*Fuente: Cantabria por el Sáhara
Es jueves, 26 de mayo. Estamos en la Casa de la Solidaridad de Santander.
Yamila habla con cariño de su hermano Said, un joven saharaui de 26 años, licenciado en Economía, residente en la ciudad de El Aaiún, capital del Sáhara Occidental ocupado por Marruecos. Con su sueldo de 120 € que recibía por su trabajo en el ayuntamiento de su ciudad, Said contribuía a la economía familiar.
Era un chico normal y una de sus aficiones era el fútbol. El 22 de diciembre de 2010 salía de un cibercafé después de haber presenciado un partido de la competición española, cuando dos policías marroquíes se cruzaron fatídicamente en su camino. Poco después su cuerpo yacía malherido en el hospital con un disparo en la frente. Nada se pudo hacer por vu vida. Cinco meses después de su asesinato, su cadáver continúa en la morgue de El Aaiún, a la espera de una autopsia exigida por la familia y negada una y otra vez por las autoridades marroquíes.
Dulce cuando habla de su hermano, la voz de Yamila se torna enérgica, que no altisonante, cuando denuncia las presiones que su familia viene recibiendo para que retire el cuerpo de su hijo y hermano y entierren con él las pruebas de la barbarie. Y se llena de orgullo cuando habla de su padre y su firme convicción de no retirar el cadáver de su hijo hasta que no se aclaren las circunstancias de su muerte: “Es algo que le debe a Said y a todos los jóvenes saharauis victimas de la represión marroquí, un gesto de rebeldía con el que quiere animar a todas las familias saharauis a hacer lo mismo cuando la brutalidad marroquí se cebe nuevamente en los suyos”.
Pero el ocupante marroquí no tolera que nadie le lleve la contraria. Los saharauis de los Territorios Ocupados lo saben muy bien: asesinatos, torturas, desapariciones forzosas, encarcelamientos dictados en juicios arbitrarios, represión de cualquier atisbo de manifestación pacifica, de todo intento de expresarse libremente. Y la familia de Said no ha sido una excepción. Durante estos cinco meses ha soportado todo tipo de presiones e intentos de soborno con la intención de acallar sus denuncias. Lejos de abandonar sus exigencias, el pasado 19 de mayo, dos centenares de personas se concentraban frente a la casa de la familia para apoyar su reivindicación de justicia para Said. La respuesta policial no se hizo esperar y sus consecuencias tampoco. En este momento, la voz de Yamila se entrecorta y alguna lágrima intenta afluir a su rostro ante la imagen de su madre con la cara cubierta de sangre por una herida en la sien. A duras penas se repone y continua su relato: su madre es una más de los heridos que la intervención policial ha causado entre los amigos y vecinos que ese día acudieron a solidarizarse con su familia.
En estos duros momentos, a Yamila le gustaría estar en El Aaiún, junto a los suyos, pero se ha autoimpuesto una tarea colosal que no podría hacer desde su país ocupado: denunciar ante el mundo el asesinato de su hermano y exigir castigo para los culpables, denunciar la barbarie marroquí y exigir el fin de la ocupación de su país. Y a eso vino a Cantabria. Y quienes tuvimos la suerte de escucharla nos quedamos sin palabras. Lo que había que decir lo dijo todo Yamila. A los demás solo nos queda admirarnos ante su firmeza no exenta de dulzura, ante su convicción, exenta de odio, de que llegará el día en que ningún Said temerá por su vida cuando pasee por las calles de El Aaiún. Y nos queda actuar, sobre todo actuar.
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