miércoles, 9 de diciembre de 2009

Dignidad contra miseria



No puedo aceptar el todo vale. Como saharaui me indigna profundamente lo que está ocurriendo con Aminetu Haidar, aunque como persona, me siento ofendido por el desprecio con que la han tratado.

Quizá algunos la vean, simplemente, como una mujer que hace una huelga de hambre para volver a su país; si es así, todavía no se han dado cuenta de cual es la reivindicación de Aminetu. Esa mujer de aspecto débil que cada mañana se sienta en el aeropuerto de Lanzarote es el grito silencioso de todo un pueblo que se resiste a perder la libertad. Ella es una consecuencia de las barbaridades que ha cometido y comete el gobierno marroquí contra el pueblo saharaui. Lo que está en juego es el derecho de nuestro pueblo a ser libre, pero la esencia de todo ello, es la dignidad de todas las mujeres y hombres del Sahara Occidental, que se resisten a ser vilipendiados por un régimen tirano y arcaico como el de Mohamed VI.

La Aminetu que conocemos hoy no es la joven que fue detenida en 1987, con apenas 20 años, y estuvo desaparecida durante tres años y siete meses. Sólo imaginarme las condiciones en que estuvo durante ese tiempo, hace que me duela el alma. Casi cuatro años encerrada en una oscura mazmorra, totalmente desnuda, con los ojos vendados, donde fue violada, torturada y vejada por los sanguinarios servidores del tirano de Rabat. Casi cuatro años de terror, que formaron a la militante de derechos humanos que conocemos en la actualidad. La historia se repite con el comienzo de la intifada del año 2005, los torturadores vuelven a la carga contra Aminetu y sus amigos por el único motivo de reclamar el derecho de autodeterminación para su pueblo. La foto que muestra su cara ensangrentada da la vuelta al mundo. Su forma de lucha la engrandece mucho más, al haber respondido a sus torturadores con las armas que ellos nunca utilizaron. Los años de cárcel y las torturas la convencen que debe denunciar la violación de los derechos humanos que se cometen diariamente en su país invadido por Marruecos. La mejor forma, la palabra, la no violencia. Es así como llega su reconocimiento internacional y los premios otorgados; el primero de ellos será el “Juan Maria Bandrés” de C.E.A.R. en 2006, le seguirá el “Silver Rose Award” en Austria, algunos premios menores, aunque no menos importantes y en 2008 el “Robert Kennedy” en los Estados Unidos de América, para culminar con el premio “Coraje Civil” de la Fundación John Train en 2009 en el mismo país. También fue nominada al Premio Sajarov del Parlamento Europeo y al Nóbel de la Paz. Todos ellos por su incansable lucha en defensa de los derechos humanos.

Aminetu recorre el mundo y demuestra que la dignidad de su pueblo está por encima de cualquier reclamación. Deja en evidencia al régimen tiránico y feudal del “comendador de los creyentes” y se convierte en un símbolo para los saharauis de todo el mundo. Cuando hablamos de ella no lo hacemos de una mujer castigada por los avatares de la vida, sino de la representación de la dignidad del pueblo saharaui.

En la otra orilla nos encontramos con las actitudes más despreciables del ser humano. Al mercenario, al que se arrastra babeando ante su amo, al que por dinero pierde los escrúpulos y besa la mano manchada de sangre. En definitiva, al cónsul de su majestad en Canarias.

El caso Haidar ha colocado a cada uno en su sitio. Mientras ella lucha cada día contra la injusticia y reclama respeto a la dignidad, el cónsul se esfuerza en agradar a su dueño. Las últimas declaraciones de tan nefasto personaje, sacan a la luz lo más bajo e indigno de la persona a la que nos referimos. Mientras se jacta de ser saharaui, niega la existencia de su pueblo, condena a la activista acusándola de ser agente extranjera y se burla de su huelga de hambre. Con la intención de agradar a su señor, a veces se excede en sus funciones e intenta ser más marroquí que los mismos nacionales de ese país, prueba de que él también tiene miedo. Su cargo es solo una fachada, ya que quien realmente manda en el consulado son los servicios de seguridad, que por cierto, son muchos. El cónsul organiza una rueda de prensa para ofrecer un pasaporte a Aminetu, siempre y cuando pida perdón a la más alta instancia del país, el rey. Ahora resulta que debe pedir perdón por haber sido expulsada de su país, por haber sido torturada y vejada durante cuatro años, por pertenecer a un pueblo masacrado durante más de treinta años, por los más de quinientos desaparecidos, por los presos políticos, por los siete detenidos en Casablanca, por los miles de refugiados en Tinduf, por la separación de sus hijos, etc. El torturado debe pedir perdón al torturador, el inocente al culpable. Estas son las dos caras de la moneda. O somos dignos o miserables; no hay término medio. Hasta que no entendamos diferenciar entre estas dos posturas no comprenderemos la lucha de Aminetu Haidar.

La activista no solo está luchando por la dignidad de su pueblo, sino por la de todos los que nos resistimos a aceptar las injustas reglas de juego. Su lucha es la de todos nosotros. Como dice mi amigo poeta “tu dignidad será nuestra esperanza”.

Mientras Aminetu vuela sobre nuestras cabezas enarbolando la bandera de la justicia y la dignidad; el cónsul de Marruecos se revuelca, como un cerdo, en la mierda que le ofrece ese país.
Bachir Ahmed

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