Por la noche Aminetu Haidar revive. En un cuchitril de Lanzarote, escenario de su huelga de hambre, recibió a EL PAÍS. Habló de su salud, de sus hijos y, sobre todo, de su lucha como activista
EL PAIS. IGNACIO CEMBRERO 13/12/2009 Los amigos saharauis y españoles que la rodean prodigan múltiples consejos al periodista antes de permitirle pasar al cuchitril donde se aloja Aminetu Haidar, que ese día cumplía 26 días en huelga de hambre. "Haz pocas preguntas y vete al grano porque le supone un gran esfuerzo mantener una larga conversación", le aconsejan. "Vendremos a sacarte a los pocos minutos para que no nos la agotes", le advierten. "Está muy débil", le insisten.
Familias saharauis y simpatizantes españoles montan una especie de guardia permanente ante la puerta del pequeño edificio, frente a la parada de autobuses turísticos situada entre las dos terminales del aeropuerto de Lanzarote. Haidar toca, cuando les necesita, una pequeña campana y acuden a atenderla para, por ejemplo, llevarla al baño en silla de ruedas.
Es entonces cuando los fotógrafos la retratan, pero siempre sin flash para no deslumbrarla. Al aire libre, bajo el techo de la parada, se ha improvisado incluso un pequeño centro de prensa. Es ahí donde los numerosos políticos, sindicalistas, artistas e intelectuales que visitan a Haidar hacen a la salida su breve declaración solidaria.
Lleva 26 días en huelga de hambre cuando el periodista entra en lo que fue una habitación, sin ventanas, en la que los chóferes de los autobuses que trasladan turistas al aeropuerto de Arrecife depositaban sus bultos. Haidar, de 42 años, está tumbada en el suelo, pero no ha perdido nada de su agilidad mental, aunque su voz es algo más débil. Muestra la misma vivacidad al hablar que cuando la vi por última vez, hace mes y medio, en una cafetería de Madrid. La conversación se desarrolla en francés, un idioma que le cuesta menos hablar que el castellano, que chapurrea con dificultad.
"Aguanto, voy tirando", contesta a un comentario sobre su aparente robustez mental. "Pero desde hace cuatro días ya no puedo leer periódicos", se lamenta. "Me canso mucho al fijar la vista", añade. "Así que me entero de la actualidad por los resúmenes orales que me hacen mis amigos. Además, no soporto la luz. Y eso que vengo del lugar más luminoso del mundo: el Sáhara".
Es de noche y en el cuartucho sólo hay una pequeña lámpara encendida con la que el periodista apenas logra leer las notas que va tomando. Una gran alfombra cubre el suelo. Haidar está tumbada sobre una colchoneta junto a dos pequeñas botellas que contienen agua con azúcar, el único alimento que ingiere. El cabecero de su camastro consiste en una gran foto suya con sus dos hijos, de 13 y 15 años.
Vivía con ellos en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental, hasta que el 14 de noviembre pasado fue expulsada por la policía marroquí tras permanecer detenida 24 horas en el aeropuerto al regresar de un viaje a EE UU, donde recibió el Premio al Coraje Civil 2009 de la Fundación Train, y a España. En el hospital de La Paz de Madrid se sometió a una revisión médica. Padece, entre otras dolencias, de una úlcera sangrante y de un problema de espalda.
Son las secuelas de los cerca de cuatro años que estuvo encarcelada, en penales secretos en los que fue torturada, durante el reinado del rey Hassan II. Con su hijo, Mohamed VI, fue de nuevo enviada a prisión en 2005, pero sólo siete meses. Fue entonces cuando, en la Cárcel Negra de El Aaiún, hizo su primera huelga de hambre: duró más de un mes, para tratar de obtener el estatus de presa política. No lo consiguió, pero si logró alguna mejora de su situación carcelaria.
El tono de voz de Haidar es más apagado que hace unos meses, pero mantiene casi intacta su sonrisa, incluso cuando arremete con gran dureza contra sus enemigos. Sólo se le quiebra la afabilidad de su expresión cuando evoca a sus hijos. Su rostro se torna triste. "Me duele el corazón cuando me acuerdo de ellos", confiesa esta mujer a la que le cuesta hablar de sus sentimientos y prefiere hacer hincapié en su lucha.
"Últimamente ya no hablo con ellos por teléfono", señala. "Es demasiado duro para todos". "Sé que mi madre hace lo imposible para evitar que vean en las televisiones españolas -la señal de Canarias se capta en El Aaiún- imágenes mías". "Así lloran menos". "Mi hija, de 15 años, escribió la carta pidiendo ayuda para su madre, pero mi hijo, de 13, quería ponerse en huelga de hambre". "Le convencí de que no lo hiciera". "Les dije que nos abrazaremos de nuevo cuando vuelva a El Aaiún".
¿Pero usted no está segura de poder regresar? "Viva o muerta regresaré", responde sin separarse de su sonrisa. ¿No sería preferible, para la causa del independentismo saharaui que usted permaneciera viva? Haidar, por una vez, titubea: "Quizá". Pero se apresura a añadir: "Pero también está mi dignidad, mi lucha legítima por un derecho individual, el de volver a mi patria, a mi ciudad, a mi casa". "Sólo entonces dejaré la huelga de hambre". "Si yo cedo es posible que expulsen de la misma manera a otros muchos saharauis".
-Llegará un día en que ya no esté en posesión de sus facultades. El Gobierno español intentará entonces que, mediante una decisión judicial, usted sea alimentada a la fuerza en un hospital.
-Haré, con la ayuda de mis abogados, todo lo posible por evitarlo. He firmado un escrito para tratar de impedirlo. No voy a revelar ni de qué tipo de documento se trata, ni cuál es su contenido.
-¿Qué es más duro: hacer una huelga de hambre en una cárcel marroquí o en un aeropuerto español?
-Aquí , porque nunca me hubiese imaginado verme obligada a recurrir a ella en un país democrático como España. Pero es la única forma de protesta eficaz a mi alcance. Nunca pensé que España sería cómplice de Marruecos aceptando mi expulsión de El Aaiún, impidiéndome viajar a mi ciudad desde Lanzarote .
El Gobierno incumplió así, según ella, el Pacto de Derechos Políticos y Civiles suscrito por España. El artículo 12 del pacto, también firmado por Marruecos, estipula que nadie puede ser privado arbitrariamente del derecho a entrar en su propio país.
Pero el Gobierno español le ha ofrecido todo cuanto estaba a su alcance desde el estatus de refugiada, hasta la nacionalidad española, e incluso un piso. "Pero yo no quiero ser española; soy saharaui, y mientras mi tierra esté ocupada, el ocupante, Marruecos, tiene la obligación legal de darme un pasaporte", replica. "No hay que darle más vueltas".
Tuvo durante tres años (2006-2009) un pasaporte, gracias a las gestiones de la Embajada de EE UU en Rabat, hasta que la policía marroquí se lo quitó el 14 noviembre, pero, curiosamente, le dejó el carné de identidad. También posee una tarjeta de residencia en España concedida en 2006 para que pueda recibir atención médica.
El Gobierno -le insisto- ha intentado que usted vuelva. Incluso el 3 de diciembre subió a un avión español, junto con el director del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, que debía volar desde Lanzarote a El Aaiún, pero no obtuvo la autorización política marroquí para aterrizar. "Son esfuerzos tardíos e insuficientes", objeta.
"El ministro español de Exteriores ha puesto hasta ahora más empeño en hacerme aceptar sus ofertas para que me quede aquí que en presionar a Marruecos para que vuelva", sostiene Haidar. "Y eso es para mí una gran decepción". Ni siquiera el timbre de los móviles que suenan a su alrededor la desconcentran cuando expone sus reivindicaciones. "Si quiere repasamos las teclas que puede tocar España para convencer a Marruecos", prosigue. "Por eso, si fallezco, el Gobierno español deberá asumir la responsabilidad moral del desenlace".
Hay algo, sin embargo, que hace más llevadera su huelga en España que la que mantuvo hace cuatro años en El Aaiún. "Los integrantes de la plataforma que me apoya ya no son amigos solidarios, ya son como mi familia", asegura Haidar. "Y después están todos aquellos miembros de la sociedad civil y políticos que me visitan y me dan ánimos". "Todos me ayudan a continuar".
A Haidar esos apoyos no le han extrañado, pero sí le sorprende agradablemente el eco que su reivindicación tiene en la prensa. "Eso sí que no me lo esperaba, que me dedicaran tanto espacio", recalca. "Hasta ahora los medios de comunicación no se ocupaban de nuestra causa, pero finalmente la han descubierto", se alegra. "¡Ya iba siendo hora!".
La independentista saharaui sospecha que, entre otras razones, la prensa hacía poco caso a los saharauis porque el Gobierno español estaba empeñado en sepultar el contencioso "para no molestar a Marruecos". "Moratinos no sólo ha dado la espalda al conflicto, sino que no ha movido un dedo en defensa de los derechos humanos en el Sáhara Occidental", se lamenta. "Se quiere olvidar que fue colonia española y que, según la doctrina de la ONU, España sigue ostentando la soberanía y la Administración, aunque no la pueda ejercer".
"Si España hubiese hecho los deberes en el Consejo de Seguridad, la Minurso [contingente de Naciones Unidas en el Sáhara] tendría competencias en materia de derechos humanos", asegura. "Y en consecuencia, habría evitado mi expulsión". "Con mi presencia aquí, España paga el precio de su inacción en foros internacionales como la ONU", sentencia. Creada en 1991, Minurso es la única fuerza de paz de Naciones Unidas cuyo mandato no abarca los derechos humanos.
"Pero mi caso es sólo la punta del iceberg de lo que sucede en el Sáhara", afirma. Alí Salem Tamek, "el vicepresidente de mi asociación de defensa de los derechos humanos (Codesa), lleva dos meses en la cárcel de Salé , junto con otros seis saharauis, por haber visitado los campamentos de refugiados de Tinduf" (suroeste de Argelia). "Todos ellos van a ser juzgados por un tribunal militar marroquí" por colaboración con el enemigo. Nunca, hasta ahora, durante el reinado de Mohamed VI, se habían sentado civiles en el banquillo de un tribunal castrense.
"Sabe que mis hijos, mi madre, mi hermano, mi familia viven en El Aaiún en casas cercadas por la policía marroquí", se indigna. "Es como si estuvieran sometidos a un arresto domiciliario colectivo y permanente". "Pero eso", se lamenta, "ningún Gobierno, ninguna institución pública lo denuncia en Europa".
Haidar está cansada. Una visitante se despide entregándole un regalo. "Es un dulce", bromea alguien en el cubículo. La activista pone cara de desconcierto. "No, es un perfume", precisa la mujer que le entrega el paquete, comprado en un aeropuerto de París. Haidar recupera su sonrisa: "Eso me gusta más".
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