En los campamentos de
refugiados saharauis de Tinduf pasan cosas, a pesar de la aparente quietud del
desierto argelino. Pasa que hay un festival de cine. Pasa que regresan jóvenes
que han estudiado con becas en otros países, viajando de un exilio a otro,
nutriéndose de otras culturas. Pasa que tienen familiares sufriendo en las
zonas del Sáhara Occidental ocupadas por Marruecos. Pasa que la ayuda
humanitaria se recorta, pero los lazos de hermandad con la sociedad española
están intactos. Pasa que la música, la pintura y la poesía se convierten en
embajadoras de las reivindicaciones de un pueblo que lucha por su
independencia. Pero, sobre todo, pasa el tiempo. 37 años de paciente y pacífica
espera en las duras condiciones del exilio, bebiendo de su cultura como arma de
resistencia ante el olvido de la comunidad internacional y los sucesivos
Gobiernos españoles.
POR Silvia Melero Abascal
¡Intibáah, skáat, shayel!
Atención, silencio, rodando. Heimo Mohamed (21 años) está grabando una escena
para su corto. “Quiero aprender cine y luchar para mi pueblo, para que la otra
gente vea quiénes somos y dónde vivimos”. Estudia en la Escuela de Cine del
Sáhara y ahora rueda una historia sobre dos jóvenes directores de cine, uno
saharaui y otro marroquí, que conversan sobre el conflicto. “Quiero decir que
el problema no lo tenemos con el pueblo marroquí sino con el Gobierno”. Roberto
Lázaro es el director de la escuela, hace un año se inició el curso. “De aquí
saldrá la primera generación de cineastas saharauis, por primera vez podrán contar
sus propias historias. Hay mucho talento, y eso que encuentran muchas
dificultades, por ejemplo, la búsqueda de localizaciones se limita a exterior- desierto,
interior-jaima”.
Los cortos que ruedan las
alumnas (son mayoría chicas) están directamente ligados a la causa de su
pueblo, como muchas de las películas que se proyectan estos días en la pantalla
del desierto, bajo las estrellas y la luna llena. Se celebra la IX edición del
FiSahara, el festival de cine codirigido por Willy Toledo y Pepe Taboada. Un
encuentro entre la cultura española y la saharaui, unos días de convivencia
entre dos pueblos hermanos, como señalan los organizadores.
El actor Juan Diego Botto pisa
por primera vez los campamentos. “Estoy aprendiendo mucho de su sorprendente generosidad,
su confianza y fe en que van a retornar a su hogar, lo pacífico de su lucha...
Parece un lugar común decir que es un ejemplo de dignidad, pero lo es”. A Botto
le llama la atención el orgullo que sienten por su cultura. “El amor por las
palabras es algo que he visto en todas las personas que he conocido, parece que
son todos poetas o poetisas”.
Una lengua común. Aunque los
saharauis hablan hasanía, un dialecto del árabe, el español es su segunda
lengua. Coría tiene 11 años y enamora a todo el campamento con su desparpajo y
su acento andaluz. La familia española que la acoge en verano (a través del
Programa Vacaciones en paz) vive en Sevilla. Es la protagonista de la película
documental Coría y el mar. “Me hicieron un video en el mar, en Cádiz, cogí una
concha en la playa, me gusta mucho”, cuenta entre risas.
Casi un siglo de colonización
española ha dejado muchos vínculos. Es frecuente que los saharauis más mayores
muestren su DNI español. “La nuestra es una cultura heterogénea de origen
afroárabe, bereber, influenciada por un siglo de convivencia con la metrópoli”,
explica el poeta Bahia Awah, miembro de la Generación de la Amistad, un grupo
de poetas y escritores que intenta rescatar desde España el legado cultural
saharaui, tradicionalmente transmitido de forma oral. “Tenemos que recuperar el
patrimonio propio sin perder lo bueno de la herencia que nos ha dejado la
potencia: la lengua española. Un factor más que nos diferencia de los
marroquíes y de otros países”. El escritor acaba de presentar El sueño de
volver (Ed. Cantarabia), una regresión al pasado para recordar a la generación
de oro, la primera que habló y escribió en español sin perder sus raíces.
“Nuestra historia hay que buscarla tiempos atrás, en la historia común con los
españoles”.
La poesía es para Sara Hasnaui
una necesaria descarga emocional. “Sintetiza mis sentimientos ante la situación
de mi pueblo, mi literatura se nutre de esta longeva injusticia. Es nuestra
plataforma de denuncia”. Cuesta encontrar a un solo saharaui que no esté
entregado a la lucha por la independencia. Para Memona Mohamed el cine es
también portador de ese mensaje. Es una de las protagonistas de la película
Wilaya, y recibió el premio a la mejor actriz en el Festival de Abu Dhabi. Tras
este reconocimiento, una persona anónima se ha ofrecido a pagarle una operación
que lleva esperando 10 años, ante la posibilidad de quedarse en una silla de ruedas.
Desde niña está afectada de polio por una vacuna en mal estado. “Mi madre me
enseñó a valerme por mí misma, me dijo que las muletas son como cuatro patas,
me enseñó a luchar y a ser independiente. Las primeras luchadoras en los campamentos
son las mujeres”.
Memona es educadora en el
centro de atención especial para personas con discapacidad del doctor Castro.
Una experiencia única en un campo de refugiados. Él lo define como “un oasis en
el desierto”. Ella dice que lo único que le queda en este mundo es su identidad
saharaui. “La cultura es nuestra herramienta para ser libres. La amamos aunque
haya cambios”.
Los hay. Aparecen en El
maestro saharaui, dirigida por Nicolás Muñoz. “Cuenta la historia de los
jóvenes saharauis que van becados a estudiar a Cuba, salen de aquí con 10 años,
hacen allí secundaria y luego la carrera universitaria, y regresan a los
campamentos siendo unos hombres. Algunos han dejado hijos allí”. Brahim Cheij
es uno de los protagonistas cubarauis. “Somos un pueblo pequeño pero muy
tolerante y muy abierto a la diversidad cultural. Miles de jóvenes saharauis estudian
en otros países pero luego regresan a volcar sus conocimientos en su sociedad,
en una tierra que no es la suya, hay una globalización pero cogemos lo positivo
de estas culturas e intentamos mezclarlas para mejorar nuestra sociedad saharaui.
No podemos estar estancados, nosotros los jóvenes ya no estamos en el tiempo
que han vivido nuestros abuelos en pleno desierto cuando nos llamaban los hijos
de las nubes; tenemos que adaptarnos a los nuevos tiempos manteniendo nuestra
identidad”.
Choque cultural. Salek (35
años) está emocionado después de ver la película. Se ha sentido muy
identificado. A los 12 años se fue a Cuba. Estudió Contabilidad y Finanzas y
ahora trabaja en la Radio Nacional Saharaui. “Estaba acostumbrado en Cuba a
cosas que aquí no puedo hacer. Tomar alcohol, como las relaciones con las mujeres,
tiene que ser de forma muy discreta”. Esconde el cigarrillo que está fumando cuando
se acerca su tío. “Es por el respeto a los mayores. El respeto está bien, pero
que no limite ni impida ser libre”. Encuentra que la religión y la tradición hacen
que la sociedad saharaui sea todavía muy conservadora. Durante una de las proyecciones
del festival, una mano ha tapado el reproductor para ocultar una escena de
sexo. “Es la autocensura de la propia población, no se sienten cómodos al ver
esas escenas. Me gustaría hablar de sexo con mis sobrinas, explicarles, no puedo
hacerlo”. Como en cualquier sociedad, los choques entre generaciones son evidentes.
“Se ha hecho necesario ir despojándonos de lo obsoleto en una sociedad en
constante evolución, a pesar de que la razón medular del conflicto reside precisamente
en demostrar y salvaguardar esas señas de identidad en contraposición con las
marroquíes”, afirma Sara.
Para la juventud saharaui
supone un desgaste la falta de perspectivas laborales y personales en los
campamentos. Sara entiende que muchos jóvenes apuesten por retomar la lucha
armada. “Se les ha despojado de todo, de su patria, de su familia, del presente
y, como sigamos así, también del futuro. No es nada fácil para ellos, no
olvidemos que han nacido y viven en un campamento de refugiados. Con el estancamiento
de las negociaciones diplomáticas, 20 años desde el alto al fuego y la promesa
de la celebración del referéndum de autodeterminación por parte de Naciones Unidas,
ha nacido la desesperanza; piensan que sólo les queda volver a las armas para
acabar con esta situación, y no les culpo”.
A Bahía le preocupan esas
generaciones nacidas en el exilio, que no conocieron la tierra por la que
luchan, que estudian en otros lugares la historia de otros países y no la suya.
“Uno va a una sociedad occidental o latina diferente, crece allí, vuelve y es
un choque frontal. Sin embargo, la identidad del saharaui es un instinto, la
recupera enseguida. Me identifico de una forma antropológica con la vestimenta,
con mi darrá (traje tradicional) aunque debajo lleve vaqueros, con nuestra
cultura bilingüe, con las huellas profundas de nuestra sociedad heterogénea.
Por mucho que te exilies, tienes que buscar tus raíces”.
En las zonas ocupadas por
Marruecos se ha intentado exterminar la cultura saharaui. “Trataron de
marroquinizar nuestro pueblo, pero nuestra identidad está tan arraigada que
ahora intentan hacer lo contrario, la hasanizacion de marroquíes en los territorios
ocupados, saharauizar a los colonos”, asegura Zahra Ramdán, presidenta de la
Asociación de Mujeres Saharauis. “Compartimos cosas con los países vecinos,
somos africanos, musulmanes, árabes, pero el respeto a las mujeres en nuestra
sociedad (cualquier hombre que maltrate sería desterrado, esto es inaceptable) y
el protagonismo que siempre han tenido las mujeres en la sociedad bereber y en
la organización de los campamentos nos diferencia de otros países musulmanes”. Zahra
destaca que en el parlamento saharaui hay un 35% de representación femenina. “Todavía
hay que luchar contra el machismo que existe, aún así es una cifra muy elevada
en el entorno africano”. Y reitera su voluntad inquebrantable de ser libres. “El
problema es que por intereses económicos y geoestratégicos los sucesivos Gobiernos
españoles (PSOE y PP) favorecen a Marruecos, legitimando la ocupación. Sin
embargo, un Sáhara soberano favorecería la estabilidad en el norte de África y
tendría excelentes relaciones con España. No habrá progreso social sin derechos
humanos, y el régimen dictatorial marroquí no los respeta”.
Silencio marroquí. Es
complicado encontrar voces marroquíes que hablen del conflicto. Marruecos
mantiene un hermetismo absoluto sobre este tema tabú.Lo sabe bien el periodista
marroquí Ali Lmrabet. Estuvo en la cárcel por sus informaciones sobre el rey
Mohamed VI y el Estado alauí le prohibió ejercer su profesión en su país
durante 10 años por decir que los saharauis de Tinduf son refugiados y no
secuestrados por el Polisario, como mantiene la propaganda oficial. “Me deprime
este conflicto, para cualquier marroquí salir de esa unanimidad es traición a
la patria. Vivimos un sentimiento nacional exclusivo y retrógrado. Tenemos un
problema pero no queremos y no podemos resolverlo”. Recuerda que ambos pueblos
han sido víctimas de la ocupación extranjera, pero les separa este largo
conflicto y el sentimiento, feroz, que hace que cada bando estime que tiene
razón. “Creo que después de lo que pasó en Gdeim Izik, un muro casi
infranqueable separa a los marroquíes de los saharauis. Existía hace años el
mito de que sólo la democracia podía acercar posturas, creo que la realidad demuestra
que son irreconciliables. No quiero ser pesimista, pero lo soy”.
En medio del hastío,
actividades como el FiSahara rompen la rutina y hacen que la vida sea más fácil
durante una semana. Al colorido de las melfas que visten las mujeres se suman
los colores de Pallasos en Rebeldía. Su portavoz, Iván Prado, cuenta cómo le
impresionan las saharauis. “Son mujeres dueñas de la jaima, dueñas de su vida,
que gobernaron las wilayas durante la guerra, que por la cultura nómada tienen
gran poder, incluso la lectura que se hace del Corán yo diría que es feminista.
Viéndolas a ellas entiendes por qué este pueblo ha resistido tantas décadas de
sufrimiento e injusticia”. Iván y sus compañeros han repartido juegos y magia
entre pequeños y mayores. “El ser humano tiene tres grandes fuerzas interiores:
el amor, las ganas de transformar el mundo y la risa. Con el humor conectamos
con todas las generaciones posibles, la risa es el sonido del cosmos, es lo que
te revoluciona por dentro y por fuera, es la llave que te abre la esperanza, es
la mejor conexión entre las personas”.
Risas no han faltado y música
tampoco. El público saharaui bailó a ritmo español durante el divertido
concierto que ofrecieron El Canijo de Jérez (Los Delinqüentes) y Tomasito,
acompañados de Juanito Makandé. “Nos encontramos como en casa porque nosotros
somos muy callejeros también, somos del sur de Cádiz y date cuenta que estamos
todo el día en calzones en la playa y estamos aquí como allí, todo el día en la
arena”, bromea El Canijo, encantado con el intercambio musical que están
viviendo. “Nos entienden la alegría, la gracia, se empapan de eso”. Tomasito
añade que “se les ve muy buena gente, tienen un punto de nobleza que no veas,
no tienen nada y te lo dan todo”. Y se lanzan a cantar el tema que acaban de
componer: “Sahareando, por la libertad yo sigo cantando en este pueblo herido
que sigue esperando”.
De música saharaui sabe mucho
Manuel Domínguez, director de la discográfica Nubenegra. Explica que el haul es
una música viva, abierta a influencias múltiples de las más diversas
procedencias.” Los grupos y cantantes que iniciaron su trayectoria en los
críticos momentos posteriores a la invasión marroquí, como Mártir Luali,
dedicaron sus canciones a animar a la población civil para superar las
difíciles condiciones de supervivencia y a informar de la brutal agresión marroquí”.
Mariem Hassan es la voz indiscutible de la música saharaui. Con el tiempo se ha
convertido en una de las divas norteafricanas, respetada y querida en la escena
de las músicas del mundo. “Su impresionante voz es fuente de consuelo, aliento
y esperanza para todos los saharauis”, afirma Manuel.
Van surgiendo otras voces,
como la de Aziza Brahim, premiada en el Festival de Málaga por la banda sonora
de la película Wilaya. O Suilma Aali, hija de padre saharaui musulmán y madre
española cristiana. Nació en Madrid, pero se apresura a definirse como
hispano-saharaui. Acaba de sacar su primer disco, en el que canta en español.
“No tiene nada que ver con la música tradicional saharaui, que me encanta, esto
es una mezcla de jazz, soul, pop. Hablo de diferentes cosas, pero hay una
canción dedicada a la tierra de mi familia, el Sáhara, me siento parte de ella.
Cuando voy a los campamentos, aunque yo he crecido en una cultura occidental, me
veo muy reflejada en muchas cosas, me siento muy de allí”. Admira la fortaleza
ante la adversidad y el sentimiento de unidad. “Quiero creer que se volverá al
Sáhara libre. No hay nada imposible. Costará, pero con fuerza se logrará”.
El barco del desierto. A
Suilma le han encargado la canción para el proyecto El barco del desierto, una
iniciativa que promueven diversos artistas, entre ellos el pintor Moulud
Yeslem. “Se trata de rehabilitar los restos de un barco que hay cerca de los
campamentos y llevarlo hasta el mar para que sea un buque insignia que lleve el
mensaje del pueblo saharaui”. Dice Moulud que el arte es su campo de batalla.
“Cuando se firmó el alto el fuego se acabó la guerra con armas, pero siguió la lucha
y ahí entran la pintura, el cine, la música, la poesía, que son armas más
potentes que las de fuego. Si tienes un don, tienes que aportarlo a la causa”.
Es la forma de romper el aislamiento. “Si estás en un campo de refugiados es
como estar en Marte, estás muy desvinculado del mundo, te sientes lejos,
quieres que otros conozcan tus problemas. Hay un muro físico, el marroquí, que
es el más grande del mundo. Pero hay otro peor, el de la información. Nos han
bloqueado. Tenemos que resistir al silencio y la indiferencia”. •
La provincia 53
Los conquistadores españoles llegan al Sáhara Occidental en 1884 y
firman tratados de protectorado con tribus saharauis nómadas independientes del
sultán marroquí. El Sáhara Occidental abarca 266.000 km2, con 1.000 km de costa, y posee
importantes recursos naturales (bancos pesqueros, fosfatos).
En 1958 Franco decide declarar el territorio provincia española (la
provincia 53). La ONU reconoce en 1966 la independencia de los pueblos colonizados
y varias resoluciones obligan a España a organizar un referéndum para que la
población saharaui ejerza su derecho a la autodeterminación. Pero el rey de Marruecos,
Hassan II, en plena agonía de Franco, promueve la Marcha Verde en 1975 con
350.000 civiles que se asientan en el territorio. Las autoridades españolas se
retiran y abandonan a los ciudadanos saharauis a cambio de acuerdos económicos
secretos. Niños, mujeres y ancianos murieron bajo las bombas del ejército
marroquí en su huída hacia el desierto de La Hamada, una de las zonas mas
áridas del planeta, en Tinduf (Argelia). Allí levantaron sus jaimas y
proclamaron en 1976 la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). El Frente
Polisario (movimiento de liberación nacional), apoyado por Argelia, inició una
guerra con Marruecos y logró liberar un tercio del territorio del Sáhara
Occidental. El resto permanece bajo la ocupación marroquí, rodeado por un muro
de 2.700 kilómetros
de longitud, protegido por siete millones de minas antipersona y más de 100.000
soldados marroquíes.
En 1991 se firma el alto el fuego y se fija la fecha para el referéndum
que nunca ha llegado a celebrarse, boicoteado sistemáticamente por Marruecos
(apoyado por Francia y Estados Unidos).
Las organizaciones humanitarias han denunciado las violaciones de
derechos humanos que sufre la población saharaui en los territorios ocupados.
En 2010 se estableció un campamento de protesta en Gdeim Izik. Unos 20.000
saharauis instalados en 7.000 jaimas reclamaban condiciones de vida dignas y respeto
a los derechos humanos. Fue desmantelado de forma violenta por las fuerzas de
seguridad marroquíes. Para algunos analistas es el detonante de la primavera
árabe.
Al otro lado del muro, en los campamentos de refugiados, 200.000
saharauis sobreviven gracias a la ayuda humanitaria. La RASD es un Estado en el
exilio sin agua corriente ni electricidad. Pero la población saharaui (sobre
todo las mujeres) ha creado en estos 37 años de espera una estructura
administrativa con colegios, hospitales, centros de mujeres, guarderías, etc.