martes, 2 de noviembre de 2010

Existen. Rosa Montero





Me ha impresionado leer en EL PAÍS del sábado que medios oficiales marroquíes se han inventado la muerte a tiros por la Guardia Civil de un adolescente musulmán en Melilla. La agencia nacional y las televisiones difundieron el bulo repetidamente, sin duda intentando camuflar con ello la verdad de su auténtico crimen, a saber, ese chico saharaui de 14 años al que la policía marroquí disparó y mató la semana pasada en el campamento de protesta de El Aaiún.

Desespera ver hasta qué punto los poderes opacos y arbitrarios pueden manipular la realidad. ¿Recuerdan el famoso dicho de Lincoln: "Es posible engañar a alguien todo el tiempo o a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo"? Muy consolador, pero no sé si es cierto. La historia ha demostrado que si el sistema es lo suficientemente tiránico, se puede engañar a todos muchísimo tiempo: la dictadura soviética, por ejemplo, mantuvo en la inopia a millones de individuos durante generaciones.

De hecho, incluso las democracias se las apañan maravillosamente para retorcer la memoria oficial, como prueba un reciente libro del historiador británico Giles MacDonogh que cuenta la verdad enterrada de los perdedores de la II Guerra Mundial: más de tres millones de alemanes muertos después de la contienda (muchos torturados, asesinados), 200.000 niños nacidos en 1946 de madres violadas... ¡Qué pesado es el manto de silencio que cubre a las víctimas molestas!

Y cuando los pueblos están manipulados por dirigentes abusivos -como es el caso de Marruecos-, aún es más fácil hacerles creer cualquier cosa. Como, por ejemplo, que los 20.000 saharauis que protestan en el campamento de El Aaiún no existen. Pero sí que existen. Y hay que servirles de amplificador, para que borrar su presencia sea más difícil.


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