Resistencia saharaui frente a la ocupación marroquí. El frig de Igdim Izik reclama ante el mundo justicia y dignidad
La autodeterminación del Sáhara es un proceso aplazado durante treinta y cinco años por el desinterés y el cinismo político que imperan en el marco político internacional. Los saharauis, refugiados en los campamentos de Tinduf o sometidos a la dominación de Marruecos después de un prolongada guerra de conquista, participan de una misma lucha aunque desde distintas estrategias, resultado de los diferentes procesos históricos vividos. Dos vivencias, dos historias, dos anhelos, que hoy tienden a reencontrarse en la experiencia de la vida nómada, en los modos de vida de sus antepasados.
Hace poco más de tres semanas en todas las ciudades y principales poblaciones del Sáhara Occidental los saharauis, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se han afanado por levantar campamentos desde los que reivindicar su dignidad y sus derechos atropellados. De todos ellos, solo ha florecido el de Igdim Izik, en las cercanías de El Aaiún, la capital, produciendo una nueva primavera en el otoño y poniendo en evidencia la inquebrantable voluntad del pueblo saharaui para reclamar lo que considera plenamente suyo.
En él han confluido las reivindicaciones de los parados, las reclamaciones de los trabajadores injustamente despedidos u obligados a
aceptar contratos depreciados en Fos Bucraa, las protestas de los defensores de los derechos humanos pisoteados, la exigencia de una equiparación efectiva y real con la población inmigrante marroquí, la falta de horizontes vitales de los represaliados políticos, la participación en el disfrute de los bienes y riquezas del Sáhara, propiedad legítima y reconocida en el derecho internacional de la población autóctona… Un grupo humano reconocible y distintivo que se dirige al mundo y a las Naciones Unidas para pedir protección en su pacíficareclamación y que se les reconozcan, ya que no los derechos propios del ciudadano, al menos, las atenciones ofrecidas a los refugiados. Y que espera de los distintos pueblos del Estado español la solidaridad y la ayuda que le han venido dispensando desde el vergonzoso abandono de todos sus compromisos por parte del Gobierno con ocasión de la firma y puesta en práctica del ilegal e irresponsable tratado de Madrid de noviembre de 1975.
Y allí se mantienen, firmes en su esperanza, a pesar del asfixiante cerco policial y de la fuerte vigilancia llevada a cabo por unidades del ejército regular y de las unidades antidisturbios. Hasta la zona ha llegado a desplazarse el Jefe de la Gendarmería Real el general Housni Benslimane, conocido torturador, para formalizar un cerco que ha tratado de disuadir a nuevos pobladores del asentamiento, al que sigue llegando o intentando llegar gente todos los días y que dificulta la entrada de víveres, agua y medicinas en el recinto, así como la libertad informativa prohibiendo el uso de las cámaras y demás medios técnicos por parte de los informadores. En pocos días, se han reunido cerca de veinte mil saharauis que se conmueven al reencontrarse en un clima de tranquilidad y libertad absoluta, aunque, eso sí, férreamente vigilada...
Los desórdenes provocados por los agentes del orden y la inseguridad creada por las fuerzas de seguridad ha dado lugar a una creciente escalada de tensiones que buscaban conseguir la inhibición y el miedo entre sus pobladores. Apedreamiento de coches y personas, detenciones arbitrarias, apaleamiento de personas civiles indefensas... han sido la tónica de estos pocos pero intensos días. Un incremento de la presión que ha tenido ya su trágico sacrificio en la persona de un joven de 14 años, El Garbi Nayem. Cuando trataba de entrar en el campamento llevando víveres junto con familiares y amigos sus vehículos fueron ametrallados por una unidad del ejército causando su muerte y otros cinco heridos de bala, de los que dos han sido detenidos dentro del hospital por la propia policía y llevados a un lugar desconocido; una decisión a todas luces ilegal que se completó con el entierro del joven en secreto y con la única presencia de su padre y otros dos parientes, convocados y obligados al efecto. Un nuevo asesinato injustificado y una nueva humillación para su familia y su pueblo. El gobierno marroquí, nueva burla, ha manifestado que el coche ametrallado llevaba armas blancas y de fuego y cócteles molotov (¿por qué todas las policías acuden a las mismas y vergonzantes justificaciones?); sin duda materiales de gran utilidad en un asentamiento de civiles indefensos, lleno de mujeres y niños, al que rodean fuerzas desproporcionadamente armadas. Creo que esa justificación cobarde se desmonta a sí misma si contempláis las imágenes, difundidas por internet, en las que se aprecia el volumen y la dotación de medios que se utiliza en el cerco del campamento. ¿Acaso nos tienen, una vez más, por tontos?
Y, frente a esta situación, la creciente y enrabietada protesta popular y el silencio de la mayor parte de las instancias políticas, los lamentos del gobierno o la voluntad de la comunidad internacional de mirar hacia otro lado. Ni nuestro Gobierno, ni la Unión Europea, ni las Naciones Unidas han sabido estar, una vez más, a la altura de las responsabilidades que les han sido confiadas.
Santiago Jiménez. Miembro de la Permanente de CEAS-Sáhara
SÁHARA OCCIDENTAL, NOVIEMBRE DE 2010. LA RUPTURA DE LAS REGLAS
Cualquiera podría haber afirmado, hace bien pocos días, que el contencioso del Sáhara Occidental era un conflicto estancado, sin posibilidad de avance alguno. Empantanado entre el cínico mantenimiento de un statu quo ilegal con la complicidad de los organismos internacionales y la reiterada insistencia en un imprescindible acuerdo político, por otra parte inviable, entre dos posiciones radicalmente enfrentadas y, una de ellas, la de Marruecos, contumaz en el desprecio de los principios del derecho internacional y en el sistemático incumplimiento de todo tipo de acuerdos. Hasta algunos analistas y estudiosos consideraban que la verdadera y principal víctima de este proceso, el pueblo saharaui, agotara su voluntad reivindicativa o simplemente desapareciera por la pérdida de su capacidad de resistencia e, incluso, de su identidad colectiva.
Pocos días fueron necesarios para mostrar el error de este posicionamiento, por otra parte bien interesado. La abortada creación de campamentos en todas las ciudades del Sáhara no pudo impedir la acampada de Gdeim Izik, Campamento Dignidad era su nombre, donde fueron creciendo el número de jaimas y personas que, de forma pacífica y decidida, planteaban una reclamación acerca de sus derechos permanentemente vulnerados por treinta y cinco años de sometimiento y, más importante aún, intentaban mostrarle al mundo, de forma inequívoca e incontestable, su existencia real como colectividad y su voluntad evidente de afirmarla desde la dignidad y la persistencia, en un reclamo vivo a la comunidad internacional.
¿Qué era lo que ocurría para semejante acontecimiento casi impensable con anterioridad? Ese cambio bien fundamental de la estrategia de los saharauis del interior se debe, a mi juicio, a dos apreciaciones novedosas. La primera, la consideración de que la relajación en los controles fronterizos y policiales del territorio y la voluntad manifiesta por parte de Marrocos de presentar un Sáhara pacífico y normalizado en busca de favorecer la aceptación de su proyecto de autonomía abría una brecha en los estrechísimos márgenes en los que podían ejercer su precaria y limitada libertad. En segundo término, la de que la difusión pública del texto de una carta confidencial dirigida por Cristopher Ross, el enviado especial de la ONU para el Sáhara Occidental, a los países responsabilizados de mediar entre las partes negociadoras, el reino de Marruecos y el Frente Polisario, insistía tanto en la prioridad de promover “medidas de fomento de la confianza” cuanto en la idea de que “la consolidación del statu quo…es, a largo plazo, inaceptable” pues puede afectar “a la estabilidad regional, a la seguridad, a la integración y al deserrollo”. Parecía reactivarse la posibilidad de la negociación y los saharauis del interior del Sáhara no estaban dispuestos a que su voz no fuese escuchada por creerlos mudos o marginalizados, según la propaganda de consumo interior marroquí, en la condición de grupos incontrolados de terroristas peligrosos y ansiosos de sangre.
Un pueblo digno y en pie, a pesar de las presiones políticas, militares y policiales, en un porcentaje de ciudadanía considerablemente mayor que la integrante de la famosa Marcha Verde que había consumado simbólicamente la invasión, decidió insistir en la reclamación de sus demandas pese a episodios tan tensos como el del ametrallamiento de un todoterreno ocupado por civiles con el resultado de cinco heridos de bala y la muerte del niño de 14 años Nayem El Gareh, que non llegó a inquietar en absoluto la marcha mohína de una comunidad internacional demasiado acostumbrada a mirar para otro lado en los momentos de conflicto.
Hassán II había manifestado, en el año 1975, que la Marcha Verde y su toma de posesión simbólica del Sáhara fuera impulsada en la creencia de que un ejército, en aquel caso el español, nunca llegaría a atacar a civiles indefensos y desarmados. Justo lo que su hijo Mohamed VI, declarado y ferviente demócrata, decide y ejecuta, poniendo patas arriba todas las estrategias que se estaban llevando a cabo hasta ese momento; porque, no nos llamemos a engaño, la bárbara destrucción y quema de la acampada establece un antes y un después en la dinámica de este contencioso.
Una orientación que poco o nada tiene que ver con la necrófila guerra de cifras que pretende sustituir la fuerza de los argumentos y de las razones por la lucha de los números, sangriento y sensacionalista tanteo de un partido sin ganadores donde las partes y los medios se esforzasen por demostrar cual de las posiciones es la más acertada con el aval del número y el sufrimiento de sus muertos. Y, hay que decirlo alto y claro, aunque este episodio hubiese finalizado de una manera incruenta, algo a priori no factible, no por eso sería ni menos indignante ni menos brutal.
Ninguna de las partes va a resultar indemne a partir de este tsunami político, producto más de la mezquindad y de la miopía intransigente que de la voluntad de alcanzar soluciones estables y duraderas que non pasen obligadamente por el cementerio.
O desprestigio evidente conseguido a pulso por la ONU y la MINURSO, su misión en este conflicto, se hace irreversible y rompe totalmente con la esperanza de la población afectada en una posibilidad negociada en pie de igualdad y no como víctimas de la estafa o del engaño colectivos
Marruecos entierra definitivamente su propuesta de autonomía y, con ella, la imagen amable, democrática y tolerante con la que viene actuando y creyendo engañar a los países occidentales. Difícilmente podría pactar ya con unos ciudadanos, con una población, a quienes no respeta y trata peor que animales, sin reconocerles su legítimo derecho a aspirar a su soberanía política, avalado por docenas de resoluciones favorables de las Naciones Unidas y su Comité de Descolonización.
El Frente Polisario se ve en la encrucijada entre apostar por no aparecer como quien abandona las conversaciones después de haber mostrado su inequívoca y rotunda voluntad de tratar de llegar a soluciones acordes con el derecho internacional, y la necesidad de dar satisfacciones urgentes a la reclamación dolorida e urgente de una parte de sus representados, bárbara y brutalmente barrida por su interlocutor en la negociación. Si no es capaz de garantizar la seguridad física de su pueblo su legitimidad quedará en entredicho.
¿E que decir de las llamadas medidas de confianza?... ¿Donde quedarán?... ¿Alguien podrá reclamarlas honestamente a corto o medio plazo?
España, condicionada por sus vacilantes actitudes condescendientes, consecuencia de su traición a los compromisos que había adquirido en la condición de potencia administradora, seguirá ahondando inexorablemente en sus ambigüedades, incapaz de remontarse en su ineficaz y reiterativa consideración de que la solución pasa por un acuerdo entre las partes. Está dentro del grupo de los llamados países amigos que tutelan la resolución del conflicto pero ni esa condición legal, ni el hecho de haber sido potencia administradora (y, legalmente, serlo aún), ni su voluntad reiteradas veces explicitada de defender los intereses legítimos del pueblo saharaui, ni la “españolidad” de muchos de ellos nacidos en la declarada en tiempos provincia cincuenta y tres de nuestro Estado, ni el hecho de que algunos de entre los afectados sean, en virtud de reclamación legal, ciudadanos españoles de pleno derecho, nos bastan para intervenir activa y decididamente a favor de la paz. La nueva Ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, aseguró que los ciudadanos españoles de El Aaiún se encontraban bien al mismo tiempo en el que las fuerzas de seguridad marroquíes asesinaban, atropellándolo repetida y brutalmente con uno de sus vehículos, al ciudadano español Baby Hamday Buyema, ingeniero eléctrico en las minas de Fos Bucraa.
Y el pueblo saharaui, el de los campamentos de refugiados en Tinduf y el brutalmente apaleado y aplastado en sus derechos y en sus personas por Marruecos, incrementará su desconfianza en una intervención exterior fiable y eficaz y en la verdadera capacidad de mediación en un proceso en el que, en definitiva, se dirime su existencia en cuanto tal. Habiendo vivido con ellos unos pocos pero intensos días antes del inicio de esta protesta y conociendo de sus ilusiones y esperanzas sé hasta que punto de desilusión y de rabia los llevará el hecho de que hayan sido defraudadas de todo punto.
Todos son, somos, pues, los avergonzados y vencidos en esta hora. Hemos perdido una importante batalla por la paz, la legalidad y la justicia.
Santiago Jiménez
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