Para el sultán de Marruecos el
Sáhara Occidental es sólo “un diferendo regional artificial”, según ha
expresado en su discurso el día de la Fiesta del Trono, añadiendo que la
solución solamente puede venir de la mano de su propuesta de autonomía y su
voluntad de hacer frente de manera firme a cualquier intento de “menoscabar sus
intereses supremos”.
En sus palabras de aparente
firmeza esconde su debilidad, puesto que identifica su permanencia en ese
territorio con los intereses supremos del trono o si se prefiere con la
estabilidad de la monarquía alauita. El problema estriba en el hecho que el
reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara vulnera el espíritu y
la letra del Derecho Internacional desde la redacción de la Carta de San
Francisco -origen de la ONU-, por eso hasta la fecha ningún país del mundo ha
querido reconocer la soberanía que Mohamed VI desea. Por esa razón su
llamamiento tiene un tinte desesperado y dirigido a sus tres valedores
principales: España, Francia y EEUU.
En 37 años, Mohamed y su padre
Hassan han sido incapaces de integrar en Marruecos a una pequeña población
nómada, en su lugar los colonos y las
autoridades marroquíes han actuado al estilo colonial más cruel que quepa
imaginarse. Torturas, secuestros y asesinatos han sido la norma, no la
excepción. La violación sistemática de los Derechos Humanos ha constituido un
obstáculo mayor, si cabe, al incumplimiento del Derecho Internacional para que
Marruecos pudiera obtener el respaldo internacional a su conquista. Por esa
razón Mohamed pone en muy difícil posición a sus aliados, pues al respaldarle se convierten en cómplices
necesarios en la perpetuación de una situación
ilegal, además de tener que mirar para otro lado para no ver la
represión que tiene lugar en los
territorios ocupados, como sucedió hace año y medio en Gdeim Izik, verdadero
detonante de la primavera árabe. Tampoco ha supuesto la ocupación del Sáhara
Occidental una mejoría en la situación material, social o política de los
marroquíes, todo lo contrario el Sáhara ha lastrado como una losa a estos
sufridos súbditos que oyen año tras año la promesa de unas reformas que siempre
son aplazadas o quedan en nada.
La idea de conceder una
autonomía es ante todo una huida hacia delante sin ningún viso de poderse
materializar en el contexto internacional en que nos movemos. Para que el rey
magrebí pueda conceder la autonomía a un territorio debe antes poseer la
soberanía sobre el mismo, extremo que no se da en su caso y en ello existe
unanimidad mundial. Puede empezar otorgando una autonomía al Rif, sobre el que
sí goza de soberanía, pero no al Sáhara Occidental sobre el que tiene sólo el título
de invasor. No posee estatus internacional alguno que legitime su presencia
allí, sólo la permisividad de España, Francia y EEUU que han permitido por sus
intereses estratégicos la creación de una nueva colonia en África, con muro y
todo.
Para la ONU la potencia
administradora sigue siendo España, pues los llamados Acuerdos de Madrid entre
España, Marruecos y Mauritania nunca fueron reconocidos por la ONU. Tampoco
tienen fuerza legal en España ya que no fueron publicados en el BOE, requisito
indispensable para legalizar un Acuerdo
o un Tratado internacional. Va siendo hora que el gobierno español asuma su
responsabilidad y deje de colaborar con la violación de los Derechos Humanos en
el Magreb.