos entre los mismos saharauis cuando asesinan al
maestro Mahayub por traidor (ID 235-página), la pérdida de las convicciones, el
choque cultural que años después se habría de estudiar desde los enfoques
postcolonialistas, la postura de la izquierda europea frente a la lucha
saharaui, las desapariciones de saharauis ya durante la dictadura franquista y
la represión de ésta.
El imperio
desierto se confecciona al modo de las novelas contemporáneas de Galdós o de
Aub, donde el momento de gestación prácticamente coincide con el momento al que
se refiere, dando una suerte de premura a algunos temas que obviamente
requieren de una discusión. Por otra parte, la novela se inserta en la
narración de la Historia: los lugares centrales, los personajes históricos, las
fechas, coinciden mayormente. Se podría decir que es una novela construida
sobre las notas de un estudio historiográfico y antropológico que se basa en
fuentes precisas y en un minucioso trabajo de campo. Precisamente por ese
detallado conocimiento del conflicto desde su raíz, sigue pidiendo una lectura
contemporánea, pues el conflicto no ha acabado, aunque hayan variado algunos
actores. El acceso a la memoria, a la percepción y a los sentimientos del
protagonista, ficticio, es a la vez una técnica literaria que se aleja del
rigor de la historiografía tradicional. Pero donde realmente se marca explícitamente
la intención del autor es al final, cuando el espía doble Gatti le dice a
Aguirre que cambie de género y en vez de un ensayo antropológico escriba una
novela: “Si quieres que alguien entienda
algo de lo que aquí ocurrió, hazle vivir las mismas circunstancias que
nosotros hemos vivido”.
Es decir, esta
novela parece decirnos que si la historiografía puede servir de base para los
intereses económicos o geopolíticos, la ficción se mueve en el ámbito de la
libertad, donde los hechos narrados transfieren y superan los límites de la
misma historia narrada, pero a la vez la dotan de una vida más larga en la
misma realidad y generan realidad, puesto que se insertan en la memoria de los
lectores y los mueven a percibir el mundo –lo que cada cual considera realidad–
de forma diferente. Así, leer esta novela nos lleva a reflexionar sobre
cualquier otro lugar donde la colonización fuera tan desastrosa como la
descolonización, y donde surgieran movimientos armados de liberación: ayer era
el Sáhara, como es también hoy, pero podría ser Timor, podría ser Birmania, la
Suráfrica de los noventa. Las preguntas propuestas y las reflexiones sirven en
cualquier caso… La literatura permite así hacerse preguntas éticas sobre el
precio de la violencia, el uso de la lucha armada, las ideologías y los
totalitarismos, y ponernos en la piel del otro, del perplejo (des)colonizador y
de los luchadores colonizados. Esta reflexión provoca una nueva lectura del
texto, y por ende una nueva reflexión sobre la credibilidad de lo narrado. Pues
ahora se intuye que las fuentes, las situaciones, los personajes históricos
existen, son, fueron factuales, y que crear una novela real y realista con todo
ello –en vez de un manual de antropología– es el resultado de una decisión
recapacitada del autor en un momento preciso.
La
representación literaria española de la traición al Sáhara Occidental muestra
la peculiaridad de que no se trata exactamente del pasado del actual estado
español, sino de una antigua colonia a la que se le dio el estatus de provincia
en 1958, una región que ha servido de inspiración para algunas poesías y
relatos desde el siglo XIX, donde se mistifican los entornos y a los herméticos
nómadas del desierto. Es decir que estamos ante la mirada sobre lo otro, lo
perdido, lo en gran parte desconocido, pero la mirada es posterior: La
Primavera Árabe estalló como la misma primavera, pero pasó como una veloz brisa
estival por los medios de comunicación, que apenas ha dejado un recuerdo entre
la crisis, los desahucios, la migración forzosa de un buen porcentaje de una
generación de españoles, y desgraciadamente algo de desconfianza ante la
situación en esos países al seguir su evolución postrera. Sin embargo, como
vimos en las palabras de Javier Bardem, la fidelidad a los saharauis sigue
existiendo aun en tiempos de crisis, o debería seguir existiendo, nos dice el
actor, al marcar ese lazo empático que antes señalé: dos extremos de una cinta
que se encuentran y que deben quedar de alguna forma atados por el destino. No
es por azar que el documental Hijos de las nubes comience precisamente con la
primavera árabe tunecina, señalando la relación con las movilizaciones de El
Aaiún que tuvieron lugar ya unos meses antes, pero también con la primavera
española del 15-M. A partir de entonces, el documental ofrece un resumen de la
historia del Sáhara donde se combinan dibujos animados con entrevistas a
participantes y especialistas en el tema, así como imágenes y películas que
documentan tanto la invasión que fue la Marcha Verde como la actual represión
en la zona ocupada por el estado marroquí. La intención del documental es tanto
la de informar como la de sensibilizar ante la terrible injusticia que ha
supuesto la política marroquí sobre el Sáhara Occidental desde el inicio del
conflicto. Javier Bardem dice en un momento que el objetivo es “agrupar
opiniones de todos los participantes de este ajedrez”. Teniendo en cuenta que
muchos de ellos no han aceptado ser entrevistados –entre ellos Javier Solana,
Miguel Ángel Moratinos o José María Aznar, además de ningún funcionario
marroquí– la partida queda descompensada. Aunque ése no es para mí el problema
que puede haber en este documental. Quien calla, otorga, se dice. Y, sobre
todo, quien rechaza ser entrevistado para no verse en el brete de tener que denunciar
o pronunciarse sobre unos hechos escandalosos, está ofreciendo tácitamente su
apoyo al corrupto gobierno marroquí. Sin embargo, en Hijos de las nubes sí veo
dos elementos que me perturban como espectadora.
En primer
lugar, sin unos conocimientos previos sobre la historia de España, una podría
creer que la colonia española era una suerte de paraíso terrenal donde todos se
llevaban de maravilla y eran amigos. Eso se desprende tanto de las imágenes y
de los testimonios sobre las escuelas, como de los discursos de los mismos
saharauis que, en los campamentos, sienten nostalgia por aquella época. Uno de
ellos llega a afirmar: “Nunca ha habido conflictos entre españoles y
saharauis”. Interesante, teniendo en cuenta que el Frente Polisario nació
contra los colonizadores, tal como El imperio desierto relata y como era
comprensible que ocurriera en una tierra ocupada. Porque el Sáhara Occidental
estaba ocupado por un país que era una dictadura, nuestra propia dictadura.
¿Por qué se obvia eso? En el Sáhara había ciudadanos de primera y de segunda,
como acostumbra a ocurrir en las colonias, aunque las vistamos de brillantes
colores. Y habría además ciudadanos de primera y de segunda, como siempre
ocurre en las dictaduras: los que apoyan al régimen, y los que no lo apoyan o
se oponen a él. Y eso probablemente fue una causa para que se les abandonara
ante el peligro con tal mezquindad: la provincia 53 ya estaba dando quebraderos
de cabeza, y los ciudadanos saharauis no eran a los ojos del gobierno central
tan ciudadanos como los que habían llegado de la Península, o de las Islas
Canarias. Y así los trataron.
En segundo
lugar, en Hijos de las nubes observo la misma construcción del saharaui que se
da en la novela de Mira si yo te querré. Aunque una de las primeras imágenes es
la de niños vestidos de soldados –que no disfrazados– marchando y enarbolando
banderas, pareciera que el pueblo saharaui es y siempre ha sido pacífico y
dócil. Víctimas absolutas de una represión brutal a la que, sin embargo,
anteponen la prudencia, la calma y la sonrisa, como en la canción de Macaco,
“no dejes que este mundo roto estropee tu sonrisa, leré”. Sin poner en duda que
la represión marroquí es brutal, pues lo es, me parece interesante esa
necesidad de borrar cualquier impulso de lucha armada saharaui, que la hubo y
con razón, como la sigue habiendo aunque sea en reserva, y se apele a un
esencialismo que me turba. No hay pueblos buenos o malos, hay situaciones
histórico-políticas injustas e inaceptables, como lo fue la Marcha Verde y como
lo sigue siendo la represión en el Sáhara Occidental, y como lo es que
centenares de miles de personas vivan en lo más duro del desierto argelino
esperando que fuera de allí ocurra algo que les cambie la vida, y sobre lo que
no tienen ningún poder, aunque sean ellas quienes llevan poniendo la cara
amable con su resistencia pacífica desde hace más de treinta y cinco años.
La memoria del
Sáhara Occidental se muestra dolorosa en la prensa y en la opinión pública
española, como algo lejano, pero a la vez cercano, donde priman los símbolos,
los elementos exóticos, los ideales puros de un pueblo unido y pacífico
luchando por su futuro justo. Sin embargo, no deja de ser un complejo conflicto
internacional, donde los intereses de Marruecos, Argelia y Mauritania se
barajan con las reivindicaciones del gobierno saharaui en el exilio. Donde todo
gobierno español ha hecho y hace malabares para mantener una relación amistosa
con Marruecos, mientras los temas de Melilla, Ceuta, la inmigración o –desde
finales de 2010- de nuevo el Sáhara, están en la agenda diaria. El Sáhara
Occidental es también una región en la que abundan fosfatos, gas, petróleo y
con una costa rica en pesca que se explota por Estados Unidos, Marruecos, la
Unión Europea[6] y Rusia, lo que si acaso complica más la toma de decisiones
políticas. Pero también podría tratarse, en menor medida, de un potencial
conflicto interno saharaui, pues el Frente Polisario mantiene el poder, sus
reivindicaciones y su propia ideología, sin la presencia de una oposición
democrática bien organizada entre los mismos saharauis, sea en la zona ocupada
sea en la liberada[7].
Mira si yo te
querré aboga por una sensibilización romántica por el Sáhara Occidental. Esta
forma de activismo la vemos, en parte, en Hijos de las nubes, documental hecho
con la mejor de las intenciones, pero que sacrifica parte de los datos
históricos importantes en pos de cierto idealismo. Y yo creo que eso se hace
por cierto sentimiento de vergüenza, por ser España tan responsable de la
situación actual, como dice Jorge Moragas en su entrevista, como de la
histórica. Pero también porque si hablamos de nuestro propio pasado, de nuestra
vergonzosa dictadura, las sensibilidades de los españoles vuelven a estar
divididas, y eso podría debilitar el apoyo a los saharauis, que es transversal,
afectivo, y que responde a diferentes impulsos que, me atrevo a pensar, van
desde la lucha por los derechos humanos hasta la nostalgia de aquellos restos
del imperio. Sin embargo, en El imperio desierto todos esos elementos se
tematizan explícitamente, dejando que el lector siga el mismo camino hacia el
conocimiento que el protagonista, pues ni se enmascara ni se silencia ese
pasado donde comenzó la lucha armada y política del Polisario por
independizarse de España, sino que se narra explícitamente, lo que quizás lo
convierte en un objeto incómodo, y por ello mismo necesario.
Con seguridad
la novela de Leante y el documental de Bardem y Longoria han conseguido mover a
muchos lectores, y los estudiantes que la hayan de leer o lo vayan a ver en el
bachillerato saldrán concienciados obviamente de la injusticia cometida con la
antigua colonia. Pero la novela de Mayrata es necesaria para entender el
conflicto desde su raíz, no permite una sola lectura, y por ello consigue sacudir
convicciones e ideales románticos. Mientras Aminatou Haidar recuerda en Hijos
de las nubes que los saharauis siempre fueron pacíficos (de nuevo ese mantra
que se repite desde tantas voces), pero que las generaciones jóvenes se están
cansando de esperar eternamente, es vital tomar en serio esas reflexiones que
nacieron ya durante la lucha del primer Frente Polisario, para entender de
alguna forma qué le deparará el futuro al Trab-El-Bidan. Una visión informada,
política y polémica del Sáhara Occidental permite desprenderse también de la
visión romántica sobre la colonia que ha venido primando desde el siglo XIX, y
me parece que ya es hora de que así sea. Quizás a partir de esta crisis que
atenaza a la sociedad española indiscriminadamente –valga la ironía del
término-, la solidaridad con los saharauis comience a tener otra forma, otro
equilibrio, y nos atrevamos a pedirles cuentas a nuestros gobernantes, quienes
siempre se olvidan del conflicto en cuanto tocan el poder[8]. Y quizás a partir
de ahora comience quizás a tener otra naturaleza menos exótica, menos
estetizante y más política, lo que siempre significa una pérdida de la
inocencia, pero tal vez mayor actividad consciente y algunos resultados. Acaso
sea una visión demasiado optimista, porque el peligro es que simplemente nos
olvidemos del Sáhara, aunque Javier Barden en su discurso de agradecimiento
intentara precisamente apelar a ese lazo que nos une, histórico y presente, o
simplemente humano en momentos de precariedad.
Pero creo que
precisamente ahora es importante entender que el Sáhara ya no es ni el resto de
nuestra colonia, y que los saharauis –y ahora me refiero a cada individuo–
deberían tener voz y voto para decidir sobre su presente y su futuro. Por ello
necesitan urgentemente el apoyo de la comunidad internacional, para que ese
derecho suyo se respete y pueda llevarse a cabo el prometido referéndum, antes
de que la tercera generación de saharauis desahuciados se canse de esperar en
una jaima de la hammada o en un territorio brutalmente reprimido, o que la
cuarta generación tome el relevo en esa espera en la que nacen y que se les
impone como destino desde la cuna. Y sobre todo creo que es importante tomarlos
en serio como interlocutores políticos, y dejar de verlos tras esa pátina
romántica de la pura bondad que, en mi opinión, se explota desde diversos
discursos, y que me parece que esconde una suerte de paternalismo desde España,
antigua potencia colonizadora poco dada a reflexionar sobre su pasado –y así
nos va en materia de derechos humanos-[9]. Tomarlos en serio en todos los
sentidos, y preguntar quiénes son sus únicos portavoces y qué estado proponen
exactamente, y qué quiere la oposición que también existe entre ellos, porque
escuchar siempre es la base del respeto a los demás. Luego se verá cómo
consiguen crear esa sociedad más justa y más democrática por la que luchan
desde hace décadas, y si consiguen reinstaurar una primavera en ese vergel que
dicen que era la costa atlántica africana. Esperemos que sí. Insha’Allah.
Ojalá.
* Ana Luengo es
profesora de literatura y cultura española y latinoamericana, y autora de La
encrucijada de la memoria, entre otros. Trabaja, lee, escribe y vive entre
Europa y América
Fuentes
Bárbulo, Tomás
(2002): La historia prohibida del Sáhara Español. Barcelona: Ediciones Destino.
Bontems, Claude
(1984): La guerre du Sahara occidental. Paris: Presses Universitaires de
France.
Bourdieu,
Pierre (1984): ‘Le champ littéraire. Préalables critiques et principes de
méthode’. En: Lendemains 36, 1984, pp. 5-20.
Conte, Rafael
(1993): ‘El imperio desierto’. En: ABC Cultural, 5 de marzo, 1993.
Fuentes, Moisés
Elías (2007): “Luz y sombra del desierto”, 6 de junio de 2011.
García Gual,
Carlos (1993): “La novela del Sahara”. En: El País/Babelia, 2 de enero, 1993.
Guijarro,
Fernando (1997): La distancia de cuatro dedos. En la guerra del Sáhara con el
Polisario. Barcelona: Flor del Viento Ediciones.
Labrador
Méndez, Germán (2012): ‘Las vidas subprimes: La circulación de historias de
vida como tecnología de imaginación política en la crisis española
(2007-2012)’, en: Hispanic Review (fall 2012), pp. 557-581.
Leante, Luis
(2008): Mira si yo te querré. Madrid: Alfaguara.
Longoria,
Álvaro; Bardem, Javier (2012): Hijos de las nubes. La última colonia.
Luiselli,
Valeria (2011): “Mira si yo te querré, de Luis Leante”. Letras libres, 6 de
junio, 2011.
Luengo, Ana
(2004): La encrucijada de la memoria. La memoria colectiva de la Guerra Civil
en la novela contemporánea española. Berlin: Tranvia.
Matarasso, Léo
(ed.) (1978): Sahara Occidental. Un peuple et ses droits. Colloque de Massy, 1
et 2 avril 1978. Paris: Éditions l’Harmattan.
Mayrata, Ramón
(2008): El imperio desierto. Madrid: Calamar ediciones.
Mayrata, Ramón
(2005): Relatos del Sáhara Español. Madrid: Clan Editorial.
Otero,
Francisco (2011): “El imperio desierto de Ramón Mayrata”, 6 de junio, 2011.
Ruddy, Frank
(2007): “Western Sahara: Africa’s last Colony”, 6 de junio, 2011.
Afrol News
(2010): “Sáhara quiere una oposición al Polisario”, 6 de junio, 2011.
Notas
[1]
Curiosamente leo en un artítulo de Germán Labrador que él llama “puente
empático” a la práctica discursiva que influye en el imaginario político (2012:
563).
[2] Este texto
se basa, en parte, en el artículo “La memoria de la vergüenza o los restos del
imperio” que publiqué en la revista Iberoamericana, núm. 48, y que aquí he
ampliado y también reelaborado. La primera vez que hablé del tema fue en un
congreso en una ciudad escandinava adonde me habían invitado para hablar sobre
la novela de la memoria, pero más tarde los organizadores decidieron que el
tema del Sáhara no tenía que ver con la recuperación de la memoria en España, y
por ello no integraron el artículo –la primera versión de este artículo- a las
actas que publicaron después. Ese rechazo me parece todavía muy significativo,
porque vemos de qué forma el prejuicio sobre este tema ha influido también al
mundo académico, aunque ahora hay visos de cambio, afortunadamente.
[3] Rafael
Conte llegó a escribir de ella que era una excelente novela “por su fidelidad
histórica y su honestidad cultural e intelectual” en el ABC Cultural del día 5
de marzo de 1993. Y Carlos García Gual la llamó “La novela del Sáhara” en la
edición de Babelia del 2 de enero de 1993. No fueron las únicas críticas
positivas. Sin embargo, la novela no se había de reeditar hasta 2008 en la
colección Biblioteca del Desierto, de Sgarit, acompañada por el cuento Aquel
mendigo de la plaza Esbehiheh. Por otra parte, ya en 2001 Mayrata había
publicado una colección de cuentos sobre el Sáhara Occidental, bajo el título
Relatos del Sáhara Español, en Clan Editorial. Este libro se ha reeditado tres
veces, y recoge textos tanto de saharauis del siglo XIX como de los primeros
europeos en llegar al desierto africano.
[4] La novela
de Leante ha ganado asimismo en 2009 el premio Mandarache y quedó también
finalista del Premio de los Críticos Valencianos en 2007. Ha sido traducida al
italiano, al inglés, al alemán y al francés, y es lectura de colegios y
talleres de escritura. Sin embargo, en algunas reseñas se critica la
construcción de unos personajes estereotipados (Fuentes 2007), una historia de
amor débil, el tono de telenovela (Ágreda 2007) o de película de acción
estadounidense (Luiselli 2007).
[5] Mohamed Sid
Brahim Sid Embarec Basir nació en 1944, y fue un periodista muy comprometido
con la independencia saharaui del reino marroquí. En 1966 fundó Organización de
Vanguardia para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro. En 1970 fue
apresado por Fuerzas de la Legión, durante las movilizaciones en Zemla. Nunca
más se supo de su paradero (Bárbulo 66s.; Bontems 74s.).
[6] En
diciembre de 2011 se bloqueó el acuerdo pesquero entre Marruecos y la UE que
incluye la costa saharaui.
[7] Véase
Afrol.
[8] El 24 de
abril de 2013 leo en El País “Rabat, París y Moscú logran que EE UU renuncie a
su iniciativa sobre el Sáharaa„, acción paralizante apoyada también por el
gobierno español que obstaculiza un mayor control de los derechos humanos en la
región.
[9] Sobre ello,
he reflexionado en otros lugares, sobre todo en mi libro La encrucijada de la
memoria, de 2004/2012.