Volvamos al principio y seamos inocentes.
Pidamos que no haya más palizas, mentiras, acosos, paramilitares y a los
militares y exijamos a la policía y a las Naciones Unidas que nada ven en una
ciudad en la que el control férreo sobre cualquier movimiento que no sea
adulador con el Rey Mohamed VI y la bandera de Marruecos se castiga con dureza.
No olvidemos las muertes, pero pidamos que no haya más.
Takbar Haddi, madre de Mohamed Lamine
Haidala, está en huelga de hambre porque quiere volver a ver el cuerpo de su
hijo, fallecido tras una pelea con el conflicto saharaui como telón de fondo.
Quizás no sea un muerto de guerra clásico, pero es un muerto. Otro más. La paz
requiere que los presos políticos puedan salir de prisión. Y es que donde
Marruecos ve un delincuente juvenil, como en el caso de Mohamed Lamin Haidala,
los saharauis ven una necesaria rebeldía ante la injusticia impuesta a sangre y
fuego. Esa divergencia entre ocupantes y ocupados no resiste un análisis que no
incorpore la necesidad de paz -y libertad- como objetivo primaria.
Volvamos al principio y pidamos la paz en
el Sahara Occidental. Volvamos a empezar. El alto al fuego que debe vigilar las
Naciones Unidas se ha quebrantado, lleva muchos años roto. No en la definición
que podríamos esperar de un fuego clásico, de cruce de disparos, de armas
visibles. Roto porque el fuego se ejerce desde las fuerzas de seguridad,
uniformada y no uniformada del país ocupante. Dicen los que del Sahara
Occidental han huido, los que allí viven y lo aseguramos los que lo hemos
visitado con la misión de informar, que la libertad es inexistente. Que cada
paso tiene su sombra y en cada, un mirón.
Decenas de miles de personas viven en el
desierto y condiciones casi infrahumanas. Con servicios limitados. Fuera de su
país, desarraigados de sus calles. En los campamentos de refugiados las
condiciones de vida no son soportables y los sueños se truncan con facilidad. A
la esperanza, a pesar de los soplidos de aire fresco y lucha renovada, le
cuesta florecer tras cuarenta años sin riego. Fuera del Sahara Occidental
también están otros miles que huyeron de su país, porque se negaban a vivir
bajo el yugo marroquí. En el interior, decenas de miles de personas viven esquivando
su realidad diaria, viven observando como Marruecos sigue imponiendo y gastando
dinero en su “cambio cultural”, tan pretendido pero hasta ahora ineficaz.
Porque la paz no se consigue permitiendo el
expolio de los recursos mineros y pesqueros de un pueblo que aún desconoce su
futuro. Porque limar su economía es poner más piedras en el camino. Porque
entre el cómplice y el verdugo la línea de responsabilidad es muy delgada,
sobre todo si el primero es un beneficiario. Porque un muro rodeados de minas
antipersonas sólo significa violencia.
Porque sin paz, seguirá habiendo heridos,
perseguidos y muertos. Volvamos al principio y seamos inocentes. Volvamos a
empezar y pidamos la paz en el Sahara Occidental.
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