Los maestros marroquíes en las escuelas de El
Aaiún enseñan que la historia del Sáhara comienza el 6 de noviembre de 1975 con
la Marcha Verde. Antes solo existe el olvido. La nada. Después de cuarenta años
bajo la ocupación, el simple hecho de vestir sus trajes típicos o recordar las
canciones de las abuelas en el desierto, son victorias cotidianas. Pequeñas
realidades, recreaciones que podrían parecer insignificantes, ejemplifican la
crudeza a la que se enfrentan los saharauis en su día a día.
La pérdida de nuestra identidad sería la
victoria definitiva de Marruecos
Marruecos ha implantado una guerra cultural
en los territorios ocupados y se ha servido de la educación y los medios de
comunicación para ahogar la más simple expresión identitaria saharaui de la
vida pública e institucional. Los profesores son solo marroquíes y los niños
tienen prohibido utilizar el hassanía, dialecto árabe y rasgo común de las
tribus originarias del Sáhara Occidental. Las jaimas, tiendas o casas donde
viven, herencia de su tradición nómada, están prohibidas. No está permitido
celebrar las fiestas nacionales saharauis ni vestir ropas típicas como el zam,
el turbante negro utilizado en el desierto. Además, los medios de comunicación
marroquíes, con una presencia hegemónica, ridiculizan su cultura.
Aun así, existe una transmisión generacional
de los valores, la tradición y la lengua saharaui. Distintas asociaciones
promueven desde hace años la recuperación de la cultura como un valor necesario
para conseguir la autodeterminación. Ante la intransigencia de Rabat, hablar y
escribir hassanía, vestir melfas y darras, levantar jaimas y vivir según sus
valores, son muestras de resistencia. “Un pueblo que pierde la conciencia de
serlo, es un pueblo derrotado. La pérdida de nuestra identidad sería la
victoria definitiva de Marruecos”, expresa Mohamed Hammia, miembro fundador de
la Asociación Saharaui para Proteger y Divulgar la Cultura y el Patrimonio
(ASPDCP).
Desde 1975, la monarquía marroquí ha
desarrollado una intensa política demográfica para justificar la
“marroquinidad” del Sáhara Occidental. Ha promovido el desplazamiento de
colonos mediante la adjudicación gratuita de casas y parcelas, subvenciones
directas, entrega gratuita de productos de primera necesidad o pluses en el
sueldo de los funcionarios. Según el censo español de 1974, en el Sáhara
Occidental vivían 74 mil saharauis y 20 mil españoles. En la actualidad, el
total de habitantes alcanza los 480 mil, de los que solo una tercera parte son
de origen saharaui. “Han intentado que nos sintamos como extraños en nuestro
propio país, que seamos una cosa que no somos”, aclara Mohamed Aabas,
vicesecretario de la ASPDCP.
“Conservamos la cultura en la manera de
vivir, de comer, de vestir, en nuestros valores. Las tradiciones y la cultura
se quedan en las personas hasta que se mueren, es la forma de ser parte del
pueblo”, reflexiona Fatimatu Zargo, fundadora de la ASPDCP, mientras prepara el
té. La transmisión de la cultura saharaui, hasta ahora y como siempre, ha sido
oral y las mujeres han jugado un papel determinante. Pero ante los ataques han
tenido que reinventarse. Desde hace varios años se edita la revista cultural
Jaima, se organizan encuentros entre jóvenes, conferencias, clases de hassanía
y recitales de danza, música y poesía. Además, las redes sociales han ayudado a
revivir y dignificar la cultura entre los jóvenes.
Hoy ninguna asociación saharaui es
considerada legal por el gobierno marroquí, a excepción de la Asociación
Saharaui de Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos (ASVDH), que fue
legalizada el pasado mes de julio. Es muy difícil desarrollar proyectos
culturales o sociales y el trabajo que realizan los diferentes colectivos casi
siempre es clandestino. “Sabemos que si nos detienen podríamos ir a la cárcel y
ser torturados, solo por querer divulgar nuestra cultura. Aquí pasa cada día”,
señala Mohamed Aabas.
Rabat, además, se ha esforzado por hacer
desaparecer los restos de la colonización española. Todo aquello que permita
intuir que el Sáhara Occidental es un sujeto propio con derechos es erradicado.
El castellano ha sido relegado de la educación y la administración. Resulta
paradójico que la huella de la colonia sirva ahora para reivindicar la
singularidad frente a Marruecos. Según el censo de 1974, el 13% de los adultos
saharauis podían leer y escribir en castellano, hoy esa cifra, aunque no hay
datos exactos, es mucho menor. Marruecos se ha encargado de ello.
Pero los activistas saharauis reclaman que el
Gobierno español no olvide su responsabilidad en la situación actual. La
precipitada salida de la última colonia y el abandono de los saharauis a su
suerte. El Sáhara Occidental es el único territorio de África que queda por
descolonizar. La huída de la metrópoli y los acuerdos Tripartitos de Madrid de
1975, entre España, Marruecos y Mauritania condenaron al Sáhara a la ocupación.
Fue el alfil que la dictadura española, con un Franco convaleciente a punto de
morir, sacrificó para mantener los intereses económicos en la zona.
Los contingentes militares desplazados por el
gobierno alauí en el territorio ocupado superan los 160 mil soldados y un muro
de 2720 km separa las principales ciudades del país de los campamentos de
refugiados en Tinduf (desierto de Argelia), donde viven unos 170 mil saharauis.
Además, la poca eficacia de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en
el Sáhara Occidental (MINURSO), en el territorio desde 1991, se ha hecho
evidente. Es la única misión de Naciones Unidas que no vigila la violación de
derechos humanos y parece todavía lejos de cumplir sus objetivos. Los saharauis
continúan a la espera. Luchan para no olvidar y para no ser olvidados.
La jaima
Un proverbio saharaui dice: “Lo más amargo
para Marruecos son las jaimas y el atsaghrita” (grito de las mujeres). Las
jaimas simbolizan la vida del pueblo, son la escenificación de la tradición
nómada de las tribus que recorrían largas distancias a través del desierto. Son
un símbolo de la identidad y la cultura saharaui. Y por eso, están prohibidas.
Asociaciones saharauis trabajan en la
clandestinidad para conservar su cultura
En octubre de 2010, se levantó a las afueras
de El Aaiún, el campamento de Gdeim Izik o campamento de la dignidad. Miles de
jaimas y más de 20 mil personas. Una manifestación pacífica para reivindicar la
mejora de los derechos sociales y económicos de la población saharaui en los
territorios ocupados. Noam Chomsky lo consideró el inicio de la Primavera
Árabe. El campamento fue desalojado el 8 de noviembre y las protestas posteriores
en la capital, reprimidas. Las autoridades marroquíes prohibieron la entrada de
prensa extranjera, reteniendo varios periodistas. Al menos cuatro muertos,
miles de heridos y 140 detenidos, de los cuales algunos han sido condenados a
cadena perpetua por el Tribunal Militar de Rabat, según datos de la ASVDH.
El pueblo saharaui hizo una demostración de
fuerza y de organización. De unidad. Y una escenificación de su forma de vida.
La jaima. Desde entonces, el levantamiento de tiendas es considerado por Marruecos
un acto de desobediencia. Aun así, los saharauis continúan construyéndolas en
las terrazas de sus casas, hechas con telas y pelo de camello. En ellas hacen
el té, comen, conviven, cantan, bailan. En ellas mantienen su cultura.
La vida en el desierto
Los saharauis son un pueblo nómada.
Transeúntes de un desierto del que se sienten parte y del que han obtenido, por
difícil que parezca, todo lo que necesitan para vivir. Se les ha definido como
“Hijos de las nubes”, porque van a donde éstas van. Sin límites, sin barreras.
En busca de pastos para sus rebaños de cabras y camellos.
La ocupación cultural de Marruecos ahoga la
identidad saharaui
En la Conferencia de Berlín de 1884-1885, los
europeos se repartieron África. Establecieron fronteras improvisadas en unos
desiertos y selvas que nunca las habían tenido. Dividieron pueblos, clanes,
tribus, familias. El Sáhara Occidental quedó bajo administración española. Era
el comienzo de la ocupación de unas personas que veían como su forma de vida
quedaba supeditada al modo de hacer de la nueva autoridad colonial.
“Las ciudades para los saharauis, son
cárceles. Adoramos la libertad de los espacios abiertos y en el desierto nos
sentimos libres, sin obstáculos”, señala Mohamed Hammia. Para alguien que
siempre ha vivido en El Aaiún, el simple hecho de estar en el desierto, de
poder cantar, hablar y decir lo que quiera, sin que nadie le controle, es la sensación
más parecida a la libertad que ha podido tener. Una experiencia que,
posiblemente, nadie que no haya sufrido la ocupación sería capaz de entender.
Del desierto y de la forma de vida de los
clanes tribales que vivían en él, nace la identidad saharaui. La comunidad y la
solidaridad son pilares de su forma de vida. La conciencia nacional de los
saharauis tuvo sus primeras expresiones a finales de los sesenta en el
movimiento de liberación. A día de hoy, todavía reivindican sus orígenes. Su
derecho a ser y a vivir según sus costumbres. La vida en el desierto.
(*) La entrevista con la ASPDCP tuvo lugar en
primavera de 2015, El Aaiún (Sáhara Occidental)
No hay comentarios:
Publicar un comentario