domingo, 13 de diciembre de 2009

Resistencia: en el nombre de Aminetu




Es una mujer firme, de una gran dureza en su entrega en cuerpo y alma a la «causa saharaui», aunque ni exaltada ni radical. Ha conocido cárcel y torturas, y siempre resistió con la moral alta

ABC. LUIS DE VEGA 13-12-09 La mujer entra en la sala para ser juzgada envuelta en la tradicional «meljfa» saharaui, un pañuelo multicolor complicado de portar con cierto garbo para los no autóctonos. La cabeza bien alta y el gesto firme a pesar de los estragos que la cárcel «Negra» y sus guardianes dejan en todos sus inquilinos. Un niño se arranca desde la bancada y se abraza a ella. Los miembros del tribunal observan atónitos. Los numerosos policías de uniforme y de paisano se quedan paralizados ante el encuentro. Parece que más por sorpresa que por humanidad. En medio del silencio se escuchan los llantos del pequeño, que llama a su madre como si no la tuviera entre sus manos. Ella le indica, mientras le acaricia la cabeza, que tiene que regresar al banco de madera junto a su hermana. Debe continuar el proceso judicial en el que la acusan, en esencia, de traicionar a una patria, la marroquí, que ella no considera suya. La condena, siete meses. La escena tiene lugar en El Aaiún (Sahara Occidental), el 13 de diciembre de 2005. Hoy hace cuatro años.

Desde entonces, ese niño, Mohamed El Kassimi, que ahora tiene trece años, ha pasado largas temporadas separado de su madre, al igual que su hermana Hayat, de quince. La activista Aminatu Haidar, de cuarenta y tres años, salió finalmente de la cárcel el 16 de enero de 2006 —ya estuvo «desaparecida» entre 1987 y 1991— y desde entonces no ha parado de recorrer el mundo para clamar contra lo que ella denuncia como un aplastamiento de los derechos humanos en el Sahara y proclamar el deseo de que su pueblo pueda acceder a la autodeterminación.

Ya no es sólo aquella mujer que llegó al hospital cubierta de sangre el 17 de junio de 2005 tras haber sido apaleada por los agentes marroquíes que la detuvieron y cuyas imágenes fueron difundidas por todo el mundo en internet. «Me han sometido a todo tipo de tratos inhumanos», aseguró a este corresponsal en una entrevista telefónica desde el interior de la prisión en julio.

Su popularidad en los últimos cuatro años se ha disparado, pero su discurso sigue siendo esencialmente firme, aunque ni exaltado ni radical. Esta lucha tranquila le ha valido la concesión de una veintena de premios, y no precisamente de asociaciones afines al Frente Polisario. Entre ellos, el Robert F. Kennedy de Estados Unidos en 2008, el Silver Rose Award del Parlamento Europeo en 2007, el Sajarov en esa misma institución en 2005, o el Juan María Bandrés, en España en 2006. Y cuando fue detenida en el aeropuerto de El Aaiún el pasado 14 de octubre Aminatu regresaba a su hogar tras recibir el premio al Coraje Civil de la John Trian Foundation estadounidense.

Desde los «años de plomo»
Por mucho que algunos vecinos de su ciudad digan que es militante de nuevo corte, todo apunta a que sus ideas le vienen de largo. El Aaiún de hace dos décadas vivía, al igual que Marruecos, sumido en los denominados «años de plomo» del reinado de Hasán II. Si manifestarse en la calle hoy en día es complicado, entonces era imposible. Ante la llegada de una comisión con miembros de las Naciones Unidas y la entonces Organización para la Unión Africana la represión se multiplicó por el temor de las autoridades de Rabat de que los independentistas quisieran llamar la atención. Pero no pudieron. «Unos cinco días antes empezaron las detenciones. Nos trasladaban a los calabozos del conocido como PCCMI», el antiguo cuartel de artillería de los españoles, relata Ghalia Eljimi. «Yo fui detenida el 20 de noviembre de 1987. Aminatu al día siguiente. Y allí fue donde nos conocimos», relata esta mujer de cuarenta y ocho años, madre de cuatro hijos y presidenta de la Asociación Saharaui de Víctimas de Graves Violaciones Cometidas por el Estado Marroquí (ASVDH).

Cuenta que pasaron casi cuatro años en las mazmorras más inmundas, donde las sometieron a torturas de todo tipo, sin que se presentaran cargos contra ellas, ni se celebrase juicio. Tras aquellos maltratos muchos de aquellos militantes encarcelados han necesitado de por vida especiales cuidados médicos para los que en el Sahara no hay medios. Aminatu tenía por entonces veinte años. «En aquellos cuatro años no hubo una sola semana en la que no estuviera enferma. Tuvo de todo. Desde entonces su salud ha sido delicada». Aunque también ha mostrado «una gran capacidad de resistencia y la moral siempre alta», dice su compañera de celda, en la que se agolpaban diez mujeres. Varias de ellas, como Ghalia y Aminatu, han seguido el mismo camino desde que fueron liberadas el 19 de junio de 1991. Desde entonces dedican su vida a lo que llaman la «causa saharaui». Aminatu Haidar, al igual que otras víctimas de los abusos cometidos por el Estado, recibió una compensación económica que en Marruecos le echan ahora en cara.

En una celda cercana a la de Haidar durante los años ochenta fue encerrado también durante algunos días Abdala Hairach, hoy miembro del Consejo Real Consultivo para Asuntos Saharauis (Corcas) que creó el rey Mohamed VI en 2006. «Es una señora con muchos valores y ahínco», dice de Aminatu. «Pasaba noches y noches explicando a los carceleros su posición» sobre el conflicto en la prisión de El Aaiún, en la tristemente conocida como «cárcel Negra». Lejos de las ideas independentistas de Aminatu, Hairach es de los saharauis que apoyan las tesis de Rabat, pero con los que es posible un diálogo dentro de la racionalidad. «Aminatu es una bengala que da mucha luz pero que se apagará rápidamente», pronostica.

Mientras hablamos en el salón de la vivienda de Ghalia Eljimi, la RASD TV, el medio estrella del Polisario, muestra de fondo largos reportajes sobre la huelga de hambre que Aminatu Haidar mantiene desde el 16 de noviembre. Ella es la protagonista del telediario, que llega gracias al satélite a las casas de El Aaiún, donde las autoridades marroquíes, muy a su pesar, nada pueden hacer para detener las ondas que llegan desde el otro lado del desierto.

En las imágenes de televisión aparece también Inés Miranda, una abogada de Las Palmas que se ha convertido en la sombra de la activista saharaui y que duerme junto a ella en el suelo del aeropuerto de Lanzarote. «Me preocupa, claro que me preocupa su situación», dice al otro lado del teléfono. «Ni yo ni nadie queremos que el desenlace sea fatal. Pero tenemos que respetar su decisión por dura que sea». La define como una mujer «íntegra, coherente, de firmes convicciones y dulce a la vez que contundente».

Y contundentes son las palabras que le dedican las autoridades de Rabat instaladas en El Aaiún, las mismas que la expulsaron porque dicen que renegó de su nacionalidad y de sus papeles marroquíes. Aminatu Haidar «ha ganado millones» en sus viajes por todo el mundo, afirma en su despacho un alto cargo de la ciudad que prefiere que su nombre no sea publicado. Insiste en que si la activista quiere regresar a su casa debe reclamar un pasaporte nuevo —el otro, aunque válido, sigue confiscado— y pedir disculpas. «Le hemos ofrecido todas las soluciones posibles». «Tiene la cabeza dura y creo que sólo un viejo comunista tipo Buteflika (el presidente argelino), al que ella venera, puede poner fin a esto. España debería llamar a Buteflika», añade con cierta sorna.

Abdala Hairach, el miembro del Corcas, que en todo momento se refiere al Sahara como territorio marroquí, cree que no tendría que haberse llegado al actual conflicto diplomático entre España y Marruecos. «Se trata de un simple gesto. ¿Por qué esta vez no se le permite escribir (en la ficha policial del aeropuerto) Sahara Occidental y en cambio otras sí que se le permitió?», se pregunta. La respuesta no tiene duda para muchos marroquíes: porque lo que consideran que está haciendo Aminatu Haidar a estas alturas de su huelga es retar al mismísimo Rey Mohamed VI, figura considerada sagrada por la Constitución y alma mater de la política de Rabat en el Sahara. «Para solucionar esto hay que aplicar la DNG, la diplomacia no gubernamental», dice Hairach, con personas de la sociedad civil que no sean «marionetas» ni del Polisario ni del Estado marroquí. Aminatu «es una gran persona, pero no estoy por convertir esto en una crisis».

Nacida en Marruecos
Aminatu es el femenino de «amín» (fiel en árabe). Está divorciada y es madre de dos hijos, pero no nació, como afirma su currículum, en lo que históricamente fue el Sahara español. Lo hizo en 1966 en la ciudad marroquí de Tata, como consta en el documento número 242635 del censo de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sahara Occidental (Minurso). Pertenece a la fracción Echtuca de la tribu Izarguien. También esto se lo echan en cara con frecuencia. Tampoco nació dentro de la ex colonia española su compañera de celda Ghalia Eljimi, quien explica que muchas familias saharauis se ganan la vida en territorio marroquí donde van naciendo sus hijos. A ella le tocó en Agadir. «¿O no es Ségolène Royal francesa?», pregunta el marido de Ghalia. La dirigente socialista francesa nació en Dakar, capital de Senegal.

El calificativo de «Gandhi saharaui» con el que cada vez con más frecuencia se refieren a Haidar, insistiendo en sus constantes llamadas al levantamiento sin violencia, cala estos días cada vez más entre los jóvenes de ciudades como El Aaiún, Esmara, Djala (la antigua Villa Cisneros española) o Bojador. De allí es Sultana Jaya, de veintiocho años, que en el año 2007 perdió su ojo derecho por el porrazo de un policía durante unos disturbios con estudiantes saharauis en la universidad de Marrakech. A principios de octubre iba a Barcelona para una revisión cuando le requisaron el pasaporte en el aeropuerto de Casablanca. También ella es de las que suelen señalar al Sahara Occidental como su lugar de residencia en la ficha policial de entrada.

Haidar y Jaya no son los únicos activistas a los que los marroquíes les requisan sus papeles para frenar sus salidas al extranjero. Lo hacen con otros a quienes Marruecos califica como la «nueva elite» saharaui a la que hay que combatir para que no frenen la expansión del plan de autonomía diseñado por Mohamed VI para el territorio en conflicto. Un grupo de siete esperan en la cárcel a ser juzgados por un tribunal militar tras visitar los campos de refugiados de Tinduf (Argelia) y ser recibidos por el Frente Polisario. «Aminatu es una pieza de arte muy valiosa y si le pasa algo la gente se echará a la calle», afirma Jaya.

La fuerza de su familia
Esta estrategia no hará más que reforzar sus convicciones, opinan sus compañeros en El Aaiún. Hayat y Mohamed, los hijos de Aminatu, hicieron pública el lunes pasado una carta manuscrita en la que pedían al mundo el regreso a casa de su madre, pero en ningún momento le pedían que detenga su huelga de hambre. Lo confirmó el jueves desde Lanzarote cuando dijo que esa misiva le sirve para ser más «fuerte». Al otro lado del Atlántico, pero a poco más de cien kilómetros, a las puertas de la casa familiar la vigilancia policial es permanente. Dentro, Darja, de 57 años, la madre de la activista, envejece a paso rápido. Bachir Lekhfawni, actual compañero de Aminatu, purgó quince años en penales marroquíes y no duda de que ella no dejará la huelga de hambre si no la permiten regresar a El Aaiún. «Esperamos su vuelta viva o muerta». «Que va a regresar es seguro. Lo que no sabemos es si lo hará dentro de un ataúd. Tal y como están las cosas veo el final un poco feo». Las autoridades de Rabat saben del poder de convocatoria de la activista saharaui, pero tratan de mantenerse firmes. No podrán «ni una veintena de Aminatus».

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