jueves, 2 de agosto de 2012

El Trono de Mohamed. Diego Camacho


Para el sultán de Marruecos el Sáhara Occidental es sólo “un diferendo regional artificial”, según ha expresado en su discurso el día de la Fiesta del Trono, añadiendo que la solución solamente puede venir de la mano de su propuesta de autonomía y su voluntad de hacer frente de manera firme a cualquier intento de “menoscabar sus intereses supremos”.
En sus palabras de aparente firmeza esconde su debilidad, puesto que identifica su permanencia en ese territorio con los intereses supremos del trono o si se prefiere con la estabilidad de la monarquía alauita. El problema estriba en el hecho que el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara vulnera el espíritu y la letra del Derecho Internacional desde la redacción de la Carta de San Francisco -origen de la ONU-, por eso hasta la fecha ningún país del mundo ha querido reconocer la soberanía que Mohamed VI desea. Por esa razón su llamamiento tiene un tinte desesperado y dirigido a sus tres valedores principales: España, Francia y EEUU.
En 37 años, Mohamed y su padre Hassan han sido incapaces de integrar en Marruecos a una pequeña población nómada, en su lugar los colonos  y las autoridades marroquíes han actuado al estilo colonial más cruel que quepa imaginarse. Torturas, secuestros y asesinatos han sido la norma, no la excepción. La violación sistemática de los Derechos Humanos ha constituido un obstáculo mayor, si cabe, al incumplimiento del Derecho Internacional para que Marruecos pudiera obtener el respaldo internacional a su conquista. Por esa razón Mohamed pone en muy difícil posición a sus aliados, pues al  respaldarle se convierten en cómplices necesarios en la perpetuación de una situación   ilegal, además de tener que mirar para otro lado para no ver la represión que tiene lugar  en los territorios ocupados, como sucedió hace año y medio en Gdeim Izik, verdadero detonante de la primavera árabe. Tampoco ha supuesto la ocupación del Sáhara Occidental una mejoría en la situación material, social o política de los marroquíes, todo lo contrario el Sáhara ha lastrado como una losa a estos sufridos súbditos que oyen año tras año la promesa de unas reformas que siempre son aplazadas o quedan en nada.
La idea de conceder una autonomía es ante todo una huida hacia delante sin ningún viso de poderse materializar en el contexto internacional en que nos movemos. Para que el rey magrebí pueda conceder la autonomía a un territorio debe antes poseer la soberanía sobre el mismo, extremo que no se da en su caso y en ello existe unanimidad mundial. Puede empezar otorgando una autonomía al Rif, sobre el que sí goza de soberanía, pero no al Sáhara Occidental sobre el que tiene sólo el título de invasor. No posee estatus internacional alguno que legitime su presencia allí, sólo la permisividad de España, Francia y EEUU que han permitido por sus intereses estratégicos la creación de una nueva colonia en África, con muro y todo.
Para la ONU la potencia administradora sigue siendo España, pues los llamados Acuerdos de Madrid entre España, Marruecos y Mauritania nunca fueron reconocidos por la ONU. Tampoco tienen fuerza legal en España ya que no fueron publicados en el BOE, requisito indispensable para legalizar  un Acuerdo o un Tratado internacional. Va siendo hora que el gobierno español asuma su responsabilidad y deje de colaborar con la violación de los Derechos Humanos en el Magreb.