Esta entrada ha sido escrita por Juan
Carlos Gimeno Martín, Doctor en Antropología Social en la Universidad Autónoma
de Madrid. 18 de diciembre de 2013
Ha muerto Nelson Mandela. “Una conmoción
para el mundo” la muerte de este “líder histórico de la humanidad”, dicen los
medios de comunicación, los mismos medios que miran hacia otro lado cuando se
trata de la autodeterminación del Sahara Occidental. Mandela, como todo
Sudáfrica ha sido siempre un aliado de la causa saharaui, un hombre digno,
coherente en la defensa de los principios de la libertad y autodeterminación.
A Sidi Mohamed Dadach, se le conoce como el
“Mandela saharaui” Como Mandela, Dadach
ha dedicado su vida a la lucha por la libertad. Si algo ha hecho líder
histórico de la humanidad a Mandela, es la capacidad para mostrar al mundo que
la lucha contra el apartheid no era lucha de los bantús y otras tribus
africanas de Sudáfrica contra el privilegio blanco, sino una lucha de la
humanidad entera por sus propios principios. También Sidi Mohamed Dadach está
empeñado en mostrarnos que la lucha por la autodeterminación del pueblo
saharaui no es una lucha que sólo es importante para las mujeres y los hombres
saharauis, sino que lo es para todos nosotros porque es la lucha en la defensa
del principio mismo de nuestra libertad como colectivos humanos, como pueblos.
La primera vez que vi a Dadach fue en la
Escuela de Mujeres del 27 de febrero en los campamentos saharauis del sur de
Argelia. Era el año de 2010 y se celebraba el día de la resistencia de las mujeres
africanas, de las mujeres saharauis. Permitidme que os cuente una pequeña
historia de lo que pasó aquel día.
La invitada especial aquel día era Winnie
Mandela. Fue un día memorable. Con voz firme y clara, Winnie confesó: "yo
no he venido a hablar aquí, el mundo ya está bastante lleno de palabras"…
"Decirme que queréis que haga y yo lo haré". "Basta de quejas,
de lamentarse de los actos, hay que ir más allá de la condena a Marruecos por
sus actos...Es el momento de ir a la confrontación".
La
confrontación es lucha, es determinación. Escuchando a Winnie Mandela en
aquel salón multicolor, en aquel caleidoscopio formado por cientos de melfas de
las mujeres saharauis presentes, en un lugar de honor en la segunda fila se
sentaban once activistas saharauis de los territorios ocupados que realizaban
una gira por los campamentos; y entre estos once combatientes de los derechos
humanos, se encontraban, Sultana Jaya, la más joven de ellos, y el que todos
reconocen como el más grande de los activistas, Sidi Mohamed Daddach. Hay una
manera de medir la grandeza que no tiene que ver con la edad, ni con los años
vividos, sino con la forma de vivir los años.
Los activistas habían llegado para dar a
conocer a sus hermanos de los campamentos los detalles de su lucha; lo hacen
con pocas palabras y mostrando los dibujos del mapa que forman sus cicatrices.
Habían llegado para compartir su experiencia de lucha y para explorar con sus
hermanos de los campamentos nuevas estrategias que conduzcan a la liberación.
Pedían la imprescindible colaboración de los saharauis de los
campamentos:"Aquí sois libres, dijo el más joven de los activistas,
necesitamos que penséis por nosotros, vosotros que sois libres".
Sidi Mohamed Daddach, es presidente del
Comité Saharaui de Apoyo al Derecho de Autodeterminación (CSSASO) y fue Premio
RAFTO de Derechos Humanos en 2002; es este uno de estos premios que cuesta
sudor y sangre conseguirlo, como los que consigue Aminetu Haidar, como los que
debieran darse a tantos saharauis. Daddach fue arrestado en 1976 cuando
pretendía huir de la zona controlada por Marruecos para unirse al Frente
Polisario. Las tropas marroquíes ametrallaron el vehículo en el que viajaba
hiriéndole y matando a uno de sus compañeros. Después fue enrolado a la fuerza
en el Ejército marroquí para luchar contra sus hermanos saharauis, pero en
agosto de 1979 se dio de nuevo a la fuga; fue de nuevo capturado. El 7 de abril
de 1980 un tribunal militar le condenó a muerte por “alta traición”. La condena
es una muestra de la sinrazón de este conflicto.
Recluido en la cárcel de Kenitra durante
más de 25 años, Daddach se convirtió, como Mandela en Sudáfrica, en un emblema
para la causa saharaui. “Este hombre se ha convertido en un símbolo del combate
por la libertad”, afirmó su propia madre desde Tinduf, donde se encuentra
refugiada.
Durante sus años de cautiverio, Daddach fue
sometido a brutales y sistemáticas torturas y todo, por posicionarse a favor de
la independencia del Sahara y el estricto cumplimiento de las resoluciones de
la ONU, ese "delito" que ojalá cometiéramos todos. Fue condenado a
muerte. Durante 14 años, con todos sus días y sus noches, este hombre vivió
abrigado por una mortaja, pendiente un día y otro de la llegada de su último
día. Después, graciosamente, le fue conmutada la pena capital por la de cadena
perpetua.Y otros once años vivió con esa pesada cruz. Su férrea voluntad en la
lucha y un pájaro que a veces llegaba a su ventana le permitió no sucumbir a la locura.
Declarado preso de conciencia por
organismos como Amnistía Internacional, fue finalmente liberado en diciembre de
2001, después de una campaña de presión por parte de las ONG y países de todo
el mundo contra su detención por el régimen alauí. Y es por eso, por estar encerrado en las
cárceles secretas marroquíes durante 24 años, le ha valido el sobrenombre del
“Mandela saharaui”. Ha sido el preso de conciencia encerrado durante más tiempo
en el continente africano tras el propio Mandela. Triste record.
Por favor, mirad su rostro en la fotografía
que acompaña este relato. Mirad largamente su rostro. Observad el rictus
alrededor de la boca, mirad las líneas de expresión alrededor de sus ojos, cómo
se fruncen, como si le molestara la luz del día, esa sensación común entre
aquellos que han sido obligados a vivir en la oscuridad durante largo tiempo;
mirad, mirad cómo brilla la luz en el fondo de sus ojos como un ascua.
Unos días más tarde tuve la oportunidad de
mirar muy de cerca los ojos de Sidi Mohamed Daddach, en el campamento de Dajla,
mientras tomaba mi mano. Los saharauis no estrechan la mano, la toman
largamente. El poeta Bunana, tomaba su otra mano; me presentaba y me hacía comprometerme ante él, a que
dedicaremos nuestros mejores esfuerzos en un futuro próximo a recopilar la
poesía oral saharaui en hasanía, en los territorios ocupados. Para que la
memoria permanezca en la lengua y se convierta en testimonio y conocimiento,
dijo Bunana. Testimonio de la violencia, conocimiento de que la vida de los
violentados tiene su propia densidad y
peso; no los de la soga que trata de ahogarles, no los de la porra que les
golpea. Prometer algo frente a un hombre así es como prometer sobre la Biblia o
el Corán, prometer sobre lo mejor de lo que somos como humanos.
Me pregunto ¿qué hace que un hombre, como
Mandela o como Daddach, que hace que una mujer, como Sultana, sean constantes
en sus convicciones hasta este extremo? ¿Qué decisión tomada, un día en su
vida, hace a estas mujeres, a estos hombres, ser fieles a sí mismos, a sus
convicciones, hasta el final? Con lo fácil que resultaría, como para tantos de
nosotros, decir "no puedo", "no puedo, y no se me puede culpar
por ello", "es demasiado grande, demasiado responsabilidad para un
sólo hombre, una sola mujer, para mí". Tenemos tantas coartadas para decir
"no puedo", tantos cómplices en estos silencios. ¿Quién podría
señalarnos con el dedo por ello?
Me pregunto, ¿de dónde proviene su
heroísmo?
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