jueves, 7 de enero de 2016

Victorias cotidianas en El Aaiún. Del blog Africa no es un país (Blogs El Pais)


Los maestros marroquíes en las escuelas de El Aaiún enseñan que la historia del Sáhara comienza el 6 de noviembre de 1975 con la Marcha Verde. Antes solo existe el olvido. La nada. Después de cuarenta años bajo la ocupación, el simple hecho de vestir sus trajes típicos o recordar las canciones de las abuelas en el desierto, son victorias cotidianas. Pequeñas realidades, recreaciones que podrían parecer insignificantes, ejemplifican la crudeza a la que se enfrentan los saharauis en su día a día.
La pérdida de nuestra identidad sería la victoria definitiva de Marruecos
Marruecos ha implantado una guerra cultural en los territorios ocupados y se ha servido de la educación y los medios de comunicación para ahogar la más simple expresión identitaria saharaui de la vida pública e institucional. Los profesores son solo marroquíes y los niños tienen prohibido utilizar el hassanía, dialecto árabe y rasgo común de las tribus originarias del Sáhara Occidental. Las jaimas, tiendas o casas donde viven, herencia de su tradición nómada, están prohibidas. No está permitido celebrar las fiestas nacionales saharauis ni vestir ropas típicas como el zam, el turbante negro utilizado en el desierto. Además, los medios de comunicación marroquíes, con una presencia hegemónica, ridiculizan su cultura.
Aun así, existe una transmisión generacional de los valores, la tradición y la lengua saharaui. Distintas asociaciones promueven desde hace años la recuperación de la cultura como un valor necesario para conseguir la autodeterminación. Ante la intransigencia de Rabat, hablar y escribir hassanía, vestir melfas y darras, levantar jaimas y vivir según sus valores, son muestras de resistencia. “Un pueblo que pierde la conciencia de serlo, es un pueblo derrotado. La pérdida de nuestra identidad sería la victoria definitiva de Marruecos”, expresa Mohamed Hammia, miembro fundador de la Asociación Saharaui para Proteger y Divulgar la Cultura y el Patrimonio (ASPDCP).
Desde 1975, la monarquía marroquí ha desarrollado una intensa política demográfica para justificar la “marroquinidad” del Sáhara Occidental. Ha promovido el desplazamiento de colonos mediante la adjudicación gratuita de casas y parcelas, subvenciones directas, entrega gratuita de productos de primera necesidad o pluses en el sueldo de los funcionarios. Según el censo español de 1974, en el Sáhara Occidental vivían 74 mil saharauis y 20 mil españoles. En la actualidad, el total de habitantes alcanza los 480 mil, de los que solo una tercera parte son de origen saharaui. “Han intentado que nos sintamos como extraños en nuestro propio país, que seamos una cosa que no somos”, aclara Mohamed Aabas, vicesecretario de la ASPDCP.
“Conservamos la cultura en la manera de vivir, de comer, de vestir, en nuestros valores. Las tradiciones y la cultura se quedan en las personas hasta que se mueren, es la forma de ser parte del pueblo”, reflexiona Fatimatu Zargo, fundadora de la ASPDCP, mientras prepara el té. La transmisión de la cultura saharaui, hasta ahora y como siempre, ha sido oral y las mujeres han jugado un papel determinante. Pero ante los ataques han tenido que reinventarse. Desde hace varios años se edita la revista cultural Jaima, se organizan encuentros entre jóvenes, conferencias, clases de hassanía y recitales de danza, música y poesía. Además, las redes sociales han ayudado a revivir y dignificar la cultura entre los jóvenes.
Hoy ninguna asociación saharaui es considerada legal por el gobierno marroquí, a excepción de la Asociación Saharaui de Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos (ASVDH), que fue legalizada el pasado mes de julio. Es muy difícil desarrollar proyectos culturales o sociales y el trabajo que realizan los diferentes colectivos casi siempre es clandestino. “Sabemos que si nos detienen podríamos ir a la cárcel y ser torturados, solo por querer divulgar nuestra cultura. Aquí pasa cada día”, señala Mohamed Aabas.
Rabat, además, se ha esforzado por hacer desaparecer los restos de la colonización española. Todo aquello que permita intuir que el Sáhara Occidental es un sujeto propio con derechos es erradicado. El castellano ha sido relegado de la educación y la administración. Resulta paradójico que la huella de la colonia sirva ahora para reivindicar la singularidad frente a Marruecos. Según el censo de 1974, el 13% de los adultos saharauis podían leer y escribir en castellano, hoy esa cifra, aunque no hay datos exactos, es mucho menor. Marruecos se ha encargado de ello.
Pero los activistas saharauis reclaman que el Gobierno español no olvide su responsabilidad en la situación actual. La precipitada salida de la última colonia y el abandono de los saharauis a su suerte. El Sáhara Occidental es el único territorio de África que queda por descolonizar. La huída de la metrópoli y los acuerdos Tripartitos de Madrid de 1975, entre España, Marruecos y Mauritania condenaron al Sáhara a la ocupación. Fue el alfil que la dictadura española, con un Franco convaleciente a punto de morir, sacrificó para mantener los intereses económicos en la zona.
Los contingentes militares desplazados por el gobierno alauí en el territorio ocupado superan los 160 mil soldados y un muro de 2720 km separa las principales ciudades del país de los campamentos de refugiados en Tinduf (desierto de Argelia), donde viven unos 170 mil saharauis. Además, la poca eficacia de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), en el territorio desde 1991, se ha hecho evidente. Es la única misión de Naciones Unidas que no vigila la violación de derechos humanos y parece todavía lejos de cumplir sus objetivos. Los saharauis continúan a la espera. Luchan para no olvidar y para no ser olvidados.
La jaima
Un proverbio saharaui dice: “Lo más amargo para Marruecos son las jaimas y el atsaghrita” (grito de las mujeres). Las jaimas simbolizan la vida del pueblo, son la escenificación de la tradición nómada de las tribus que recorrían largas distancias a través del desierto. Son un símbolo de la identidad y la cultura saharaui. Y por eso, están prohibidas.
Asociaciones saharauis trabajan en la clandestinidad para conservar su cultura
En octubre de 2010, se levantó a las afueras de El Aaiún, el campamento de Gdeim Izik o campamento de la dignidad. Miles de jaimas y más de 20 mil personas. Una manifestación pacífica para reivindicar la mejora de los derechos sociales y económicos de la población saharaui en los territorios ocupados. Noam Chomsky lo consideró el inicio de la Primavera Árabe. El campamento fue desalojado el 8 de noviembre y las protestas posteriores en la capital, reprimidas. Las autoridades marroquíes prohibieron la entrada de prensa extranjera, reteniendo varios periodistas. Al menos cuatro muertos, miles de heridos y 140 detenidos, de los cuales algunos han sido condenados a cadena perpetua por el Tribunal Militar de Rabat, según datos de la ASVDH.
El pueblo saharaui hizo una demostración de fuerza y de organización. De unidad. Y una escenificación de su forma de vida. La jaima. Desde entonces, el levantamiento de tiendas es considerado por Marruecos un acto de desobediencia. Aun así, los saharauis continúan construyéndolas en las terrazas de sus casas, hechas con telas y pelo de camello. En ellas hacen el té, comen, conviven, cantan, bailan. En ellas mantienen su cultura.
La vida en el desierto
Los saharauis son un pueblo nómada. Transeúntes de un desierto del que se sienten parte y del que han obtenido, por difícil que parezca, todo lo que necesitan para vivir. Se les ha definido como “Hijos de las nubes”, porque van a donde éstas van. Sin límites, sin barreras. En busca de pastos para sus rebaños de cabras y camellos.
La ocupación cultural de Marruecos ahoga la identidad saharaui
En la Conferencia de Berlín de 1884-1885, los europeos se repartieron África. Establecieron fronteras improvisadas en unos desiertos y selvas que nunca las habían tenido. Dividieron pueblos, clanes, tribus, familias. El Sáhara Occidental quedó bajo administración española. Era el comienzo de la ocupación de unas personas que veían como su forma de vida quedaba supeditada al modo de hacer de la nueva autoridad colonial.
“Las ciudades para los saharauis, son cárceles. Adoramos la libertad de los espacios abiertos y en el desierto nos sentimos libres, sin obstáculos”, señala Mohamed Hammia. Para alguien que siempre ha vivido en El Aaiún, el simple hecho de estar en el desierto, de poder cantar, hablar y decir lo que quiera, sin que nadie le controle, es la sensación más parecida a la libertad que ha podido tener. Una experiencia que, posiblemente, nadie que no haya sufrido la ocupación sería capaz de entender.
Del desierto y de la forma de vida de los clanes tribales que vivían en él, nace la identidad saharaui. La comunidad y la solidaridad son pilares de su forma de vida. La conciencia nacional de los saharauis tuvo sus primeras expresiones a finales de los sesenta en el movimiento de liberación. A día de hoy, todavía reivindican sus orígenes. Su derecho a ser y a vivir según sus costumbres. La vida en el desierto.
(*) La entrevista con la ASPDCP tuvo lugar en primavera de 2015, El Aaiún (Sáhara Occidental)  

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