Marruecos ha condenado a
cadena perpetua a varios activistas saharauis por el levantamiento del
campamento de Gdeim Izik. Uno de ellos explica cuál es su situación.
*Foto: PEDRO MENÉNDEZ
Hassana Aalia siguió el juicio
atento, como la mayoría de los saharauis, pero especialmente alerta, a
sabiendas de que su nombre estaba entre el de los acusados. El joven vivió con
expectación, a cientos de kilómetros de la Corte en Rabat, el largo proceso en
el que él, junto a otros 24 saharauis, ha sido juzgado por el violento
desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik el 8 de noviembre de 2010. A través de una radio
que emite desde los territorios ocupados del Sáhara Occidental, Hassana recibió
atónito la noticia en el País Vasco, donde vive con una familia y aprende
castellano. A sus 24 años el peso de la sentencia fue muy elevado: cadena
perpetua por un delito por el que ya había sido detenido, juzgado y puesto en
libertad. Si hay un caso que especialmente llama la atención entre las
históricas condenas que dictó el Tribunal Militar marroquí la madrugada del 17
de febrero, es el de Hassana.
En este largo proceso los
presos saharauis fueron acusados de pertenencia a banda criminal, violencia
contra las fuerzas del orden con resultado de muerte, injerencia en la
seguridad interna y externa del Estado y mutilación de cadáveres. Todos a
excepción de Hassana y Mohamed Ayoubi, en libertad condicional por su avanzada
edad y estado de salud, (llevaban en la cárcel más de dos años).
El joven, tras la primera
sentencia, entró y salió del país legalmente hasta que en noviembre de 2012
recibió la orden de búsqueda y captura cuando se encontraba en España. Su
sorpresa fue mayúscula cuando escuchó que él también había sido juzgado y
condenado en rebeldía. “Ni siquiera sabía qué significaba cadena perpetua. Los
abogados creían imposible que se me volviera a juzgar por un mismo delito y,
además, sin estar yo presente”, relata el joven, que todavía está asumiendo la
noticia que probablemente le impida regresar a su tierra para siempre.
Inés Miranda es abogada y
acudió como observadora a todas las sesiones del juicio en representación de la
Comisión de Derechos Humanos del Consejo General de la Abogacía Española. En su
opinión, “fue un día negro para la justicia internacional. El juicio debe
considerarse nulo de pleno derecho. Desde el momento de la detención, cuando
los condenados fueron secuestrados y posteriormente torturados, maltratados y
violados, pasando por la celebración del juicio, donde no se presentaron
pruebas ni testigos fidedignos, hasta la lectura de la sentencia, que incumple
el Convenio de Ginebra y la propia Constitución marroquí”, puntualiza la
letrada.
Para Hassana, éste ha sido “un
juicio político. El objetivo de estas condenas es fomentar el miedo entre los
saharauis. Aún así, el resultado ha sido todo lo contrario, han aumentado las
manifestaciones y nuestras ansias de libertad. No nos callarán. Cuanto más nos
torturen, más lucharemos”. Hassana es saharaui y nació en los territorios
ocupados por Marruecos del Sáhara Occidental.
Represión contra los saharauis
Las autoridades marroquíes
marginan a todo saharaui que puedan relacionar con el activismo. Cierran sus
negocios y les impiden realizar cualquier oficio. Así se aseguran el silencio
de muchos de ellos. El descontento social de toda la población saharaui
cristalizó a finales del año 2010 gracias a Gdeim Izik, el “campamento de la
dignidad”, calificado por Noam Chomsky como la chispa que originó la Primavera
Árabe. Durante 28 días, 20.000 saharauis se manifestaron para protestar contra
las duras condiciones de vida a las que les somete el Gobierno marroquí y para
exigir unos derechos sociales mínimos. Según detalla Hassana, “esta fue la
primera vez que viví en libertad en mi tierra, con dignidad”. El joven se
emociona al relatar que durante casi un mes “mostramos a Marruecos que podemos
organizarnos y conseguimos que nuestra voz diera la vuelta al mundo”.
Gdeim Izik se convirtió en un
pequeño oasis en más de tres décadas de lucha, que consiguió romper el bloqueo
informativo que el régimen alauí impone al conflicto saharaui, pero cuya llama
de esperanza fue breve. “Cuando comenzó el desmantelamiento del campamento yo
estaba dormido, fue sobre las seis de la mañana. Escuché helicópteros y vi
luces, creí que estaba soñando, pero no, al final se convirtió en una
pesadilla”, rememora Hassana. El joven recuerda el día 8 de noviembre de 2010
como uno de los días más tristes de su vida. Cuando regresó al Aaiún tuvo que
esconderse durante dos meses de la policía, pero una vez abandonó su refugió
fue apresado. “Pasé tres días detenido. Me torturaron. Estuve en una habitación
llena de sangre, los gendarmes marroquíes me dijeron que era la sangre de mis
compañeros”, relata Hassana.
A la pregunta de cómo se
encuentra anímicamente Hassana responde que “nervioso”, ya que todavía está
“asimilando la situación”. “Las familias de los presos me han pedido que me
quede aquí luchando por ellos y eso es lo que voy a hacer”, sentencia. Ahora,
se mantiene a la espera de que Marruecos pida o no su extradición. Si España
accediera, reconocería con ello que no se trata de un preso político (el
convenio firmado en 2009 entre ambos Estados no se reconoce la posibilidad de
extradición a presos políticos). Hasta entonces, Hassana y otros cientos de
activistas continuarán luchando.
El Aaiún, una de las ciudades
más inhóspitas
El Sáhara occidental, una
tierra rica en fosfatos y pesca, fue una provincia española hasta el año 1975.
Con Franco agonizando, España abandonó el territorio a su suerte. Desde hace
más de 37 años los saharauis están separados, unos sobreviven gracias a la
ayuda humanitaria en campos de refugiados en Argelia y otros resisten bajo la
ocupación marroquí. La capital del Sáhara Occidental, el Aaiún, es una de las
ciudades más inhóspitas de la tierra. Los saharauis viven un hostigamiento
continuo por parte de la policía y los colonos marroquíes, quienes están
transformando la cultura e idiosincrasia de la ciudad para eliminar la impronta
de sus moradores originarios. “Un niño saharaui que nace en la zona ocupada
desde pequeño comienza a hacerse preguntas: ¿Por qué hablamos otro idioma? ¿Por
qué los profesores nos tratan de forma diferente? ¿Por qué nos insultan por la
calle? ¿Por qué nuestras familias tienen miedo a hablar del Sahara?”, explica
Hassana Aalia.