El "aleccionador" Juan Goytisolo y los saharauis
Colectivo de la Juventud Saharaui
Las relaciones de España con el reino alauita deben, por supuesto, mantenerse por el bien de ambos países, y por ese mismo bien han de fortalecerse. Eso nadie lo cuestiona, nadie lo pone en duda. Sin embargo, lo que toda persona con un mínimo de “sentido común” cuestionaría, es que esa armonía se mantenga a base de sacrificios ajenos. Nadie se opone a que la “convergencia de intereses comunes debería aparcar las diferencias y desencuentros”, es más, ojala que así sea. No obstante, permanecer impasible ante una injusticia tan abominable es, sin duda, el resultado de una ceguera mental impropia de alguien de la talla del escritor Juan Goytisolo, por muy conveniente que sea la “convergencia de los intereses comunes” (“¿Condenados a no entenderse?” El País 09/12/2009).
Alegar que “Marruecos se aferra lógicamente a su integridad territorial” para justificar la expulsión de una persona de su tierra y la represión continua contra un pueblo entero, es de una bajeza moral inadmisible para quien se autoproclama creyente en “los valores de la dignidad y solidaridad”. Solidarizarse con una injusticia equivale al sacrificio de los valores en los que afirma creer el ilustre escritor. Sostener, por otro lado, que Argelia “tiene necesidad de un enemigo estratégico que justifique sus gastos militares” es invertir, intencionadamente, el orden de la historia y tergiversar torpemente los hechos históricos: no fue Argelia, Sr. Goytisolo, quien en 1963 invadió un territorio ajeno con el propósito de extender sus fronteras; tampoco fue Argelia promotor de un proyecto expansionista donde se pretende conquistar lo propio y lo ajeno. Y a nadie le consta que Argelia haya reclamado Mauritania, ni Mali, ni mucho menos el Sahara Occidental, como territorios propios. Es más, Marruecos es el único país en la región que no da por terminadas sus fronteras, y el que con una asombrosa habilidad convierte en enemigo al amigo y viceversa: de la noche a la mañana España pasa de ser amigo a ser enemigo, y si no es el país ibérico, es la caribeña Venezuela, que allá desde el otro lado del charco, a principios del año que agoniza, se convirtió en enemiga de la “integridad territorial”, el lema patriótico marroquí tan alardeado por el escritor catalán.
La habilidad de cambio de condición de amigo a enemigo, y viceversa, me remite, inevitablemente, a un fragmento de 1984, la gran novela de G. Orwell (que Goytisolo habrá disfrutado como yo), en el que Winston, el protagonista, tenía por encargo destruir las hemerotecas de los periódicos y su posterior corrección cuando “Euroasia” o “Asia Oriental” dejaban de ser enemigos de la “Oceanía” del Gran Hermano, por lo que el papel de Winston era fundamental para maquillar el pasado de las relaciones, ya sea para convertirlas en buenas o en malas. La ficción del británico encuentra su reflejo en la realidad de las relaciones internacionales del vecino del sur de España. Aquí, 60 años después de la publicación de la novela de Orwell, el Winston de Marruecos es Goytisolo: le sale tan bien maquillar la historia como escribir las novelas. Por respeto a Winston, sin embargo, he de aclarar que él estaba obligado.
Pero no nos engañemos, autor es de aquellos progresistas que no se hacen a la idea de que Argelia fuese capaz de expulsar al todopoderoso imperio francés, ciento treinta y dos años después de haberlo ocupado, y, posteriormente, plantarle cara y no permitirle ingerencia alguna en sus asuntos internos. Ahora nuestro amigo se dedica a elogiar a Marruecos, país asegurador del yugo colonial francés en África, el amigo sumiso que toda metrópoli desea, mima y mantiene, el que cuida y asegura la permanencia del proyecto de la “francofonía”, un proyecto neocolonialista con claros anhelos al napoleonismo de los mandamases franceses, de derecha e izquierda, que no dudan ni un instante a la hora de cargarse a cualquier gobierno africano subversivo capaz de velar por el interés de los suyos, como sucedió con Tomas Sánkara en Burkina Faso, asesinado por el actual dictador, Compaoré, que el siniestro Mitterrand (socialista) adiestró y financió, y todos los presidentes franceses que lo siguieron se encargaron de consolidar su mano de hierro en el poder, mientras la agonía del pueblo burkinabé sigue su curso. Una muestra más del maquiavelismo galo en África: la francofonía por encima de todo.
Volviendo al artículo de Goytisolo, en el que rescata el suceso de Perejil y la “conquista” de Aznar del piñón, para arremeter contra el “patriotismo de ‘todos a una’” que el autor considera “el peor enemigo de la razón y del sentido común”, pero se olvida que las ideas que defiende se basan precisamente en el hueco patriotismo de la “integridad territorial” que Hassan II inventó con tal de desviar las miradas incómodas de su ejército sobre el modelo de estado y asegurarse la eternidad de una monarquía medieval y obsoleta, que el catalán inyecta de silicona para exhibir una voluptuosidad que jamás tuvo. No se entiende la imprudencia del autor al caer en tan evidente contradicción: arremetiendo contra toda forma de patriotismo, mientras se vale del patriotismo marroquí para justificar lo injustificable. Es decir, lo que viene siendo la tesis del uruguayo Eduardo Galeano: el patriotismo es cosa de poderosos, cuando lo practican los pueblos se le llama terrorismo. En otras palabras, nuestro patriotismo es patológico, el de los marroquíes es cabal.
Lo que Juan Goytisolo persigue, principalmente, es reforzar la vieja y fracasada idea que tanto defiende su compadre Bernabé López: limitar el pueblo saharaui (ninguno de los dos, dicho sea de paso, menciona “el pueblo saharaui” en sus escritos) a una mera identidad cultural, lingüística e histórica que debe respetarse “dentro del marco de una autonomía avanzada” y alejarse de “soluciones simplistas” tales como el referéndum de autodeterminación e independencia, que ni por asomo menciona el ilustre escritor, y de paso olvidarse del derecho que a cada pueblo colonizado corresponde, el de decidir su futuro, y alejarse de semejantes deberes arcaicos porque los tiempos aconsejan que el pragmatismo, antaño llamado oportunismo (palabras de Galeano, perdonen el abuso), sea el nuevo vehículo de la moral posmoderna.
En las guerras, por lo general, el único perdedor es el civil que sin ligarla vuela en mil pedazos. En esta guerra, las dos partes beligerantes ganaron y perdieron: uno no consiguió del todo sus objetivos, y el otro se ahogó en una deuda externa para mantener su ejército y perpetuar su ocupación, y desde entonces está sumergido en una crisis económica y social que sigue sin reflejar indicios de mejora. Pero sobre todo Marruecos perdió al no acabar “en dos semanas” con una manada de beduinos harapados incapaces de hacer explotar un petardo, por lo que tuvo que construir un muro de 2700 km (una fantasía, dirá Goytisolo) para defenderse de los ataques e impedir el avance de ese puñado de nómadas. Miento si digo que el Polisario ganó la guerra, también miento si digo que la perdió, y cometo el mismo delito si digo lo mismo de la dictadura alauita. Pero sí puedo asegurar que en la guerra mediática Marruecos nos lleva ventaja: fíjese usted, Don Juan, en la tribuna de la que dispone, junto con su compadre Bernabé, en el diario de mayor difusión nacional en España desde donde ambos pueden maquillar y vestir de seda la mona monarquía alauita ¿tiene algún saharaui o simpatizante con saharauis ese privilegio?.
La situación de Haidar, que tan de cabeza le trae, es un “atolladero” que perjudica principalmente a esa raquítica mujer que lleva 25 días sin alimentarse, y no es, como usted asevera, “perjudicial para Rabat como para España”, que es lo único que parece preocupar a nuestro amigo, por encima de la vida de esta mujer. Admítalo, Sr. Goytisolo, Marruecos cometió un delito en el que España se implicó torpemente y ambos luchan contra una frágil mujer con voluntad de acero que los tiene en jaque, y para salirse del “atolladero” Marruecos empieza a movilizar su maquinaria mediática (siento que usted haya tenido que emplear horas extra) para desacreditar la lucha pacífica de una mujer que usted, menos mal, elogia su única arma: la palabra.
Lamentablemente los saharauis nos hemos acostumbrado a las salidas torpes de personajes de esta índole, pero lo más lamentable es que alguien como Goytisolo se haya rebajado tanto para servir, con la estremecedora carga de maldad y odio con la que el autor de “Coto vedado” escribió su artículo, a una monarquía feudal, totalitaria y absolutista, a cambio, quizás, de la exención de algún irrisorio impuesto en el paraíso magrebí de las mil y una noches.
Algún día los saharauis, y todos los que creemos en la fuerza de la razón y de la justicia (de la que somos viudos, como acertadamente dijo un intelectual saharaui), veremos confirmados nuestros augurios: la monarquía alauita se acaba y con ella se acaban los privilegios del antiguo régimen de la Francia anterior al 1789.
Mustapha M-Lamin Ahmed.
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Colectivo de la Juventud Saharaui
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