La mañana del pasado domingo fue un amanecer triste para todos los que tenemos cierta relación con el conflicto del Sahara Occidental. Triste, sorprendente e inquietante. Amanecimos con una noticia que parecía imposible de concebir: el secuestro de tres cooperantes (dos españoles y una italiana) en los campamentos de refugiados situados en Tindouf, territorio argelino. “No puede ser”, me dije en un primer momento, hasta que comprobé que sí, que la noticia era real. Que varias personas armadas habían entrado en la sede donde se suelen alejar los cooperantes extranjeros que pasan varias semanas por allí y se los habían llevado.
Las personas de buen fondo y los periodistas (no siempre estos dos conceptos se unen) siempre mostramos una especial sensibilidad con este tipo de sucesos a todas luces injustos e incomprensibles. Pero si el lugar dónde se producen tiene algún significado personal, ese sentimiento se magnifica. El que les escribe ha estado por allí en dos ocasiones, la última en abril del pasado año, tal y como reflejé en este reportaje, entre otros.
Los que conocemos en mayor o menor medida los campamentos de refugiados saharauis sabemos la obsesión que han tenido siempre los propios saharauis por la seguridad de los extranjeros que vamos allí. En más de 35 años de mérito por sobrevivir en esta tierra inhóspita no se había producido ningún incidente de esta magnitud. Teniendo en cuenta que son cientos de cooperantes, amigos, periodistas, actores e incluso alguna vez, políticos, los que visitan los campamentos cada año, es un buen balance. Como se decía en algún medio de comunicación estos días, los campamentos son más seguros que cualquier calle de Madrid.
El secuestro del domingo abre tremendos interrogantes sobre la autoría y sobre el modo de proceder que tuvieron los raptores. Especulaciones hay de todo tipo. Sé de buena tinta (ya el pasado año lo comprobé de primera mano) la preocupación de los saharauis ante la posible cercanía de células terroristas de Al Qaeda por la zona. Los campamentos son un “manjar” para la gente que busca sacar un puñado de dinero teóricamente fácil a costa de europeos. Lo raro en este caso particular es que ningún grupo haya reivindicado oficialmente el secuestro, como suele ser habitual. Este hecho hace que el abanico se abra mucho más. No parecería nada raro que algún militar argelino e incluso algún miembro del Frente Polisario tuviera alguna connivencia con la acción. Pero aquí está la clave y uno de los mayores errores en los que se cae, muchas veces intencionadamente, dentro de los debates sobre el conflicto. El ataque constante al Frente Polisario (ojo, representante legítimo del pueblo saharaui hasta la fecha) suele tener una dirección directa para deslegitimar la lucha del pueblo saharaui (extremadamente justa según toda la legislación internacional).
Marruecos sabe jugar muy bien sus bazas, y la teoría de la colaboración entre células terroristas islámicas y el Polisario ya ha sido lanzada con regularidad por sus autoridades. Desgraciadamente para ellos, estas especulaciones han sido echadas por tierra en multitud de ocaciones tanto por servicios de inteligencia europeos como estadounidenses. Dos días después, su ministro de Exteriores ya ha sabido aprovechar la jugada del secuestro para, ante decenas de medios de comunicación, insistir en que el pueblo saharaui no tiene ningún futuro porque el Polisario no es capaz de controlar sus campamentos. Y en Rabat gozan de gusto ante eso. Un análisis del profesor Carlos Ruiz Miguel deja incluso entrever la posibilidad de que Marruecos pueda estar detrás. No es descabellado, pero difícil de probar, y menos con el apoyo servil que existe en la comunidad internacional hacia este país. Apoyo y acatamiento que ya se demostró en el atentado realizado en Marrakech, del que se dió por buena la versión marroquí sin que hubiera mayor investigación. Igual que se dió por buena la versión oficial sobre el desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik, del que se cumplirá un año el 8 de noviembre. La dieron por buena el candidato Rubalcaba y la flamante ministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, la misma que aparece hoy sonriente junto al ministro marroquí.
Por todo esto quiero decirles a los que lean esto que no se fíen de nada. Que no intenten equivocarlos. Que la lucha del pueblo saharaui es la más justa que he conocido. Que la propaganda ha funcionado en este conflicto desde la Marcha Verde. Y que seguimos teniendo responsabilidad directa con el pueblo saharaui aunque la señora Trinidad Jiménez (y los siguientes ministros también lo harán) mienta cínicamente.
pd: Y lo que es de verguenza e hipocresía total es que la señora ministra pida a la ONU un informe oficial sobre la seguridad en los campamentos. No me parece mal el hecho en sí, sino que si echamos la vista atrás, este mismo gobierno impidió, junto a Francia y otros, que la ONU tuviera competencias, de una vez por todas, para vigilar los derechos humanos en los territorios ocupados. Allí, señora Jiménez y señores del Gobierno, también hay españoles, por si no lo sabe. Y allí no hay seguridad ninguna para ellos, nunca la ha habido y no tiene pinta de que nunca la haya.
pd2: A los cooperantes, víctimas inocentes de toda esta patraña, les deseo la mayor suerte del mundo.
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