El espía digital. MIÉRCOLES 19 DE FEBRERO DE 2014 (Alfonso Lafarga – Redacción) Ali Said Daf era un niño cuando ocurrió la masacre de
Amgala y vio a un militar marroquí asesinar a quemarropa a dos pastores
saharauis. Mataron, también, a otros seis beduinos, dos menores de 14 años, la
edad que tenía Said. Ahora tiene 51 años y busca al soldado marroquí que le
salvó la vida.
“He vivido todos estos años con ese
recuerdo. Quiero encontrar a este hombre
y darle las gracias por lo que hizo por mí. No todos los militares son malos, dentro del
uniforme hay un ser humano, con sentimientos”, ha declarado Ali Said Daf a
ElEspiaDigital.Com.
Los hechos de los que fue testigo
ocurrieron el 12 de febrero de 1976 en un lugar conocido como Fadret Leguiaa, en
la zona de Amgala, cuando en el Aaiún
todavía ondeaba la bandera española, aunque hacía más de tres meses que las tropas marroquíes habían penetrado en el
Sáhara Occidental e intentaban aniquilar al Frente Polisario.
Precisamente otro 12 de febrero, pero de 2014,
Ali Said tenía que haber comparecido ante el juez de la Audiencia Nacional
Pablo Ruz, que investiga crímenes de lesa humanidad cometidos en la antigua
colonia española por ex altos cargos marroquíes. Estaba citado como testigo en
el caso de la ejecución extrajudicial de los ocho beduinos cuyos restos fueron
exhumados en junio de 2013 en dos fosas
encontradas en Fadret Leguiaa, muy cerca del muro que divide en dos el Sáhara
Occidental, a 400
kilómetros de los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia).
En una de las fosas se hallaron los restos
de Mohamed Mulud Mohamed Lamin y Mohamed Abdalahe Ramdan, ambos con DNI español,
a los que Ali Said vio asesinar muy de cerca. Y él estuvo a punto de ser el
siguiente.
Sin embargo, Ali Said no ha podido contar
al juez Ruz aquello que le marcó de por vida, “me dejó secuelas, no he olvidado
lo que viví, lo tengo grabado en el cerebro”,
ya que el Consulado español en Argelia no tramitó el visado para que
viajara a Madrid, lo mismo que hizo con otro testigo, Kabula Selma Daf. Sí comparecieron el médico psicólogo Carlos
Martín Beristain y el médico forense Francisco Etxeberria, quienes ratificaron el informe en el que
demuestran que los ocho saharauis murieron por disparos de fusil y fueron
sepultados bajo la arena en el mismo lugar donde se les detuvo.
Ali Said nació en Amgala, un pequeño pueblo
de la región de Smara en el que sus habitantes se dedicaban, principalmente, a
la agricultura y la ganadería. Como otros niños saharauis, iba con su familia
cuando se desplazaba por el desierto con los rebaños de camellos y cabras en
busca de pastos y agua.
Treinta y ocho años después, mantiene en su memoria lo que ocurrió aquel 12
de febrero de su niñez, cuando, al amanecer,
su padre y un vecino fueron a por
agua. Decidió ir tras ellos, dejó la jaima y emprendió el camino hasta el pozo,
pero lo que se encontró fue a soldados
marroquíes que le mandaban levantar las manos. “Recibí golpes, me interrogaron,
más tarde encontré a mi padre y al vecino, a los que volvieron a interrogar. Por
la tarde hubo disparos y nos cambiaron de lugar”, cuenta a ElEspiaDigital.com
“Lo más triste fue cuando se llevaron a mi
padre, le montaron en un coche y empecé a preguntarme ¿qué va a ser de él? ¿qué
será de mí? Pasé horas convencido de que
estaría muerto, hasta que al día siguiente vi que le bajaban de un vehículo y
le montaban en otro, eso me dio un poco
de espíritu para seguir manteniéndome, aunque
pensaba que le iban a matar”.
¿Dónde están los perros del Polisario?
Cree que eran las 18 horas cuando apareció
un militar que llevaba gorra en lugar de
casco como los demás: “Llegó en un Jeep, con cara de muy cabreado y dijo a los
soldados ¿dónde están los perros del Polisario? Primero llevaron a Mulud, al
que preguntó ¿dónde está el Polisario? él respondió que no sabía, si tenía
alguna documentación y dio un dni
español. Preguntó por segunda vez ¿dónde
está el Polisario?, perro, y cuando contestaba lo juró por Alá, por Mahoma, no le dejó terminar, cogió el arma de un
soldado y le disparó a quemarropa. Con el segundo, Mohamed Abdalahe, hizo las mismas preguntas, salvo
que no le pidió la documentación, hubo las mismas respuestas, no sabía dónde
estaba el Polisario y le disparó”.
“Entonces me apuntó a mí, me sentó cerca de
sus pies y yo me puse detrás de él
llorando. El militar me dijo que si decía ¡viva Hassan! ¡viva el ejercito de Marruecos! me salvaba y
lo dije en voz muy alta. Después se
marcho en el Jeep”.
A Ali Said le invadió el miedo, no sabía
que iba a ser de él, pensaba como escapar y en ese momento se acercó un soldado
que le tomó de la mano e intentó calmarle. “Fue mi protector, noté que me
apreciaba. Los demás soldados me insultaban y me humillaban cuando él no estaba,
uno dijo que por qué no me mataban. Cada
vez que pasaba eso, venia corriendo y les echaba”.
Le subieron a un camión, desde donde oyó
disparos, gritar a varios saharauis, y
un hombre que pedía que dejaran libre a su hijo: “Ya de noche llegó un hombre y me dijo que bajase. Dijo:
soy el soldado que está contigo desde ayer, ea, baja. Lo hice y habló algo en
francés que no entendí, después dijo la garde, la garde, me cogió de la mano y
me llevo al puesto donde tenía que hacer la
guardia. Creía que me iba a matar, tenía contradicciones en mi
pensamiento; este hombre me protege, ahora me va a matar…Me quedé dormido y desperté al llegar otro soldado
para cambiar la guardia, me agarré al soldado amigo y el otro me quitaba de él,
empezaron a discutir, se armó un altercado entre ellos y al final el que llegó
para relevarle dijo bueno, llévatelo. Y
él decía, no te preocupes, que me hago cargo, y me devolvió al camión”.
Correr como una gacela
Al día siguiente las tropas marroquíes empezaron a moverse del lugar y el camión en
el que iba Ali Said quedó atascado en la arena y los soldados se cambiaron a otros vehículos. “Quedaron
solo el soldado que me protegía y el chófer, al ver que el camión no salía y
las tropas se alejaban corrieron detrás de los camiones, me cogió de la mano y me dijo: rápido, rápido;
me soltaba y me volvía a coger, llegó un momento en que ya no me cogía, la
única preocupación que tenían era
subirse a un camión, gritaban al último
camión para que esperara. Vi que no me prestaban atención, di media vuelta y
corrí todo lo que pude, hice una carrera que solo puedo comparar con la de una
gacela, mi preocupación era separarme lo antes posible”.
Ali Said consiguió reunirse con su familia
y al cabo de un tiempo se enteró de que su padre seguía vivo, había estado
preso en El Aaiún y al salir en libertad se incorporó al Frente Polisario. “Solo
estuve con él unos cuatro meses, como era pequeño me llevaron a un internado. Mi padre enfermó y fue hospitalizado en
Tinduf. No me enteré de su muerte y no
sé donde está enterrado. En esos primeros años en los campamentos de refugiados
no había ni cementerio oficial”.
Cuando vio a las familias de los dos
pastores asesinados contó lo que había ocurrido, pero nadie le creyó: “Ahora lo
entiendo, tenía 14 años y la gente comentaban que era un niño traumatizado por
la guerra. No me han hicieron caso hasta
que se descubrieron los primeros restos, las familias vinieron a preguntarme si
estaba seguro y les dije que sí, que les mataron los marroquíes”.
Al preguntarle cómo era el hombre que le
salvó la vida, Said lamenta que no
hablaron mucho y que sus recuerdos son muy generales, aunque era una persona
que de esas que caen bien e inspiran confianza: “Tendría 25 años, como mucho 30,
la tez blanca, posiblemente del norte del Marruecos, de mediana estatura, ni
gordo ni delgado, sin bigote, sin barba, normal. No llegué a saber su nombre, se
identificaban por números de afiliación al ejército, pensé preguntárselo, pero
no me atreví. Hablaban mucho en francés y no me enteraba de lo que decían”.
De quien, sin embargo, sí le quedó fijo su
rostro, como una pesadilla, fue el militar que asesinó a Mulud y Abdalahe: “Lo
tengo grabado, lo que más veces veo. Llevaba una pistola en el cinto, usaba
gorra, cara de persona mala, pelirrojo, con bigote, muy alto, bastante delgado,
creo que sobrepasaba los 40 años. No sé la graduación, no distinguía los
rangos”.
Reconocimiento para el soldado que le salvo la vida
Ali Said Daf vive ahora en los campamentos
de refugiados de Tinduf, está casado, tiene cuatro hijos y una hija y en estos momentos lo que más desea es ver
al hombre que le salvó la vida: “Vivo con su recuerdo, mi ilusión es
encontrarme con este hombre para darle las gracias. Pido ayuda al gobierno
saharaui y organizaciones de DDHH para hacerle un reconocimiento público. No
todos los militares son malos, dentro del uniforme lo que hay es un ser humano,
con sentimientos y, posiblemente, con otras ideas”.
Said estuvo un tiempo en el ejército, pero
siempre en la retaguardia, y aunque ha viajado por gran parte de los
territorios del Sáhara Occidental que controla el Frente Polisario, no había
vuelto al lugar de la masacre hasta que se descubrieron las fosas donde fueron
enterrados los ocho beduinos saharauis.
A raíz de exhumarse los restos, Ali Said ha
estado mucho tiempo sin apenas poder dormir: “Me vienen a la mente esas
personas a las que conocí, personas normales,
y solo he visto un montón de huesos”.
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