Campamento
de refugiados saharauis de Dajla (Argelia), 5 may (EFE).- Les llaman
“cubarauis”. Fueron a Cuba a estudiar, allí pasaron toda su juventud y
volvieron a los campamentos de refugiados dejando detrás recuerdos, vivencias y,
en ocasiones, hijos.
Entre
los documentales de temática saharaui que han podido verse en la IX edición del
Festival de Cine del Sahara (FiSahara), que cerrará esta noche, “El maestro
saharaui”, del español Nicolás Muñoz, ha presentado esta realidad, a veces
delicada para la tradicional cultura saharaui en la pantalla del campamento de
refugiados de Dajla.
Terminado
en 2011 tras dos años de trabajo, este largometraje, que se ha presentado en
otros festivales pero aún no tiene estreno comercial, se diferencia de otros
como “Hijos de las nubes” de Javier Bardem o “Wilaya” porque rebasa la habitual
temática de corte político o histórico sobre el conflicto saharaui para abordar
un aspecto humano que interesa a su director.
“Estaba
un poco tenso, toda esta historia de los niños que dejaron atrás es un tanto
conflictiva. Lo cubarauis a veces tienen su pasado cubano apartado u olvidado”,
dice a Efe el director del filme.
En
la cinta se siguen varias historias de “cuabarauis”, como la de Ayub Ali
Mohamed, un joven que tras graduarse regresa a los campamentos dejando allí a
su esposa y a una hija pequeña.
“Sabíamos
que algunos habían dejado hijos, pero una cosa es saberlo y otra que estén
dispuestos a que les graben”, afirma Muñoz. “Tuvimos mucha suerte en encontrar
a Ayub, que nos permitió filmar la escena en que se separa de su hija y de su
esposa”, añade el director.
También
se narra la historia de Slaka Gasuani, un saharaui que vive en este campamento
de Dajla, y de su hijo cubano Bassiri, a quien dejó con apenas seis meses y
sólo volvió a ver 18 años después.
“Conocimos
en Cuba al hijo de Slaka y nos entregó una carta para su padre. Vinimos aquí
sin conocerle, preguntamos dónde vivía y fuimos a buscarle sin saber si su
mujer saharaui conocía este pasado o si nos iba a tirar a un camello para que
nos mordiera”, recuerda Muñoz.
“Afortunadamente,
incluso tenían allí la foto del hijo cubano, ya que se habían enviado algunas
cartas en estos años”, agrega.
Su
visita fue “el empujón que le hacía falta para echarle valor y viajar a Cuba”, y
así se grabó la imagen más emocionante de la película, el reencuentro de padre
e hijo envueltos en lágrimas.
Otro
de los protagonistas, Brahim Cheij, tiene perfectamente asumido su pasado
cubano y ha sido, con Muñoz, uno de los impulsores del documental.
“No
me siento avergonzado, mi pasado es el de cualquier joven, allí dejé muchos
amigos, mucha gente que nos brindó de todo, tuvimos novias, la cultura cubana
es muy diferente a la nuestra, allí puedes invitar a una chica a bailar, aquí
aunque la invites a té tienes que pedir su mano”, dice a Efe Brahim.
Este
sociólogo de 37 años que llegó a Cuba con 11 años y se quedó hasta terminar la
Universidad, se muestra muy agradecido. “En Cuba aprendí muchas cosas, a ser yo
mismo, a ser solidario y sincero, y todo eso lo utilizo para defender mi causa”,
asegura.
“Viajé
a Cuba con toda la inocencia de los 11 años, creía que iba a un sitio cercano, éramos
800 niños saharauis en varios vuelos chárter para La Habana y fue una
experiencia amarga al principio. Del desierto a un clima tropical, los
mosquitos, lejos de la familia y yo estuve 14 años pero lo pasamos de lo lindo,
de allí tengo los mejores recuerdos”, añade con un perfecto acento cubano.
En
el documental, Brahim regresa a Cuba más de diez años después de haberse ido
para llevar ayuda recaudada por una recién creada red de “cubarauis” a una
escuela especial de niños con problemas.
Después
de muchos años recibiendo a saharauis -estudiaron en Cuba cerca de 10.000 desde
1976- el programa prácticamente ha desaparecido ante la crisis que vive la isla.