Mahmud
acaba de recuperar los restos de su padre y su hermano, fusilados en 1976
Su madre, Taufa,
se despertaba por las noches gritando. Todas, hasta que murió, en 2010. Sus
cinco hermanas mayores estaban “siempre tristes”. Él, Mahmud Selma Daf no
empezó a estarlo hasta que fue al colegio por primera vez, a los ocho años, y
vio que a los otros niños los llevaba y los recogía su padre. Él no tenía. Empezó
a preguntar y poco a poco supo de dónde venía esa tristeza que atacaba a toda
la familia. “Al principio, mis hermanas me dijeron que mi padre se había ido
tras el ganado y que no había vuelto porque el viaje era muy largo. Cuando
cumplí 12 años, me explicaron que un niño había visto la ejecución de dos
personas y que había reconocido la voz del que pedía clemencia: mi padre. El
otro era mi hermano. Entonces comprendí por qué estábamos tristes”, recuerda
Mahmud,de 41 años. Tenía solo cuatro cuando militares marroquíes les asesinaron,
en febrero de 1976. Él era el penúltimo de ocho hermanos.
Cuando
regresó de Cuba después de estudiar ingeniería técnica industrial con una beca
del Frente Polisario y pasaporte argelino, Mahmud fue a ver a aquel testigo, que
tenía solo 13 años cuando presenció cómo mataban a sangre fría a un padre y su
hijo de 14 años. “Desde entonces tuve la esperanza de encontrarlos”, explica. En
febrero de este año, un pastor encontró unos huesos en el Sáhara, en la zona de
Fadret Leguiaa, en la región de Smara, a 400 kilómetros de
los campamentos de Tinduf y a menos de uno del muro marroquí. En junio, un
equipo de investigación español dirigido por el forense Francisco Etxeberria y
el doctor en psicología Carlos Martín Beristain se desplazó al lugar y abrió en
medio del desierto dos fosas en las que yacían los restos de ocho fusilados.
“Mi hermana
recordaba perfectamente que mi hermano llevaba el día que desapareció un jersey
azul de rombos. Cuando vi ese jersey en la exhumación lloré muchísimo. Paco [Etxeberria]
nos iba explicando todo: cómo habían muerto, en qué posición habían caído a la
fosa, por dónde había entrado el proyectil, por qué los casquillos encontrados
demostraban que los habían matado allí mismo... Cuando nos comunicaron el
resultado de las pruebas de ADN nos alivió, pero también nos entristeció, porque
supimos con certeza que esas personas a las que llevábamos 37 años esperando ya
no iban a volver”.
El ADN
probó, además, que Marruecos había mentido. En septiembre, la hermana de Mahmud
acudió a la sede del Grupo de Trabajo contra las desapariciones forzadas de
Naciones Unidas para explicarles el caso. “La ONU le entregó un documento en el
que el Gobierno marroquí aseguraba que su hermano no había sido asesinado, sino
que había cambiado de nombre y vivía actualmente en El Aaiún [ver documento]”. Pero
Mahmud acaba de enterrarlo. “Hemos demostrado con pruebas científicas que
mentían. Que Marruecos deje de jugar con nuestros sentimientos”.
El equipo
de Etxeberria y Beristain regresó a la zona a finales de noviembre para
entregar los restos a sus familiares. Los huesos se envolvieron en ocho lienzos
blancos y se anudaron siguiendo la tradición musulmana. A la ceremonia
asistieron varios miembros de la Minurso (el contingente de Naciones Unidas en
el Sáhara). “El acto tuvo un impacto muy positivo no solo en nosotros, sino
entre todos los familiares de desaparecidos saharauis, que ahora tienen
esperanza”, explica Mahmud. Los restos se enterraron muy cerca de la fosa donde
habían permanecido durante 37 años, y sobre las tumbas se colocó una placa de
mármol con sus nombres y una frase del Corán: “En memoria de los mártires”.
Encontrar a
los desaparecidos, de los que el dictador argentino Jorge Rafael Videla decía: “No
están, no existen”, fue “un gran alivio”. Pero ahora Mahmud quiere que España
se implique. “Yo nací bajo bandera española. Quiero que su justicia intervenga,
que busque a los responsables. A nadie le gusta saber que el asesino de un ser
querido pasea por la calle”.
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