La revuelta de Túnez tiene un origen en la falta de libertad que vive este país desde hace 23 años, sometido por un régimen que ha violado de forma permanente los derechos humanos y las libertades fundamentales sin que la Unión Europea exija responsabilidad por esta situación.
El pueblo de Túnez se ha levantado contra el totalitarismo, sin ninguna ayuda desde el exterior, y ha cambiado la situación política para recuperar el control de las instituciones y servir de esta forma como lección a todos los pueblos del Magreb árabe que luchan diariamente contra la corrupción y la dictadura.
La ONU y Europa deben sacar sus conclusiones y apostar por la democracia y los derechos humanos, obligando a Marruecos a respetarlos en el Sáhara Occidental y no actuar desde la indiferencia y la complicidad esperando un nuevo estallido en el norte de África, como sucedió en el campamento saharaui de Agdaym Izik el pasado mes de noviembre.
Las dictaduras que sirven de contención contra el radicalismo y el terrorismo no deben tener las manos sueltas para reprimir y sofocar cualquier levantamiento a la fuerza de la población cuando esta pide libertades y derechos; apoyar la instauración de la democracia es apoyar la tolerancia, la paz y el civismo que tanto sacrificio nos ha costado en muchas partes del mundo.
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